Martes, 16 de julio de 2019
Hace un año que Agnes
volvió aquí a Ourense dejando todo lo que teníamos, propiciando el derrumbe de
aquella vida que tanto nos había costado construir, en la que yo tan feliz era,
removiendo nuestro mundo hasta agrietar el suelo de nuestra existencia. Eso es
lo que yo sentí entonces, cuando ella se marchó aquella mañana de lunes
sonriéndome esperanzada con lágrimas en los ojos, cuando se despidió de mí
creyendo que yo iría tras ella en cuanto pudiese, ignorando que lo único que
deseaba era retenerla a mi lado para que no se fuese. Incluso la habría
encadenado a mí para que nada nos separase. Sabía que, en cuanto ella saliese
por la puerta de nuestro hogar, nuestra existencia empezaría a temblar y para
nada me equivoqué. No obstante, si yo hubiese conocido mejor el pasado de
Agnes, jamás habría permitido que se fuese, le habría suplicado que no me
abandonase, que no me dejase sola. Habría estado completa e irrevocablemente
convencida de que ella no anhelaba volver a su tierra sólo por sentirse incapaz
de vivir lejos de Galicia, sino porque deseaba reencontrarse con Lúa;
supuestamente el amor de su adolescencia, pero yo estoy empezando a pensar que,
posiblemente, sea el amor de su vida, así de claro. No niego que me ame, no
dudo de que yo para ella sea el amor verdadero; pero por Lúa siente algo que va
más allá de la muerte. Hay algo en su corazón que no se aquieta, ni siquiera
cuando estamos juntas. Tengo la impresión de que la recuerda a todas horas, que
cualquier cosa le trae su recuerdo, que no deja de pensar en ella, que la tiene
presente siempre; mas también tengo que reconocer que, cuando estamos realmente
juntas, parece no existir nada más que yo para ella, sólo yo y nuestro amor.
Yo ignoraba
prácticamente todo lo que Agnes había vivido en su infancia y en su
adolescencia. No conocía ni el dos por ciento de sus recuerdos. Si en aquel
entonces los hubiese conocido, mis celos habrían acabado siendo tan
destructivos que incluso me habrían enfermado más de lo que ya me enfermaron,
porque los celos que me atacaron el año pasado me enfermaron, está claro, me
lanzaron a una depresión que estuvo a punto de deshacer mi vida para siempre.
No soportaba la idea de que Agnes amase a Lúa, de que Lúa quisiese tanto a
Agnes. Aquella realidad era mucho más fuerte que yo, me aplastaba y me
desvanecía, me hacía un daño que no se puede describir con palabras. Cuando
Agnes y Lúa empezaron a estar juntas, yo creí que me moría, sentí que me
arrancaban el alma, que perforaban mi interior con un taladro hasta dejarme
vacía. Yo no puedo vivir sin Agnes, no puedo. Si ahora ella me dejase por
cualquier motivo... no sé lo que haría, pero seguir viviendo sé que no. Igual
que Agnes se enferma si la alejan de Galicia, si no puede respirar ni ser feliz
lejos de su tierra, yo también me enfermo y me deshago si estoy lejos de Agnes.
Ella me completa. Yo soy algo incompleto sin ella, una persona no del todo
humana. Me convierto en un objeto absurdo sin ella. Ella es el templo donde
puedo adorar la grandeza de la vida. Y me duele muchísimo recordar esos meses
que pasamos separadas, esos meses tan horribles. No hablo sólo de los meses que
ella estuvo con Lúa siendo su pareja, sino también del mes de julio y agosto
del año pasado. Ella estaba conmigo, pero no lo estaba del todo. Y yo no sé qué
habría hecho si hubiese sabido que Lúa y Agnes se querían desde hacía años, si
hubiese conocido lo que había ocurrido entre las dos. Todavía ignoro muchísimos
de los momentos que vivieron juntas, pero sé lo esencial. Sé que se gustaron
siempre, que Agnes siempre estuvo enamorada de ella y que para Lúa Agnes era el
amor de su vida. Sé eso, y no sé si necesito saber nada más.
