lunes, 17 de diciembre de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: LUNES, 17 DE DICIEMBRE DE 2018


Lunes, 17 de diciembre de 2018
Se acerca el día de mi cumpleaños. Sólo faltan cinco días para que cumpla 37 años. Pensaba yo que con esta edad ya tendría una vida totalmente estabilizada y tranquila compuesta tanto por mi trabajo como por las cosas que más amo hacer. Ahora, sinceramente, me siento perdida en mi propia vida, a estas alturas, aunque no debería decir eso porque en realidad nunca dejamos de recorrer diferentes caminos a lo largo de nuestra existencia y las cosas pueden cambiar de repente sin que lo esperemos, como me ha ocurrido a mí; pero yo no me imaginaba que estaría así. Si me hubiesen dicho el año pasado que este año estaría viviendo en Ourense con Agnes sin trabajar en nada, no me lo habría creído e incluso habría destruido esa idea con mis propias manos si hubiese podido. La simple posibilidad de renunciar a la plaza que tanto me había costado conseguir me horrorizaba infinitamente. Ahora, sin embargo, no tengo nada seguro en cuanto a ese tema.
Necesito hablar de algo que me preocupa muchísimo y de lo que nunca me he creído capaz de hablar en mi diario. Necesito desahogarme aquí a falta de no poder hacerlo en realidad con nadie. A Agnes todavía no me atrevo a hablarle de esto. Cuando intento tratar este tema con mi hermana, lo único que salen de sus labios son palabras de reproche y frases del tipo: “es que no tendrías que haber actuado así, ahora atente a las consecuencias”. Sé que fui muy impulsiva, pero reaccioné así porque estaba totalmente desesperada por recuperar a Agnes. Conseguir estar junto a Agnes me importaba más que nada en el mundo. Por eso actué de esa manera, sin pensar en nada. Ni siquiera estaba segura de que Agnes volvería conmigo, aunque yo intuía que sí. Lo dejé todo por amor. Cuando digo “todo”, es absolutamente todo.
Llevo días dándole vueltas a esto y creo que ha llegado el momento de ser sincera. Empezaré dejándolo por escrito y, cuando realmente me sienta capaz de enfrentarme a este tema, le confesaré la verdad a Agnes.
Agnes cree que puedo pedir un traslado, que sólo me basta con tener el CELGA 4 para poder trabajar como profesora aquí en Galicia, pero no es verdad. No es verdad principalmente porque yo no me presenté a unas oposiciones del estado, sino a unas oposiciones autonómicas; lo cual quiere decir que, con esas oposiciones, sólo puedo trabajar en Cataluña. Si quiero trabajar en Galicia, aparte de tener el CELGA, debería opositar otra vez. Tenía dos opciones: o quedarme en Cataluña arriesgándome a perder a Agnes para siempre o renunciar a mi plaza y venirme a Galicia sabiendo que aquí no tendría trabajo. La mayoría de gente me decía que sí podía pedir un traslado, pero no es tan sencillo. No lo es primero por el nivel de gallego que debo tener y después porque no llevo más de dos años trabajando en ese instituto. Este año habría hecho los dos, pero renuncié a mi plaza antes de que se cumpliese esa fecha. Lo hice mal, muy mal, terriblemente mal, irrevocablemente mal; pero yo no quería perder a Agnes. Cuando descubrí qué era vivir sin ella, la importancia que yo le daba a tener una plaza fija se desvaneció por completo. Fue como si nunca hubiese existido. Sólo importaba ella. Ahora es cuando empiezo a notar las consecuencias de mis irreflexivos actos. Sin embargo, no me arrepiento nada de haber actuado así. Si no hubiese venido a Galicia justo cuando lo hice, Agnes habría vivido sola la muerte de Lúa. No habría estado sola, evidentemente, porque habría vivido todo esto con su madre; pero no habría estado yo y creo que haber vivido eso conmigo ha fortalecido mucho nuestra relación.
Sé que tengo que decirle la verdad, pero no me atrevo. Ella está aferrada a una esperanza que no se corresponde con ninguna realidad. Podría ser todo más sencillo, es verdad, pero no lo es.
