miércoles, 19 de julio de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: CAPÍTULO 9. EMPEZANDO A VIVIRR UN SUEÑO


Capítulo 9

 

Empezando a vivir un sueño

 

La suave y plateada luz de la luna llena reverberaba en las hojas de los árboles y se posaba entre sus grandes troncos, refulgiendo con travesura. Agnes caminaba en pos de aquel fulgor ancestral que la guiaba. Ningún pensamiento susurraba en su mente. Sólo sabía que no debía detenerse hasta llegar al rincón más íntimo y profundo del bosque, allí en el que la voz del viento se mezclaba con el musitar lejano del agua, allí al que apenas podía llegar la mirada de las estrellas, allí donde los antiguos árboles formaban una muralla circular que protegía con amor a los animales que moraban con tranquilidad en aquella naturaleza pura, poderosa, mágica.

Agnes tenía el alma anegada en ilusión, pero también sentía miedo. No podía imaginarse qué le ocurriría cuando al fin llegase al lugar en el que la esperaban. Sabía que la aguardaban, que eran conscientes de que pronto ella aparecería entre los árboles. Alguien le había comunicado, hacía ya mucho tiempo, que ella detectaría el principio de su verdadero camino cuando al fin comenzase a recorrerlo y sabía que aquel momento ya se había vuelto real, ya había aparecido ante ella para acogerla, para impulsarla a vivir, a olvidar el pasado turbulento que tanto la había asustado.

Nadie caminaba a su lado ni la miraba, pero Agnes no se sentía sola, al contrario; se percibía protegida por la fuerza más poderosa y ancestral. No sabía cuánto tiempo llevaba andando por aquel bosque, pero no la inquietaba que no pudiese recordar los últimos momentos de su vida. Sabía que éstos debían quedar cada vez más atrás. Sabía que debía alejarse de ellos para no volver a evocarlos.

Al fin, cuando creyó que la noche se desvanecería entre los primeros suspiros del alba, oyó que alguien caminaba hacia ella. No se detuvo, sino que continuó andando hacia la persona con la que estaba a punto de encontrarse. Sabía que la buscaba, que la había esperado, que la aguardaba.

Alguien pronunció su nombre acogedora y tiernamente. Era una voz muy hermosa, dulce y también poderosa. Agnes tuvo la sensación de que no era la primera vez que la oía, pero no podía recordar en qué momento ésta se había mezclado con su vida.

Su nombre parecía mucho más bonito si aquella voz lo pronunciaba. Nadie la había apelado con tanta curiosidad y a la vez felicidad. Agnes notó que el alma se le llenaba de paz, de alivio y de mucha ternura, como si aquél fuese el instante más bello de su existencia.

Al fin, bajo la incandescente y mística luz de la luna llena, apareció una mujer alta, delgada y muy hermosa de cuyos ojos castaños y rasgados se desprendía muchísima cercanía. Agnes sintió que aquella mirada la arropaba y la protegía. La mujer era un poquito más joven que ella, tal vez solamente las distanciasen cuatro años, pero sus gestos dimanaban mucho poder y también mucha sabiduría.

     Agnes, al fin nos reencontramos —la saludó mientras la tomaba cariñosamente de la mano—. Tenías que llegar hasta donde estás ahora para que tu vida te condujese hasta este momento, hasta el sentido de tu existencia. Pronto descubrirás por qué sientes así, por qué viniste al mundo.

Agnes no fue capaz de contestar. Se hundió en la apariencia paciente y bella de aquella mujer que le hablaba con tanta seguridad y tanto respeto. Además, no podía dejar de preguntarse por qué sentía que ya la conocía, por qué notaba que las unía un lazo mucho más potente que el que vincula la noche a la luna.

     Llevo esperándote desde hace mucho tiempo. Ven conmigo. No podemos empezar sin ti.

Entonces la mujer la condujo hacia el corazón del bosque. Agnes descubrió que, entre los árboles, había un pequeño grupo de personas rodeando una tímida hoguera de cuyas llamas azuladas se desprendía un exquisito aroma a flores. Otro olor que Agnes nunca había aspirado se repartía por el aire, mezclándose con el silencio de la noche. Agnes percibió que aquella fragancia la serenaba, como si ésta fuesen unas manos cálidas que le acariciaban el alma.

Entonces, de repente, Agnes abrió los ojos. Las tiernas y místicas imágenes que llenaban aquella noche se desvanecieron, convirtiéndose entonces en un incipiente recuerdo. Agnes no comprendía por qué aquel momento se había vuelto tan efímero, pero entonces descubrió que éste había sido sólo un sueño. Sin embargo, enseguida fue consciente de que aquel instante onírico era mucho más significativo que cualquiera que ella hubiese vivido antes. Supo que, a través de su dormir, la Diosa se había comunicado con ella para revelarle certezas que en la vigilia ella jamás encontraría.

Podía rememorar nítidamente todos los detalles de aquel mágico sueño: la voz de la noche, la luz de la luna, los aromas que el aire portaba, la sagrada hoguera alrededor de la cual se había reunido aquel pequeño grupo de personas y sobre todo la mujer que le había recibido y la había llevado hasta allí. Cuando pensaba en ella, percibía que el alma se le empequeñecía. No entendía por qué el recuerdo de aquella mujer tan curiosa y bonita la sobrecogía tanto.

Estaba muy desorientada. No podía recordar los últimos momentos de su vigilia y tampoco reconocía el lugar en el que se hallaba. Cuando había abierto los ojos, había descubierto que estaba tumbada en una cama mullida y que ésta se hallaba en el centro de una habitación muy acogedora y antigua. Por unos efímeros instantes, había creído que había vuelto a Galicia y que el lugar en el que se había despertado era la alcoba que había ocupado siempre; pero entonces advirtió que la estancia en la que había dormido le resultaba totalmente desconocida y que había sido la nostalgia la que la había confundido.

La tenue luz del amanecer se adentraba con mucha delicadeza por la ventana que tenía a su derecha. Agnes se percató de que ninguna cortina impedía que el fulgor del día se colase en aquel lugar tan calmado; lo cual la satisfizo profundamente, pues siempre había adorado que fuese la llegada del alba la que la despertase. Entonces se levantó y se asomó a aquella ventana que la invitaba a observar lo que la rodeaba. Todavía estaba muy confundida y no recordaba por qué estaba allí ni qué había ocurrido antes de tener aquel sueño tan hermoso.

Cuando se reencontró con la imagen de aquellos poderosos árboles, sintió que se emocionaba, que los ojos se le llenaban de lágrimas y que la ilusión más intensa le golpeaba el corazón, acelerando sus tranquilos latidos. Entonces se acordó de que ya no vivía en aquel horrible hospital en el que había estado a punto de morir porque un hombre muy amable la había rescatado de allí, ofreciéndole la oportunidad de vivir, de reencontrarse consigo misma, de renacer.

Justo entonces oyó que alguien llamaba a la puerta de su alcoba. Agnes saludó a Gilbert antes de que él pudiese preguntarle si estaba despierta y entonces se adentró allí para darle los buenos días y ofrecerle lo que necesitase para ducharse. En cuanto Gilbert se apercibió de que Agnes se encontraba tan feliz, tan ilusionada y tranquila, el alivio más inmenso le invadió el corazón. Había llegado a temer que aquel estado tan hermoso que le había permitido apreciar los matices más bellos de su vida se desvaneciese en cuanto el sueño la alejase de la realidad.

     Gilbert, tuve un sueño muy extraño —le comentó sin retirarse de la ventana, mirándolo con una leve inquietud ensombreciéndole los ojos.

     ¿Lo recuerdas?

     Sí, lo recuerdo perfecta y nítidamente. Estaba caminando por un bosque muy bonito cuando de repente me encontraba con una mujer que, como me ocurre contigo, siento que vi en otro momento. Me decía que llevaba mucho tiempo esperándome y entonces me conducía hacia un lugar en el que había algunas personas rodeando una hoguera. Cuando estaba a punto de preguntarles quiénes eran, me desperté. Además, la mujer me aseguraba que debía encontrarme en este momento para que pudiese comprender por qué vine al mundo.

     Es un sueño muy representativo. Puedes preguntarle a Gaya qué significa, pues ella sabe interpretar muy bien los sueños; pero yo creo que lo que has soñado es el reflejo de lo que estás viviendo. Como te ha comunicado esa mujer, tienes que hallarte en este momento para que empieces a entenderte a ti misma.

     Sí, es cierto.

     Gaya vendrá dentro de una hora y desayunaremos los tres juntos. Si lo deseas, puedes bañarte antes.

     No, gracias. Me conformo con ducharme. No es necesario que gastemos tanta agua —le negó ella sonriéndole con gratitud.

     Gracias a ti, Agnes. Eres muy considerada.

Agnes le sonrió y entonces se dirigió hacia el cuarto de baño. Mientras se duchaba, recordó todos los instantes que había compartido con Gilbert desde que se habían encontrado y entonces creyó que su vida siempre había tenido sentido si su destino era conocer a unas personas tan buenas, tan maravillosas y mágicas. Todavía no había mirado a Gaya a los ojos, pero ya la quería mucho. Notaba que por dentro de ella había nacido un amor muy bonito y puro que se intensificaría con el paso del tiempo y se alimentaría de las preciosas experiencias que con Gaya viviría.

Cuando se acordaba de que estaba a punto de conocer a Gaya, la timidez más intensa y los nervios más punzantes se le repartían por todo el cuerpo, atenuando la fuerza de las hermosas emociones que experimentaba. Sentía una profunda vergüenza cuando se imaginaba conversando con aquella mujer tan sabia y bondadosa que ya la había acogido en su existencia sin conocerla. Se preguntó cómo era posible que la vida pudiese volverse tan bella, tan mágica y luminosa tras haber perdido todo su fulgor, tras haber sido abatida por la oscuridad más tenebrosa y asfixiante. Se preguntó por qué ella, quien siempre había sido tan insignificante, recibía tantas bendiciones de pronto. Creía no merecérselas y se emocionaba hondamente cuando advertía lo sencillo que era ser feliz.

Gaya llegó más presto de lo que le había indicado a Gilbert. Deseaba conversar con él antes de conocer a Agnes. Desde que Gilbert le había hablado de aquella chica tan especial, no había podido dejar de pensar en ella, en el significado de sus dones y de su forma de ser y en lo que ocurriría a partir de aquellos momentos. Gaya también era una mujer muy intuitiva y había adivinado que la presencia de Agnes mutaría profundamente la apariencia de sus vidas.

Gaya no se había opuesto en ningún momento a que Gilbert rescatase a Agnes de aquel horrible hospital. Se sobrecogía hondamente cuando Gilbert le contaba cómo la trataban, cómo se sentía ella allí, cuán deprimida estaba. No obstante, Gaya era consciente de que cuidar a Agnes no sería sencillo. Jamás le negaría cobijo ni tampoco la ayuda que ella necesitaba, pero se preguntaba si ellos, quienes eran ya un tanto mayores, podrían ofrecerle paz a aquella chica tan atormentada que tenía el corazón tan lacerado y destruido. Gaya había sanado muchas almas a lo largo de su vida, pero dudaba de que pudiese desvanecer las profundas y sangrantes heridas que la vida le había horadado a Agnes en su espíritu.

Gilbert recibió a Gaya con cariño y felicidad, pero enseguida se percató de que el alma de su amiga estaba llena de inquietud. No necesitó preguntarle qué le ocurría. Gilbert conocía tan bien a Gaya que podía adivinar todo lo que sentía y pensaba. Al instante intuyó acertadamente que lo que tanto la desasosegaba era la presencia de Agnes, a quien, sin embargo, bien lo sabía él, estaba deseando mirar a los ojos por primera vez.

     Buenos días, Gilbert —lo saludó ella sonriéndole con ternura mientras lo tomaba de la mano—. Perdóname por haber venido antes de tiempo.

     No te preocupes. Ven, esperaremos a Agnes en el salón.

     ¿Dónde está? —le preguntó susurrando inquieta.

     Aún está duchándose. No creo que tarde en salir del cuarto de baño.

     Prefiero que conversemos en el jardín. Necesito hablar contigo antes de conocerla, Gilbert.

     De acuerdo.

La luz del día tiritaba de frío entre las copas de los árboles. El invierno gritaba con una fuerza devastadora, pero aquel aliento tan helado, que tanto atería, no los sobrecogía a ninguno de los dos; al contrario, tal como le ocurría a Agnes, les daba vida, los revivía, les despertaba los sentidos.

Mientras caminaban por aquel tranquilo jardín, Gaya y Gilbert mantuvieron una profunda e importante conversación de la que Agnes jamás tendría ninguna noción. Gaya intentaba continuamente expresar con delicadeza lo que pensaba, pues no deseaba que Gilbert creyese que ella se oponía a que ayudasen a Agnes en todo lo que necesitaba; pero no podía evitar que la preocupación que sentía por ella se reflejase en sus tersas y sabias palabras:

     Gilbert, siempre te he admirado muchísimo, y lo sabes. Siempre he alabado el modo como has tratado a todas las personas que se han cruzado contigo y que han necesitado tu ayuda; pero el caso de Agnes es distinto a todos los que nos hemos encontrado hasta ahora.

     ¿Por qué crees que es diferente?

     Porque Agnes es muy especial y, según me has explicado, está gravemente enferma. Los trastornos que padece son bastante importantes. Quizá nos cueste cuidarla, Gilbert. Además, me preocupa su futuro y su bienestar. Todavía no me has revelado qué deseas para ella.

     No te inquietes por eso ahora, Gaya. Lo que importa en estos momentos es que Agnes se sienta acogida, nada más. Después, poco a poco, ya iremos planeando su futuro.

     No se trata de planear su futuro. Gilbert, no dudes de que yo te ayudaré en todo lo que requieras. Te acompañaré en estos momentos como lo he hecho siempre. No te abandonaré nunca. No obstante, también necesito saber con qué tipo de situaciones nos encontraremos, qué debemos hacer por Agnes, cómo podemos cuidarla y curarla.

     Agnes, ahora mismo, se siente inmensamente feliz, aunque saber que en breve te conocerá le produce una vergüenza insoportable. Agnes es muy tímida e insegura.

     Sí, puede que ahora se encuentre bien, pero me aseguraste ya, en varias ocasiones, que su estado anímico es muy cambiante, que tiene un humor muy inestable y que de repente puede sumirse en una profunda tristeza que destruye todas las buenas emociones que la dominaban.

     Sí, eso puede suceder, pero en esos momentos lo único que tenemos que hacer es apoyarla, escucharla y estar a su lado, nada más. De su futuro iremos encargándonos poco a poco. Ahora no nos centremos en eso. Gaya, éste no es el mejor momento para mantener esta conversación.

     ¿Por qué no? Gilbert, ante la ley, Agnes todavía depende de esos médicos que la cuidaban, que hasta entonces han sido sus protectores.

     Sí, eso es cierto.

     Tal como me has contado, Agnes fue declarada incapacitada hace muchos años y eso conlleva que no pueda tomar ninguna decisión en su vida, ni legal ni personal.

     Verás, Gaya —suspiró Gilbert con tensión—, he decidido convertirme en el tutor legal de Agnes.

     Eso no se consigue tan fácilmente, Gilbert. ¿Eres consciente de lo costoso y complicado que es que un juez te asigne la tutela de una persona? —le preguntó asustada y conmovida.

