Lunes, 17 de diciembre de 2018
Se acerca el día de mi cumpleaños. Sólo
faltan cinco días para que cumpla 37 años. Pensaba yo que con esta edad ya
tendría una vida totalmente estabilizada y tranquila compuesta tanto por mi
trabajo como por las cosas que más amo hacer. Ahora, sinceramente, me siento
perdida en mi propia vida, a estas alturas, aunque no debería decir eso porque
en realidad nunca dejamos de recorrer diferentes caminos a lo largo de nuestra
existencia y las cosas pueden cambiar de repente sin que lo esperemos, como me
ha ocurrido a mí; pero yo no me imaginaba que estaría así. Si me hubiesen dicho
el año pasado que este año estaría viviendo en Ourense con Agnes sin trabajar
en nada, no me lo habría creído e incluso habría destruido esa idea con mis
propias manos si hubiese podido. La simple posibilidad de renunciar a la plaza
que tanto me había costado conseguir me horrorizaba infinitamente. Ahora, sin
embargo, no tengo nada seguro en cuanto a ese tema.
Necesito hablar de algo que me preocupa
muchísimo y de lo que nunca me he creído capaz de hablar en mi diario. Necesito
desahogarme aquí a falta de no poder hacerlo en realidad con nadie. A Agnes
todavía no me atrevo a hablarle de esto. Cuando intento tratar este tema con mi
hermana, lo único que salen de sus labios son palabras de reproche y frases del
tipo: “es que no tendrías que haber actuado así, ahora atente a las
consecuencias”. Sé que fui muy impulsiva, pero reaccioné así porque estaba
totalmente desesperada por recuperar a Agnes. Conseguir estar junto a Agnes me
importaba más que nada en el mundo. Por eso actué de esa manera, sin pensar en
nada. Ni siquiera estaba segura de que Agnes volvería conmigo, aunque yo intuía
que sí. Lo dejé todo por amor. Cuando digo “todo”, es absolutamente todo.
Llevo días dándole vueltas a esto y creo
que ha llegado el momento de ser sincera. Empezaré dejándolo por escrito y,
cuando realmente me sienta capaz de enfrentarme a este tema, le confesaré la
verdad a Agnes.
Agnes cree que puedo pedir un traslado,
que sólo me basta con tener el CELGA 4 para poder trabajar como profesora aquí
en Galicia, pero no es verdad. No es verdad principalmente porque yo no me
presenté a unas oposiciones del estado, sino a unas oposiciones autonómicas; lo
cual quiere decir que, con esas oposiciones, sólo puedo trabajar en Cataluña.
Si quiero trabajar en Galicia, aparte de tener el CELGA, debería opositar otra
vez. Tenía dos opciones: o quedarme en Cataluña arriesgándome a perder a Agnes
para siempre o renunciar a mi plaza y venirme a Galicia sabiendo que aquí no
tendría trabajo. La mayoría de gente me decía que sí podía pedir un traslado,
pero no es tan sencillo. No lo es primero por el nivel de gallego que debo
tener y después porque no llevo más de dos años trabajando en ese instituto.
Este año habría hecho los dos, pero renuncié a mi plaza antes de que se
cumpliese esa fecha. Lo hice mal, muy mal, terriblemente mal, irrevocablemente
mal; pero yo no quería perder a Agnes. Cuando descubrí qué era vivir sin ella,
la importancia que yo le daba a tener una plaza fija se desvaneció por
completo. Fue como si nunca hubiese existido. Sólo importaba ella. Ahora es
cuando empiezo a notar las consecuencias de mis irreflexivos actos. Sin
embargo, no me arrepiento nada de haber actuado así. Si no hubiese venido a
Galicia justo cuando lo hice, Agnes habría vivido sola la muerte de Lúa. No
habría estado sola, evidentemente, porque habría vivido todo esto con su madre;
pero no habría estado yo y creo que haber vivido eso conmigo ha fortalecido
mucho nuestra relación.
Sé que tengo que decirle la verdad, pero
no me atrevo. Ella está aferrada a una esperanza que no se corresponde con
ninguna realidad. Podría ser todo más sencillo, es verdad, pero no lo es.
