domingo, 2 de octubre de 2016

EL FUEGO DE HÉCATE: CAPÍTULO 3 - EL APRENDIZAJE


3

 

El aprendizaje

 

Gaya se convirtió en una apreciada maestra para Mila. Además de transmitirle muchos conocimientos místicos y espirituales, le enseñó a distinguir las plantas que crecían en aquellas preciosas tierras. Le mostró sus propiedades, la advirtió de que algunas podían llegar a ser venenosas y también la adoctrinó acerca de cómo usarlas en diferentes casos. Aquellas lecciones duraron más de un año, puesto que cada estación tenía sus características y todas daban plantas distintas a las que podía sacárseles un provecho infinito; aunque Gaya le advirtió de que nunca debía cerrar las puertas del conocimiento, pues la sabiduría era algo que jamás se alcanzaba plenamente y la naturaleza siempre sería un misterio inquebrantable.

Así pues, el tiempo se volvió otro maestro para Mila. Cada nuevo día era una lección distinta llena de sabiduría y detalles importantes que Mila memorizaba con placer e interés. Aquel período también la ayudó a descubrir quién era, a conocerse plenamente y a conectar con la naturaleza como nunca lo había hecho antes. Gracias a Gaya, aprendió a vivir a merced de los cambios de estación, a diferenciar cada solsticio y cada equinoccio, a comprender a la Madre en cada fase de la Luna y a encontrarla en cada piedra, en cada hoja, en cada tallo de hierba, en cada amanecer, en cada noche, en el sonido del viento, en el murmullo del agua, en la dureza de la tierra y en el aliento ígneo del fuego.

     Antes de conocer nuestras festividades, que son uno de los aspectos más importantes de nuestra religión, debes aceptar que la divinidad es dual, es decir, es femenina y masculina, y que de la relación que existe entre los dos, entre el Sol y la Tierra, nace el cambio de las estaciones, dependen muchos factores naturales. El Dios y la Diosa son consortes, pero también madre e hijo, pues Ella lo alumbra en Yule; el solsticio de invierno. El Dios se halla en el sol, en los bosques más inhóspitos, en los animales salvajes... La Diosa está en todas partes, también: en la luna, el mar, la tierra, los ríos, los árboles... Nosotros los amamos a los dos como parte del alma de la naturaleza.

     Sí, lo entiendo.

     Nuestro calendario se rige precisamente por la relación entre el Dios y la Diosa. Tenemos veintiuna festividades anuales; ocho Sabbats y trece Esbats. Los Sabbats son celebraciones relacionadas con las estaciones, y los Esbats, con la Luna llena —le explicó Gaya con paciencia—. Para nosotros es muy importante cada solsticio, cada equinoccio y cada plenilunio. Además, el año finaliza el treinta y uno de octubre, cuando festejamos Samhain, y empieza el uno de noviembre.

     ¿Y en qué consisten esos ocho Sabbats? —le preguntó Mila muy interesada.

     Todos tienen sus orígenes en las religiones más antiguas, en aquella época en la que las personas que vivían de lo que la naturaleza podía ofrecerles tenían que conocer plenamente el transcurso de los meses y el cambio de las estaciones. Nuestros Sabbats son: Samhain, Yule, Imbolc, Ostara, Beltane, Litha, Lughnasadh, Mabon y de nuevo Samhain. Samhain se celebra la noche del treinta y uno de octubre. El Dios ha muerto, la oscuridad ha llegado y se difumina el velo que separa el mundo de la muerte y el de la vida. Es un tiempo en el que es posible comunicarse con nuestros ancestros y también para recordarlos. —Tras una pausa meditabunda, la sacerdotisa prosiguió—: Yule es el solsticio de invierno y, como cada año la fecha de los solsticios cambia, lo celebramos entre el veinte y el veintitrés de diciembre. Creo que tú cumples años precisamente el veintidós de diciembre, así que te resultará sencillo acordarte de este Sabbat.

     Sí, así es —sonrió Mila con mucha luz.