     Sí, lo sé perfectamente. Sé que tendré que internarme en procesos legales que pueden resultar muy largos y tediosos, pero necesito luchar por la libertad de Agnes. El doctor que la ha cuidado durante todo este tiempo está totalmente convencido de que Agnes no puede valerse por sí misma. Afirman que Agnes está completamente incapacitada. Convirtiéndome en su tutor legal, le permitiré vivir en paz, sin que nadie esté controlando continuamente su vida. Estoy dispuesto a representarla dondequiera que requieran su presencia, a escucharla siempre, a ofrecerle todo lo que necesite.

     Pero quizá Agnes no esté de acuerdo contigo. ¿Has hablado con ella sobre este tema? ¿Sabes qué opina Agnes sobre esto?

     Todavía no he hablado con Agnes. Creo que aún es demasiado pronto para mantener con ella una conversación tan importante y seria.

     Tienes que hacerlo cuanto antes. No decidas nada sin consultárselo a ella, sin preguntarle qué piensa.

     Gaya, si no me convierto en el tutor legal de Agnes, el hospital se quedará con todos sus bienes. Ahora no hay nadie que la proteja. Agnes está totalmente abandonada y desvalida. Aunque al fin consiga convertirme en el tutor legal de Agnes, ella siempre será libre para tomar sus propias decisiones y para gestionar sus posesiones. Ante la justicia, parecerá que soy yo quien escoge por Agnes, pero yo jamás actuaré sin hablar con ella antes para asegurarme de qué desea en realidad.

     Te entiendo.

     Gaya, Agnes no tiene absolutamente a nadie que se preocupe por ella.

     Ahora nos tiene a nosotros.

     Sí, pero debemos luchar por ella, Gaya. Te aseguro que merece muchísimo la pena pugnar por la libertad de Agnes.

     ¿Y qué ocurrirá si no te conceden la tutela?

     Sí, sí me la concederán. No existen motivos para que no me permitan ser el tutor de Agnes.

     Si necesitas ayuda, ya sabes que siempre estaré a tu lado.

     Gracias, Gaya —le sonrió mientras la tomaba de la mano.

     Agnes es una chica muy especial. Me apena muchísimo que haya sido tan infeliz, que la hayan tratado tan mal. Sí, se merece que la quieran, que la cuiden...

     Gracias por apoyarme siempre, Gaya. No sé qué haría sin ti.

     Harías las mismas cosas, pero sintiéndote un poquito más solo.

     Seguramente sí. Ven, vayamos al comedor.

Cuando Agnes terminó de ducharse, oyó que Gilbert conversaba calmada y alegremente con otra persona. Saber que era Gaya quien reía junto a Gilbert le hizo sentir unos inmensos nervios que le revolvieron el estómago, pero se esforzó por serenarse, por luchar contra la repentina timidez que se había esparcido por todo su ser.

Se atavió con un sencillo vestido rojo y después se dirigió hacia el salón con inseguridad y temor. Gaya y Gilbert conversaban animadamente mientras la esperaban sentados a la mesa en la que desayunarían. Antes de aparecer ante ellos, Agnes se fijó en la voz de Gaya. Le pareció una de las voces más amenas y apacibles que había oído en su vida. Gaya se expresaba con paciencia, con muchísima ternura y sabiduría. Cada palabra que pronunciaba irradiaba luz y mucho amor. Agnes se sintió acogida en aquel modo de hablar y en aquel acento tan calmado.

Cuando Gilbert detectó que Agnes se hallaba cerca de ellos, se levantó de la silla que ocupaba y se dirigió hacia ella sonriéndole con mucha amabilidad y serenidad; lo cual tranquilizó levemente a Agnes, quien en esos momentos notaba que le ardían con potencia las mejillas y que el corazón le latía con una velocidad vertiginosa.

     Gaya, al fin, te presento a Agnes.

Gaya también se levantó y se dirigió hacia Agnes dedicándole una sonrisa muy hermosa y acogedora. Agnes se fijó detenida, aunque tímidamente en la apariencia de la mujer que en esos momentos la tomaba con mucho primor de la mano.

Gaya era preciosa. Tenía un aspecto muy entrañable. Sus ojos eran tan azules como el cielo de un día primaveral y de sus miradas se desprendía una infinita paciencia que serenaba a quienquiera que la mirase. Tenía los cabellos plateados y su porte era elegante y calmado, como si su vida y el mundo fluyesen a un ritmo completamente distinto. Llevaba una falda blanca y una blusa con un estampado muy sutil de flores que volvía mucho más delicada su apariencia.

     Encantada de conocerte, Agnes —la saludó con educación y cariño mientras le presionaba la mano—. Tenía muchísimas ganas de hablar contigo.

     Yo también, Gaya. Gracias —le contestó con mucha timidez, incapaz de sostenerle la mirada a aquella mujer tan amable.

     Eres mucho más bonita de lo que me imaginaba, Agnes, y además tienes unos ojos muy expresivos y hermosos.

     Gracias.

     Se percibe claramente que eres una mujer muy mágica y especial.

Las palabras de Gaya le hicieron sentir inmensamente acogida. Creyó que, si se hallaba junto a aquellas personas tan amables que con tanto cariño la trataban, nunca más se entristecería, la oscuridad jamás volvería a cernirse sobre su vida y todos los instantes en los que existiría estarían anegados en magia y sencillez.

Gaya la miraba con mucha dulzura; lo cual la emocionaba y la inquietaba profundamente, pues le costaba mucho creer que pudiese inspirarle a alguien que no la conocía sentimientos tan hermosos y acogedores.

     Gracias por ser tan amable conmigo, Gaya —le dijo notando que los ojos se le llenaban de lágrimas.

     Gilbert me ha hablado muy bien de ti. Sé más o menos cómo eres. Permíteme que te felicite por ser tan fuerte siempre, por no rendirte nunca pese a todas las experiencias crueles y horribles que has vivido, Agnes. Eres muy valiente, de veras.

     Muchísimas gracias —musitó ella percibiendo que el llanto que se había apoderado de su corazón la invadía.

     Pero no llores, tonta —se rió Gaya retirándole las lágrimas que le resbalaban por las mejillas—. Deseo que te sientas feliz.

     Estoy muy feliz, de verdad.

Agnes no pudo evitar que en su corazón se instalase el empiece de un amor potente que se intensificaría con el paso de los días. Era tan sencillo querer y respetar a aquella mujer que se expresaba con tanta calma, dulzura y afabilidad... No pudo evitar que su emoción se intensificase. Se avergonzó de ser tan inmensamente sensible, pero enseguida se percató de que sus lágrimas no incomodaban ni a Gaya ni a Gilbert, al contrario; los dos sonreían satisfechos y conmovidos al detectar la felicidad que se le escapaba de sus ojos expresivos y nocturnos.

     Ven, desayunemos ya antes de que sea más tarde —la invitó mientras la conducía hacia la silla que Gilbert le había asignado.

Mientras desayunaban, conversaron con calma y amenidad. A Agnes le costaba mucho expresarse con confianza y seguridad, pues la timidez y la emoción que todavía no la habían abandonado le impedían pensar con claridad. Más bien, prefería escuchar todo lo que Gilbert y Gaya le explicaban sobre cómo viviría.

Cuando terminaron de desayunar, Gaya le propuso a Agnes acudir a la ciudad para comprar todo lo que ella necesitaba. Agnes sintió que el estómago se le llenaba de nervios y también emoción. Hacía tantos años que no caminaba por una gran ciudad que se creía incapaz de permanecer serena en medio de tanta gente, hallándose al alcance de la mirada de tantas personas. Gaya la calmó asegurándole que la ciudad a la que la llevaría era muy tranquila y que, si no se encontraba bien, regresarían enseguida al hogar de Gilbert.

Al terminar de desayunar, Agnes le solicitó a Gaya que la aguardase unos instantes, pues prefería lavarse las manos y los dientes antes de partir. Se dirigió rápidamente al cuarto de baño, desde donde, sin que ni siquiera ellos mismos pudiesen preverlo, oyó nítidamente la conversación que Gilbert y Gaya mantenían con complicidad y cariño:

     ¿Qué te ha parecido Agnes, Gaya?

     Agnes es muy especial, Gilbert. He notado que, aunque ahora mismo se sienta feliz, está inmensamente triste. Ella cree que ahora se encuentra perfectamente, pero su calma es muy frágil. También he percibido que es inmensamente sensible. He conocido a muchísimas personas sensibles a lo largo de mi vida, pero creo que Agnes tiene el alma más quebradiza y nostálgica que he podido hallar —adujo Gaya con lástima y emoción—. Además, Agnes es muy mágica. Cuando la miro a los ojos, oigo la voz de sus dones; los que gritan en vez de susurrar, y te aseguro que, cuando consigamos que Agnes los desarrolle plenamente, se convertirá en una de las mujeres más poderosas que nos hayamos cruzado en nuestra existencia. Lo que más me apena es que siempre la hayan tratado tan mal, que siempre la hayan rechazado y que nadie la haya entendido nunca.

     Sólo su abuela supo comprenderla y quererla como se merece —intervino Gilbert sobrecogido. Las palabras de Gaya lo habían asombrado tanto que se sentía incapaz de referirse a todo lo que ella le había asegurado—. Debemos impedir que vuelva a creer que está sola, Gaya.

     Me duele muchísimo que este mundo no sepa comprender a las personas más especiales. Siempre son las mismas víctimas, Gilbert.

     Tal vez el mundo rechace a esas personas tan especiales porque éstas sólo pueden vivir junto a quienes pueden entenderlas. Agnes ha sufrido muchísimo a lo largo de su existencia, pero ahora estará bien, Gaya.

     Sí, espero que así sea.

     Gaya, tengo que comentarte algo —le indicó susurrando nervioso—. Agnes cree en la Diosa.

     ¿Le has hablado ya de nuestra religión?

     No, todavía no. Fue ella quien, anoche, me confesó cuáles eran sus creencias.

     Tiene que ser ella quien se dé cuenta de que en nuestra familia puede encontrar un hogar.

     Sí, lo sé, Gaya; pero también sé que Agnes ha nacido para adquirir toda esa sabiduría, para vivir como nosotros, para desarrollar todos sus dones y su magia.

     Ahora lo que más importa es que se reencuentre consigo misma. Está todavía muy asustada por todo lo que ha vivido en ese hospital. Me he dado cuenta de que le ha costado mucho hablar conmigo sin sentirse insegura ni vergonzosa. Tiene miedo a que la rechacemos.

     Nosotros no la rechazaremos jamás, Gaya. Agnes ha encontrado su destino, Gaya, y, créeme, es plenamente consciente de ello. Gaya, la vida de Agnes siempre ha sido muy mágica y especial.

     Gilbert, no debes olvidar que Agnes está enferma y que posiblemente nos costará mucho sanarle esas heridas que tiene hendidas en el alma.

     Haremos todo lo que esté en nuestras manos para que sea feliz. Sé que tenemos que luchar por ella.

     Sí, así es —le sonrió Gaya con mucha complicidad—. Hay que cuidarla mucho. Es una mujer muy frágil que ha sufrido muchísimo. Además, me parece que tiene una inteligencia muy interesante y especial. Me figuro que siempre se habrá sentido incomprendida. Es muy complicado entender a personas como ella, con tantas capacidades especiales. Me contaste hace unos días que el doctor que la cuidaba te aseguró que Agnes era muy inteligente y que lo apenaba que no haya tenido la oportunidad de avanzar en su vida académica. —Gilbert le asintió conmovido—. Nosotros podemos ofrecerle la posibilidad de volverse sabia y culta.

     Agnes ya es muy culta, Gaya, y en su interior alberga una sabiduría que me sobrecoge. Habla de una forma estremecedora, con una razón y una lógica que empequeñecen el corazón.

     Sí, lo sé; pero quizá anhele adquirir un sinfín de conocimientos que hasta entonces no ha podido tener a su alcance.

     Sí, así es.

     Me parece que su extrema sensibilidad le habrá hecho sufrir mucho. Las personas como ella tienen muchas más dificultades para aceptar la frialdad y la crueldad de este mundo. Su corazón es muy frágil y quebradizo y es muy sencillo destrozarles el alma.

     Por eso, debemos cuidarla y protegerla, Gaya. Agnes tiene que aprender a quererse y a vivir con seguridad. Sé que entre nosotros podrá encontrar esa paz que le ha faltado durante tanto tiempo.

     Sí, por supuesto que sí, Gilbert.

Agnes ansiaba reencontrarse con ellos, pero no se atrevía a salir del baño. La conversación que había oído le había anegado el alma en lágrimas gélidas y el corazón le latía con una fuerza que la sobrecogía. Hacía muchísimo tiempo que nadie hablaba de ella con tanto cariño y respeto. Pensó, por unos largos instantes, que aquellas dos personas tan amables y entrañables no estaban refiriéndose a ella, sino a otra mujer que ella no conocía, en quien no podía reconocerse.

Creyó que Gilbert y Gaya ya no volverían a decirse nada hasta que ella apareciese, pero de pronto Gaya volvió a hablar. Agnes detectó que, en la suave y amorosa voz de aquella mujer tan sabia y paciente, destellaba un deje de inquietud que a Agnes le hizo sentir un escalofrío recorriéndole todo el cuerpo:

     Gilbert, me gustaría preguntarte algo.

     Sí, lo que desees.

     ¿Crees que a Agnes le conviene desarrollar sus dones?

     Sí, sí le conviene, por supuesto que le conviene, Gaya —le contestó desorientado.

     Verás, Gilbert, soy consciente de que Agnes dispone de una magia inmensurable y de unos dones muy especiales; pero también creo que, si al fin los alimenta o les otorga todo el poder que piden, su enfermedad se agravará.

     ¿Por qué piensas que puede ocurrirle algo así?

     La enfermedad que Agnes padece no es más que la consecuencia de haber sido incomprendida siempre, de haber sido rechazada por cómo es. Es bipolar porque nunca han sabido entender sus sentimientos y tiene brotes de esquizofrenia porque está traumatizada por todo lo que ha vivido y porque tener tan desarrollados sus sentidos tanto físicos como anímicos le permite percibir cualquier detalle que forme su entorno. Si profundizamos la claridad con la que capta todo lo que ocurre a su alrededor, es muy posible que provoquemos que sufra más a menudo esos ataques de pánico que tanto la descontrolan.

     Creo que deberíamos preguntarle a Agnes qué piensa, qué desea, en qué anhela convertirse.

     Sí, así es; pero nosotros no podemos preguntarle si ansía adquirir todos esos conocimientos que nosotros podemos ofrecerle. Tiene que ser ella quien nos lo pida, quien nos avise de que ha llegado el momento de empezar a recorrer el camino de la iniciación.

Las últimas palabras que Gilbert y Gaya habían intercambiado le provocaron unos intensos nervios que ahondaron la emoción que experimentaba, que aceleraron mucho más los latidos de su corazón y que la desorientaron inmensamente. En esos momentos, Agnes tenía la sensación de que ni siquiera ella misma era dueña de su propia vida, de que allí afuera la esperaba un destino mucho más mágico y luminoso que el que tal vez se mereciese vivir.

     Gilbert, es cierto que este mundo no está preparado ni hecho para albergar a personas tan mágicas, especiales y sensibles; pero Agnes debe saber que nosotros hemos creado otro mundo mucho más entrañable en el que puede vivir siendo ella misma sin sentir más miedo. Debe saber que no tiene ningún motivo para enfrentarse a la realidad que tan mal la ha tratado, que tanto la ha destruido.

     Gracias por entenderla tan profundamente, Gaya. Por favor, las horas que vais a compartir deben ser muy hermosas. Entrégale tu paz, trátala con sabiduría y paciencia y comunícale todo lo que crees que debe saber. Tenemos que convertirnos en los padres que Agnes nunca tuvo, que jamás podrá tener. Me he encariñado tanto con ella... Tengo la sensación de que...