Y lo peor de todo es que siento una envidia extraña hacia Agnes. No es una envidia mala, al contrario. Es alegría, una alegría que nace de saber que es tan feliz; pero también siento algo extraño cuando me doy cuenta de que ella ha conseguido tener una vida muy completa y yo, en cambio, no hago nada. Yo, que trabajaba muchísimo y con gusto, ahora no hago nada, nada. Sólo estoy esforzándome por aprender a conducir cuanto antes, pero tampoco sé por qué lo estoy haciendo. Es verdad que ni siquiera he sido sincera conmigo misma, pero es que me daba miedo que Agnes pudiese leer por accidente lo que yo escribía en mi diario y no quería que descubriese la verdad de ese modo tan espantoso. Prefiero decírsela yo, pero no me atrevo.
Tengo la sensación de que Agnes intuye que le oculto cosas. Lleva varios días preguntándome si estoy bien. No estoy desanimada, pero sí es cierto que me siento cada vez más preocupada por mi futuro. Tampoco entiendo por qué no he sido capaz de decirle la verdad a Agnes. Mi hermana sí sabe que yo pedí mi renuncia porque se lo planteé antes de hacerlo. Evidentemente, ella me recomendó que no lo hiciese por nada del mundo, pero yo estaba empeñada en recuperar a Agnes como fuese. Lo hice antes de marcharme a Ourense por última vez, antes de que Lúa muriese. Ni siquiera me atrevía a escribirlo en mi diario porque era una realidad que me horrorizaba e incluso me avergonzaba de haber actuado así de mal, pero ahora siento que el tiempo ya no puede seguir escondiendo esta realidad.
Yo sentí algo muy extraño y fuerte cuando Agnes me contó que Lúa había muerto. No me impactó de la misma manera que a Agnes porque yo no la conocía ni la quería tanto como Agnes, pero sí permanecí durante unos días sin saber qué pensar ni qué decirle a Agnes. Incluso me costaba pensar en la muerte de Lúa porque sentía que ésta me horrorizaba, no sólo porque me pareciese muy injusta, sino porque, cuando recordaba que Lúa ya no estaría nunca más con nosotras, tenía la paralizante sensación de que alguien había quitado a Lúa de nuestras vidas para que yo pudiese tener el camino libre para recuperar a Agnes. Ese pensamiento me hacía tanto daño y me asustaba tanto que intentaba ignorarlo, pero cada vez esa posibilidad gritaba con más fuerza por dentro de mí. Ahora, cuando ya han transcurrido dos meses de la eterna partida de Lúa, empiezo a ser capaz de reconocer todo lo que sentí cuando ella se marchó. Nunca le he confesado a Agnes que he llegado a pensar en algo tan injusto porque sé que le dolería muchísimo saber que yo he llegado a plantearme esa posibilidad, pero sigo pensando que la muerte de Lúa no fue casual. Es verdad que ella estaba enferma, pero su vida podría haber durado mucho más si yo no hubiese aparecido o si Agnes no se hubiese reencontrado con ella. Es algo muy extraño todo esto, pero no me parece inexplicable.
Y hablo de Lúa ahora porque, cuando ella murió, enseguida pensé que la renuncia a mi plaza sí merecía la pena. Llegué a Ourense convencida de que había actuado de una forma completamente reprobable y absurda; pero, cuando Lúa se marchó, algo me dijo: “no te has equivocado tanto. Sí merecerá la pena haberlo dejado todo para venir a Ourense con Agnes”.
Yo quería confesarle a Agnes que había renunciado a mi plaza, pero no me atreví nunca y mucho menos me atreví a hacerlo cuando Lúa murió. Ahora creo que va llegando el momento de ser sincera, no sólo porque necesite quitarme de encima esta verdad, sino porque creo que Agnes podrá entenderlo ahora más que antes. También puede ser que ella no se sienta mal como yo creo que se va a sentir. Tal vez lo entienda y le conmueva saber que yo lo dejé todo por estar con ella, pero lo que me da verdadero miedo es que ella se decepcione conmigo por haberle mentido. Yo, cuando le negaba vivir en Galicia alegando que no me sentía capaz de abandonar mi plaza, quería que ella entendiese que mi plaza era única, que no podía pedir un traslado a Galicia; pero pareció siempre que Agnes ignoraba esa realidad o, quizás, nunca se acordaba de que yo me había presentado a unas oposiciones autonómicas.
