Martes, 23 de julio de 2019
El domingo por la
noche, justo antes de irnos a dormir, metí profundamente la pata con Agnes. La
metí sin pensarlo. Le vomité encima toda mi amargura, mis celos, mi rabia y mi
frustración justo cuando ella estaba intentando ayudarme, justo en ese momento
en el que le podría haber confesado por qué me encontraba tan mal en lugar de
echarle en cara todo lo que le eché en cara, en lugar de acusarla de todo eso
que ahora ya no tiene sentido. Ahora estoy muchísimo peor. Me encuentro mucho
peor que antes de ese momento. Agnes me ha asegurado ya muchas veces que no me
tiene que perdonar nada y que no me guarda ningún rencor. Incluso, ese día,
justo antes de dormirse, estuvo preguntándome qué me ocurría, me preguntó si me
agobiaba trabajar en la cafetería (yo le dije que sí) y me animó a que
estuviese bien, me dijo, incluso, que no tenía ninguna obligación de trabajar
en la cafetería y que podía empezar ya a luchar por abrir esa herboristería que
quiero abrir. Parecía estar todo bien. Agnes parecía haberse repuesto del
impacto que le produjeron mis palabras e incluso fue muy cariñosa conmigo con
tal de calmarme, pues yo le pedí miles de veces que me perdonase, que
arreglásemos lo que estaba ocurriendo. No obstante, Agnes no está igual conmigo
desde entonces. Está seria, no me habla apenas, sólo para lo justo y necesario.
No es cortante conmigo. Me habla bien, pero poco, y no ha dejado de ser
cariñosa conmigo. Me sigue tratando bien, me sonríe, pero le pasa algo conmigo.
es comprensible que esté ofendida conmigo después de todo lo que le dije el
domingo.
Ella me preguntaba
por qué estaba tan deprimida, qué me preocupaba, por qué tenía ese complejo de
inferioridad tan grave. Yo, en lugar de confesarle lo que me ocurre con calma,
le dije todo esto: “la única culpable de mi complejo de inferioridad eres tú”.
Cuando Agnes oyó esas palabras, se me quedó mirando como si no me comprendiese,
a punto de empalidecer, con los ojos llenos de asombro e incluso miedo. Sí,
había miedo en sus ojos. Tenía en las manos un montón de ropa doblada que
estuvo a punto de dejar caer al suelo, pero no perdió la calma en ningún
momento. Me preguntó: “que queres dicir, Artemisiña?” Y yo, en lugar de
recular, de darme cuenta de que estaba metiendo la pata, me dejé llevar por
toda la frustración que me llenaba el alma y le solté: “tú eres la que me causa
este complejo de inferioridad no dejando de hablar de Lúa, de recordarla, de
evocar su recuerdo”. Ahora tengo que reconocer que Agnes no me habla tanto de
Lúa como la acusé en ese momento. Sí me habla de ella, pero muy de vez en
cuando. Soy yo la que le pregunta cosas sobre su pasado, quien insiste en leer
el diario de Lúa y el que Agnes escribía cuando era niña, soy yo la que le
pregunta si sigue triste por la muerte de Lúa, quien le hace comprender que la
entiendo por no haber superado su muerte todavía. Agnes casi no me hablaba de
Lúa estos días. No obstante, en esos momentos, yo no pensé en nada de eso. Le
dije: “me haces sentir poca cosa a tu lado porque no compartimos prácticamente
nada, porque te pasas el día haciendo cosas fuera de casa y, cuando estás aquí,
te dedicas a hacer mil cosas que no compartes conmigo”. Agnes me contestó:
“Artemisiña, yo no dejo de intentar compartir mis cosas contigo. Te animo a que
salgamos juntas a alguna foliada, te animo a que toques música con nosotros, a
que caminemos juntas con Laila por la orilla del río, te invito a todos los
eventos que organizamos el BNG, cuento contigo para todo, intento,
continuamente, que no te sientas desplazada; pero eres tú la que te niegas a
todo lo que te propongo, eres tú la que dices que no sientes que aquí tienes tu
sitio, cuando nadie te aparta, cuando todos intentamos que te sientas acogida
entre nosotros, incluso la gente del BNG... No entiendo a qué viene todo esto,
Artemisa. Yo ya no sé qué hacer para conseguir que te sientas bien”.
Evidentemente, me hablaba en gallego y cada vez me hablaba más alterada. La voz
se le llenó de lágrimas y tenía los ojos vidriosos, pero no se puso a llorar en
ningún momento, ni siquiera cuando, antes de irnos a dormir, me hizo todas esas
preguntas para hacerme sentir comprendida y querida, cuando para nada me lo
merecía.