     El Dios nace en el solsticio de invierno. Festejamos su advenimiento y también la llegada de la luz, pues, a partir de Yule, los días se vuelven más largos. Después viene Imbolc. Lo celebramos el dos de febrero. La primavera se halla cerca y bendecimos las semillas. Además, la Diosa, tras haber alumbrado al Dios, se convierte en doncella para recibirlo en Beltane; pero antes tenemos Ostara; el equinoccio de primavera. Celebramos el renacer de la naturaleza. Los campos se llenan de vida, también nuestra alma recibe esas bendiciones hermosas que la Diosa envía a la tierra. Conmemoramos la fertilidad creciente de la naturaleza. El Dios y la Diosa se enamoran y por doquier podemos detectar la fuerza de la renovación de la vida.

     Qué bonito —susurró Mila sobrecogida.

     Después tenemos Beltane, celebrado el uno de mayo. La Diosa y el Dios al fin se unen. Se respira fertilidad por todas partes. Encendemos hogueras sagradas en la noche en representación de la luz de la vida. Es una festividad que ha ido cambiando con el paso del tiempo, pero ya te hablaré de eso en otro momento —resolvió tras un largo silencio—. Tras Beltane, llega el solsticio de verano, llamado Litha. También lo festejamos durante tres días: entre el veinte y el veintitrés de junio. Es una festividad preciosa. No hay oscuridad en la noche, las hogueras danzan al son de nuestros cantos, el Dios se vuelve más fuerte y se percibe vigor en todos los rincones del bosque. Hay paz y muchísima alegría en nuestra alma y es una noche muy propicia para lanzar hechizos mágicos y para conectar con quienes se marcharon, pero esta vez con felicidad y no con tristeza como en Samhain.

     En realidad son fiestas que siempre he celebrado de otra manera —observó Mila pensativa.

     Es evidente. Hace muchos años, se adaptaron nuestras festividades al calendario de otras religiones para que la gente pudiese seguir celebrándolas creyendo en... pero no nos desviemos del tema.

     Sí, perdón.

     Después de Litha llega Lughnasadh. Es un Sabbat muy hermoso, pero también algo triste, pues, además de celebrar la primera cosecha, también se conmemora el debilitamiento del Dios. Los días ya no son tan largos y se acerca el equinoccio de otoño; celebrado en Mabon, entre el veinte y el veintitrés de septiembre. Mabon es un Sabbat precioso también. Ya hemos recolectado lo cultivado, el Dios se halla cada vez más pronto a abandonar este mundo y la Diosa llora la proximidad de su muerte. Después, de nuevo, llega Samhain. ¿Lo has entendido bien?

     Sí, por supuesto que sí —le contestó ilusionada.

Además, Gaya también le enseñó a interpretar escrituras ancestrales, le mostró el camino para llegar al alma de la Diosa y poder extraer de su silente expresión todo lo que necesitaba conocer acerca de su propio destino y el de las personas que formaban su vida. Le desveló cómo podía comunicarse con la Diosa con plenitud en cada ritual, la instó a explorar los dones con los que la Madre la había obsequiado y a desarrollarlos nítidamente.

Mila siempre había sido una mujer muy intuitiva; pero, hasta que Gaya la ayudó a prestarle una atención verdadera a aquel sentido tan útil, no supo escuchar con exactitud ni comprensión sus propios sentimientos y pensamientos. Gaya la convenció de que era posible que sus habilidades mágicas la definiesen y la convirtiesen en alguien muy especial que incluso podía asistir anímicamente a quienes se hallaban perdidos en su vida.

Le enseñó a interpretar los mensajes de los arcanos, a leer el aura de la persona que tenía delante, a hundirse plenamente en los silencios que le dedicaban y extraer de aquella falta de palabras sonoras el significado de cada momento... Podía ver más allá de cada instante, de cualquier mirada o de cualquier recuerdo. Sabía introducirse en el alma de quienes la miraban y podía desvelarles así los detalles que ellos quisiesen conocer sobre su hado.

Gracias a Gaya, a Mila comenzaron a acudir personas que necesitaban conversar con alguien que poseyese esas habilidades especiales. Mila recibía a aquellas personas en la casa de Gaya. Lentamente, se convirtió en una mujer muy sabia a la que muchos acudían para consultarle acerca de su vida. Además, preparaba medicamentos para quienes deseaban confiar en la Madre Tierra para curarse en lugar de recurrir a métodos artificiales. Muchas personas se volvieron fieles a sus ideas y a sus dones.