Agnes me ha dejado
leer el diario que escribió ella cuando era niña y es que no necesito
preguntarle nada. Hay otro diario que no me ha mostrado, que pertenece a los
años que pasó lejos de su tierra y a los meses previos a que la arrancasen de
su hogar. Dice que me lo enseñará con el tiempo. Sé que no quiere que lo lea
porque es plenamente consciente de que me afectará muchísimo todo lo que allí
ella escribió. No puedo evitar preguntarme cuántos secretos guarda Agnes,
cuántas cosas me quedan por descubrir de ella. Me duele saber que vivió mucho
más de lo que jamás me reveló, pero tengo que darle tiempo, tal vez. A ella
siempre le ha costado muchísimo hablar de su propia vida, de su pasado... pero
yo soy el amor de su vida, o eso creo, eso quiero creer. Tengo derecho a
conocer lo que ha vivido, tengo derecho a conocer sus recuerdos. Ella lo sabe
todo de mí. Le he hablado de mi infancia y de mi adolescencia durante horas. No
creo que me quede nada por explicarle, pero ella es un pozo de secretos, no es
del todo clara nunca. Cuando me cuenta algo, tengo la sensación de que no está
siendo del todo sincera, de que me oculta lo esencial de lo que me cuenta. Le
hago preguntas para intentar que me revele lo que omite, pero nunca lo consigo.
Es cierto que nada de
eso afecta a nuestro presente porque lo que debe importarme es que ella está
bien, es feliz, plenamente feliz. Es verdad que acordarse de Lúa la entristece,
pero hasta eso es bonito porque se trata de una tristeza que la incita a
rebuscar en sus recuerdos, a sacar a la luz sus escritos más antiguos, a volver
presente también el pasado de Lúa, y a mí eso me parece muy bonito. No me gusta
que los recuerdos y el pasado de las personas mueran. Y, sinceramente, después
de leer algunos fragmentos del diario que Lúa escribía cuando era adolescente,
tengo que reconocer que no siento ya por ella el rencor y la rabia que siempre
me inspiró. Incluso me siento profundamente identificada con lo que ella
sentía. Yo también experimenté ese rechazo del que ella tanto habla, yo también
me agobiaba por saberme diferente al resto, contraria a lo que todos esperaban
que fuese, sobre todo mi madre. Yo también perdí a mi padre muy pronto. A mí
también me faltó la figura de un padre desde muy niña. Ella tampoco la tuvo. Yo
también descubrí mi sexualidad muy joven, yo también me horroricé cuando
entendí lo que me ocurría... No puedo odiar a Lúa, no puedo, porque la entiendo,
porque me veo reflejada en ella, porque puedo experimentar sus sentimientos
como si fuesen míos, porque a ella la fascinaba Agnes, como a mí, porque ella
estaba enamorada de Agnes y, cuando habla de ella, parece que verbalice o
escriba mis sentimientos y mis pensamientos. No puedo odiarla porque, en muchos
aspectos, éramos exactamente iguales.
Mas Lúa no es lo
único que me resulta inquietante, que me afecta, que me tiene preocupada. Han
ocurrido algunas cosas que me parecen señales, avisos de que Agnes no está tan
bien como piensa. Ella está totalmente convencida de que es feliz, de que puede
llevar adelante todo lo que tiene en su vida, que puede cargar con todas las
cosas que hace, que puede aguantar sin descansar desde la mañana hasta la
noche, pero yo no estoy tan segura de que todo esto no le pase factura. Yo la
veo muy acelerada y frágil. Ayer intenté recomendarle que parase un poco, que
descansase, pero ella me pidió que no me preocupase por ella, me dijo que
estaba bien, que, sí, estaba cansada, pero no desanimada ni nada, que no
necesitaba detenerse. Ella nunca tiene horas muertas en su vida. Llega del
trabajo, hace la compra e incluso la cena y después o va a ensayar con los
grupos en los que está o se reúne con la gente del BNG. También, muchas tardes,
va a dar larguísimos paseos con Laila, de quien no se separa nunca haga lo que
haga, y llega cuando ya el cielo se cansa de brillar. Además, es ella la que
realiza la mayor parte de las tareas de la casa. Yo cocino y limpio también,
pero casi siempre es ella quien lo mantiene todo más ordenado e impecable. A mí
no me queda energía para dedicarme tanto a las tareas domésticas. Prefiero ir a
comprar o cocinar, pero hay cosas que me cuesta mucho hacer como lavar los
platos, fregar el suelo, barrer... Agnes se niega a comprar un lavavajillas.