Cuando la oí decirme
todo eso, me quedé sin palabras. Me quedé en silencio, intentando dominar mis
descontroladas emociones. Todo mi ser me decía que Agnes tenía toda la razón
del mundo. Agnes tenía razón. En ningún momento ella me ha hecho sentir que no
encajo, continuamente se ha esforzado por compartir conmigo todo lo que forma
su vida. Soy yo la que está amargada, la que tiene el alma llena de celos y de
impotencia. Agnes no me ha demostrado, en ningún momento, que no me ame como
antes, que no me desee, al contrario, me trata siempre con muchísimo amor, me
escucha cuando necesito contarle algo, está pendiente de mí sin cesar. No sé
por qué estos sentimientos tan dañinos que me dominan tergiversan la realidad
de esta manera. No tiene sentido que experimente rechazo ni rabia si Agnes
continuamente crea un paraíso para mí, si me entrega un amor infinito, si
siempre se muestra comprensiva y cariñosa conmigo, si comparte conmigo su
felicidad, su euforia, su contento, su motivación, todo, lo comparte todo
conmigo.
El domingo, cuando me
dio esa respuesta, yo notaba que estábamos a punto de explotar las dos. Agnes
estaba nerviosa, pero no me lo quería demostrar y yo tenía muchísimas ganas de
llorar, pero tampoco me atrevía a llorar delante de ella después de haberle
dicho esas cosas tan horribles. Además, me sentía atrapada por mis emociones.
Quería solucionar inmediatamente mi metedura de pata, pero todavía estaba
alterada por esa rabia que me dominaba y tampoco sabía qué tenía que decir en
esos momentos porque era muy consciente de que cualquier palabra sería
insuficiente. Nos tumbamos juntas en la cama y Agnes ni siquiera me miraba, incluso
evitaba tocarme. Estaba a mi lado físicamente, pero anímicamente estaba
lejísimos de mí. Me confesó que no sabía cómo digerir lo que le acababa de
decir, que le costaba entenderlo todavía, que no podía ni creer lo que había
oído. Me dijo que, cuando vivíamos en Barcelona y yo era tan feliz, a ella no
se le había ocurrido nunca acusarme de su profundo malestar. Nunca se le había
pasado por la cabeza culparme de la enfermiza tristeza que la atacaba, al
contrario, siempre se había alegrado de que yo fuese feliz, y es cierto. Agnes
jamás me ha echado nada en cara, ni siquiera que nunca le diese la razón cuando
me insistía en que la cura a su enfermedad estaba en Galicia, ni tampoco me
acusaba de alargar su sufrimiento permaneciendo en aquella vida que teníamos.
Nunca me ha acusado de nada. Siempre ha sido paciente y comprensiva conmigo.
Agnes se encerraba en sí misma cuando no se encontraba bien, nunca buscó algún
culpable de su dolor, de su profundísima tristeza, ni siquiera ha acusado a su
madre de arrancarla de su tierra cuando tenía sobrados motivos para hacerlo.
Agnes siempre ha sido muy indulgente con todas las personas que conoce cuando,
muchas veces, fueron precisamente esas personas que conoce con las que es tan
indulgente las que más daño le han hecho en su vida y, lamentablemente, yo soy
una de esas personas que le ha hecho daño. El domingo le hice muchísimo daño,
aunque no me lo ha dicho en ningún momento con palabras. Me lo confiesa con sus
miradas apagadas, con las pocas palabras que me dirige, con sus gestos llenos
de tristeza. Noto muchísima tristeza en ella. Está triste por mí, por haberla
acusado de algo tan fuerte y lamentable. Me dijo, el domingo, antes de intentar
hacerme sentir que no estaba enfadada conmigo, que parecía que intentase derribar
a puñetazos nuestra preciosa vida, pero también me aseguró que entendía que no
dependía de mí estar tan negativa, tener tantas dificultades para apreciar las
cosas buenas que teníamos, para evitar resaltar continuamente las cosas malas
(que para ella no las había). Yo no sabía qué decirle. Lo único que se me
ocurría era pedirle que me perdonase, pero ella estaba tan ofendida que ni
siquiera aceptaba mis perdones. Me dijo que no hacía falta que le pidiese
perdón por haber sido simplemente sincera.