Gaya siempre estuvo a su lado, asistiéndola cuando se sentía desorientada, ayudándola en todo lo que necesitaba e incluso aconsejándole cuando sus pensamientos se enredaban en una maraña de sensaciones confusas.

Cuando transcurrieron dos semanas del inicio de su aprendizaje, Mila supo que debía encontrar su verdadero nombre. Buscó entre las estrellas el modo de descubrirlo y encontró, en la inspiración de la Madre, la forma en que éste sonaría. En su mente resonaban todos esos nombres con los que se había apelado a la Diosa a lo largo de la Historia. Siempre había adorado estudiar los distintos panteones místicos de los que quedaban nociones. Muchas formas de la Diosa la habían atraído irrevocablemente, pero sobre todo lo habían hecho aquellas diosas que habían vivido sumidas en la soledad más protectora.

Permaneció cavilando acerca de cuál debía ser el nombre que la definiría a partir de entonces. Sentía que debía encontrarlo cuanto antes, pues no podía concentrarse plenamente sabiendo que la forma en que los demás la apelaban todavía era Mila.

De repente, una noche de plenilunio en la que la luna brillaba con una fuerza esplendente, mientras observaba el titilar de las estrellas y el viento mecía con mucha suavidad sus negros, rizados y largos cabellos, le pareció que la Diosa le comunicaba su verdadero nombre a través de las voces que susurraban en aquellas horas oscuras y mágicas.

Artemisa: su nombre era Artemisa. No dudó ni un momento de que aquélla era la forma en que su existencia debía sonar. Artemisa se identificaba tanto con su manera de ser, de pensar y de sentir que se preguntó cómo era posible que la Diosa no se lo hubiese revelado antes. Fue el nombre que la Diosa le entregó a través de las estrellas, del viento, de la inmensa y plateada luna llena que presidía aquella noche, del musitar del agua, del silencio y de la oscuridad. Artemisa era su verdadero nombre; el que la definía desde mucho antes de que ella naciese. Para la Diosa ella siempre había sido Artemisa; un nombre que destilaba fortaleza, valentía y sabiduría; que se relacionaba con la diosa griega de los animales, de los bosques, de la luna, de la noche, de la castidad. Estaba segura de que lo llevaba escrito en el alma, en el destino, incluso en su reflejo o en su sombra.

Artemisa no sentía que hubiese adoptado un nuevo nombre. Le parecía que, en realidad, lo había recuperado y que éste llevaba aguardando el momento en que al fin ella lo rescatase del silencio desde hacía muchísimas vidas. Desde que su existencia empezó a relacionarse nítida y profundamente con aquel nombre, Artemisa notó que le costaba muchísimo menos sonreír y captar el brillo de la vida en cada instante. Incluso tenía la sensación de que se había reencontrado con una parte de sí misma que hasta entonces había permanecido dormida. Era como si hubiese renacido, como si los años previos a esa noche en la que empezó de veras su verdadero camino se hubiese mantenido flotando en el olvido, en una nada intangible que sin embargo se formaba de detalles mundanos.

Notaba que su alma había cambiado, que incluso le resultaba menos complicado desarrollar sus dones y aprovecharse plenamente de ellos. Gaya percibió el cambio que se había operado en la vida y en la forma de ser de Artemisa y se alegraba de veras de que al fin aquella mujer tan dulce y mágica se hubiese reencontrado con su verdadera identidad.

Aunque fuesen muchas las personas que acudían a Artemisa para consultarle todo aquello que para ellas era un misterio, Artemisa sólo se relacionó profundamente con Gaya durante aquel tiempo. Gaya le había ofrecido la oportunidad de presentarles a más miembros del aquelarre del cual ella era su suprema sacerdotisa, pero Artemisa había rehusado aquella proposición alegando que prefería encontrarse por primera vez con aquellas personas cuando realmente hubiese finalizado su período de iniciación.

     Podría presentarte al supremo sacerdote del aquelarre y a más mujeres que se iniciaron hace ya muchos años para que no te sientas tan sola —le ofreció Gaya en infinidad de ocasiones.

     No —le negaba Artemisa con educación.