Dice que es un gasto inútil de agua y que, a la larga, acabaríamos contaminando
todavía más el planeta. Yo soy muy ecológica, me preocupo constantemente por la
salud de la tierra, pero ella llega a extremos bastante inquietantes, y eso es
muy bueno porque tiene muy interiorizado todo lo que hay que hacer para no
contaminar, para no usar plásticos y otros materiales que tanto daño le hacen a
nuestro planeta, pero hay veces en las que yo no le doy importancia a algo y
ella luego me suelta un discurso lleno de razón y lógica que me hace pensar que
yo, pese a creer más profundamente en la Diosa en estos momentos, no tengo
tanta conciencia como ella sobre lo que nos conviene o no. No sé cómo puede
estar al tanto de esa inmensa cantidad de cosas al mismo tiempo. No se le
escapa nada. Ni siquiera ignora mis reacciones, interpreta todas mis miradas y
mis gestos casi sin esfuerzo, sin que me tenga que molestar mucho en hacerle
saber lo que pienso y siento. Está conectada conmigo de una forma sublime, está
más conectada a mí que yo conmigo misma. Está conectada a muchos temas a la vez
y nada la estresa. Yo no entiendo de dónde saca tanta energía vital, tanta
vida, tanto aliento.
Mas el sábado ocurrió
algo que me hizo pensar que su estado anímico podía cambiar rápidamente de un
momento a otro, pero de momento no ha ocurrido. Está bien, alegre y llena de
energía, pese a tener un resfriado muy agresivo que, seguramente, cogió el
sábado por culpa de lo que pasó. Estábamos comprando en el Gadis el sábado por
la tarde cuando, de forma totalmente brutal, empezó a diluviar en Ourense.
Comenzó a llover tanto que, en un momento, se inundaron las calles y algunos
recintos. El Gadis en el que estábamos se llenó de agua instantáneamente.
Empezó a entrar agua y más agua. Estábamos comprando cuando de pronto oímos un
estruendo ininterrumpido que se acrecía con el paso de los segundos. Agnes se
quedó mirándome sorprendida, sin comprender nada. Miramos hacia afuera, que
estábamos cerca de la puerta, y enseguida entendimos lo que estaba sucediendo.