Mi hermana me ha preguntado quinientas mil veces por qué no le he dicho todavía la verdad a Agnes, me ha preguntado a qué estoy esperando y por qué me da tanto miedo decirle que aquí en Galicia no tengo ni una sola oportunidad de trabajar de lo mío hasta que la Consellería de Educación convoque unas oposiciones para docente de secundaria, pero voy a ser totalmente sincera ahora ya que empecé a hacerlo y es que creo que no me voy a presentar a ningunas oposiciones más. Me costó muchísimo obtener la plaza que tenía en Cataluña. Me dejé la piel, el alma y la sangre estudiando. Me costó sudor y lágrimas aprobar esas oposiciones con muy buena nota. Ahora ya no me apetece realizar ese esfuerzo otra vez. Me siento entre fracasada y estúpida por haber renunciado a algo que me ha costado tanto conseguir, pero también es cierto que lo hice por amor y ya dicen que por amor se hacen muchas locuras. Yo por Agnes soy capaz de hacer cualquier cosa. Incluso le daría mi vida si así consiguiese que ella viviese más años, aunque no sé si tiene sentido vivir si una de las dos falta. Lo nuestro es mucho más fuerte que cualquier sentimiento o razón y es lo fuerte que es nuestro amor lo que realmente me hace sentir que no me equivoqué. Si no hubiese renunciado a mi plaza, no habría podido venir a Galicia para estar con Agnes y eso se traduce en que, si no hubiese renunciado a mi plaza, jamás le habría devuelto la felicidad a Agnes. Es verdad que ella enseguida comenzó a ser feliz en cuanto volvió a Galicia, pero yo creo que, con el paso de los meses, habría empezado a afectarle muchísimo que no estuviésemos juntas. Ella misma me ha dicho varias veces que, aunque Lúa estuviese viva, igualmente habría acabado volviendo conmigo. Yo creo que habría ocurrido eso porque el hecho de volver a Galicia es algo tan grande para ella que, al principio, la colmaba de felicidad con tanta intensidad que no era capaz de sentir otras cosas; pero el paso del tiempo habría ido atenuando la intensidad de esa felicidad y entonces se le habrían adentrado en el alma otros sentimientos que le habrían hecho descubrir que no podía vivir sin mí. Puede que esté equivocada, pero yo sé que no lo estoy, que podemos vivir separadas durante un tiempo, pero no para siempre. Es como si nuestro propio cuerpo notase la ausencia de la otra y empezase a protestar para que le devolvamos lo que le falta si no estamos juntas. Es algo que no responde a ninguna ley ni explicación.
Ahora, escribiendo en mi diario, me doy cuenta de que las cosas no son tan graves. Es cierto que me he quedado sin un trabajo fijo y que ahora seguramente iré vagando de un lado para otro hasta encontrar un trabajo estable, pero tengo que confesar también que llevo dándole vueltas a una idea que quiero empezar a llevar a cabo. Hasta que hable con Agnes, no contaré aquí de qué idea se trata, pero tal vez nunca más me dé la gana de trabajar como profesora de biología. Quiero aprovechar mis conocimientos para llevar a cabo un proyecto que hace mucho tiempo que llevo soñando realizar y siento que aquí en Ourense es posible. Además, quizás a Agnes también le haga tanta ilusión como a mí. Sé que ella quiere ser funcionaria para asegurarse el trabajo y la economía, pero, sinceramente, no la veo nada por la labor de estudiar. Le cuesta muchísimo ponerse a estudiar y me parece que ni ganas tiene de volver a presentarse, pero no se lo dice a nadie, ni siquiera a sí misma. De todos modos, yo no soy nadie para obligarla a que diga la verdad. Es más, ahora que van a salir oposiciones autonómicas en Galicia, puede que la motive más estudiar, pero yo tengo la sensación de que las oposiciones son