     ¿De qué, Gilbert? —lo instó ella con emoción.

     Tengo la sensación de que fui su padre en otra vida.

     Es posible. Me parece que los tres ya estuvimos juntos en otro tiempo. El destino de Agnes no ha comenzado en esta existencia.

     Sí, así es.

Agnes podía detectar el inmenso amor que irradiaban las palabras que ambos le dedicaban de una forma tan indirecta y mágica. Podía percibir ese amor como si de veras fuese una corriente tangible recorriéndole el alma, como si fuese un manto aterciopelado que la rodeaba protectora y cálidamente. Agnes estaba tan emocionada que apenas controlaba sus pensamientos ni sus sentimientos. No obstante, también tenía mucho miedo. Temía decepcionarlos. Era consciente de que la enfermedad que tan tristemente padecía podía turbar la calma de su vida, podía convertirla en una versión de sí misma de la que se avergonzaba inmensamente, y lo único que ella anhelaba entregarles era cariño, gratitud y muchísimo amor, todo el que no había podido compartir con nadie durante los últimos años de su existencia.

Aquel miedo tan sutil que se le había asomado al alma, atravesando con su gélida mirada las bellísimas sensaciones que se la inundaban, la instó a dudar de si Gilbert había obrado de forma correcta rescatándola de aquel hospital tan asfixiante. Creyó, dolorosa y vagamente, que aquel sanatorio mental era el único lugar donde podía vivir, pues su enfermedad le impedía interactuar libre y nítidamente con el mundo en el que se hallaba.

Cuando aquellos pensamientos tan desalentadores comenzaron a deshacer las cálidas emociones que hasta entonces Agnes había sentido, oyó que Gilbert la llamaba con mucho respeto y consideración. Su voz sonaba entrañable e impregnada de cariño; lo cual la serenó profundamente. Además, recordó de repente la conversación que Gaya y él habían mantenido y la consoló ser consciente de que ambos conocían su personalidad sin que ella hubiese tenido que esforzarse por desvelársela. Parecía como si ella siempre hubiese formado parte de sus vidas, como si aquélla no fuese la primera mañana que habían desayunado juntos.

     Agnes, ¿estás lista ya?

     Sí, ya salgo —le contestó intentando que su voz sonase clara y serena, pero las lágrimas que le brotaban de los ojos se la humedecían.

Agnes se lavó rápidamente la cara para destruir el rastro de sus lágrimas y salió del cuarto de baño tratando de ocultar sus profundos sentimientos. Las emociones que experimentaba se le mezclaban en el alma convirtiéndosela en un torbellino descontrolado que volvía temblorosos sus gestos y vacilantes sus miradas.

Tanto Gaya como Gilbert se percataron de que el ánimo de Agnes se había ensombrecido levemente, pero ninguno de los dos osó preguntarle qué le ocurría. Gaya le sonrió con mucho cariño y la tomó de la mano con fuerza y dulzura mientras, con una voz llena de simpatía y sencillez, le proponía:

     Lo primero que podemos hacer es ir a la ciudad para comprarte algo de ropa y algunos libros que te apetezca leer. Después, si lo deseas, podemos comer juntas en mi casa. Me apetece enseñarte mi jardín. Es mi mayor tesoro.

Las propuestas de Gaya volvieron a acelerar los latidos de su corazón, pero esta vez era la ilusión la que se lo impulsaba. Gaya la trataba con tanta cercanía que a Agnes le parecía que a su lado ningún hecho podría herirla en el alma.

Así pues, tras despedirse de Gilbert, salieron de aquel hogar tan repleto de paz, de armonía, de amor. Agnes se sentía flotar en una dimensión distinta y desconocida. Le parecía que hasta entonces había permanecido encerrada en una existencia que no estaba hecha de vida, sino solamente de soledad y tristeza. Incluso el matiz blanquecino de la luz del día le resultaba amable, cariñoso y dulce y se encontraba acogida en el silencio gélido que se deslizaba por las antiguas calles de aquel pueblo tan hermoso y sereno.

     Tendremos que tomar un autobús para llegar a la ciudad. Si en algún momento sientes miedo o inseguridad, avísame, por favor. No te avergüences de las reacciones de tu cuerpo, pues éstas son totalmente comprensibles. Llevas mucho tiempo alejada de todos los estímulos que llenan la vida y todavía tienes que acostumbrarte al sinfín de detalles que captarán tus sentidos.

     De acuerdo. Muchas gracias, Gaya.

Gaya se dirigía a ella con tanta nitidez, cercanía y naturalidad... La arropaba continuamente con su comprensión, con su amor, con su sabiduría. Era la primera vez en muchísimo tiempo que Agnes no se sentía intimidada por sus propios sentimientos. Incluso creyó que su enfermedad era mucho menos grave de lo que le habían asegurado hasta entonces.

Agnes jamás podría olvidar la primera mañana que compartió con Gaya. Junto a ella, nada la asustaba y, cuando algún estímulo inesperado la sobresaltaba, Gaya enseguida la tomaba de la mano para calmarla, para asegurarle que no estaba sola, para que notase el amparo que ella le ofrecía a través de sus gestos tibios y cariñosos.

La forma como Gaya la trataba no dejaba de conmoverla. Se emocionaba continuamente cuando captaba el respeto y la comprensión con los que ella la acogía, cuando se percibía tan educadamente escuchada, cuando detectaba el inmenso interés con el que Gaya le preguntaba por su pasado. Se creía capaz de explicarle todo lo que había vivido hasta entonces, de confesarle todos sus sentimientos y pensamientos. Desde que su abuela se había marchado de su entrañable mundo, no había vuelto a sentirse tan unida a alguien, no había vuelto a notar esas ansias de abrirle su corazón a otra persona. Gaya la invitaba a desahogarse con sus azuladas y afables miradas y no la juzgaba en ningún momento; al contrario, le entregaba consejos inolvidables cuando Agnes se los pedía, le resaltaba los detalles más hermosos de sus revelaciones...

Junto a Gaya, Agnes se sentía libre. Notaba que su corazón deseaba volar para posarse en las manos de aquella mujer tan afable y paciente para que ella lo protegiese entre su sabiduría y su bondad. Agnes notaba que entre Gaya y ella había nacido un lazo muy hermoso que se estrechaba y fortalecía con cada momento que vivían. Aquella primera mañana que compartieron estuvo llena de instantes muy emotivos que le demostraron a Agnes que la soledad que tanto la había encerrado se había desvanecido al fin y que a partir de aquel momento ya no volvería a sentirse tan abandonada. Gaya la acogía continuamente con sus ojos azules, con su suave y tersa voz, con sus amables palabras.

Gaya llevó a Agnes a varias tiendas de ropa en las que le compró una gran cantidad de prendas muy bonitas y confortables. Gracias a Gaya, Agnes adquirió unos cuantos vestidos, algunas faldas, pantalones, jerséis, un abrigo y también unos botines muy cómodos.

Además, Gaya llevó a Agnes a una peluquería en la que le cortaron el cabello y la peinaron de forma despreocupada. Hacía tantos años que Agnes no se saneaba su larga y nocturna melena que, cuando se miró al espejo antes de salir de aquel recinto en el que tan bien la habían tratado, apenas pudo reconocerse en la imagen que captaban sus ojos. Su pelo había adquirido libertad y ligereza. Agnes parecía mucho más joven. Un flequillo largo y revoltoso le cruzaba la frente y le cubría sutilmente la ceja y el ojo izquierdos. Además, la negrura de sus cabellos volvía mucho más reluciente la palidez de su piel y ahondaba sus profundas y expresivas miradas. Sus ojos parecían más grandes e hipnóticos.

Mientras compartían aquellas horas tan hermosas, Agnes y Gaya conversaron cada vez con más complicidad. Al principio, la vergüenza le había impedido a Agnes confesarle a Gaya lo que pensaba y sentía en esos momentos, pero, conforme la mañana avanzaba, aquella timidez iba disipándose y entonces Agnes fue capaz de reconocer y nombrar los miedos, los deseos y las emociones que le anegaban el alma.

     Gaya, me parece que estoy viviendo un sueño. Hacía tanto tiempo que no me sentía tan feliz junto a alguien... Con Gilbert siempre estuve cómoda, pero tú eres tan especial, tan buena, tan amable, tan comprensiva... —le confesó Agnes cuando se dirigían ya hacia la casa de Gaya.

     No tengo motivos para no ser amable contigo, Agnes. Desde que Gilbert me habló de ti, supe que eres una mujer muy especial a la que la vida ha tratado muy mal injustamente.

     Pero ahora tengo la sensación de que esos horribles momentos que viví no fueron más que una pesadilla que en nada se relaciona con mi vida y que mi verdadera vida es ésta que empezó para mí cuando conocí a Gilbert.

     Todo lo que vivimos tiene sentido, Agnes, incluso los momentos más insufribles. Dime, ¿cómo te encuentras ahora?

     Me siento muy tranquila, pero también muy sensible. Cualquier palabra amable que me dediques puede hacerme llorar.

     Creo que ésa es tu forma de ser, Agnes. Nunca escondas tus sentimientos.

     No lo haré, Gaya, te lo prometo —le indicó sonriéndole con mucha ternura. Al cabo de unos efímeros instantes, Agnes, intentando que la vergüenza no la detuviese, le solicitó a Gaya—: Gaya, ¿puedo hacerte una pregunta?

     Sí, por supuesto.

     A Gilbert y a ti os une un lazo muy fuerte, ¿verdad? —Gaya le asintió desorientada y conmovida—. Me di cuenta enseguida de que entre vosotros hay algo, no sé el qué, tal vez un sentimiento muy especial, pero me cuesta entenderlo. Cuando Gilbert me hablaba de ti, yo creía que eras su mujer, pero...

     No, no lo soy, Agnes. Gilbert y yo somos muy amigos, incluso nos une un vínculo fraternal muy bonito y especial. Nos conocemos desde hace muchísimo tiempo.

     Pues yo tengo la sensación de que Gilbert está muy enamorado de ti y que tú también sientes algo muy bonito por él.

     Ay, Agnes, ojalá todo fuese tan sencillo como dices... No obstante, no debes preocuparte por eso. Gilbert y yo nunca te dejaremos sola, nunca te abandonaremos —le prometió tomándola de la mano.

     Pero, Gaya, sé que el lazo que os une no os vincula solamente en esta realidad. Hay algo más que me cuesta atisbar y comprender. Me parece que esa conexión que tanto os enlaza es imperecedera, trasciende cualquier instante o acontecimiento. Incluso puedo afirmar con seguridad que tu alma y la suya están hechas de los mismos sentimientos, como si hubiesen nacido de un mismo haz de luz. La sensación de complicidad y de comodidad que experimenté cuando conocí a Gilbert fue la misma que me invadió el alma cuando te miré a los ojos por primera vez y eso no me sucedió jamás con nadie. No sé si me entiendes. Quiero transmitirte emociones que me cuesta mucho convertir en palabras.

     Te comprendo perfectamente, Agnes, y, créeme, todo lo que me dices tiene muchísimo sentido, muchísimo; pero todavía no ha llegado el momento de explicarte por qué captas esos detalles tan bonitos. De todas formas, permíteme que te agradezca que me hayas revelado lo que piensas y sientes. Son certezas tan hermosas... —le sonrió emocionada.

     Contigo soy libre. Me apetece hablarte de lo que pienso y siento; algo que no suele sucederme prácticamente nunca, pues soy muy reservada y me cuesta mucho expresar mis emociones o mis deseos.

     En mí puedes confiar plenamente, Agnes.

     Lo sé. Muchísimas gracias.

Llevaban caminando durante más de una hora sin detenerse. Agnes no deseaba que aquel paseo se terminase. Adoraba los lugares por los que Gaya la conducía. Se fijaba, continuamente, en el matiz de La Luz del día, en los sonidos y los olores que la rodeaban, en la atmósfera que la protegía. Andaban por la vera de carreteras estrechas y antiguas por las que apenas transitaban vehículos, también atravesaban las antiguas calles de pequeños pueblos... Al fin, llegaron a una aldea muy acogedora situada junto a un bosque muy frondoso y espeso del que manaba mucho poder.

Agnes se fijó en que aquella aldea se asemejaba mucho a la que la había visto nacer y crecer. Supo que en aquel lugar apenas vivirían más de cien personas. El silencio más intenso y protector devoraba cualquier sonido que proviniese del bosque. Agnes se sintió inmensamente resguardada en aquel lugar. Además, la serenaba captar los deliciosos aromas que se desprendían de la naturaleza que amparaba aquellos lares.

Gaya se detuvo enfrente de una casa antigua y muy hermosa que se parecía muchísimo a la que Gilbert habitaba. También la rodeaba un jardín muy bonito y acogedor y sus muros de piedra dimanaban muchísima magia y calma.

     ¿Vives aquí? —le preguntó Agnes sorprendida.

     Sí, vivo aquí desde hace más de veinte años.

     Qué afortunada eres. Tienes el bosque tan cerca...

     Jamás me he sentido capaz de habitar lejos de la naturaleza —le confesó con nostalgia y ternura, dedicándole una sonrisa muy luminosa y afable.

     Yo tampoco, Gaya. Haber permanecido separada de los bosques que tanto amo me destrozó el alma. Además, me convencieron de que yo nunca podría vivir rodeada por la naturaleza más libre y exuberante porque entonces perdería para siempre la cordura.

     Eso no es cierto, Agnes. Creo que te ocurriría precisamente lo contrario si no vivieses protegida por la naturaleza. Además, eres capaz de vivir donde desees si de veras luchas por lograrlo.

     Me gustaría morar en una cabaña situada en medio del bosque, lejos de cualquier mirada indiscreta, lejos de cualquier persona que pueda rechazarme e impedir que sea feliz.

     aunque parezca difícil de creer, en este bosque hay algunas cabañas abandonadas que pueden ser el hogar más acogedor.

     Gilbert me aseguró que, dentro de un tiempo, podré habitar en una de esas cabañas.

     Por supuesto que sí, pero antes debes aprender tantas cosas... Ven, entremos ya y comamos algo.

La casa de Gaya era preciosa y muy luminosa. El fulgor del día se adentraba libremente por los grandes ventanales del salón y aquel resplandor invernal tan claro se posaba en los antiguos muebles que poblaban aquella amplia estancia. Agnes se fijó en que todos los rincones de aquel hogar estaban impregnados de una fragancia muy acogedora que le recordaba a su tierra, pero no sabía por qué aquel olor la instaba a evocar recuerdos tan antiguos en los que se veía a sí misma danzando en medio de la gente, junto a su abuela, al sonido de la gaita y al de los tambores.

Olía a flores y a incienso, pero Agnes todavía no sabía nombrar aquellos aromas. Le parecía que éstos procedían más bien de su memoria o del bosque que quedaba al otro lado del jardín. Además, también se percató de que en aquel lugar se sentía inmensamente acogida. Creyó que nada más la heriría ni la asustaría si permanecía en aquella morada tan bonita.

     Anoche hice sopa de calabaza y croquetas de espinacas —le indicó Gaya mientras preparaba la mesa—. Si hay algo que no te guste o que tu cuerpo no tolere...

     No me gusta comer nada que provenga de los animales —le confesó con vergüenza—. No me sienta bien ni la carne ni el pescado y el sabor del huevo me repugna infinitamente.

     ¿Por qué prefieres no ingerir nada que provenga de los animales? —le preguntó con curiosidad y emoción.