No dormí nada bien
esa noche, no he dormido bien esta noche, no puedo ni respirar. En la
cafetería, Agnes me trata con cariño y comprensión, pero falta algo en ella,
hay vacío en ella. Me informa de lo que va a hacer por la tarde, pero no se
molesta en preguntarme si quiero ir con ella. Esta tarde, fue con la gente del
BNG para preparar cosas para mañana. Mañana se irá a Santiago después de tocar
aquí en Ourense con Iauga y no volverá hasta el viernes por la mañana. Silvia
le ha dado un día de fiesta (el viernes) y también cerrará la cafetería el
jueves. Yo sí trabajaré el viernes, pero no me importa. Trabajando, estaré
menos pendiente de la ausencia de Agnes. Tal vez, nos venga bien estar
separadas estos dos días. Mañana, no iré a verla tocar ni cantar porque ese
concierto lo harán a las cuatro de la tarde y yo salgo de trabajar a las cinco,
que es justo cuando terminan de tocar. Luego se va a Santiago con no sé quién y
no la veré hasta el viernes por la tarde, pues no irá a trabajar y nos
reencontraremos ya por la tarde, cuando quedemos con Damián para ir a la aldea,
que ahí también van a armar una buena fiesta. No hace falta que diga que no he
conseguido todavía sacarme el carné de conducir y hace meses que no subo otra
vez al examen. Creo que me he rendido. He suspendido, por lo menos, seis veces.
Quería contar,
también, que yo no tengo ganas de ir a Santiago el jueves, aunque Anxiños me
haya insistido mucho en que vayamos. Prefiero quedarme en casa y sentir ese
deseo me da mucha rabia porque, en el fondo, sí me gustaría ir a Santiago y
disfrutar del día de la patria gallega, que en realidad es precioso, y, mañana
por la noche, en la plaza do Obradoiro, van a hacer un espectáculo precioso con
fuegos artificiales, con imágenes en 3D sobre la vida de la ciudad y, más
concretamente, las protagonistas van a ser las mujeres de Santiago de
Compostela. Agnes no podrá ir a verlo porque justamente empezará cuando
comienza su turno de voluntariado, que estará en la barra de un festival que
hace el BNG. Estará tanto el miércoles como el jueves en el festival. No me
imagino a Agnes rodeada de tanto ruido, de tanta gente, recibiendo tantos
estímulos... pero, quizás, la Agnes que no me puedo imaginar en esa situación
ya ha quedado atrás para siempre, perdida en el pasado. Ahora es otra mujer muy
distinta a la que estaba conmigo en Barcelona. Va a estar con mucha gente que
tiene sus mismos sentimientos e intereses, con quien disfrutará plenamente de
ese día tan importante para los gallegos. Yo podría estar a su lado, compartiendo
su júbilo, pero yo misma me aparto de ella porque no quiero contaminar esas
preciosas horas con mi negatividad y porque tengo el alma podrida. No entiendo
lo que me ocurre. Agnes sólo desprende energías positivas, felicidad, luz... y
yo parezco una nube que quiere cubrir su fulgor. Nunca la he visto brillar
tanto, sonreír con tanta vida, con tanto cariño. Tiene el alma totalmente
purificada. Parece no quedar ya en ella ni el menor rastro de toda esa tristeza
que tanto la destrozaba. Es otra mujer distinta, pero mantiene su esencia; esa
aura de misterio que la envuelve, que tanto atrae, que tanto incita a querer
conocerla. Sigue siendo la misma, pero llena de emociones hermosas, llena de
vida. No se parece en absoluto a la mujer a la que tanto le costaba
relacionarse con los demás, a la que tan difícil le resultaba hablar con
personas desconocidas, esa mujer que apenas sonreía. No obstante, muchas veces
me he preguntado si seguiría siendo la misma en otro lugar. Yo creo que no,
que, en cuanto saliese de Galicia, la mujer que ahora es se desvanecería.
Entonces, ¿realmente Agnes está curada? ¿Y yo estoy bien? No creo que sea
comprensible que me encuentre tan mal cuando tengo una vida tan bonita. Yo siempre
me lamenté por no tener a mi lado a Agnes bien, por detectarla siempre triste,
frágil. Ahora que la tengo, ¿por qué no puedo disfrutar plenamente de ella?
¿Por qué tengo que experimentar estas emociones tan horribles que tanto
oscurecen nuestra vida? Es verdad que Agnes amó a Lúa cuando era niña, que estuvo
el año pasado con ella compartiéndolo todo como si nunca se hubiesen separado,
que todavía le cuesta aceptar que Lúa murió y que la echa de menos más de lo
que puedo entender; pero también es cierto que Agnes me ama con toda su alma.
Tendría que quedarme con eso, y punto, pero no puedo.