una sombra en su vida que no le permite ser feliz del todo. No entiendo por qué le cuesta tanto ponerse a estudiar y por qué le resulta tan difícil comprender lo que lee, si ella es muy inteligente. Lo que le ocurre es que tiene enfocada su energía en miles de cosas menos en las oposiciones. Ahora ha empezado a formar parte de dos grupos musicales. Por un lado, ensaya mucho con Iauga, el grupo que han formado las mujeres de las pandeiradas, y, por otra parte, está participando en un grupo que ha comenzado hace poco a hacer música. Me dice que se lo pasa muy bien con ellos, que se ríe mucho, que el tiempo vuela cuando ensayan y que están preparando un repertorio de villancicos, que aquí se llaman Panxoliñas, para tocarlos el día 24 por la tarde. Ese día, habrá venido ya mi hermana, que vendrá a Galicia para pasar las Navidades con nosotras, y por la noche iremos a la aldeíña. Me apetece muchísimo que Casandra conozca bien la aldea de Agnes. Estuvo este año, pero fue todo muy efímero y casi no se acuerda de cómo era el rincón donde Agnes nació. Me acuerdo de esa mañana de mayo en la que pensábamos que Agnes se atrevería a acercarse a su casa y saludar a su madre, pero no pudo, no pudo hacerlo porque eso le parecía un mundo. Recuerdo perfectamente la imagen de Agnes paralizada en la primera calle de su aldea, mirando hacia las casas, con los ojos llenos de lágrimas. Me acuerdo de que la dejé sola para que ella misma se reencontrase con la parte de su ser que quedaba en ese lugar, pero no dejé de observarla en ningún momento. Me acuerdo como si fuese ayer de que se presionaba las manos a sí misma, intentando darse aliento, y de cómo después se volvió hacia nosotras y corrió hacia el coche del chico que en aquel entonces era la pareja de mi hermana con los ojos más inundados de lágrimas que antes. Recuerdo que la abracé y de que no dejaba de decirme: “non podo, non podo, non podo”. Por mucho que la animásemos entre todos, no había manera de convencerla de que lo hiciese. Y nos marchamos de allí sintiendo que Agnes estaba empezando a deshacerse. Yo no sabía qué decirle. Era consciente de que sobre todo se sentía mal porque no había sido capaz de vencer sus miedos... Y cuánto ha llovido desde entonces (literalmente, pues aquí en Galicia no deja de llover, ni salir a correr puedo). Agnes fue incapaz de llegar hasta su casa porque en aquel entonces desconocía que su madre había sufrido tanto por lo que hizo. En aquel entonces, Agnes todavía creía que su madre había querido deshacerse de ella y que nunca se había arrepentido de cómo se había comportado con ella. Si Agnes hubiese conocido la verdad en ese momento, no le habría costado nada volver a su casa y reencontrarse con su madre. Hace siete meses de ese momento. Si en esa mañana me hubiesen dicho que meses después Agnes y yo estaríamos viviendo en Ourense, no me lo habría creído ni harta de vino, sinceramente, pero no por Agnes, sino por mí. Cómo pueden cambiar las cosas de repente sin que ni siquiera lo preveamos. Tanto pensar en algo, tanto acobardarnos ante una posibilidad que puede cambiar toda nuestra vida, y resulta que en un momento podemos derrumbar todo aquello en lo que basábamos nuestra existencia.
Tengo que hablar con Agnes. No puedo seguir alargando el momento de decirle la verdad. Hoy no he ido todavía a la cafetería (suelo ir todas las mañanas para estar con ella, aunque no me pueda atender todo el tiempo). No he ido porque necesito recuperar la seguridad que me falta para mirarla a los ojos. Es increíble cómo de repente todo eso que ocultamos se hace fuerte y nos impide actuar como llevamos haciéndolo durante semanas o incluso meses.