Estaba cayendo la peor tormenta que he visto en mi vida. Nunca he visto llover
de esa forma, al menos que yo recuerde, y en Galicia he visto llover ya
incontables veces, menos que Agnes, claro, porque ella ha visto tormentas
agresivas como la del sábado muchas veces, pero me dijo que nunca había
presenciado un diluvio así. Al principio, pensábamos que aquella tormenta
amainaría enseguida, pero los minutos pasaban y pasaban sin que nada se
calmase. El Gadis cada vez estaba más inundado, se fue la luz, no dejaban de
caer rayos y de sonar truenos que parecían agrietar el cielo... y por las
calles discurrían ríos. El agua bajaba agresiva, llenándolo todo, del cielo
parecían caer cubos de agua, directamente. Agnes se puso pálida, dejó la compra
abandonada en un pasillo, me cogió con fuerza de la mano y me arrastró al
exterior. Yo no sé qué se le pasó por la cabeza en esos momentos. Tampoco sé
qué habría sido mejor hacer entonces. Sólo me dejé llevar por Agnes, creyendo
que ella me llevaría a algún sitio en el que pudiésemos estar fuera del alcance
del agua, pero, no, en absoluto. Me llevó a la calle, directamente, a la calle,
con la que estaba cayendo. Yo no daba crédito a lo que ocurría, pero me dejé
llevar, reitero, porque no sabía cómo teníamos que reaccionar. No obstante,
Agnes estaba fuera de sí. Yo creía que ella tenía plena consciencia de lo que
debíamos hacer, pero de repente me di cuenta de que no reaccionaba, de que lo
único que deseaba era correr bajo el diluvio, atravesando las calles inundadas,
corriendo hacia casa. Yo también anhelaba llegar a casa cuanto antes, pero
empecé a sentir mucho miedo al notarme irrevocablemente empapada por la lluvia,
al sentir que casi no podíamos caminar porque el agua nos lo impedía (el agua
nos llegaba prácticamente a las rodillas), al no dejar de ver cómo los rayos lo
iluminaban todo, al oír cómo el cielo se despedazaba. Parecía una pesadilla. Le
pedí a Agnes que nos detuviésemos donde fuese, pero que nos detuviésemos, pero
ella no me contestaba, ni siquiera me miraba. Me había tomado de la mano con
una fuerza creciente y me arrastraba por las calles, sin fijarse prácticamente
en su entorno. Yo la obligué a detenerse cogiéndola del brazo y mirándola con
urgencia, pero ella me dijo hablando rápidamente y muy asustada que no podíamos
detenernos, que teníamos que ampararnos de ellos, que nos perseguían, que la
lluvia les daría ventaja, que no podíamos fiarnos de nada ni de nadie, que
debíamos resguardarnos cuanto antes de la lluvia y de ellos. No sé de quién me
hablaba, pero no dudaba de que la atacaba en esos momentos un recuerdo de
alguna de sus vidas pasadas. Recordaba sin querer ni preverlo un momento en el
que, juntas, habíamos tenido que huir de aquellas personas que no entendían
nuestro amor. Sin embargo, saber aquello no me calmaba. Yo quería y necesitaba
que Agnes volviese en sí, que estuviese plenamente a mi lado. Nuestra casa
estaba a más de diez minutos caminando y no me sentía capaz de correr bajo
aquel diluvio hasta nuestro portal; mas parecía que Agnes no deseaba nada más
que llegar a casa cuanto antes. Volvió a apretarme la mano y a tirar de mí sin
importarle que cada vez estuviésemos más empapadas ni que corriésemos peligro.
Podía caernos un rayo o tener algún accidente al cruzar alguna calle, podía
pillarnos algún coche descontrolado por el agua, podía ocurrirnos cualquier
cosa; pero, evidentemente y por suerte, no nos pasó nada. Sólo llegamos
empapadísimas a casa, peor que si nos hubiésemos tirado al Miño; el que, por
cierto, también se desbordó. Yo jamás he visto llover así en Ourense... y
tampoco había pasado tanto miedo por culpa de una tormenta que parecía
interminable. No obstante, al cabo de una hora aproximadamente, empezó a
amainar. La tormenta se convirtió en lluvia y todo fue serenándose con el paso
de los minutos, pero había muchas calles y bajos inundados, se inundaron
también unos túneles situados a la entrada de la ciudad, se cayeron muchos
árboles... Fue un desastre, un horrible desastre, y, mientras la tormenta no
pasaba, Agnes no me dirigió ni una sola palabra. Nos duchamos y nos cambiamos,