Y lo peor de todo es que siento una
envidia extraña hacia Agnes. No es una envidia mala, al contrario. Es alegría,
una alegría que nace de saber que es tan feliz; pero también siento algo
extraño cuando me doy cuenta de que ella ha conseguido tener una vida muy
completa y yo, en cambio, no hago nada. Yo, que trabajaba muchísimo y con
gusto, ahora no hago nada, nada. Sólo estoy esforzándome por aprender a
conducir cuanto antes, pero tampoco sé por qué lo estoy haciendo. Es verdad que
ni siquiera he sido sincera conmigo misma, pero es que me daba miedo que Agnes
pudiese leer por accidente lo que yo escribía en mi diario y no quería que
descubriese la verdad de ese modo tan espantoso. Prefiero decírsela yo, pero no
me atrevo.
Tengo la sensación de que Agnes intuye que
le oculto cosas. Lleva varios días preguntándome si estoy bien. No estoy
desanimada, pero sí es cierto que me siento cada vez más preocupada por mi
futuro. Tampoco entiendo por qué no he sido capaz de decirle la verdad a Agnes.
Mi hermana sí sabe que yo pedí mi renuncia porque se lo planteé antes de
hacerlo. Evidentemente, ella me recomendó que no lo hiciese por nada del mundo,
pero yo estaba empeñada en recuperar a Agnes como fuese. Lo hice antes de
marcharme a Ourense por última vez, antes de que Lúa muriese. Ni siquiera me
atrevía a escribirlo en mi diario porque era una realidad que me horrorizaba e
incluso me avergonzaba de haber actuado así de mal, pero ahora siento que el
tiempo ya no puede seguir escondiendo esta realidad.
Yo sentí algo muy extraño y fuerte cuando
Agnes me contó que Lúa había muerto. No me impactó de la misma manera que a
Agnes porque yo no la conocía ni la quería tanto como Agnes, pero sí permanecí
durante unos días sin saber qué pensar ni qué decirle a Agnes. Incluso me
costaba pensar en la muerte de Lúa porque sentía que ésta me horrorizaba, no
sólo porque me pareciese muy injusta, sino porque, cuando recordaba que Lúa ya
no estaría nunca más con nosotras, tenía la paralizante sensación de que
alguien había quitado a Lúa de nuestras vidas para que yo pudiese tener el
camino libre para recuperar a Agnes. Ese pensamiento me hacía tanto daño y me
asustaba tanto que intentaba ignorarlo, pero cada vez esa posibilidad gritaba
con más fuerza por dentro de mí. Ahora, cuando ya han transcurrido dos meses de
la eterna partida de Lúa, empiezo a ser capaz de reconocer todo lo que sentí
cuando ella se marchó. Nunca le he confesado a Agnes que he llegado a pensar en
algo tan injusto porque sé que le dolería muchísimo saber que yo he llegado a
plantearme esa posibilidad, pero sigo pensando que la muerte de Lúa no fue
casual. Es verdad que ella estaba enferma, pero su vida podría haber durado
mucho más si yo no hubiese aparecido o si Agnes no se hubiese reencontrado con
ella. Es algo muy extraño todo esto, pero no me parece inexplicable.
Y hablo de Lúa ahora porque, cuando ella
murió, enseguida pensé que la renuncia a mi plaza sí merecía la pena. Llegué a
Ourense convencida de que había actuado de una forma completamente reprobable y
absurda; pero, cuando Lúa se marchó, algo me dijo: “no te has equivocado tanto.
Sí merecerá la pena haberlo dejado todo para venir a Ourense con Agnes”.
Yo quería confesarle a Agnes que había
renunciado a mi plaza, pero no me atreví nunca y mucho menos me atreví a
hacerlo cuando Lúa murió. Ahora creo que va llegando el momento de ser sincera,
no sólo porque necesite quitarme de encima esta verdad, sino porque creo que
Agnes podrá entenderlo ahora más que antes. También puede ser que ella no se
sienta mal como yo creo que se va a sentir. Tal vez lo entienda y le conmueva
saber que yo lo dejé todo por estar con ella, pero lo que me da verdadero miedo
es que ella se decepcione conmigo por haberle mentido. Yo, cuando le negaba
vivir en Galicia alegando que no me sentía capaz de abandonar mi plaza, quería
que ella entendiese que mi plaza era única, que no podía pedir un traslado a
Galicia; pero pareció siempre que Agnes ignoraba esa realidad o, quizás, nunca
se acordaba de que yo me había presentado a unas oposiciones autonómicas.