Mas es que me da tanto miedo decepcionar a Agnes... La veo tan feliz, tan increíblemente reconciliada consigo misma que me da miedo resquebrajar su bienestar. Es muy curioso el modo como ahora vive las cosas. Es feliz, se percibe mucho brillo en su mirada, pero también está increíblemente sensible. Cualquier canción u hecho puede hacerle llorar. En la aldea, enseguida se emociona por cualquier cosa. Ella piensa que no me di cuenta de que, al bajar del coche de su tío Damián, se le llenaron los ojos de lágrimas. Empezó a caminar más rápido para llegar antes a la casa de su madre y yo sé que se alejó de nosotros porque no quería que nos diésemos cuenta de que estaba a punto de romper a llorar. Entiendo que se emocionase al llegar al aldea. A mí también me produjo un efecto muy fuerte en el alma aspirar el intenso olor a lumbre que vagaba por todas las calles de la aldea justo en ese momento en el que el crepúsculo ya estaba durmiéndose entre los brazos de la noche. Qué silencio tan profundo, qué oscuridad tan íntima y qué frío más sinuoso nos dieron la bienvenida... Y, al entrar en la casa de Anxiños, enseguida nos recibió el calor de la lareira y sobre todo el de Anxiños, quien abrazó a su hija como si hiciese años que no la viese y, a la vez, con una serenidad tan honda que me hizo emocionarme a mí también. En ese momento, extrañamente, me di verdadera cuenta de cuánto se querían Agnes y su madre, pese a todo lo que ha ocurrido entre ambas. Y eso también me hace sentir una envidia muy rara. No envidio a Agnes porque eso es impensable, pero, cuando la veo abrazar a su madre, cuando las veo hablar con tanta complicidad o cocinar con tanta armonía, pienso que a mí también me gustaría recuperar a mi madre y poder tener con ella una relación tan bonita. Además, Anxos es una mujer maravillosa. No sólo aceptó la vida de Agnes sin poner ninguna objeción, sino que, además, me quiere muchísimo, me trata como si me conociese desde siempre y es que es cierto que entre ella y yo hay algo muy bonito, como si de verdad nos hubiésemos conocido en otra vida, pero ninguna de las dos se atreve a sacar ese tema. Me ha dicho Anxos muchas veces que le hace muy feliz que esté con Agnes, que ella quería mucho a Lúa, pero que a mí también me había cogido mucho cariño y que me quiere como a una hija. Extrañamente, Iria, la madre de Lúa, también me trata con muchísimo cariño y me acoge siempre que vamos a la aldea. Nunca me ha dicho una palabra dolorosa, nunca me ha dedicado una mirada fría, nunca. Me ha tratado siempre con un respeto y una cercanía que creo que no me merezco. Yo no traté así a su hija.
Me impresiona que todo sea tan sencillo en la aldea. El sábado, le comenté a Anxos que no tenía muy claro cómo podría trabajar en Ourense y ella me dijo que no me agobiase, que ahora pensase en acomodarme bien en la vida que tenemos y luego ya irían llegando las cosas, que siempre se salía de todo y que nunca tenía que perder la esperanza. Me dijo que tenía que habituarme a esta nueva vida en la que no me esperaba vivir tan pronto y que lo último que tenía que hacer era exigirme tanto. Si no podía trabajar en Ourense, no pasaba absolutamente nada. Agnes también me dice eso siempre que le comunico que me siento culpable por no traer nada de dinero a casa, pero es verdad que podemos vivir perfectamente con el sueldo de Agnes, al menos por el momento. Además, ella me ha dicho muchas veces que el dinero que ella gana no es suyo, sino de las dos, que no piense en que es sólo suyo porque lo gane ella, que nunca se me ocurra pensar que algo es sólo de ella; pero a mí eso me sabe tan mal y me da tanta vergüenza... Es verdad que, durante muchos meses, yo fui la que trabajó y, allí en Barcelona, todo era mucho más caro, teníamos que pagar alquiler y, durante esos meses, fuimos un poco agobiadas. Hasta que Agnes empezó a trabajar, no pudimos sentir que vivíamos desahogadamente, pero jamás se me ocurrió meterle prisa a Agnes para que buscase trabajo ni nada, jamás. Bastante tenía ella con enfrentarse a su enfermedad, que durante el primer año que vivimos juntas en aquel piso estuvo muy malita y le costó mucho superar todo lo que le ocurría; pero ya todo eso queda muy lejos y me parece precioso que podamos recordarlo con tanta satisfacción. Cuántas cosas hemos superado Agnes y yo. Es una estupidez que piense que Agnes y yo no podremos con esto, con la pérdida de mi condición de funcionaria. Además, Agnes me demuestra tanto que me quiere... Es tan cariñosa conmigo, tan comprensiva, tan dulce...
Lo que está claro es que la vida es una caja de bombones y nunca sabes cómo va a saber el siguiente que te comerás.