pero ella estuvo ausente durante mucho tiempo. Cuando nos hubimos secado el
pelo (sin secador porque no había luz) y puesto ropa seca y limpia, se sentó en
el sofá y permaneció mirando por la ventana sin moverse, sin decir nada,
ausente, ida, con los ojos entornados. Yo le hablaba y ella asentía o negaba,
pero era incapaz de hablar. No sé si lo que le ocurría era que estaba
profundamente impresionada o que no había vuelto de sus recuerdos, pero fui incapaz
de conseguir que volviese. Cuando lo hizo, me confesó que lo único que le
apetecía era permanecer en casa. No quería ir a ninguna parte. Esa noche,
habíamos quedado con Silvia y sus amigas para cenar en su casa, pero cancelamos
la quedada. Fui yo quien llamó a Silvia para decirle que no iríamos a cenar
porque Agnes no se encontraba bien, pero Silvia supo que no queríamos ir por la
tormenta que había caído, que había dejado Ourense hecha un desastre: calles
convertidas en ríos, árboles caídos, inundaciones, no teníamos luz... No
tuvimos luz durante unas horas y no dejaban de resonar los truenos. No hacía
falta ocultar nada. Silvia estaba de acuerdo conmigo en que lo mejor sería que
no saliésemos. Puede que parezca una tontería, pero aquella tormenta que cayó
el sábado no lo era para nada. No lo era. Y Agnes estuvo muy ausente durante
horas. Cuando volvió, ya me hablaba, pero de una forma muy escueta, con frases
cortas y poco precisas. Cenamos en silencio, sin casi decir nada, pero yo no la
presionaba. Yo esperaba a que fuese ella quien hablase, no la agobié con
preguntas innecesarias. Conozco a Agnes lo suficiente para saber cuándo hay que
hablarle y cuándo hay que dejarla tranquila y el sábado había que dejarla
tranquila.
Mas no podía ni puedo
quitarme de la cabeza el recuerdo de esos momentos delirantes en los que ella
sólo ansiaba correr bajo y a través de la lluvia sin que nada ni nadie pudiese
detenerla, ni siquiera mi pánico. Es cierto que casi no habríamos podido
refugiarnos en ningún sitio, pues todos los comercios y bajos estaban
inundándose, pero correr por la calle cuando diluviaba de esa manera no me
parecía una solución eficiente. Fue una pesadilla. Yo creía que me despertaría
en cualquier momento, pero notaba demasiado potente la realidad rodeándome. No
era un sueño. Era verdad. Todo aquello era verdad y yo creía que Agnes había
perdido la cabeza definitivamente, pero fue algo momentáneo, aunque, realmente,
estuvo más de tres horas ausente. Al día siguiente, me confesó que le había
impresionado muchísimo lo que había ocurrido, pero no me habló de los recuerdos
que su memoria había recuperado. Tampoco le he preguntado nada sobre eso porque
no quiero agobiarla y tampoco quiero revivir ese momento que le afectó tanto.
Agnes es muy compleja. No es sencillo entenderla, pero, cuando lo consigues,
sabes cómo tratarla en cada momento y ella es muy agradecida con quien la
comprende sin que casi no tenga que decir nada. Por eso estamos tan bien
juntas, porque nos entendemos a la perfección, por eso me inquieta tanto que
Lúa también la entendiese, porque yo pensaba que yo había sido la única mujer
que la había comprendido perfectamente y saber que no ha sido así, que ella amó
a otra, me duele mucho. Yo no he amado a nadie más en mi vida ni amaré a otra
persona jamás. Yo nunca me he fijado en otra persona, nunca, y no lo haré
jamás. Así de claro. Por eso me duele que en su corazón haya sitio para otra
mujer que le hizo tan feliz en tan poco tiempo; pero sé que es inútil
mortificarme con todo esto. No tiene lógica que me agobie con cosas que no
influyen en el amor que ella siente por mí.
Además, tengo que
confesar que estoy algo desmotivada. Me desmotivo al ver lo activa que está
siempre Agnes y lo cansada que me siento yo la mayor parte del día. Puede que
todavía no me haya recuperado de la anemia, pero hace mucho que no me hago
ningún análisis para comprobarlo. Además, ahora hace mucho calor en Ourense. A
Agnes no le afecta, pero a mí sí, y el calor me quita energía. A ella, no, a
ella, que no le gustó nunca el verano cuando vivíamos en Barcelona, ahora ni le
importa que estemos a más de 35 grados. Vive igual, como si nada. Me da
envidia, la verdad.