     Porque siempre sentí que los animales podían ser nuestros hermanos. No me costó nunca percibir los sentimientos de cualquier animal. Con tan sólo asomarme a sus ojos, puedo reconocer lo que sienten. Además, considero que son seres vivos que tienen el mismo derecho que nosotros a ser respetados y tratados con amor.

     Entiendo perfectamente lo que me cuentas y además me parece una opinión muy respetable.

     Gracias, Gaya. No estoy habituada a que me entiendan tan fácilmente. Muchas personas me decían que mi elección era ilógica y me recordaban que las plantas también son seres vivos, como los animales; pero yo creo que la Madre Tierra creó las plantas para que los animales y nosotros pudiésemos alimentarnos.

     Te comprendo. No te inquietes. Yo también me alimento como tú, Agnes.

     ¿De veras? —le preguntó con emoción y satisfacción—. eres la primera persona que conozco que piensa de la misma forma que yo.

     Pues no seré la última —rió Gaya con ternura—. ¿Deseas que ponga algo de música?

     ¡Ay, sí, por favor! Hace muchísimos años que no escucho música —le reveló nostálgica.

Entonces Gaya se dirigió a un mueble en el que había una gruesa radio. Enseguida, una canción tierna, lenta y muy hermosa comenzó a esparcirse por aquella calmada estancia. Aquella trova emblanqueció mucho más la luz del día y tornó acogedor el aliento gélido del invierno. Agnes todavía se hallaba junto a la ventana del salón, perdiendo la mirada por la fulgurante presencia del bosque que quedaba al otro lado de aquel jardín tan bonito y bien cuidado.

Cuando oyó la melodía que de pronto había comenzado a invadir todos los rincones de aquella hermosa casa, notó que el alma se le encogía y que una nostalgia muy dulce le envolvía el corazón. En esos momentos comenzaron a marcharse de su espíritu los rescoldos de las terribles emociones que habían invadido su destino durante los últimos años de su existencia. Se preguntó cómo era posible que la música tuviese el poder de transformar no sólo aquel instante, sino también la apariencia de la vida, de cualquier lugar, de cualquier futuro.

Aquella melodía era para Agnes una brisa fresca que le acariciaba la piel hasta desvanecer las señales de todas esas heridas que la misma vida le había horadado no sólo en el alma, sino en todo su cuerpo. Incluso tuvo la sensación de que aquella trova tan tierna podía mecer con mucho cuidado las desnudas ramas de los árboles.

La dulce voz de una mujer que cantaba con mucha paz y cariño se mezcló con aquella melodía hecha con instrumentos que Agnes no sabía nombrar. Le pareció que, a través de los versos que la mujer entonaba, ella quería transmitirle al mundo toda la paz que le faltaba. El inglés era la lengua mediante la que aquella voz se expresaba. Anheló conocer el significado de aquellas palabras cuya tonalidad tanto le acariciaba el alma, pero se sentía incapaz de hablar o de mirar a Gaya.

Agnes se había quedado totalmente quieta, se había hundido en aquella canción como si hasta entonces nunca hubiese tenido vida. Hacía tanto tiempo que la música no se mezclaba con su presente que apenas recordaba cómo le reaccionaba el alma cuando una melodía tierna y melancólica se la acariciaba. Para ella, aquel momento era uno de los más bonitos que vivía en muchísimos años y Gaya lo percibía, lo sabía, lo adivinó.

Gaya advirtió que el alma de Agnes se había llenado de nostalgia. Podía captar todos los sentimientos que se le desprendían de sus ojos oscuros y expresivos. Deseaba preguntarle en qué pensaba, qué sentía, pero no se atrevía a quebrar aquel momento. Permanecía mirándola con mucho cariño, siendo consciente de que aquel instante de repente se había colmado de significado para Agnes. Y saber que ella había propiciado aquel momento le estremecía de ternura y de felicidad.

De pronto, Agnes se volteó levemente y, mirando a Gaya con los ojos anegados en gratitud, le confesó cariñosa y emotivamente:

     Hacía tanto tiempo que no escuchaba una canción tan bonita... Qué tierna es, qué melodía tan entrañable. Me hace sentir calmada y me emociona mucho.

     Sabía que te gustaría —le sonrió Gaya satisfecha acercándose a ella.

     No quiero que se termine.

     Puedo rebobinar la cinta cuando acabe.

     ¿Y cómo se llama la mujer que la canta? Tiene una voz preciosa.

     La cantante es Enya y la canción se titula Caribean Blue. Es una de las piezas que más me gustan de ella.

     Está cantada en inglés, ¿verdad? —Gaya le asintió con la cabeza—. ¿Y qué significan los versos que entona?

     Caribean blue es azul caribeño. ¿Sabes qué aspecto tienen las playas caribeñas? ¿Has visto alguna vez fotografías de esos lares?

     No, nunca; pero sé que son playas con la arena muy blanca, con las aguas muy nítidas y transparentes y cubiertas por un cielo muy azul.

     Sí, así es. Yo estuve hace muchos años en una de esas playas tan lejanas. Esos lares parecen el escenario de un sueño. No obstante, sé que tú adoras más las playas agresivas de tu tierra, ¿verdad?

     Sí, sí, es cierto —le sonrió Agnes con nostalgia—. Sin embargo, hace muchos años que no veo el mar. Cuando era pequeña, mi avoíño me llevó muchas veces a Muxía y a Fisterra. Siempre me pareció que de veras allí sí se terminaba el mundo...

Agnes se expresaba con añoranza y una leve distancia que volvía imprecisas y vagas sus palabras. Gaya se hundió en aquellos ojos tan nocturnos que en esos momentos parecían perderse por los destellos de unos recuerdos que le acariciaban el alma y a la vez se la rasgaban.

     ¿Y de qué parte de Galicia eres, entonces? —le preguntó mientras se dirigía hacia la radio y rebobinaba la cinta para que la canción volviese a sonar.

     Nací en una aldea muy pequeñina que estaba cerca de Ourense. La llamaban Doce Carballeira, que significa Dulce robledal; pero ni siquiera aparece en los mapas —se rió con timidez—. Y es muy probable que algún día desaparezca si quienes la habitan la abandonan. Cuando yo era pequeña, apenas vivíamos cincuenta personas allí. Y ahora... pues Quizá ya no haya nadie.

     ¿Te gustaría volver?

     Sí, por supuesto que sí. Deseo que mi vida acabe allí, en aquel lugar en el que empezó.

     Todavía eres muy joven para pensar en eso, Agnes —se rió Gaya con cariño—. Pues bien, ese deseo que sientes de volver, de morir allí, es un sueño y te gustaría que ese sueño fuese tan azul como el cielo que cubre esas lejanas playas. Esta canción es un canto a la vida, a la luz que siempre sigue resplandeciendo más allá de la oscuridad, pero también es un canto a la esperanza y a la vez sus versos irradian desaliento. Sus versos dicen algo así como: «el mundo gira y gira, con todo lo que conociste. Ellos dicen que el alto cielo, allí arriba, es azul caribeño. Si cada hombre dice lo que puede, si cada persona fuese real, entonces yo creería que el alto cielo, allí arriba, es azul caribeño. Si todo lo que dijiste se convirtiese en oro, si todo lo que soñaste fuese nuevo, entonces imagina que el alto cielo, allí arriba, es azul caribeño». Las canciones de Enya nunca tratan temas concretos. Son enigmáticas y tienes que buscarles el significado que más se avenga con la melodía que las crea. Para mí, esta canción también esconde la tristeza que a todos nos causa saber que la humanidad está destruyendo nuestro planeta y también que prácticamente nadie sea franco ni sincero, que tantas personas prefieran ocultarse tras la hipocresía y la falsedad.

Gaya se expresaba con mucha tristeza y nostalgia. Aquellas palabras tan reales, tan bellas y a la vez emotivas anegaron el alma de Agnes en melancolía. No pudo evitar que los ojos se le llenasen de lágrimas.

Agnes cerró los ojos con fuerza percibiendo que el alma deseaba estallarle de nostalgia, pero también de dicha. Aunque las palabras que Gaya le había dedicado también fuesen levemente desalentadoras, para Agnes fueron un canto al sentido de la vida. La instaron a ser plenamente consciente de cuánto valor tenía aquel instante que compartía con Gaya, de toda la luz que había invadido sin regreso su destino.

     Tienes que luchar por tus sueños, Agnes, aunque tengas la sensación de que la oscuridad ha disuelto la luz de tu vida. Siempre, más allá de toda sombra, resplandece un cielo azul —le comunicó con la voz casi trémula.

Gaya había advertido que a Agnes se le habían llenado los ojos de lágrimas. Percibir que Agnes estaba tan conmovida le hizo sentir unas tiernas ganas de llorar contra las que no se creía capaz de luchar. Al instante fue plenamente consciente de que ella era la causante de la felicidad y la ternura que en esos momentos le anegaban el alma a Agnes. Deseó confesarle que aquél era uno de los instantes más bonitos que vivía en muchísimo tiempo, pero el nudo que se le había formado en la garganta le impedía hablar.

Cuando Agnes reparó en que Gaya se había quedado en silencio, abrió los ojos y la miró tierna y profundamente a través de sus cristalinas lágrimas. Enseguida se percató de que Gaya también estaba muy emocionada. Sin pensar en lo que hacía, se acercó a ella y la abrazó con una dulzura que hacía mucho tiempo que no le entregaba a nadie. Gaya la acogió entre sus brazos como si hasta entonces se hubiese sentido desprotegida. Agnes captó que Gaya le transmitía con aquel amable y hermoso gesto un amor y una confianza que solamente su abuela había sabido ofrecerle. Aquellas sensaciones profundizaron su emoción e intensificaron las ganas de llorar que experimentaba.

     Hacía mucho tiempo que no lloraba de felicidad —le confesó Agnes conmovida—. Es cierto que junto a Gilbert me emociono muy fácilmente, pero este llanto es distinto. Este llanto nace de sentir que la vida al fin es bella, nace de percibir sus matices más brillantes y hermosos. Nace de saber que sí merece la pena existir. Y sé que esto no sería posible si no estuvieses.

     Y hace mucho tiempo que nadie me recuerda que mi vida tiene valor —le indicó Gaya mientras le acariciaba los cabellos—. Este momento es el comienzo de tu verdadero destino. Así lo siento ahora, Agnes. Gracias.

     Gracias a ti, Gaya. me sentí tan sola siempre que me cuesta creer que sea yo la que esté viviendo estos momentos. Además, esta música es tan bonita...

     Sí, es muy hermosa. te ayuda a exteriorizar tus emociones y tus pensamientos; pero vayamos a comer ya antes de que se haga más tarde.

     De acuerdo —le sonrió Agnes satisfecha mientras se limpiaba las lágrimas.

Comieron calmadamente, disfrutando de los deliciosos platos que Gaya había preparado, compartiendo conversaciones llenas de ternura y de una creciente complicidad que a Agnes le hacía sentir muy acogida y feliz.

Gaya había empezado a querer a Agnes de una forma muy especial. Cuando la miraba a los ojos, notaba que aquel sentimiento tan tierno y luminoso se intensificaba, acreciéndose imparablemente. Incluso tenía la sensación de que aquélla no era la primera mañana que compartía con Agnes, pero era incapaz de evocar aquellos recuerdos que su alma trataba de recuperar.

Agnes apenas se acordaba de los terribles años que había vivido en el hospital. Le parecía que aquella época no formaba parte de su existencia, sino de otra que en nada se relacionaba con ella ni con su pasado. Incluso había olvidado el discurrir del tiempo. Junto a Gaya, le parecía que las horas no transcurrían, que el día se había detenido y que aquella luz invernal tan acogedora y brillante que las amparaba no se convertiría nunca en atardecer; pero, de pronto, cuando ya habían terminado de comer, cuando más sumidas se hallaban en aquellas conversaciones tan interesantes que cada vez las unían más, alguien llamó a la puerta de la casa de Gaya.

Agnes se sobresaltó al descubrir, tras los cristales traslúcidos de la puerta, a una mujer alta e imponente. Había llegado a creer que sería Gilbert quien había acudido al hogar de Gaya para compartir la tarde con ellas.

La vergüenza más intensa se apoderó de su alma y destruyó levemente las preciosas sensaciones que la dominaban. Gaya intentó serenarla dedicándole una mirada llena de dulzura, pero Agnes se había puesto tan nerviosa que apenas podía detectar los matices bellos de su entorno.

     No temas, Agnes. Es Moira —le indicó Gaya tomándola de las manos con cariño—. es una amiga mía.

Agnes no fue capaz de decir nada. Tampoco se le ocurría cómo debía actuar. Siempre le había costado mucho relacionarse con personas que no conocía y en esos momentos notó que su mente se convertía en piedra. Sin embargo, Gaya ignoró los sentimientos de Agnes y se dirigió hacia la puerta comportándose como si aquella escena no fuese tan tensa para Agnes, como si aquel momento sólo estuviese hecho de sencillez y armonía.

     Hola, Gaya —la saludó Moira con alegría y ternura—. ¿Puedo hablar contigo o estás ocupada?

     Sí, puedes pasar.

Cuando Moira se adentró en el salón y descubrió a Agnes sentada a la mesa, se quedó paralizada, mirándola con mucha curiosidad e incomprensión. Agnes sentía que la presencia de aquella mujer la empequeñecía, pero también era consciente de que aquella sensación solamente emanaba de la poderosa vergüenza que se había esparcido por todo su ser. Ni tan sólo era capaz de mirarla. Permanecía con los ojos entornados, con la mirada fija en sus manos cruzadas sobre su regazo.

Gaya detectó la desorientación que se había adueñado del corazón de Moira e, intentando parecer natural, se apresuró a comunicarle:

     Moira, ella es Agnes. es una amiga mía a la que quiero mucho.

     Nunca nos has hablado de ella. ¿Es una nueva aprendiza? —le preguntó Moira interesada.

     No, todavía no —le respondió Gaya sobrecogida. No deseaba que aquellas palabras asustasen a Agnes.

     ¿Qué quiere decir "todavía no"?

     Ya te lo explicaré en otro momento.

     Entonces, ¿por qué está aquí? ¿Dónde la has conocido?

Las insistentes preguntas que Moira le formulaba a Gaya ahondaban la intensa vergüenza que le palpitaba a Agnes en el corazón. Notaba que le ardían las mejillas, que se había vuelto pequeña como una lágrima y que le temblaban las manos. Deseó desaparecer de aquel momento, deseó que Moira nunca hubiese posado los ojos en ella y que ni siquiera hubiese descubierto su existencia. Agnes se creía total e irrevocablemente insignificante.

     Ya hablaremos de esto en otro momento, Moira —le insistió Gaya intentando suavizar la tensión que había impregnado aquel instante.

     De acuerdo. Gaya, necesito hablar contigo a solas —le confesó ignorando de repente la presencia de Agnes.

Agnes notó que Moira había dejado de mirarla, así que, disimuladamente, alzó los ojos y se fijó con vaguedad en la mujer que había irrumpido en aquel momento tan bonito que ella estaba viviendo con Gaya.

Moira era muy alta y fornida. Se desprendía mucha fortaleza de sus brazos y de sus piernas y sus ojos verdes irradiaban un poder especial que a Agnes la intimidó profundamente. Tenía los cabellos rizados y rojizos. Su melena resplandeciente era preciosa e incluso imponente. Moira gesticulaba con elegancia y sutileza y se expresaba con una seguridad que a Agnes le apretaba el corazón. Agnes adivinó al instante que Moira era una mujer muy sabia y culta que percibía con mucha nitidez todos los detalles que formaban su entorno.

     ahora no puedo dejar sola a Agnes, Moira. tendremos que conversar en otro momento —le respondió Gaya tratando de parecer educada.