Volveré a escribir cuando haya hablado con Agnes. Sé que lo entenderá y que me apoyará. También sé que encontrará rápidamente una solución que me pueda satisfacer, que me haga feliz. Echo de menos trabajar y hacer más cosas en mi vida. Por cierto, cada vez me sale mejor conducir, aunque tengo que confesar que soy un verdadero desastre y todo el tiempo confundo los pedales del coche. Suerte que Damián tiene muchísima paciencia conmigo. Agnes no se atreve a venir con nosotros en el coche. Dice que se subirá conmigo cuando se me dé mejor conducir, pero yo creo que la verdadera razón que le impide ser testigo de cómo aprendo es que sabe que su presencia me pondrá mucho más nerviosa porque lo querré hacer mejor delante de ella. Es mejor que de momento no venga. No quiero que sea testigo de lo inmensamente torpe e ignorante que soy.
Y aquí lo dejo por hoy.

2 comentarios:

  1. Por amor se hacen muchas cosas, a veces ilógicas. Nonos paramos a pensar con detenimiento y nos podemos equivocar, a veces de forma irrevocable. En esta entrada podemos leer entre líneas, está claro que Artemisa no se arrepiente de haber dado estos pasos para recuperar a Agnes, pero sabe que se precipitó tomando decisiones que necesitaban más tiempo de reflexión. Al menos tiene una idea en mente, estoy deseando saber de que se trata. Yo creo que no debe tener tanto miedo de contarle a Agnes la verdad. Estoy seguro que la apoyará, que la entenderá. Juntas, pueden superar cualquier bache, aunque no sea del todo fácil. Para colmo, se siente culpable por la muerte de Lúa, ¡ella no tiene la culpa de nada! Al contrario, fue un apoyo en esos duros momentos para Agnes y yo creo que un consuelo para Lúa, pues sabía que Agnes no estaría sola.

    De nuevo aparece Damián y su coche jajajaja. Es como Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, pues él es Damián y su coche jajajaja. Tiene paciencia con Artemisa, menos mal, la pobre es torpe al volante (la entiendo taaaan bien) y le cuesta. Artemisa se da cuenta del amor de Agnes por Galicia, con cada visita a la ladea y a su madre. Siente algo de envidia sana, por no haber podido vivir eso con su madre, pero feliz por Agnes y por poder disfrutar de todo esto como una más. Hasta la madre de Lúa la trata con normalidad, no siente nada malo hacia ella. A ver que ocurre a continuación, me intriga saber que propone Artemisa a Agnes como trabajo alternativo a la enseñanza. ¡Estás que te sales Ntoch!

    ResponderEliminar
  2. Ay madre, que Artemisa renunció a su plaza y no puede pedir traslado... vaya bombazo. Ahora, en mi opinión se equivoca por completo al pensar que Agnes le va a echar una regañina por ello, si acaso una de esas de mentirijillas, como cuando te hacen un regalo inesperado y dices "ay, ¿para qué me compras nada?", pues así. Porque se trata de un acto de amor, ella hizo recuento de sus prioridades, y recuperar a Agnes estaba muy por encima de cualquier otra cosa, así que renunciar a un puesto fijo no solo parecía razonable sino que, además, lo era. Otra cosa es que esto tiene consecuencias, y ahora se tendrá que poner las pilas para encontrar algo, que me da a mí que con el sueldo de Agnes van demasiado justas, por suerte Orense no es Barcelona a la hora de pagar cosas, pero de todos modos son dos personas viviendo con un sueldo, y seguro que en la cafetería no le pagan ninguna barbaridad.
    Resulta interesante cómo este secreto, esta verdad no compartida, lo tiñe todo y hace que una misma experiencia tenga un sentido distinto, en este caso Artemisa claramente tiene miedo de la posible reacción de Agnes... es un poco como lo del coche, prefiere que no monte en el coche para que no sepa cómo lo hace y por tanto no pueda juzgarla ni condenarla... en el caso del coche aún se entiende porque quizá con el paso del tiempo Artemisa conduzca con más soltura, pero en cambio para el asunto del imposible traslado el tiempo va en su contra, al final Agnes le hará este pregunta: ¿por qué no me lo has dicho desde el principio? Y la respuesta será más embarazosa cada vez... Así que tengo ganas de ver cómo se resuelve esto, yo creo que no va a pasar nada pero... como escribes tú la historia pues eso, que no las tengo nada conmigo. Voy por otro capítulo...

    ResponderEliminar