     ¿Por qué quieres esperar tanto?

     Porque me sentiré intimidada ante ellos si nos encontramos antes de que concluya mi aprendizaje. Son mucho más sabios que yo y, hasta que me inicie, no me creo con el derecho de introducirme en sus vidas.

     No me opondré a la decisión que has tomado, pero me gustaría que supieses que no hay nada de malo en que conozcas a algunas de las mujeres que se convertirán en tus hermanas. Al supremo sacerdote puedes verlo por primera vez la noche de tu iniciación. Eso sí creo que es lo más conveniente.

     Soy consciente de que es sólo la Diosa quien puede propiciar ese encuentro.

Y la Diosa, de hecho, fue quien lo provocó. Cuando apenas quedaba un mes para que se cumpliese un año y un día del momento en que Gaya se había convertido en su maestra, Artemisa conoció, casi accidentalmente, a tres de las mujeres que formaban parte del aquelarre. Sus nombres eran Agnes, Neftis y Penélope.

Artemisa experimentó una inmensa vergüenza cuando las vio aparecer por el camino que conducía a la casa de Gaya. Ninguna de las tres sabía que Artemisa se hallaba allí y tampoco lamentaron haber llegado en ese preciso momento.

No obstante, en especial Neftis y Penélope intentaron que Artemisa se sintiese cómoda entre ellas. Artemisa enseguida se percató de que eran muy sabias, pacientes y mágicas. Sobre todo pudo sumergirse con plenitud en la mirada de Neftis y de Penélope. Agnes le pareció muy inaccesible y, además, la primera vez que la una se hundió en los ojos de la otra, Artemisa notó que Agnes la analizaba profundamente, como si pudiese intuir los sentimientos que le anegaban el alma. La apariencia de Agnes la intimidó en exceso, pero no pudo saber por qué experimentaba aquellas emociones tan extrañas. Agnes era alta, delgada y muy bella. Tenía los cabellos negros, lisos y largos y unos ojos nocturnos que parecían el reflejo de la noche.

Trató, en varias ocasiones, de iniciar alguna conversación con ella o de introducirla a través de sus palabras en las que mantenía con Neftis, Gaya y Penélope; pero parecía como si a Agnes no le interesase lo que pudiese ocurrir a su alrededor. Artemisa intuyó que estaba inmensamente hundida en sí misma y que costaría muchísimo conocerla plenamente. Apenas les dirigió la palabra y se mantuvo rezagada y distraída mientras las cuatro mujeres hablaban cada vez con más calma y seguridad.

No le costó empezar a apreciar a Neftis y a Penélope, pues las dos la trataron con una dulzura muy hermosa, como si siempre hubiesen sido hijas de una misma madre. Artemisa notó que Neftis la observaba de una forma especial con la que nadie la había mirado antes. Podía afirmar sin equivocarse que tanto Neftis como Penélope tenían una mirada transparente que desvelaba que las dos eran bondadosas, sinceras y comprensivas.

En cambio, apenas pudo intuir la forma de ser de Agnes y los sentimientos que se escondían tras esa mirada tan profunda y expresiva; la cual, sin embargo, susurraba de un modo que Artemisa no sabía interpretar. Además, la miró muy pocas veces y no se atrevió a intercambiar con ella más de dos frases. Parecía como si su presencia la intimidase; algo que a Artemisa le costaba comprender, pues Agnes era imponente y muy hermosa y creía que su aspecto debía ofrecerle esa seguridad de la que parecía carecer.

Sin embargo, apenas les otorgó importancia a esos detalles. Prefirió prestarle atención a la hermosa unión que de repente nació entre ella y Neftis, con quien conectó al instante, pues eran muy parecidas en el modo de pensar y de sentir. Neftis era sensible y muy ingenua. Además, Neftis también incitaba a Artemisa a que liberase toda la magia que se encerraba en su alma y de ese modo ella logró aprender mucho más rápido todos los pasos de los rituales que formaban parte de las celebraciones de aquel aquelarre.