     No, Gaya. Debe ser ahora. No puedo esperar más. tienes que ayudarme.

Agnes percibió que su entorno se anegaba en sombras gélidas que la impelían sin consideración hacia un profundo abismo. Todavía se hallaba con la mirada fija en Moira y notaba que su presencia la expulsaba de aquel lugar. No le costó saber que sobraba en aquellos momentos, que debía irse, que no tenía derecho a compartir nada con esa mujer tan segura, tan imponente e inteligente. Así pues, se levantó lentamente de la silla que ocupaba y se encaminó intentando no hacer ruido hacia la puerta, pero Gaya la detuvo aferrándola delicada y dulcemente del brazo.

     No te vayas, Agnes —le pidió sonriéndole luminosamente—. No es necesario que te marches.

     Gaya, quiero hablar contigo a solas, sin que nadie más esté presente —le recordó Moira expresándose con nervios.

     No te preocupes, Gaya. Saldré al jardín y...

     ¿No puedes irte a tu casa? —le preguntó Moira con urgencia a Agnes.

     Vive con Gilbert y, como bien sabes, el hogar de Gilbert queda un poquito lejos de aquí —la avisó Gaya con tensión.

     Iré al bosque, Gaya —intervino Agnes intentando ocultar la súbita tristeza que le había anegado el alma.

     No te vayas muy lejos, por favor. Vuelve dentro de media hora —le pidió Gaya presionándole tenuemente el brazo.

     ¿Eres gallega, Agnes? —le cuestionó Moira de repente.

     Sí —intentó responder con seguridad, pero su voz sonó sutil.

     ¿Y qué haces aquí, tan lejos de tu tierra?

     Ya te lo explicará en otra ocasión —le advirtió Gaya defendiendo con cariño a Agnes del súbito y punzante interés que Moira había empezado a sentir por ella.

Agnes se alejó de aquellas dos mujeres antes de que Moira pudiese seguir indagando en su existencia. No obstante, en cuanto salió de aquella casa tan acogedora, oyó cómo Moira comenzaba a referirse a ella con un extraño acento. Le pareció que la voz de Moira estaba impregnada de un deje de desconfianza y desprecio que le perforó el corazón. Se quedó paralizada en la puerta de aquel hogar, sin saber qué hacer, sin poder alejarse de aquel instante.

     ¿De dónde has sacado a esa chica, Gaya?

     Es amiga de Gilbert.

     ¿Es amiga de Gilbert o es una de esas hijas que tiene repartidas por todo el mundo?

     No, Moira. Agnes no es hija de Gilbert, aunque ya me gustaría a mí que lo fuese.

     ¿Entonces de dónde ha salido? te lo pregunto porque no me gusta nada. es extraña.

     No sé por qué dices eso. Agnes es muy buena, sensible y mágica, Moira.

     No estoy negando que sea amable ni bondadosa. Sí, es mágica, puede que lo sea, pero su magia es...

     Es, ¿qué, Moira?

     es absorbente. No me gusta su mirada. No me gustan sus ojos. Percibo que tiene un alma oscura.

     Te equivocas profundamente, Moira. Intenta conocer a Agnes y entonces descubrirás cuánto estás errando con ella.

     No vas a negarme que es extraña. Además, parece como si te hubiese hechizado.

     ¿De qué quieres hablar conmigo? —le preguntó ignorando las tensas palabras que Moira acababa de dirigirle.

Agnes se distanció de aquel momento antes de que a sus oídos pudiese llegarle alguna palabra que no debía escuchar bajo ninguna circunstancia. No quería descubrir el secreto que Moira deseaba confesarle a Gaya. Nunca le había placido vivir momentos que en absoluto tenían que mezclarse con su destino.

Caminó durante unos largos instantes por el precioso jardín que rodeaba la casa de Gaya. Se fijaba con nitidez en todos los árboles que lo poblaban, en las tímidas flores que crecían en la tierra intentando respirar en aquella mañana tan gélida.

Durante las horas que había compartido con Gaya, prácticamente no se había acordado de que, hacía apenas un día, todavía vivía en aquel horrible hospital en el que su vida había perdido todo su sentido; pero, en cuanto se percibió tan sola, rodeada por la quietud de los primeros suspiros de la tarde, todos los recuerdos que habían nacido en su memoria mientras permaneció encerrada en aquel sanatorio regresaron a ella, invadiéndole el alma sin el menor rastro de piedad. Volvió a experimentar el rechazo, la desconfianza, el abandono. Era cierto que Gaya había intentado impedirle que se marchase, pero en esos momentos la cercanía con la que ella había deseado acogerla no la calmaba. La presencia de Moira había destruido la perfecta armonía que tanto las había alejado de la realidad. Además, ser consciente de que, nuevamente, alguien la había repudiado sin motivo, sólo porque sus ojos fuesen expresivos o porque su quietud resultase incomprensible, la hería en el corazón como si de veras aquel hecho fuese afilado y desgarrador.

No obstante, ni siquiera permitió que aquel desaliento desvaneciese el brillo con el que su vida había empezado a fulgurar. Se convenció de que Moira no conseguiría destruir el amor con el que Gaya la arropaba siempre que la miraba. Gaya le había demostrado, en aquel efímero tiempo que habían compartido, que se había convertido en alguien muy especial para ella.

Se acordó al instante de que, al otro lado de la calle en la que se hallaba la casa de Gaya, había un bosque precioso del que se desprendía una energía muy especial. Le apetecía muchísimo pasear entre aquellos árboles y además sabía que aquella soledad la calmaría, la ayudaría a deshacerse de las tristes sensaciones que deseaban anegarle el alma.

Cuando se adentró en aquel bosque tan espeso y solitario, notó que la rodeaba una magia muy intensa e incluso tangible. No se oía más que el débil susurro del viento que musitaba entre las vacías ramas de los árboles. De vez en cuando, se percibía el murmullo de alguna vida que cruzaba aquella profunda soledad. Agnes se detenía cada vez que captaba que no se hallaba sola, que otro ser la acompañaba en aquel instante tan único en el que el atardecer brillaba con fuerza.

Hacía mucho frío, pero a Agnes aquel gélido aliento no la incomodaba; al contrario, la acogía, pues aquella atmósfera tan húmeda e invernal la instaba a evocar el recuerdo de Galicia. De repente, tuvo la sensación de que había vuelto atrás en el tiempo, que había regresado a aquel bosque que tanto le había enseñado a amar, a distinguir el significado de cada vida, que tanto la había arropado y protegido cuando más sola y triste se sentía.

Se detuvo en medio de los árboles, invadida por la fuerza de aquellos hermosos y melancólicos recuerdos. Hallándose en aquel bosque tan bonito y denso, le parecía que su tierra estaba más cerca, que era posible aspirar los aromas que se desprendían de sus mágicos rincones y que incluso podría percibir el sonido de la gaita musitando en la distancia.

Los ojos se le habían llenado de lágrimas, nuevamente, pero aquella vez no plañía de tristeza como siempre le ocurría cuando recuperaba el recuerdo de Galicia, sino de emoción, de alivio. Parecía como si, a través del viento, su tierra la llamase y le diese la bienvenida aquella vida asegurándole que no le guardaba ni el menor ápice de rencor por no haber regresado todavía. Agnes sentía que, en el interior de aquellos poderosos árboles, también musitaba el eco de los bosques de Galicia, de las calles de su aldea, de los años más bonitos de su existencia.

Estaba muy lejos de allí, pero la naturaleza que la rodeaba la convencía de que se hallaba mucho más cerca que nunca. Y los años que había permanecido tan distanciada de su tierra se diluían en La Luz del atardecer; la que llovía con pausa de aquel cielo invernal tan claro, tan nítido.

Agnes se sentó entre dos troncos gruesos y poderosos y cerró los ojos para hundirse plenamente en aquel instante. No necesitaba nada más para sentirse completa. Sus recuerdos, la voz del viento, la caricia del invierno, el vigor de la tierra que la sostenía y la presencia de aquellos árboles tan antiguos la acogían como ningún lugar había vuelto a hacerlo desde que se había marchado de Galicia. En esos momentos no le costaba creer que su vida al fin cambiaría para siempre, que conseguiría curarse si luchaba, si se esforzaba por ser feliz, por captar los matices más hermosos de la vida, de cada instante, de cada despertar, de cada sueño.

Y, entonces, después de muchos días sin dirigirse a Ella, empezó a hablar con la Diosa, con la Madre de todos, con la presencia intangible que nunca la había dejado sola. Le agradeció con fe e incluso desesperación que la hubiese llevado hasta ese instante, que no la hubiese abandonado en las sombras oscuras del olvido. Supo, con más fuerza que nunca, que, si Ella no existiese, aquel momento tampoco lo haría.

Sintió que la Diosa se comunicaba con su alma, que su voz poderosa e imperecedera se le adentraba en el corazón y le musitaba certezas que solamente ella podía entender. Desde que era muy pequeña, Agnes siempre había sabido interpretar el lenguaje a través del que la Diosa le hablaba. Nunca le había costado detectar las emociones y los pensamientos con los que Ella la llamaba. Y entonces, después de muchísimos años sin experimentar aquella sensación tan hermosa, volvió a notar que la Diosa la reclamaba. Mientras había vivido en aquel horrible hospital en el que su alma había perdido su voz, apenas había presentido la presencia de la Gran Madre, pero, en esos instantes, Agnes percibía que, al fin, había recuperado su cariño, su atención, su tersa y silenciosa complicidad.

Con su voz silente y poderosa, la Diosa le indicaba que aquél era su nuevo hogar, que se hallaba en el lugar en el que se reencontraría con la felicidad, con la ilusión de vivir, con su alma incluso. Agnes se sobrecogió cuando detectó la conformidad que Ella le transmitía mediante aquellas palabras que no sonaban y que, sin embargo, dimanaban tanto brío y seguridad.

Impulsada por aquellas sensaciones tan hermosas, se levantó del suelo y siguió caminando entre los árboles, disfrutando de la suavidad de la tarde, del terso silencio que la rodeaba y la protegía. De vez en cuando, muy de vez en cuando, el canto delicado de algún ave que esperaba el anochecer acomodada en alguna rama atravesaba aquella densa soledad. Agnes oía los ecos de su propia vida en aquellos reclamos que con tanto primor quebraban el silencio más bonito y brillante que Agnes escuchaba en muchísimo tiempo.

No pudo determinar cuántas horas permaneció andando por aquel bosque tan hermoso y acogedor. Agnes había perdido el rastro de sus pensamientos y solamente captaba lo que la rodeaba, solamente notaba cómo su alma se henchía cada vez de más magia, de más conformidad y emoción. No se acordaba apenas de lo que le había ocurrido antes de vivir aquellos momentos. La vida era para ella un camino hecho de paz y harmonía. Ni siquiera recordaba que Gaya le había pedido que no se fuese muy lejos. Agnes no era consciente de que aquel estado de profunda hipnosis, de inmensa distracción y de absoluta desconexión con el mundo era otro síntoma más de la terrible enfermedad que todavía la atacaba, pues ella se encontraba tan bien, se sentía tan feliz y calmada en esos momentos que apenas podía plantearse la posibilidad de que aquellas emociones tan bellas fuesen dañinas.

De repente, se percató de que el anochecer se había acomodado entre los últimos suspiros del atardecer. El ocaso moría en brazos de la noche y ya brillaban las primeras estrellas en lo más lejano del horizonte. Por el cielo, volaba de vez en cuando algún ave nocturna en busca de su sustento.

Cuando Agnes percibió que el fulgor del atardecer se había desvanecido, se quedó paralizada en medio de los árboles. Hacía mucho frío, pero ni siquiera aquel helado aliento invernal la intimidaba ni le hacía temblar. Se hallaba completamente absorta, hundida en las bellas emociones que le anegaban el alma; las cuales emanaban de su más lejano pasado, pero también de aquel lugar y de aquel momento, como si su presente y sus recuerdos se hubiesen mezclado irrevocablemente hasta convertirse en una única memoria. Incluso Agnes creía, de repente, que de nuevo se hallaba en aquel bosque que ella tanto amaba. No podía distinguir entre lo que había vivido y lo que vivía. El bosque en el que se encontraba se parecía mucho al que resguardaba la pequeña aldea en la que había nacido y crecido.

No obstante, ni siquiera aquella confusión le permitía reaccionar. Agnes continuó andando por el bosque, creyendo que, de un momento a otro, ante sus ojos aparecería la senda que la conduciría hacia su aldea. Buscaba los árboles que tanto conocía, que tanto la habían arropado con su antigua presencia; pero los troncos que la rodeaban le resultaban extraños. Tenía la sensación de que nunca los había visto antes; lo cual empezó a desconcertarla profundamente.

Entonces reaccionó de repente. Se acordó de que ya no estaba en Galicia y de que en su vida habían aparecido dos personas muy amables que se preocupaban por ella y que deseaban que fuese feliz, que se curase de la terrible enfermedad que padecía. Ser consciente de que no se hallaba ya en Galicia la paralizó, la desorientó en el tiempo y en el espacio y la instó a preguntarse adónde tenía que ir, dónde se encontraba el hogar en el que seguramente la aguardarían.

Se percató enseguida de que estaba irrevocablemente perdida. Miró a su alrededor en busca de alguna señal que le permitiese reconocer el lugar donde se hallaba, pero las sombras de la noche y el repentino miedo que se había apoderado de su corazón le impedían pensar con claridad y le hacían creer que todo lo que la rodeaba formaba parte de otro mundo.

El recuerdo de Gaya y de todos los momentos que había compartido con ella le parecía inasible, como aquellos sueños que se desvanecen al amanecer. Agnes se preguntó por qué no se había acordado de ella durante aquellas horas que había permanecido caminando por aquel hermoso bosque, por qué se había distanciado tanto de su nueva vida y de sus propios sentimientos y pensamientos. No comprendía qué le había ocurrido ni por qué se había desligado tanto de la voz de su alma y de su corazón.

Se sentó en el suelo y se cubrió el rostro con las manos para no seguir percibiendo la inmensa oscuridad que la rodeaba. Intentó aclarar su mente y regresar plenamente a aquel instante para extraerle su significado, pero le costaba tanto pensar, recordar y reconocer las emociones que le anegaban el alma... De pronto, empezó a tener muchísimo miedo. Se acordó súbitamente de todas aquellas ocasiones en las que le había sobrevenido un ataque de pánico en aquel horrible hospital. Se percató de que las sensaciones que siempre experimentaba antes de que aquellos brotes de locura la dominasen eran las mismas que en esos momentos invadían todo su ser. Trató de luchar contra las sombras que habían comenzado a cernirse sobre su razón, pero le resultaba casi imposible ser consciente de lo que le sucedía.

     Axúdame, Deusa. Non permitas que o sufra aquí. Axúdame —le pidió empezando a hiperventilar—. Teño moito medo...

Justo entonces un sonido agudo cruzó el gélido y vacío aliento de la noche. Agnes se sobrecogió profundamente y estuvo a punto de proferir un alarido de terror cuando aquel chillido interrumpió el denso silencio que la rodeaba. Entonces oyó que algo se movía cerca de ella. El corazón comenzó a latirle con una velocidad vertiginosa y su cuerpo se volvió tembloroso como una hoja caduca. Se levantó rápidamente de donde estaba sentada y, aferrándose al tronco de un árbol poderoso, trató de recuperar la calma.