Esta tarde, antes de
ponerme a escribir, he llamado a mi hermana para contarle lo que está
ocurriendo con Agnes. Cuando le expliqué lo que pasó el domingo, me dijo (lo
cito textualmente. Las palabras que van entre paréntesis son pensamientos
míos): “hermana, ¿eres tonta de remate o ensayas para serlo? Vamos a ver,
tienes a tu lado a una mujer maravillosa que te quiere de verdad, que lo daría
todo por ti (todo menos su vida en Galicia, digo yo), que realmente es un tesoro,
una persona mágica y buena de verdad, vives en un lugar bonito, estás rodeada
de gente buena y divertida, tienes trabajo, trabajas con Agnes, además, tienes
una casa preciosa que ya me gustaría a mí tenerla... Tía, ¿qué más quieres? No
te entiendo, Artemisa, de verdad que no te entiendo. Eres tonta,
definitivamente. Déjate de chorradas y disfruta de la vida de una maldita vez,
joder, que no sabes la suerte que tienes. De un día para otro, la vida se te
puede ir sin que la puedas retener y entonces sí que tendrías que lamentarte,
entonces sí tendría sentido que sintieses rabia; pero ¿ahora qué pasa? No
tenéis ningún problema grave. Yo he pasado por un cáncer, tía, un puto cáncer
(pido perdón por las palabras de mi hermana), no me he muerto y doy las gracias
todos los días por ello, por tener otra oportunidad para vivir. Yo también
estuve llena de rabia y de tristeza, pero se me pasó la tontería en cuanto la
vida me dio esa hostia, la hostia del cáncer. Déjate de mierdas, hermana, y
disfruta de tu Agnes, de tu preciosa vida. Joder, es que parece mentira que yo
tenga que estar diciéndote esto. Me da mucha rabia que estés así. Como vaya
para allá, te voy a dar una hostia que te quitará de encima, en un momento,
todas esas paranoias que tienes, tía, que pareces una lunática”.
Las palabras de mi
hermana me hicieron llorar y reír al mismo tiempo. Mi hermana es así. No se
calla ni una y le da igual que no te siente bien lo que te dice, pero, esta
vez, tenía toda la razón del mundo. Yo le confesé que necesito que venga a
vivir aquí, que quiero abrir con ella esta herboristería, y mi hermana me dijo
que estaba pensando en algo. Me dijo que se le había ocurrido trasladar su
negocio a Ourense. Me dijo que, de esa manera, no haría falta que yo tuviese
que enfrentarme desde cero a la apertura de una tienda, que, si ella trasladaba
la suya a Ourense, las dos empezaríamos juntas, pero ya no desde cero porque
podríamos seguir manteniendo muchos proveedores e incluso clientes que compran
por internet. La idea me parece preciosa. Ojalá fuese cierta.
Mi hermana está muy
ilusionada con las vacaciones que vamos a compartir en agosto. Va a venir a
Galicia y de paso aprovechará para echarle un ojo al local que yo quiero
comprar para abrir la herboristería. Sobre todo está ilusionada porque de nuevo
verá a Gabriel, que hace muchos meses que no se ven y además se necesitan
mucho, ya que ha habido bastantes momentos malos por medio. Mi hermana tiene
ahora una ilusión muy bonita. Ojalá se me contagiase y ojalá sus palabras me
hiciesen el efecto que ella desea que me hagan, pero no es tan fácil. No
podemos dominar nuestra alma y muchas veces ni siquiera somos dueños de
nuestros pensamientos.
Me gustaría saber de
dónde proviene este malestar que me impide disfrutar de la vida, que me hace
experimentar rabia cuando veo que hay personas a mi alrededor riendo y siendo
felices, que me hace pensar que yo no me merezco ser feliz ni ver cumplidos mis
sueños; aunque, ahora mismo, tampoco sé cuál sería mi sueño. Hace mucho tiempo
que no reconozco mis sentimientos, que me dejo llevar por la vida sin prestarle
atención a la voz que me revela cómo me encuentro en cada momento. Me he
centrado en hacer feliz a Agnes y me he olvidado de mí misma. Renuncié a todo
lo que tenía para estar con ella, renuncié a esa vida que tanto me había
costado construir porque prefería no tener nada y tenerla que no tenerla
estando en esa vida que, sin ella, se había vuelto muerte. Mi hermana me dijo
esta tarde que es probable que nunca me haya recuperado definitivamente de la
psicosis que me atacó cuando perdí a Agnes. Mi hermana está segura de que esa
crisis que viví fue mucho más fuerte que cualquiera otra que me hubiese atacado
antes y que me dejó secuelas que me costará olvidar. Puede que tenga razón,
pero yo he estado muy feliz viviendo aquí en Ourense. Es probable también que
haya emociones que permanezcan en silencio durante un tiempo y, de repente, un
día, alcen inesperadamente su voz, ensordeciéndote.