A partir de la mañana en la que se habían conocido, Neftis y Artemisa comenzaron a compartir muchísimos momentos, cada vez más hermosos. La vida le parecía más brillante y hermosa a Artemisa gracias a la amistad que había nacido entre ella y Neftis. Era la primera amiga verdadera que tenía en su vida. Gaya y ella también habían intimado mucho, pero Artemisa la quería más como a una madre o una maestra amada que como a una íntima amiga.

Neftis la visitaba prácticamente todos los días, le desveló muchos conocimientos preciosos y útiles y la animaba cuando Artemisa se desalentaba por creer que no era capaz de adoptar esa sabiduría que a todas les embellecía el alma.

Fue Neftis quien le reveló los detalles más importantes que definían la apariencia y el significado del aquelarre al cual estaba a punto de pertenecer. Lo hizo una mañana mientras caminaban por el bosque que ya se había convertido en el hogar más precioso y protector que Artemisa jamás había tenido y también en otro maestro para ella. Con solemnidad y confianza, Neftis le confesó:

     Sé que Gaya no te ha revelado todavía el nombre de nuestro aquelarre. Se llama El fuego de Hécate.

     Hécate —sonrió Artemisa satisfecha—. Sé que Hécate es la diosa de la magia, de la hechicería y de la luna y también la reina de las almas fenecidas; pero ¿por qué se llama precisamente así?

     Fue Gaya quien lo escogió. Hécate siempre se ha comunicado con nosotras a través del fuego. Hécate puede crear y destruir, como ese ígneo elemento que tanto apreciamos. Además, es posible sentirla en las llamas de las velas, en las hogueras sagradas... Nos caracteriza el fuego a todas porque el fuego es a la vez la creación y la destrucción. Del fuego proviene tanto la luz como el calor que alumbran una vida y también en el fuego se encuentra la muerte, pues sus llamas pueden derretir cualquier ápice de vida. Estamos seguras de que Gaya llevó el nombre del aquelarre grabado en el alma y de que éste se le comunicó a través del fuego. Algún día, Gaya tiene que hablarte sobre su vida. Es apasionante y muy interesante, pero lo hará cuando note que la confianza que deposita en ti es infinita.

Neftis, como Gaya, hablaba de una forma más bien enigmática, usando palabras que a Artemisa la sobrecogían mucho. Gaya se refería siempre a la naturaleza como la Madre y Neftis hablaba de Hécate como si en verdad fuese un miembro de su familia. Artemisa no tardó en interiorizar esos sentimientos y esos vínculos que para todas eran tan reales. Nunca se había sentido tan protegida como desde ese momento en el que adoptó como su madre a la Diosa a la que todas rendían culto. Era muy sencillo quererla si se les prestaba atención a los detalles que la rodeaban y que formaban su entorno, si se aprendían los secretos de las plantas y de los árboles, si se sabía interpretar el lenguaje del fuego, del agua y del viento y si se sabía leer en la tierra el destino de los elementos y de las vidas. Era muy fácil adorar a aquella diosa que había materializado en los bosques, las montañas, mares y ríos todo el esplendor de su mística alma. Cuando anochecía, la admiración que Artemisa sentía hacia ese ser supremo que es nuestra madre se acrecía, sobre todo cuando perdía los ojos por la inmensidad del Universo y adivinaba que el número de estrellas titilantes que quedaba ante ella era infinito o cuando fijaba la mirada en la plateada luminiscencia de la luna; la que se esparcía libre por los bosques, cubriendo de luz las montañas. Estaba cada vez más enamorada de aquel lugar que sentía ya como su hogar, de la vida que había comenzado para ella desde el momento que había conocido a Gaya y sobre todo de la interminable cantidad de conocimiento que estaba llegando a ella gracias a esa mujer sabia que la trataba como si fuese su hija. Artemisa nunca había notado un amor tan grande. Pensaba, continuamente, que nunca la habían querido así, tan honda, sincera, incondicional y tiernamente. No podía evitar emocionarse siempre que miraba hacia las montañas y adivinaba el matiz dorado del atardecer rodeada por las personas que formaban su vida de un modo tan sencillo y franco.


 

1 comentario:

  1. Es sorprendente este capítulo, que introduce todo el sistema de creencias de Mila, ahora ya Artemisa. Me parece muy interesante el giro, al tiempo que se introducen nuevos personajes, y singularmente el de Agnes... impresionante.

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