Estamos preparando ya
las vacaciones de agosto. Silvia va a cerrar la cafetería durante una semana y
luego nos cubrirá a las dos durante dos semanas más y la ayudará una amiga
suya. Entiende perfectamente que queramos compartir juntas las vacaciones. Además,
va a venir mi hermana. Yo no sé de dónde ha salido Silvia, pero es demasiado
buena y comprensiva con nosotras. A mí me cae excelentemente. Incluso entiende
que quiera abrir mi propio negocio. En septiembre, empezaré a organizarlo todo
para abrir el herbolario que quiero abrir en la Avenida Pontevedra. Es un lugar
idóneo y he encontrado un local que puedo comprar porque no cuesta mucho
dinero, ya que, más bien, es pequeño, pero yo no quiero un local enorme. Puede
que convenza a mi hermana de que venga a vivir aquí y llevemos las dos el
negocio, pero tengo que abrirlo antes para que eso sea posible.
Silvia ya le ha
propuesto a Agnes que se quede con la cafetería y Agnes le ha dicho que sí. En
septiembre cambiarán nuestras vidas y eso me mantiene ilusionada porque yo no
me veo toda la vida trabajando en una cafetería y no me imagino a Agnes siendo
mi jefa, la verdad. Iría todo bien, lo sé, pero también siento algo de miedo y me
sobrecoge esa realidad. No creo que ocurriese nada malo, pero me imagino que
Agnes tendría que ser algo más severa y exigente conmigo. Yo soy la que más se
equivoca en el trabajo, la que más mete la pata, a la que más se le olvidan las
cosas y la que confunde comandas, pero Agnes es muy paciente conmigo y nunca se
le ha ocurrido regañarme por nada, pero, si fuese mi jefa, es posible que eso
cambiase y yo no quiero que sea mi jefa, básicamente, porque, aunque me cueste
y me dé vergüenza reconocerlo, ya me siento inferior a su lado y sé que, si
fuese mi jefa, más inferior me sentiría. Incomprensiblemente, tengo una falta
de autoestima muy extraña que no sé si alguna vez he tenido. No me siento útil
y tampoco me encuentro bien conmigo misma. Me falta energía vital. Mi hermana
me ha dicho que, en cuanto comience a desenvolver alguna actividad que
realmente me apasione, empezaré a sentirme mucho mejor conmigo misma. Me ha
recomendado que busque algo que me motive y me haga feliz, pero yo no sé dónde
está ese algo. Enfoco mis esperanzas en la herboristería que quiero abrir aquí
en Ourense, pero, tal vez, ese negocio no me vaya bien. Tengo que estar
preparada para ello.
No estoy diciendo que
no sea feliz aquí en Ourense, pero me falta algo. Soy feliz porque tengo a
Agnes plenamente conmigo, la tengo como jamás la tuve antes, estoy con ella
como nunca estuvimos... pero me falta algo, la esencia de mí misma. Intento
acercarme más a la Diosa, pero no tengo el alma abierta para recibir su voz
como siempre la tuve. A mí no me costaba nada percibirla en mí, hablándome,
enviándome señales... Ahora es como si se me hubiese cerrado el alma. Este
estado en el que me encuentro me incita a ser demasiado sincera con Agnes y a
confesarle cosas que tendría que callarme. Ayer por la noche, Agnes tuvo que
preguntarme si estaba intentando discutir con ella y me dijo que no lo
conseguiría, que ella no tenía ninguna gana de discutir. Me lo preguntó porque
yo le había confesado que aquí me sentía vacía, que ella estaba muy feliz y se
sentía muy completa, le dije que iba a hacer un año de ese día en el que ella
se marchó de nuestra casa pensando solamente en ella, buscando su propia
felicidad olvidándose de lo perfecta que era nuestra vida. Ella me contestó que
esa vida era perfecta para mí, no para ella, pero no me habló con rencor, sólo
con asombro. Además, me dijo que, si yo no estaba a gusto aquí, tenía plena
libertad para irme, que yo estaba aquí porque así lo había deseado, que ella
entendería que quisiese volver a Cataluña si tanto añoraba ese lugar y la vida
que allí tenía, pero Agnes me decía todo eso sabiendo perfectamente que yo
jamás me iría, sabiendo que aquella vida era perfecta cuando ella y yo
estábamos juntas allí. Sé que decirme todo eso le dolía en el corazón, pero
hacía un esfuerzo por ocultármelo porque sé que en esos momentos lo que más le
interesaba era hacerme sentir que ella me entendía, pero Agnes nunca podría
superar que yo me fuese. El problema que tengo es solamente mío. Ella no tiene
la culpa de que me sienta poco realizada conmigo misma. Sé que es una época de
crisis que pasará. Yo no digo que esté mal aquí. Ourense es muy tranquila y
bonita, me gusta mucho ir a la aldea, me siento a gusto aquí... pero no acabo
de ser yo misma.