Mi hermana me ha preguntado quinientas mil
veces por qué no le he dicho todavía la verdad a Agnes, me ha preguntado a qué
estoy esperando y por qué me da tanto miedo decirle que aquí en Galicia no
tengo ni una sola oportunidad de trabajar de lo mío hasta que la Consellería de
Educación convoque unas oposiciones para docente de secundaria, pero voy a ser
totalmente sincera ahora ya que empecé a hacerlo y es que creo que no me voy a
presentar a ningunas oposiciones más. Me costó muchísimo obtener la plaza que
tenía en Cataluña. Me dejé la piel, el alma y la sangre estudiando. Me costó
sudor y lágrimas aprobar esas oposiciones con muy buena nota. Ahora ya no me
apetece realizar ese esfuerzo otra vez. Me siento entre fracasada y estúpida
por haber renunciado a algo que me ha costado tanto conseguir, pero también es
cierto que lo hice por amor y ya dicen que por amor se hacen muchas locuras. Yo
por Agnes soy capaz de hacer cualquier cosa. Incluso le daría mi vida si así
consiguiese que ella viviese más años, aunque no sé si tiene sentido vivir si
una de las dos falta. Lo nuestro es mucho más fuerte que cualquier sentimiento
o razón y es lo fuerte que es nuestro amor lo que realmente me hace sentir que
no me equivoqué. Si no hubiese renunciado a mi plaza, no habría podido venir a
Galicia para estar con Agnes y eso se traduce en que, si no hubiese renunciado
a mi plaza, jamás le habría devuelto la felicidad a Agnes. Es verdad que ella
enseguida comenzó a ser feliz en cuanto volvió a Galicia, pero yo creo que, con
el paso de los meses, habría empezado a afectarle muchísimo que no estuviésemos
juntas. Ella misma me ha dicho varias veces que, aunque Lúa estuviese viva,
igualmente habría acabado volviendo conmigo. Yo creo que habría ocurrido eso
porque el hecho de volver a Galicia es algo tan grande para ella que, al
principio, la colmaba de felicidad con tanta intensidad que no era capaz de
sentir otras cosas; pero el paso del tiempo habría ido atenuando la intensidad
de esa felicidad y entonces se le habrían adentrado en el alma otros
sentimientos que le habrían hecho descubrir que no podía vivir sin mí. Puede
que esté equivocada, pero yo sé que no lo estoy, que podemos vivir separadas
durante un tiempo, pero no para siempre. Es como si nuestro propio cuerpo
notase la ausencia de la otra y empezase a protestar para que le devolvamos lo
que le falta si no estamos juntas. Es algo que no responde a ninguna ley ni
explicación.
Ahora, escribiendo en mi diario, me doy
cuenta de que las cosas no son tan graves. Es cierto que me he quedado sin un
trabajo fijo y que ahora seguramente iré vagando de un lado para otro hasta
encontrar un trabajo estable, pero tengo que confesar también que llevo dándole
vueltas a una idea que quiero empezar a llevar a cabo. Hasta que hable con
Agnes, no contaré aquí de qué idea se trata, pero tal vez nunca más me dé la
gana de trabajar como profesora de biología. Quiero aprovechar mis
conocimientos para llevar a cabo un proyecto que hace mucho tiempo que llevo
soñando realizar y siento que aquí en Ourense es posible. Además, quizás a
Agnes también le haga tanta ilusión como a mí. Sé que ella quiere ser
funcionaria para asegurarse el trabajo y la economía, pero, sinceramente, no la
veo nada por la labor de estudiar. Le cuesta muchísimo ponerse a estudiar y me
parece que ni ganas tiene de volver a presentarse, pero no se lo dice a nadie,
ni siquiera a sí misma. De todos modos, yo no soy nadie para obligarla a que
diga la verdad. Es más, ahora que van a salir oposiciones autonómicas en
Galicia, puede que la motive más estudiar, pero yo tengo la sensación de que
las oposiciones son una sombra en su vida que no le permite ser feliz del todo.
No entiendo por qué le cuesta tanto ponerse a estudiar y por qué le resulta tan
difícil comprender lo que lee, si ella es muy inteligente. Lo que le ocurre es
que tiene enfocada su energía en miles de cosas menos en las oposiciones. Ahora
ha empezado a formar parte de dos grupos musicales. Por un lado, ensaya mucho
con Iauga, el grupo que han formado las mujeres de las pandeiradas, y, por otra
parte, está participando en un grupo que ha comenzado hace poco a hacer música.