El murmullo que tanto la asustaba sonaba cada vez más cerca de ella. Agnes se apretó contra el árbol que sostenía su equilibrio percibiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas. Estaba tiritando con una creciente brutalidad que le provocaba escalofríos y los pocos ápices de consciencia de los que todavía gozaba se hallaban prontos a desvanecerse.

No era la primera vez que Agnes sufría un ataque de pánico tan feroz y terrible. Sin embargo, sabía que aquella vez los estímulos que tanto la asustaban eran completamente reales, al contrario de lo que le había ocurrido cuando vivía en el hospital. En aquellas ocasiones en las que padecía un brote de psicosis, la mayoría de sus visiones y de los sonidos que creía oír formaban parte de su imaginación, no emanaban sino de los recuerdos más tristes y aterradores de su infancia.

Aún le palpitaba en el alma un haz de consciencia y de razón que la instaba a abrir los ojos y a mirar a su alrededor para descubrir de dónde procedían los sonidos que tanto la espantaban; pero se creía incapaz de ser tan valiente. Sin embargo, cuando le prestó atención a aquella voz que la instaba a deshacerse del miedo, se percató de que los murmullos que tanto la habían sobresaltado no le resultaban amenazantes; al contrario, incluso le parecía que no era la primera vez que los oía.

Entonces sí se sintió capaz de retirarse sutilmente del árbol al cual tan desesperadamente se abrazaba y, tras abrir los ojos y limpiarse las lágrimas que se los inundaban, miró detenidamente a su alrededor. Se esforzó por captar la silueta de los detalles que formaban su entorno. La noche se había derrumbado sobre el bosque y apenas resplandecían las estrellas, pues una capa de nubes finas y plateadas había cubierto el cielo, protegiendo aquellos lejanos y ancestrales destellos.

Sin embargo, Agnes estaba habituada a moverse entre las sombras, a fijarse en lo que la rodeaba burlando con sus ojos sabios la oscuridad de la noche. En esos momentos, el sutil chillido que había quebrado el silencio en el que ella se protegía volvió a sonar deviniendo en ecos que se perdieron por la inmensidad de aquella antigua soledad. Agnes adivinó al instante que quien lanzaba aquellos reclamos tan desesperados y estremecedores era un ave que, probablemente, estuviese buscando dominada por la inseguridad a alguna de sus criaturas.

Tras aquel reclamo tan agudo y tan inquietante, volvió a sonar aquel siseo que, sin que ni siquiera ella misma pudiese preverlo, había comenzado a serenarla. Miró detenidamente a su alrededor y entonces, de repente, entre las altas plantas que ocultaban cualquier senda que pudiese existir en aquel bosque, Agnes descubrió que la miraba con curiosidad y detenimiento una imponente y enorme serpiente cuyos ojos resplandecían sutilmente en la oscuridad de aquella extraña noche.

Agnes siempre había sentido una fascinación y una adoración inmensas y profundas por aquellos animales tan misteriosos e imponentes. A lo largo de su corta infancia, había sido amiga de muchas serpientes que habían confiado plenamente en ella, que le habían demostrado que la querían y la respetaban como si en realidad no formasen parte de mundos distintos. Habían sido su compañía cuando la soledad más terrible la aferraba del alma, cuando todos los que la conocían la rechazaban, cuando no encontraba ninguna mirada en la que pudiese resguardarse del abandono.

Sin embargo, nunca se había hallado ante una serpiente tan grande y sobrecogedora. Lo que más la intimidó fue descubrir que aquella serpiente tenía colmillos y que sus ojos eran redondos y brillantes como el destello de las estrellas. Se percató de que medía mucho más de lo que podía detectar y que su cuerpo tenía más bien un color oliváceo. No dudó, en ningún momento, de que aquella serpiente era una cobra real.

Agnes sabía que era prácticamente improbable encontrar una cobra real en aquellos lugares, pues aquellas serpientes habitaban en lares muy lejanos de España. Completamente estremecida, se preguntó cómo era posible que hubiese en aquellos bosques un ejemplar de la serpiente más venenosa que ella conocía. Durante unos largos momentos, se sintió tentada de alejarse de ella, pues sabía que su veneno podía ser mortal; pero, en cuanto se hundió en los ojos del animal, una paz inmensa se apoderó de su corazón y le anegó toda el alma.

Aquella imponente y estremecedora serpiente la miraba con un amparo con el que hacía mucho tiempo que nadie la arropaba. Agnes se quedó paralizada, hundida en aquellos ojos que, bien lo sabía ella, apenas podrían percibir los detalles de su entorno. La serpiente, al advertir que Agnes había comenzado a serenarse, se aproximó lentamente a ella, sin dejar de mirarla, y se recostó en el suelo, hundiéndose cada vez más en su temblorosa imagen.

Agnes era plenamente consciente de que aquel momento era único y que prácticamente nadie se atrevería a vivirlo con la satisfacción y la ternura con las que ella lo percibía. Incluso tenía la sensación de que la aparición de aquella serpiente tan especial era un regalo de bienvenida a la vida que se había abierto ante ella. Rápidamente pensó que ambas se hallaban en la misma situación. Estaba segura de que la serpiente se encontraba en aquellos bosques porque alguien la había arrancado de su hogar y la había obligado a habitar en unos lares que en nada se asemejaban a los que la habían visto nacer y crecer.

Las bellas emociones que le llenaban el alma destruyeron por completo el intenso terror que había estado a punto de arrebatarle la razón. La curiosa mirada que la serpiente le dedicaba dimanaba un poder muy cálido que a Agnes le hizo sentir muy acogida y amparada. Creyó que aquella serpiente podía protegerla de cualquier peligro.

Sin sentir miedo ni inseguridad, se agachó enfrente de ella y le tendió las manos mientras la observaba con mucha ternura y felicidad. La serpiente se acercó más a ella y apoyó la cabeza en las delgadas y pálidas manos de Agnes. Agnes sintió que por todo su ser discurría una corriente de energía que atenuaba el frío que la rodeaba, que le llenaba todos esos vacíos que la vida le había horadado en el alma.

Agnes tuvo la tierna y hermosa impresión de que las envolvía un halo de dulzura que las distanciaba de cualquier emoción desgarradora. Tras haber estado a punto de perder su frágil cordura, Agnes notó que no solamente recuperaba la calma que la había acompañado durante toda la tarde, sino también esa sensación de amparo que siempre nos invade el alma cuando nos hallamos junto a alguien que puede ayudarnos a entender el significado de la vida y a apreciar los matices más bellos de cada instante.

     Hola, bonitiña —la saludó hablando en gallego, notando que nacía por dentro de ella un potente deseo de expresarse en la lengua en la que pensaba y sentía—. Non teñas medo. Non che farei dano.

La serpiente no se movía. Permanecía hundida sin regreso en los ojos de Agnes, como si hasta entonces le hubiese faltado la vida y la mirada tierna de Agnes pudiese devolvérsela. Parecía como si en aquellos momentos para las dos se hubiese desvanecido el mundo que las rodeaba. Agnes se sumergió en los hipnóticos ojos de la serpiente percibiendo que una fuerza intensa y devastadora la impelía hacia aquella mirada, la empujaba a la magia que se desprendía de aquella presencia.

Agnes fue plenamente consciente de cuán afortunada era por poder vivir aquel instante, por poder tener tan cerca a un animal tan especial, por gozar de la confianza de una serpiente tan venenosa e imponente. Entonces tuvo la sensación de que todos los años de soledad que había vivido cobraban un sentido único e innegable. Sufrir merecía mucho la pena si podía hundirse en la majestuosa hermosura de aquel momento, si la vida le compensaba con un cariño tan sobrecogedor que prácticamente nadie podría valorar. Entonces sí entendió por qué siempre había sido tan distinta a los demás, por qué la Diosa la había conducido hacia aquella noche en la que había estado a punto de perderse de nuevo por el vacío del olvido.

Agnes se olvidó del pánico que hasta hacía unos instantes le había hecho temblar y se sintió irrevocablemente protegida junto a aquella serpiente que no podía dejar de mirarla, como si en sus ojos ella también encontrase ese amparo que la noche no podía ofrecerle. Agnes captaba el indestructible poder que manaba de aquel precioso animal y advirtió que, entre la serpiente y ella, sin que ninguna de las dos pudiese preverlo ni evitarlo, nacía una conexión muy mágica y vigorosa que nadie podría quebrantar jamás.

     Que fas por aquí, tan soíña? Sei que o teu fogar está moi lonxe de aquí. Como chegaches ata estes bosques? Eu tamén estou moi lonxe da miña terra, como ti —le preguntó acariciándola con mucho primor—. Ti tamén che perdiches? Queres que te axude?        

Entonces la serpiente se irguió levemente y se acercó más a Agnes. Con mucha delicadeza, empezó a envolverse en el cuerpo de Agnes y después apoyó la cabeza en su pecho sin dejar de mirarla. Agnes se estremeció de emoción al percibirse rodeada por el poderoso cuerpo de la serpiente. Le costaba creerse que aquel momento fuese real. Le parecía que, más bien, se hallaba sumida en un mágico sueño que se desvanecería en cuanto la luz del día se atreviese a rozar las sombras de la noche; pero los segundos transcurrían, y aquel instante no se quebraba, al contrario, parecía que se fortalecía con el paso del tiempo. Además, Agnes percibió que la preciosa conexión que había nacido entre la serpiente y ella se estrechaba y se estrechaba, intensificándose imparablemente, tornándose de pronto en una de las sensaciones más fuertes que Agnes experimentaba en muchos meses.

Agnes no tenía miedo, aunque aquella serpiente fuese tan poderosa y peligrosa. Estaba totalmente convencida de que ella jamás la atacaría. Tenía la sensación de que la serpiente podía detectar el inmenso cariño con el que ella siempre había tratado a los animales. Además, adivinó que la serpiente también experimentaba en su alma la potencia del súbito y hermoso lazo que había nacido entre las dos.

     Eu son Agnes, pero sinto que ti xa o sabes. E noto que os teus olliños musítanme o teu nome. Lévalo escrito na túa mirada. O teu nome é Némesis. Ti es a serpe máis bonita que vin na miña vida e sei que es moi poderosa, a serpe máis poderosa e forte que vive neste lugar.

Agnes sentía que los ojos de Némesis irradiaban un calor muy luminoso que la rodeaba como si de veras éste tuviese materia y fuese un manto aterciopelado que podía ampararla de cualquier brisa helada. Hacía tanto tiempo que Agnes no experimentaba unas sensaciones tan hermosas que apenas sabía nombrar lo que le ocurría.

     Tes uns ollos fermosísimos —le indicó mientras la acariciaba con mucha ternura—. O que sinto cando che miro é moi máxico. Paréceme que podo oír a voz da túa alma cando me afundo nos teus ollos.

Agnes tuvo la sensación de que podía oír la voz del alma de Némesis. Sintió que, a través de sus ojos espirales y profundos, Némesis le aseguraba: «sé quién eres, Agnes. Llevo muchísimo tiempo deseando tenerte conmigo. Ahora sé por qué estoy aquí. Te esperaba desde hace muchos años. Sabía que al fin te encontraría, Agnes. Sabía que algún día aparecerías. Te conozco, te conozco con nitidez porque ya estuve contigo en otro momento, pero no te acuerdas. Agnes, seré tu sombra y tu luz si me lo pides, tu fortaleza y el espejo de tu magia y tu poder. Sé quién eres, Agnes. Estoy aquí porque sabía que tú acabarías viviendo en estos lares. Nunca me separaré de ti. No tengas miedo. Yo no te haré daño nunca. Quiero ayudarte. Confía en mí, Agnes. Confía siempre en mí.»

Agnes se sobrecogió cuando fue consciente de que podía interpretar nítidamente el significado de las palabras que Némesis le musitaba a través de sus preciosos ojos dorados. No dudaba de que lo que captaba era tan real como su propia existencia, y era real porque en su alma sentía la voz del alma de Némesis, la voz de los pensamientos y los sentimientos que se le desprendían de su sabia mirada.

     Non me equivoco, verdade? Ti e máis eu xa nos coñecemos. Ti tamén sabes quen son eu. Este momento é moi máxico, Némesis. Gustaríame moito que puideses vir comigo á miña casa, pero non lembro onde he de ir. Ti sabes como podo saír do bosque? —le preguntó muy quedo entornando los ojos.

Némesis se desenrolló del cuerpo de Agnes y se irguió levemente. A través de sus bellos ojos áureos, la serpiente le ordenó silenciosamente que se levantase del suelo y la siguiese. Agnes sintió que su alma se llenaba de una inmensa y poderosa certeza que jamás se desvanecería: nunca podría separarse de Némesis. Némesis la había rescatado del miedo y de la soledad y sería la mejor amiga que tendría durante muchísimo tiempo.

     Por favor, non me deixes soíña —le pidió con la voz lacrimosa—. Nunca tiven medo á escuridade, pero esta noite tan profunda asústame.

Némesis agachó levemente la cabeza, como si quisiese asegurarle a Agnes que estaba totalmente rendida a su voluntad, como si, con aquel gesto, desease prometerle que nunca la abandonaría. Agnes pudo interpretar nítidamente el significado de los ademanes de Némesis como si siempre se hubiese hallado a su lado, oyendo su voz silenciosa, escuchando su mágico lenguaje.

Entonces Agnes se levantó del suelo y empezó a caminar con inseguridad. La serpiente comenzó a desplazarse sigilosa y tranquilamente delante de ella. Agnes la siguió durante unos largos momentos en los que solamente podía notar la fuerza de la conexión que las enlazaba. Ya no la asustaba la profunda oscuridad que las rodeaba, pues junto a aquella serpiente que tan inteligente parecía se sentía inmensamente segura.

Al cabo de unos silenciosos y tersos minutos, pudo distinguir, en la distancia, la silueta de las casas que formaban el pueblo en el que vivía Gaya. No le costó saber que se hallaban cada vez más cerca de la linde del bosque. Aquella certeza le hizo sentir un alivio tan intenso que estuvo a punto de arrancar a llorar, pero se contuvo. No deseaba parecer débil delante de aquel animal tan valiente y sabio.

Cuando llegaron al principio del pueblo, la serpiente se detuvo, como si intuyese que su vida podía peligrar si se aproximaba a aquella aldea tan calmada, como si supiese que solamente el bosque podía ser su hogar. Agnes adivinó al instante que Némesis se sentía incapaz de acercarse a la calle en la que se hallaba la majestuosa y hermosa casa de Gaya. Agnes, entonces, se agachó junto a la serpiente y, mientras la acariciaba de nuevo y se hundía en sus preciosos ojos brillantes, le comunicó:

     Non quero separarme de ti. Sei que poderemos ser moi boas amiguiñas. Es tan bonita... Por favor, non te afastes de min. Ven comigo. Gaya é una muller moi boíña e non te rexeitará, prométocho.

Como si las palabras que Agnes le había dedicado la hubiesen emocionado, la serpiente agachó la cabeza y, tras acercarse más a Agnes, se recostó en su regazo, todavía sin dejar de mirarla. Agnes notaba que una corriente eléctrica y cálida unía sus almas, como si de veras ambas naciesen de una misma respiración. Ninguna de las dos deseaba que aquel momento se terminase, aunque la noche se volviese cada vez más gélida sobre ellas, aunque la oscuridad se profundizase sin cesar y aunque el tiempo transcurriese llevándose aquellos instantes hacia lo más hondo de la madrugada.

     Moitas grazas por axudarme. Se ti non apareceses, eu aínda estaría perdidiña no medio do bosque. Es moi boíña e cariñosa.