Y, si Lúa siguiese
viva, posiblemente yo ni siquiera estaría viva porque vivir sin Agnes habría
acabado matándome. Agnes me dice que está segura de que ella y yo habríamos
vuelto tarde o temprano porque, cuando yo vine a buscarla aquí a Ourense, ella
empezaba a tener dudas; pero ninguna de las dos conoce realmente lo que habría
ocurrido. Es muy probable que esas dudas no hubiesen sido lo suficientemente
fuertes para incitarla a dejar a Lúa y volver conmigo.
Mi hermana, por
cierto, el domingo, en un momento en el que empecé a desahogarme con ella, me
pidió que no desconfiase de Agnes. Me dijo que Agnes me amaba de verdad, que,
si no me amase, no estaría conmigo, que ella sabe que Agnes es leal y sincera y
no estaría conmigo si no sintiese nada por mí. Me instó a recordar lo que
ocurrió cuando quiso estar con Lúa y también esos días en los que quería volver
conmigo, pero no se sentía capaz de hacerlo por notar la muerte de Lúa
demasiado reciente. Ella podría haber vuelto conmigo enseguida, pero no lo hizo
porque, ante todo, ella siempre actúa guiada por su alma. Y mi hermana tiene
razón. Es una de las pocas veces en las que ha defendido tan hermosamente a
Agnes ante mis heridos sentimientos.
Me hiere que hubiese
otra mujer, que haya habido otra mujer, y no se trata de una mujer cualquiera,
sino de una mujer de su misma tierra, con quien siempre se entendió a la
perfección, una mujer con sus mismos gustos musicales, que habla su misma
lengua, que tiene sus mismas ideas... Hablo en presente porque me parece que
Lúa todavía está viva, está viva en ella. Sé que estos sentimientos son
absurdos, pero no puedo luchar contra ellos.
Cuando nos reunimos
todas las amigas de Silvia, Agnes y yo (cuando yo me digno ir), noto que entre
todas hay una complicidad profundísima porque hablan la misma lengua o, si no,
al menos tienen el mismo acento, tienen recuerdos parecidos, tienen un bagaje
cultural también semejante, son de la misma cultura... Es cierto que el Bierzo
también tiene muchas cosas gallegas, pero yo no crecí con ellas porque el
pueblo donde nací estaba más bien lejos de Galicia, pero me siento lejos de
ellas y me quedo callada porque no sé qué aportar... pero ellas son muy atentas
e incluso me llevo íntimamente bien con alguna de ellas, pero no sé, no puedo
ser yo totalmente, y para ellas quien merece más la pena es Agnes, es con Agnes
con quien hablan más profundamente, es con Agnes con quien se ríen, con quien cantan,
a quien le piden que toque, cante y baile... A todo esto, a Agnes no dejan de
invitarla a eventos musicales, a fiestas, aunque sean privadas, a ella y al
resto de Iauga, pero las invitan porque es Agnes quien fascina. Y es que es
genial, es un dechado de virtudes. Qué forma de bailar tiene, tan llena de
vida, tan hipnótica. Incluso creo que es capaz de hipnotizar a los animales con
sus movimientos. Lo he visto en Laila, quien se queda mirándola fijamente en
vez de saltar hacia ella cuando baila. Y parece que no tiene fin su energía, su
vida. Baila y baila mientras toca o canta, brillándole siempre mucho los ojos.