Me dice que se lo pasa muy bien con ellos, que se ríe mucho, que el tiempo
vuela cuando ensayan y que están preparando un repertorio de villancicos, que
aquí se llaman Panxoliñas, para tocarlos el día 24 por la tarde. Ese día, habrá
venido ya mi hermana, que vendrá a Galicia para pasar las Navidades con
nosotras, y por la noche iremos a la aldeíña. Me apetece muchísimo que Casandra
conozca bien la aldea de Agnes. Estuvo este año, pero fue todo muy efímero y
casi no se acuerda de cómo era el rincón donde Agnes nació. Me acuerdo de esa
mañana de mayo en la que pensábamos que Agnes se atrevería a acercarse a su
casa y saludar a su madre, pero no pudo, no pudo hacerlo porque eso le parecía
un mundo. Recuerdo perfectamente la imagen de Agnes paralizada en la primera
calle de su aldea, mirando hacia las casas, con los ojos llenos de lágrimas. Me
acuerdo de que la dejé sola para que ella misma se reencontrase con la parte de
su ser que quedaba en ese lugar, pero no dejé de observarla en ningún momento.
Me acuerdo como si fuese ayer de que se presionaba las manos a sí misma,
intentando darse aliento, y de cómo después se volvió hacia nosotras y corrió
hacia el coche del chico que en aquel entonces era la pareja de mi hermana con
los ojos más inundados de lágrimas que antes. Recuerdo que la abracé y de que
no dejaba de decirme: “non podo, non podo, non podo”. Por mucho que la
animásemos entre todos, no había manera de convencerla de que lo hiciese. Y nos
marchamos de allí sintiendo que Agnes estaba empezando a deshacerse. Yo no
sabía qué decirle. Era consciente de que sobre todo se sentía mal porque no
había sido capaz de vencer sus miedos... Y cuánto ha llovido desde entonces
(literalmente, pues aquí en Galicia no deja de llover, ni salir a correr puedo).
Agnes fue incapaz de llegar hasta su casa porque en aquel entonces desconocía
que su madre había sufrido tanto por lo que hizo. En aquel entonces, Agnes
todavía creía que su madre había querido deshacerse de ella y que nunca se
había arrepentido de cómo se había comportado con ella. Si Agnes hubiese
conocido la verdad en ese momento, no le habría costado nada volver a su casa y
reencontrarse con su madre. Hace siete meses de ese momento. Si en esa mañana
me hubiesen dicho que meses después Agnes y yo estaríamos viviendo en Ourense,
no me lo habría creído ni harta de vino, sinceramente, pero no por Agnes, sino
por mí. Cómo pueden cambiar las cosas de repente sin que ni siquiera lo
preveamos. Tanto pensar en algo, tanto acobardarnos ante una posibilidad que
puede cambiar toda nuestra vida, y resulta que en un momento podemos derrumbar
todo aquello en lo que basábamos nuestra existencia.
Tengo que hablar con Agnes. No puedo
seguir alargando el momento de decirle la verdad. Hoy no he ido todavía a la
cafetería (suelo ir todas las mañanas para estar con ella, aunque no me pueda
atender todo el tiempo). No he ido porque necesito recuperar la seguridad que
me falta para mirarla a los ojos. Es increíble cómo de repente todo eso que
ocultamos se hace fuerte y nos impide actuar como llevamos haciéndolo durante
semanas o incluso meses.