De pronto, Agnes oyó que alguien caminaba hacia ellas. Alzó la cabeza y, a través de las evanescentes sombras de la noche, atisbó la silueta imponente y cariñosa de Gaya. La serenó ser consciente de que Gaya se hallaba tan cerca, pero también la inquietaba la posibilidad de que desease separarla de Némesis y de que no fuese capaz de comprender por qué había permanecido durante tantas horas lejos de su hogar. Tuvo miedo a que Gaya se enfadase con ella o que pudiese rechazarla por haberla desobedecido.

Pareció como si Némesis captase los tristes sentimientos que habían llenado el alma de Agnes, pues irguió de nuevo la cabeza y se arrimó muchísimo a ella, tanto que Agnes podía percibir cómo el cuerpo de la serpiente se estremecía de vez en cuando. Némesis le apoyó la cabeza en su pecho y se hundió de nuevo en sus ojos nocturnos y expresivos.

     ¡Agnes! —la llamó Gaya de repente acelerando su paso—. Al fin te encuentro, Agnes. ¿Dónde has estado? ¡Es muy tarde! ¡Estaba tan preocupada por ti...!

Gaya se expresaba con una voz temblorosa. Agnes se sobrecogió al detectar el desconsuelo que invadía el alma de aquella mujer que tanto había empezado a quererla sin que nadie hubiese tenido que pedírselo. Se sintió inmensamente culpable cuando se percató de que se había olvidado por completo de que Gaya le había solicitado que no se alejase mucho de su casa. No obstante, le costaba recordar qué le había ocurrido en aquella tarde invernal. No podía evocar todos los momentos que había vivido desde que había salido del hogar de Gaya. Parecía como si aquellas horas no hubiesen existido nunca o como si se hubiesen convertido en nada. Lo único que podía asegurar era que había permanecido caminando por el bosque sin advertir el paso del tiempo hasta que la noche se había adueñado del firmamento.

     Gaya —musitó mientras se levantaba lentamente. Némesis se apartó de ella enseguida—, perdóname, Gaya. No sé lo que me ocurrió.

     ¡Agnes, por la Diosa! —exclamó Gaya sin pensar en sus palabras en cuanto vio a Némesis tendida en los pies de Agnes, mirándola con aquellos ojos resplandecientes e hipnóticos—. ¡Agnes! ¿De dónde...? ¡Ay! Pero ¿es una cobra? ¡No puede ser!

     No temas, Gaya —intentó tranquilizarla Agnes tomándola cariñosamente de las manos—. Némesis es muy buena. No te hará daño nunca.

     Agnes, pero ¿tú sabes que las cobras son muy venenosas? ¿Y qué hace una cobra aquí? ¡Llevo viviendo en este lugar desde hace veinte años y nunca...!

     Te prometo que Némesis no te atacará. Némesis me ayudó a salir del bosque. Estaba perdida cuando ella me encontró. Además, siento algo muy bonito cuando la miro a los ojos. Tengo la sensación de que ya nos conocemos, de que estuvimos juntas en otro tiempo. Gaya, no me separes de ella, por favor —le suplicó a punto de ponerse a llorar de emoción. Estaba tan conmovida que apenas valoraba las palabras que pronunciaba—. Gaya, nunca sentí un vínculo tan fuerte con un animal, ni con nadie. Llevo tantos años sin experimentar una conexión tan bella que pensaba que ya no podía vivir algo así.

Gaya se había quedado totalmente paralizada observando a Némesis. No podía retirar los ojos de los de aquel animal tan enorme, tan imponente y peligroso. No dudaba de lo que Agnes le aseguraba, pero tampoco podía confiar plenamente en que sus palabras fuesen ciertas. No obstante, lo que más la sobrecogía era detectar la desesperación con la que Agnes le hablaba, era ser consciente de que todo lo que ella le confesaba no nacía sino de lo más hondo de su corazón.

     Yo no voy a apartarte de Némesis, Agnes; pero tienes que entender que no puede vivir contigo en casa de Gilbert.

     Sí, eso lo comprendo. Némesis sabe que ella sólo puede vivir en el bosque —le contestó con nostalgia.

     Hoy ya no podemos volver a la casa de Gilbert. Se ha hecho muy tarde.

     Gaya, perdóname, por favor. No quería permanecer tanto tiempo lejos de ti, pero te aseguro que no me acuerdo de lo que me ocurrió. Sólo sé que empecé a caminar por el bosque y que de súbito me desorienté. Llegué a creer que estaba de nuevo en Galicia, pero entonces me di cuenta de que no reconocía ningún árbol, no identificaba ningún detalle de mi alrededor, y me sentí tan perdida...

     No te inquietes, Agnes.

     Por favor, no te enfades conmigo, por favor, por favor. Te prometo que no volveré a desaparecer así. Gaya, yo no sé lo que me sucedió. Yo quería regresar enseguida, pero entonces empezó a pasar el tiempo y de súbito me sorprendió la noche...

     No llores, Agnes, cariño. No estoy enfadada contigo. Solamente estaba muy preocupada por ti. Llevaba buscándote durante horas y estaba a punto de llamar a Gilbert para que me ayudase a encontrarte.

     Perdóname, por favor. Te prometo que no volveré a hacer algo así.

     No ha sido culpa tuya, Agnes —la calmó acariciándole los cabellos—. Tienes que cuidarte mucho. No te encuentras bien. Lamentablemente estás enferma todavía y no debes olvidarlo.

Agnes no fue capaz de contestarle. Las ganas de llorar que la atacaban se intensificaron cuando comprendió el profundo significado que desvelaban las palabras que Gaya le había dirigido. No, no podía olvidarse de que estaba enferma. Posiblemente nunca se recuperaría. Siempre estaría amenazada por la sombra de la locura, de la desorientación y el olvido.

     Agnes, no llores así, anda —le pidió Gaya mientras la abrazaba con mucho amor—. También ha sido culpa mía. No debería haber permitido que te fueses. Sabía que la actitud de Moira estaba hiriéndote en el alma, y no supe dominar la situación. Perdóname tú a mí también, por favor.

     Yo no tengo nada que perdonarte, al contrario, solamente puedo estarte agradecida por todo lo que hiciste y estás haciendo por mí. No me merezco que alguien tan bueno como tú me quiera tanto.

     Pero qué tonterías dices. Eres adorable, Agnes. Fíjate, hasta consigues enamorar a la serpiente más venenosa y peligrosa del mundo —se rió de forma entrañable—. Si Némesis permanece a tu lado, entonces nadie se atreverá a hacerte daño.

Aquellas palabras hicieron reír a Agnes, quien en esos momentos estaba confundida por las extrañas emociones que le anegaban el alma. Se sentía feliz entre los brazos de Gaya y también al ser consciente de que aquella noche se había reencontrado con una amiga ya tan antigua y cariñosa, pero todo lo que le sucedía la conmovía tan profundamente que apenas se creía capaz de experimentar aquellos potentes sentimientos.

     Venga, vayamos a casa. Tienes que descansar. Has vivido un día muy intenso.

     Y Némesis...

     Némesis te esperará en el bosque. Némesis siempre podrá encontrarte, dondequiera que vayas, pues ya conoce tu olor y seguirá siempre tu rastro. ¿No es así, Némesis? —le preguntó con simpatía. Némesis miró dulcemente a Gaya en cuanto notó que le dedicaba aquella tierna atención—. Por la Diosa, qué animal tan inteligente. Agnes, Némesis es muy especial. Nunca he visto nada similar.

     Sí, es muy mágica.

     Aunque no sé qué hace aquí un ejemplar de cobra real.

     Tal vez ese hecho también sea mágico.

     Sí, lo más probable es que sí. Ven, vayamos a casa.

La aparición de Némesis fue uno de los regalos más hermosos que la vida le entregaba a Agnes desde hacía mucho tiempo. Sabía que el lazo que había nacido entre Némesis y ella era inquebrantable y duraría siempre más allá de la muerte, como lo haría también el que la conectaba a Gilbert y a Gaya.

Agnes sabía que Némesis la protegería mientras se hallase a su lado. Sabía que sería su confidente más fiel, su amiga más íntima. Y lo sabía sin que nadie tuviese que comunicárselo. Lo sabía porque Némesis se lo aseguraba cada vez que la miraba a los ojos, cada vez que se acercaba tanto a ella, cada vez que la notaba tan sumergida en su mirada.

Cuando Agnes se despidió de ella, Némesis se acercó a Agnes y le rozó efímera y casi imperceptiblemente las manos con su lengua bífida. Agnes sabía que Némesis había realizado aquel gesto con la intención de absorber el olor de su cuerpo y guardarlo en lo más profundo de su memoria para recordarlo siempre, para poder evocarlo cada vez que la buscase, para poder reconocerlo entre los aromas de la naturaleza. Gaya observaba aquella escena pensando que aquél era uno de los momentos más mágicos que presenciaba en muchísimo tiempo. Agnes no dejaba de sorprenderla y se estremecía cada vez que se preguntaba cuánto poder albergaba esa alma que tantas heridas tenía hendidas.

Némesis regresó lentamente al bosque cuando Agnes se dirigió junto a Gaya hacia aquel hogar tan hermoso. Aunque la una desease compartir con la otra sus pensamientos y sus sentimientos, ninguna de las dos se atrevía a quebrar el protector silencio con el que la noche las acogía.

Agnes anhelaba preguntarle a Gaya qué opinaba sobre el precioso lazo que había nacido entre Némesis y ella. Sabía que aquel vínculo era muy especial, tal vez el más singular y mágico que Gaya habría conocido jamás, pero no se atrevía a hablarle de Némesis. Tenía la sensación de que, en cuanto pronunciase su nombre, la emoción que experimentaba se le convertiría en un llanto inocente que le arrebataría la voz.

Fue Gaya quien quebró aquel hermoso silencio. Ella también deseaba preguntarle a Agnes qué sentía y pensaba. Así pues, con una voz anegada en ternura, mientras la tomaba dulcemente de la mano, le comunicó:

         Agnes, lo que te ha ocurrido con Némesis es algo muy importante y revelador. Estoy segura de que tras ese vínculo que os une existe una razón que me gustaría conocer. Sé que ese lazo no ha nacido en esta vida. Agnes, puede que mis palabras te parezcan incomprensibles, pero te hablo con toda sinceridad, cariño. Yo no sería capaz de confesarle estos pensamientos a prácticamente nadie; pero sé que tú puedes entenderlos. Agnes, yo creo en la reencarnación del alma. Sé que hemos tenido otras vidas antes de ésta y sé que viviremos más existencias cuando nos vayamos de este tiempo.

         Yo también creo que hay lazos que no nacieron en esta vida. También creo que hay personas con las que ya estuvimos en otro tiempo. Sin embargo, nunca me he atrevido a pensar que tuvimos otras vidas —le contestó sobrecogida.

         ¿Y ahora lo crees?

         Sí, puede que sí.

         Agnes, me gustaría comentarte algo. Ven, entremos ya a casa. Hace mucho frío.

Agnes estuvo a punto de confesarle a Gaya que a ella el frío no la incomodaba. Aunque llevase muchísimos años viviendo encerrada en un lugar en el que no podía aspirar el aroma de los bosques, todavía le quedaba en la piel el recuerdo de los inviernos de Galicia; de aquellos inviernos en los que la nieve inundaba todos los rincones de su aldea, en los que ella y sus vecinos permanecían incomunicados con el resto del mundo durante semanas. Agnes adoraba aquellos días en los que el silencio gritaba muchísimo más que nunca, en el que la nieve devoraba cualquier sonido que procediese del bosque, en los que era tan difícil creer que existía vida más allá de aquellos montes, de aquellos valles. El mundo que Agnes conocía se volvía mucho más pequeño cuando el invierno alejaba su morada de cualquier mirada intrusa. Eran únicos en aquellos instantes, en aquellos lares, y ella era una de las pocas personas que se atrevía a salir de su hogar para correr a través del bosque emblanquecido. Adoraba percibir cómo la nieve perlaba los troncos de los árboles, cómo cualquier susurro se desvanecía hundiéndose en aquella falta de vida, en aquella quietud tan acogedora.

     ¿En qué piensas? —le preguntó Gaya mientras se esforzaba por encender la lumbre—. Se te han llenado los ojos de nostalgia.

     Gaya, ¿aquí suele nevar? —le preguntó intentando huir de sus melancólicos recuerdos; los que le habían humedecido los ojos.

     No, aquí no nieva prácticamente nunca. Los inviernos son muy fríos, pero hace muchos años que no vemos la nieve.

     Vaya. Yo adoro la nieve.

     Me imagino que los inviernos en tu tierra eran bastante duros.

     Eran y son preciosos, Gaya —le respondió sonriéndole con una añoranza muy tierna que a Gaya le encogió el corazón—. Nosotros estábamos acostumbrados a que nevase mucho, mucho. La nieve nos alejaba por completo del resto del mundo y podíamos permanecer varias semanas totalmente incomunicados.

     ¿Y no tenías miedo cuando aquello ocurría?

     En absoluto —se rió ella entornando los ojos—; al contrario, disfrutaba mucho de aquella inmensa soledad, de aquel silencio tan profundo... Desde que me marché de allí, no volví a oír nunca más un silencio tan grande como aquél que se repartía por mi aldea y por los bosques que la rodeaban cuando la nieve lo inundaba todo. Era tan bonito...

     Sí, debe de ser precioso vivir los inviernos allí; pero yo tengo que reconocerte que pasaría miedo. Permanecer tan alejada del mundo puede llegar a ser peligroso.

     A nosotros no nos ocurrió nunca nada. No obstante, mi avoíña me contó una vez que, hacía muchos años, murió una mujer mayor y, por razones que nadie conocía, no pudieron enterrarla en el cementerio, por lo que tuvieron que sepultarla bajo la tierra del bosque, bajo la nieve.

     Qué suerte tuvo aquella mujer. A mí me gustaría que me enterrasen en estos bosques, Agnes. Yo no quiero que me encierren en un ataúd. Yo anhelo fundirme con la tierra, ansío entregarle mi vida a la Madre...

     Yo también, Gaya.

     Agnes, me gustaría comunicarte algo que considero importante para las dos.

     ¿De qué se trata?

     Verás, Agnes, no podemos olvidar que todavía no te encuentras bien. Tienes en el alma heridas que no dejan de sangrarte, aunque ahora te sientas feliz y en calma. Lo que te ha sucedido esta tarde es un síntoma más de tu enfermedad. —Al advertir que aquellas palabras habían intimidado a Agnes, Gaya se apresuró a decirle—: No quiero que te avergüences de los hechos que te ocurran, por favor. Quiero que tratemos este tema con la mayor naturalidad posible. Agnes, anhelo ayudarte, cariño —le aseguró tomándola nuevamente de las manos. Gaya notó que los ojos de Agnes se habían anegado en desconsuelo—. Sé que en ese horrible hospital intentaron curarte con métodos espantosos que, en lugar de sanarte, empeoraron tu estado. —Agnes asintió levemente con la cabeza—. Yo conozco otras terapias que no son nada perjudiciales, que son inocuas, que incluso pueden ayudarte a reencontrarte contigo misma, con todos esos pedacitos de tu alma que la tristeza ha desvanecido.

     ¿Y cuáles son esas terapias? —le preguntó sobrecogida.

     Lo primero que puedo hacer es prepararte algunas tisanas que equilibrarán tus sentimientos, que te ayudarán a permanecer más estable y optimista. Después, si con el paso del tiempo no mejoras, entonces puedo aplicarte otro remedio, del cual te hablaré más adelante. No deseo asustarte y sé que, si nunca has oído hablar de esta terapia, te costará entender lo que te diré.