Y su voz es tan bonita, tan dulce y a la vez potente que creo que es capaz de
amansar a la fiera más terrible. Y su manera de tocar es tan perfecta... yo
adoro mirarla, me quedo embelesada viéndola bailar, oyéndola tocar y cantar,
pero también he de reconocer que me siento pequeña ante tanto talento.
Y creo que dejaré de
escribir porque me deprimo confesando mis pensamientos.
Artemisa piensa que Lúa es el amor de su vida, no ella. Que la ama, pero con Lúa es un amor más allá de la vida, traspasando la muerte y la distancia. Son amores distintos, pero Artemisa no puede olvidar todo esto al ver a Agnes pensando en ella, echándola de menos. Da gracias no haber conocido todo esto antes, habría estado mucho más celosa, aunque por otra parte no entiende que Agnes todavía sea una caja de sorpresas, pues le cuenta su pasado a cuenta gotas, ocultando muchas cosas. Artemisa se lo cuenta todo, pero lo que ella no entiende (o entiende pero no cae), es que Agnes es mucho más compleja que ella y necesita su tiempo. Aunque es comprensible que le sorprenda que en todos estos años jamás haya hablado de Lúa ni de muchas otras cosas que ahora salen a la luz, aunque no por no contarlo, si no por no confiarle todas esas cosas siendo su pareja. Es muy fuerte cuando dice que si Agnes la deja, no podrá seguir viviendo. Creo que Artemisa está entrando en una depresión o algo parecido, tiene pensamientos muy negativos. En vez de alegrarse por lo bien que van las cosas y lo feliz que es Agnes, se pone a discutir y a sacar trapos sucios y viejos, muy viejos. La frase “Me convierto en un objeto absurdo sin ella” es fuertísimo, ¡un objeto absurdo! Jajaja. Lo bueno es que no siente rencor por Lúa y se siente identificada con ella, aunque le duele que en el corazón de Agnes haya sitio para otra mujer, aunque esta esté muerta.
ResponderEliminarVe a Agnes acelerada y frágil, y la verdad es que lo que cuenta de la tormenta es preocupante. Es muy fuerte, que desconectara de esa forma y que saliesen corriendo bajo la tormenta, con lo peligroso que era y empapándose. Parece ser que recordó otra vida, que la invadieron otros recuerdos y se asustó. Artemisa la conoce y no la quiso agobiar con el tema, pero se preocupó.
Espero que Artemisa deje atrás todos esos celos ridículos y olvide el pasado. No está bien recriminarle nada ahora, decidió ir a Galicia, estar con ella y todo se solucionó en su momento. Los celos por Lúa y la vida activa de Agnes no la dejan ver la realidad.
Al menos no todo es malo, hay cosas muy positivas. Abrirá en sepriembre un herbolario y es posible que su hermana se quede, sería genial. Ya tiene hasta local. Por otra parte, Agnes se quedará con la cafetería, dos grandes negocios que espero les haga felices. Eso sí, Artemisa no quiere que Agnes sea su jefa, se siente inferior. Algo raro le pasa, quizás depresión o algún problema que desconocemos. Me preocupa más ella que Agnes. Está muy rara. Siente que ha perdido algo, una esencia de si misma, y no consigue acercarse más a la Diosa...
Agnes le dijo cosas fuertes, como que se puede ir si quiere, pero son cosas que se dicen cuando te atacan. Está desbordada de celos, miedos e inseguridades...tendría que empezar a pensar seriamente en acudir a un especialista...
A ver que ocurre a continuación, si sigue así, al final habrá pelea, por poco que a Agnes le apetezca discutir...
No se siente integrada celos