Mas es que me da tanto miedo decepcionar a
Agnes... La veo tan feliz, tan increíblemente reconciliada consigo misma que me
da miedo resquebrajar su bienestar. Es muy curioso el modo como ahora vive las
cosas. Es feliz, se percibe mucho brillo en su mirada, pero también está
increíblemente sensible. Cualquier canción u hecho puede hacerle llorar. En la
aldea, enseguida se emociona por cualquier cosa. Ella piensa que no me di
cuenta de que, al bajar del coche de su tío Damián, se le llenaron los ojos de
lágrimas. Empezó a caminar más rápido para llegar antes a la casa de su madre y
yo sé que se alejó de nosotros porque no quería que nos diésemos cuenta de que
estaba a punto de romper a llorar. Entiendo que se emocionase al llegar al
aldea. A mí también me produjo un efecto muy fuerte en el alma aspirar el
intenso olor a lumbre que vagaba por todas las calles de la aldea justo en ese
momento en el que el crepúsculo ya estaba durmiéndose entre los brazos de la
noche. Qué silencio tan profundo, qué oscuridad tan íntima y qué frío más
sinuoso nos dieron la bienvenida... Y, al entrar en la casa de Anxiños,
enseguida nos recibió el calor de la lareira y sobre todo el de Anxiños, quien
abrazó a su hija como si hiciese años que no la viese y, a la vez, con una
serenidad tan honda que me hizo emocionarme a mí también. En ese momento,
extrañamente, me di verdadera cuenta de cuánto se querían Agnes y su madre,
pese a todo lo que ha ocurrido entre ambas. Y eso también me hace sentir una
envidia muy rara. No envidio a Agnes porque eso es impensable, pero, cuando la
veo abrazar a su madre, cuando las veo hablar con tanta complicidad o cocinar
con tanta armonía, pienso que a mí también me gustaría recuperar a mi madre y
poder tener con ella una relación tan bonita. Además, Anxos es una mujer
maravillosa. No sólo aceptó la vida de Agnes sin poner ninguna objeción, sino
que, además, me quiere muchísimo, me trata como si me conociese desde siempre y
es que es cierto que entre ella y yo hay algo muy bonito, como si de verdad nos
hubiésemos conocido en otra vida, pero ninguna de las dos se atreve a sacar ese
tema. Me ha dicho Anxos muchas veces que le hace muy feliz que esté con Agnes,
que ella quería mucho a Lúa, pero que a mí también me había cogido mucho cariño
y que me quiere como a una hija. Extrañamente, Iria, la madre de Lúa, también
me trata con muchísimo cariño y me acoge siempre que vamos a la aldea. Nunca me
ha dicho una palabra dolorosa, nunca me ha dedicado una mirada fría, nunca. Me
ha tratado siempre con un respeto y una cercanía que creo que no me merezco. Yo
no traté así a su hija.
Me impresiona que todo sea tan sencillo en
la aldea. El sábado, le comenté a Anxos que no tenía muy claro cómo podría
trabajar en Ourense y ella me dijo que no me agobiase, que ahora pensase en
acomodarme bien en la vida que tenemos y luego ya irían llegando las cosas, que
siempre se salía de todo y que nunca tenía que perder la esperanza. Me dijo que
tenía que habituarme a esta nueva vida en la que no me esperaba vivir tan
pronto y que lo último que tenía que hacer era exigirme tanto. Si no podía
trabajar en Ourense, no pasaba absolutamente nada. Agnes también me dice eso
siempre que le comunico que me siento culpable por no traer nada de dinero a
casa, pero es verdad que podemos vivir perfectamente con el sueldo de Agnes, al
menos por el momento. Además, ella me ha dicho muchas veces que el dinero que
ella gana no es suyo, sino de las dos, que no piense en que es sólo suyo porque
lo gane ella, que nunca se me ocurra pensar que algo es sólo de ella; pero a mí
eso me sabe tan mal y me da tanta vergüenza... Es verdad que, durante muchos
meses, yo fui la que trabajó y, allí en Barcelona, todo era mucho más caro, teníamos
que pagar alquiler y, durante esos meses, fuimos un poco agobiadas. Hasta que
Agnes empezó a trabajar, no pudimos sentir que vivíamos desahogadamente, pero
jamás se me ocurrió meterle prisa a Agnes para que buscase trabajo ni nada,
jamás. Bastante tenía ella con enfrentarse a su enfermedad, que durante el
primer año que vivimos juntas en aquel piso estuvo muy malita y le costó mucho
superar todo lo que le ocurría; pero ya todo eso queda muy lejos y me parece
precioso que podamos recordarlo con tanta satisfacción. Cuántas cosas hemos
superado Agnes y yo. Es una estupidez que piense que Agnes y yo no podremos con
esto, con la pérdida de mi condición de funcionaria. Además, Agnes me demuestra
tanto que me quiere... Es tan cariñosa conmigo, tan comprensiva, tan dulce...
Lo que está claro es que la vida es una
caja de bombones y nunca sabes cómo va a saber el siguiente que te comerás.