Es posible también
que sea Lúa la causante de estos sentimientos. Mejor dicho, el hecho de que Lúa
y Agnes se hayan amado es lo que me ha provocado todo esto, esta profundísima
crisis de autoestima. Es que hoy sólo me apetece llorar y llorar. No quiero
hablar con nadie. He hablado con mi hermana porque sabía que me haría bien
llamarla. Me ha hecho bien, pero sólo durante una media hora. Después, ese
efecto se ha marchado y de nuevo vuelvo a estar hundida en una desesperación
extrañísima. Es que, incomprensiblemente, me ha dado por pensar que Agnes no
estaría conmigo si Lúa siguiese viva. Es posible que hubiese acabado dejándola
para estar conmigo, pero habría vuelto con ella en cuanto se hubiese dado
cuenta de que conmigo apenas podía compartir todo eso que con Lúa sí podía
compartir, en cuanto hubiese notado que estar con Lúa la llenaba mucho más que
estar conmigo porque, ahora mismo, si he de ser sincera, no tengo nada que me
haga especial. Antes, al menos, podía gozar de mis creencias, celebraba
rituales, tenía creencias muy bonitas que me volvían mística. Ahora, no sé
dónde queda todo eso, sinceramente. No sé dónde terminará todo esto, no sé
dónde está mi calma. Sólo espero que vivir estas próximas vacaciones con mi
hermana y con Agnes me ayude a recuperar todo lo que se me ha apagado por
dentro. Quiero ser feliz con Agnes. Yo no quiero estar así con ella y sé que
ella tampoco quiere que estemos así. También pienso que estos días que va a
pasar fuera de casa le van a servir para despejarse de mí y ese pensamiento me
hace daño. Tengo la sensación de que yo soy lo único negativo de su vida,
cuando precisamente yo tendría que ser lo más positivo, pero sé que hay muchas
personas que le dan más energía positiva que yo, pero yo no puedo luchar contra
este desánimo, no puedo. Tengo que reconocer que, cuando voy a la aldea o paseo
por Ourense, este malestar se atenúa porque, sí, Ourense me gusta muchísimo. Si
este lugar no me gustase, hace tiempo que me habría marchado, pero es realmente
maravilloso. El problema sólo lo tengo yo. Agnes me animó a que buscase ayuda
profesional. Quizás lo haga al volver de vacaciones. Y aquí lo dejo por hoy.
ResponderEliminarTira un plato al suelo.
Ya.
¿Se ha roto?
Sí.
Pídele perdón.
Perdón.
Pero sigue roto.
Es una tontería, pero me he acordado de eso mientras leía la entrada. Sí, puedes pedir perdón y te perdonan, pero lo has roto, y eso no es tan fácil de arreglar. Decir las cosas tal cual te pasan por la cabeza nunca ha sido una buena idea. Artemisa se ha dejado llevar por los celos, la envidia pero sobretodo por el miedo. Creo que tiene miedo a peder a Agnes, pues ella tiene ahora una vida completa, rodeada de gente y haciendo muchas actividades. Es la misma Agnes, pero sin enfermedad. Quizás Artemisa se enamorase de la Agnes enferma, y esta nuevo Agnes no vista hasta ahora, la asusta, pues teme que se vaya a escapar para siempre, volando entre conciertos de panderetas, quedadas con el partido político y toda esa gente que la rodea.
Ha sido injusta con ella, muy impulsiva, esas palabras tan hirientes le han debido doler en el alma y no entiendo que no le haya pedido perdón inmediatamente y se haya ido con ella al concierto, pasando de la cafetería, pues Agnes es más importante. Es importante para Agnes que Artemisa sea feliz y compartir juntas las experiencias de la vida, esto se lo pone difícil y no lo termina de entender. Quizás Casandra tenga razón, que sean las secuelas de lo que vivió, de aquel trauma que le sigue pasando factura. Espero que cumpla y vaya a un especialista, necesita ayuda urgente. Las palabras de su hermana han sido cristalinas, más claras imposible. Espero que recapacite, que cambie y empiece a vivir la vida, dejándose de excusas baratas, que si Lúa, que si ya no estoy en Barcelona...La idea de que Casandra traspase el negocio a Ourense me parece una idea genial, yo creo que le ayudaría a centrarse y de paso, Casandra podía reencontrarse con Gabriel. Una entrada complicada, con una Artemisa perdida. Creo que Casandra es su brújula que la ayudará a reencontrarse y poder librarse de sus miedos. ¡Está genial la entrada, Ntooch!