Volveré a escribir cuando haya hablado con
Agnes. Sé que lo entenderá y que me apoyará. También sé que encontrará
rápidamente una solución que me pueda satisfacer, que me haga feliz. Echo de
menos trabajar y hacer más cosas en mi vida. Por cierto, cada vez me sale mejor
conducir, aunque tengo que confesar que soy un verdadero desastre y todo el
tiempo confundo los pedales del coche. Suerte que Damián tiene muchísima
paciencia conmigo. Agnes no se atreve a venir con nosotros en el coche. Dice
que se subirá conmigo cuando se me dé mejor conducir, pero yo creo que la
verdadera razón que le impide ser testigo de cómo aprendo es que sabe que su
presencia me pondrá mucho más nerviosa porque lo querré hacer mejor delante de
ella. Es mejor que de momento no venga. No quiero que sea testigo de lo
inmensamente torpe e ignorante que soy.
Y aquí lo dejo por hoy.
Por amor se hacen muchas cosas, a veces ilógicas. Nonos paramos a pensar con detenimiento y nos podemos equivocar, a veces de forma irrevocable. En esta entrada podemos leer entre líneas, está claro que Artemisa no se arrepiente de haber dado estos pasos para recuperar a Agnes, pero sabe que se precipitó tomando decisiones que necesitaban más tiempo de reflexión. Al menos tiene una idea en mente, estoy deseando saber de que se trata. Yo creo que no debe tener tanto miedo de contarle a Agnes la verdad. Estoy seguro que la apoyará, que la entenderá. Juntas, pueden superar cualquier bache, aunque no sea del todo fácil. Para colmo, se siente culpable por la muerte de Lúa, ¡ella no tiene la culpa de nada! Al contrario, fue un apoyo en esos duros momentos para Agnes y yo creo que un consuelo para Lúa, pues sabía que Agnes no estaría sola.
ResponderEliminarDe nuevo aparece Damián y su coche jajajaja. Es como Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, pues él es Damián y su coche jajajaja. Tiene paciencia con Artemisa, menos mal, la pobre es torpe al volante (la entiendo taaaan bien) y le cuesta. Artemisa se da cuenta del amor de Agnes por Galicia, con cada visita a la ladea y a su madre. Siente algo de envidia sana, por no haber podido vivir eso con su madre, pero feliz por Agnes y por poder disfrutar de todo esto como una más. Hasta la madre de Lúa la trata con normalidad, no siente nada malo hacia ella. A ver que ocurre a continuación, me intriga saber que propone Artemisa a Agnes como trabajo alternativo a la enseñanza. ¡Estás que te sales Ntoch!
Ay madre, que Artemisa renunció a su plaza y no puede pedir traslado... vaya bombazo. Ahora, en mi opinión se equivoca por completo al pensar que Agnes le va a echar una regañina por ello, si acaso una de esas de mentirijillas, como cuando te hacen un regalo inesperado y dices "ay, ¿para qué me compras nada?", pues así. Porque se trata de un acto de amor, ella hizo recuento de sus prioridades, y recuperar a Agnes estaba muy por encima de cualquier otra cosa, así que renunciar a un puesto fijo no solo parecía razonable sino que, además, lo era. Otra cosa es que esto tiene consecuencias, y ahora se tendrá que poner las pilas para encontrar algo, que me da a mí que con el sueldo de Agnes van demasiado justas, por suerte Orense no es Barcelona a la hora de pagar cosas, pero de todos modos son dos personas viviendo con un sueldo, y seguro que en la cafetería no le pagan ninguna barbaridad.
ResponderEliminarResulta interesante cómo este secreto, esta verdad no compartida, lo tiñe todo y hace que una misma experiencia tenga un sentido distinto, en este caso Artemisa claramente tiene miedo de la posible reacción de Agnes... es un poco como lo del coche, prefiere que no monte en el coche para que no sepa cómo lo hace y por tanto no pueda juzgarla ni condenarla... en el caso del coche aún se entiende porque quizá con el paso del tiempo Artemisa conduzca con más soltura, pero en cambio para el asunto del imposible traslado el tiempo va en su contra, al final Agnes le hará este pregunta: ¿por qué no me lo has dicho desde el principio? Y la respuesta será más embarazosa cada vez... Así que tengo ganas de ver cómo se resuelve esto, yo creo que no va a pasar nada pero... como escribes tú la historia pues eso, que no las tengo nada conmigo. Voy por otro capítulo...