     No, Gaya. Nada puede asustarme más que los tratamientos que me aplicaban en ese hospital, te lo aseguro. No creo que haya en el mundo nada más dañino que esas terapias.

     Lo sé, cielo, de veras —le aseguró acariciándole las manos—. Hay tratamientos, provenientes de lugares muy lejanos, que pueden ayudarnos a recuperar el equilibrio de nuestra energía. Nuestro cuerpo está lleno de energía, Agnes, y ésta emana de siete puntos concretos de nuestro ser, llamados chacras; pero ya te hablaré de esto en otro momento. Capto que tienes bloqueados algunos de esos focos energéticos y yo puedo abrírtelos con la ayuda de mis conocimientos, de mi sensibilidad y sobre todo de las piedras. ¿Crees en el poder de las piedras, Agnes?

     Sí, por supuesto que sí. Son parte de la tierra.

     Efectivamente.

     Suena tan interesante... —le sonrió Agnes con mucha ternura.

     Esa terapia se llama Reiki y te aseguro que, tras cada sesión, te sientes volar, te sientes como si el mundo no pudiese herirte, te sientes inspirada y tan en calma, tan en consonancia con la vida, tan conforme con los hechos que te ocurren...

     Me gustaría empezarla cuanto antes —le pidió presionándole las manos.

     Mañana mismo podemos comenzar si lo deseas. Sin embargo, no era esa terapia de la que quería hablarte. Si comprobamos que, al cabo de un año, no has mejorado, entonces utilizaremos la hipnosis, pero sólo si estás completamente dispuesta a viajar a tu pasado. No dudo de que muchas de las heridas que tienes horadadas en el alma tienen su origen en otra vida, Agnes. En esta existencia te las habrán ahondado, pero ya las tenías hendidas cuando llegaste a este tiempo.

Las palabras que Gaya acababa de dirigirle la dejaron totalmente paralizada, la intimidaron y la sobrecogieron profundamente, pero también le acariciaron el alma. No dudó de que eran tan ciertas como su propia vida, no dudó de que Gaya tenía toda la razón que podía caber en una declaración. Le asintió levemente con la cabeza mientras notaba cómo el alma se le llenaba a la vez de temor y alivio. Ser consciente de que existía el modo de descubrir en qué momento de la Historia le habían horadado aquellas heridas en el alma y también de que también existía la posibilidad de que aquellas heridas desapareciesen la sumió de pronto en una sensación cálida que la instó a imaginarse viviendo libre, sin sentir más aquella tristeza que tanto la asfixiaba y la detenía.

     Estoy dispuesta a intentar todo lo posible para curarme, Gaya —le aseguró con emoción.

     La hipnosis es el último remedio al que debemos recurrir. Antes, nos quedan otras alternativas mucho más sencillas y menos peligrosas. Me alegra detectar las inmensas ganas que tienes de luchar para ser tú misma, Agnes. No debes rendirte nunca.

A Agnes le parecía que su vida se había convertido en una historia que ni siquiera ella conocía; una historia escrita por los que deseaban cuidarla, por quienes la querían; pero sobre todo por la diosa en la que ella siempre había creído. Se sentía tentada de abandonarse a los imprevisibles designios de su destino, pero su alma la instaba a hundirse en cada uno de los instantes que formaban su vida. La llegada de Némesis y la presencia de Gilbert y de Gaya la protegían como si de repente el mundo se hubiese concentrado en aquellos tres seres que habían empezado a quererla sin pedirle nada a cambio, sólo fortaleza y valentía, y estaba segura de que, si podía vivir junto a ellos, nunca se rendiría. Sería capaz de pugnar contra cualquier dificultad que anhelase abatirla.

Apenas pudo dormir aquella noche. Continuamente se acordaba de Némesis. Se preguntaba dónde dormiría, cómo se encontraría. Recordaba sin cesar el momento en el que la había mirado por primera vez. Le parecía que habían sido los ojos de Némesis los que, desde la distancia, la habían arrastrado hacia aquel instante para que su destino se mezclase con el de aquel animal tan mágico e imponente.

Al día siguiente, Agnes se despertó mucho antes que Gaya y, tras vestirse, sin hacer ruido, se dirigió de nuevo hacia el bosque. Buscó a Némesis entre los árboles, sabiendo que ella también la esperaba. No obstante, antes de que pudiese reencontrarse con su amiga, oyó que Gaya la llamaba con cariño y paciencia.

     Agnes, tenemos que desayunar antes de que se nos escape el autobús.

     Gaya, no quiero dejar sola a Némesis —le confesó inquieta—. Todavía no la vi.

     Némesis te encontrará dondequiera que vayas, te lo aseguro. Puede seguir el rastro de tu olor. Es muy inteligente.

     Pero la casa de Gilbert está lejos de aquí.

     No, cariño, no está tan lejos como parece. El pueblo donde vive Gilbert y el mío están unidos por este bosque y Némesis sabrá hallarte, Agnes. Ven, vayamos a desayunar ya.

Agnes se percató de que Gaya estaba levemente nerviosa. Se expresaba con inquietud y sus ojos sabios y garzos irradiaban una preocupación que a Agnes le encogía el corazón, pero fue incapaz de preguntarle qué le ocurría.

Llegaron al hogar de Gilbert cuando la mañana se había tornado blanquecina. Aunque Agnes se sintiese muy acogida en la morada de Gilbert, notaba que continuamente el corazón se le llenaba de nostalgia e inquietud. No podía dejar de pensar en Némesis. Incesantemente se preguntaba si de veras sabría encontrarla. Ella se creía incapaz de buscarla, pues no se conocía tan bien el bosque denso y mágico que conectaba el poblado en el que habitaba Gilbert con la casa de Gaya.

Gilbert se percató enseguida de que Agnes estaba distraída y desasosegada, pero no se atrevía a interrogarla sobre sus pensamientos ni sus sentimientos. Agnes oía lejanamente que Gaya le explicaba a Gilbert todo lo que habían vivido el día anterior, pero Agnes no podía prestarles atención a las palabras que ambos intercambiaban.

Al fin, inesperadamente, Agnes oyó cómo Gilbert le preguntaba a Gaya si conocía lo que le ocurría. Gaya no le respondió enseguida, sino que miró a Agnes con lástima y preocupación mientras, con una voz afable y tierna, le pedía:

     Agnes, ¿te importaría salir un momento al jardín? Necesito hablar con Gilbert sobre algo muy íntimo y...

     No te preocupes, Gaya. Avisadme cuando hayáis terminado de conversar.

Agnes se levantó rápidamente de la silla que ocupaba y salió al jardín mucho antes de que Gilbert pudiese mirarla a los ojos. No obstante, aquella vez, al contrario de lo que le había ocurrido cuando Moira la había expulsado del instante que compartía con Gaya, no se alejó de la conversación secreta que ambos estaban a punto de mantener. Se quedó cerca de la ventana del salón, desde donde podía captar, sutilmente, las palabras que Gaya comenzó a dedicarle a Gilbert.

     Gilbert, tengo que contarte algo. Ayer, Agnes permaneció caminando por el bosque durante horas sin apenas acordarse de sí misma, sin saber dónde estaba ni qué le ocurría. Me costó muchísimo encontrarla y, cuando al fin lo hice, descubrí que no estaba sola.

     ¿Cómo? Tranquilízate, Gaya. No estés tan nerviosa —le pidió Gilbert tomando a Gaya de las manos con mucha dulzura.

     La encontré cuando había anochecido por completo y estaba junto a una inmensa cobra real.

     Pero ¿qué dices, Gaya? Aquí no hay cobras reales —se rió Gilbert nervioso—. De hecho, no hay ni debe haber ni un solo tipo de cobra.

     Lo sé, sé que aquí es imposible encontrar un ejemplar de esa especie de serpiente, pero, ayer, Agnes...

     Gaya, ¿estás segura de que era una cobra real? Puede que la oscuridad de la noche te confundiese y te impidiese detectar nítidamente la apariencia de aquel animal...

     No, Gilbert, no. Vi perfectamente que era una cobra real. tiene colmillos, el color de su piel es oliváceo, es enorme, tiene los ojos dorados y... es muy, muy inquietante. Al menos, medirá tres metros. es inmensa, Gilbert.

     Es muy probable que se haya escapado de algún parque natural, aunque me extraña muchísimo que tengan aquí un ejemplar de cobra. Sé que hay una zona protegida por aquí cerca, pero...

     Lo más importante es que entre Agnes y esa serpiente, a la que ella llama Némesis, ha nacido un lazo muy fuerte.

     ¿Cómo? Eso es ilógico, Gaya. Las cobras huyen de los humanos. es totalmente imposible que...

     No lo es, Gilbert. Si tú hubieses visto cómo se miraban, cómo la serpiente se acercaba a Agnes... Yo estuve a punto de sufrir un infarto cuando me encontré con ese inmenso animal.

     No me extraña en absoluto —se rió Gilbert con divertimento—. ¿Y dices que Agnes estaba junto a ella, que la serpiente se le acercaba y la miraba con ternura? Eso es imposible.

     Gilbert, yo jamás te mentiría. Nunca he visto nada igual, Gilbert. Entre esa serpiente y Agnes existe un vínculo muy poderoso y mágico.

     Tú sabes que Agnes vive las cosas de un modo distinto. No debemos olvidar que sufre esquizofrenia. Es muy probable que tergiverse la realidad.

     Esta vez no la ha tergiversado. Yo misma fui testigo de cómo se miraban, Gilbert. Ya te lo he dicho.

     ¿Y qué piensa hacer Agnes con ella? Yo no estoy dispuesto a convivir con una cobra. No quiero meter aquí a un animal tan peligroso.

     No quiere separarse de ella.

     No pueden vivir juntas en ninguna parte, Gaya. Tenemos que ponernos en contacto con la policía para que decidan cómo deben actuar ante un caso así. No podemos comportarnos como si no supiésemos nada. Lo más conveniente es que devuelvan a esa serpiente a su lugar de origen. Aquí no puede vivir, Gaya. Es muy peligrosa. su veneno es mortal.

     Agnes me aseguró que nunca me atacaría.

     ¿Y la creíste?

     Si tú te hubieses hundido en los ojos de ese animal, no dudarías de lo que te digo.

     Entonces, ¿pretendes que no hagamos nada, que Agnes viva junto a un animal que puede matarla inesperadamente, sin que nadie pueda evitarlo?

     Jamás ocurrirá algo así. te prometo, Gilbert, que nunca he visto una mirada tan poderosa, tan mágica. Ese animal es muy especial.

     No lo niego, Gaya, pero...

Agnes notó que el corazón comenzaba a latirle con una velocidad vertiginosa y que los ojos se le llenaban de lágrimas. No podía soportar la idea de que la alejasen de Némesis. Aunque apenas hubiese compartido su vida con ella, la quería muchísimo, como hacía mucho tiempo que no quería a ningún animal. E incluso tenía la sensación de que el vínculo que la enlazaba a Némesis no se asemejaba al que la había unido a las otras serpientes con las que se había relacionado en su pasado.

Sabía que Gilbert no cambiaría de opinión, por mucho que Gaya le asegurase que Némesis nunca los atacaría ni tampoco le haría daño a nadie. Aquella realidad la desolaba y la inquietaba tanto que apenas podía controlar sus pensamientos ni sus sentimientos.

Sin valorar su comportamiento, se adentró en el hogar de Gilbert y se dirigió hacia el salón intentando reprimirse las ganas de llorar que sentía. Gilbert y Gaya todavía conversaban dominados por la seriedad y la preocupación y, cuando advirtieron que Agnes había regresado, se callaron al instante y la miraron en silencio.

     Por favor, Gilbert, no me separes de Némesis —le pidió Agnes apenas sin poder hablar—. Cree a Gaya. Ella conoció a Némesis y te dice la verdad.

     Agnes, un animal tan peligroso como Némesis no puede vivir en estos lares, cielo —le comunicó Gilbert con mucha paciencia y afabilidad—. Éste no es su hábitat. Tienes que entender que ella debe regresar a su hogar. Seguramente lo añora como tú extrañas tu tierra, Agnes.

     No, Gilbert. Ella me aseguró con sus ojos que deseaba vivir conmigo, que siempre había anhelado encontrarme y que lleva muchísimo tiempo esperándome.

     Agnes, es totalmente improbable que hayas podido comunicarte tan profundamente con un animal.

     No, no es imposible. Puedo saber qué piensa y siente. Por favor, ayúdame a encontrarla. tienes que conocerla, Gilbert. Cuando la mires a los ojos, entonces entenderás lo que siento.

     Está bien, Agnes. Después de comer, iremos al bosque y la buscaremos; pero tienes que calmarte.

     No vamos a separarte de Némesis si es eso lo que tanto te aterra —intentó serenarla Gaya con mucha dulzura.

     Y mucho menos lo haremos si eso te perjudicará tanto —prosiguió Gilbert con serenidad mientras acariciaba a Agnes en los cabellos—. Por cierto, te sienta muy bien ese corte de pelo y la ropa que llevas es muy bonita.

     Gracias —susurró Agnes agachando los ojos—. Regresaré al jardín.

     No es necesario, Agnes. Quédate con nosotros. Hay algo que me gustaría comentar contigo —le solicitó Gilbert suspirando nervioso—. Siéntate, por favor. —CUANDO Agnes lo hubo obedecido, entonces Gilbert, sin ser capaz de mirarla a los ojos, empezó a contarle—: antes de permitir que te sacase del hospital, el doctor que te cuidaba me comunicó que no estás capacitada para depender de ti misma, para gestionar tus bienes ni tampoco para tomar decisiones legales. —Gilbert notó que a Agnes se le llenaba la mirada de terror y desolación, pero continuó expresándose con una tranquilidad que a Agnes le acariciaba el alma—: Le pregunté si es posible que yo me convirtiese en tu tutor legal y me explicó que, aunque lograr algo así es muy complicado, es totalmente factible que tú seas mi protegida.

     ¿Y por qué creen que soy incapaz de tomar mis propias decisiones? ¿Por qué piensan que no puedo depender de mí misma para vivir?

     Porque hace años te declararon incapacitada. Por ello, todos los meses percibes una pensión por minusvalía. El hospital en el que vivías se quedaba ese dinero que solamente es tuyo, Agnes, de nadie más. Si consigo convertirme en tu tutor legal, nadie podrá quitarte lo que te pertenece.

     ¿Y por qué debo tener un tutor legal? Puedo demostrarle al mundo entero, si es necesario, que soy capaz de cualquier cosa —le indicó nerviosa, a punto de ponerse a llorar.

     Lo sé, Agnes. Yo confío plenamente en ti.

     No es verdad. tú también piensas que estoy tan enferma que no puedo depender de mí misma, que no puedo vivir sola, que ni siquiera soy capaz de saber qué siento y qué quiero —lloró delicadamente sin poder evitarlo.

     Agnes, eso no es cierto, cariño —la contradijo Gaya con mucha ternura–. Ninguno de los dos pensamos así; pero, para la sociedad, tú estás enferma, aunque nosotros sepamos que eres mucho más capaz de vivir sola y de tomar tus propias decisiones que cualquier otra persona; pero debemos actuar a merced de lo que ellos han designado.

     Y, si yo soy tu tutor legal, tú serás quien escogerá todo lo que quieras vivir, todo lo que desees hacer. Yo nunca te cortaré las alas. Simplemente seré quien te representará en algunos casos, nada más, y nadie te quitará tu dinero ni nada que te pertenezca solamente a ti.

     Pero es injusto que me anulen de ese modo. Además, ¿os dais cuenta de lo insignificante que soy para el mundo entero? Si vosotros no hubieseis aparecido en mi vida, yo me habría muerto en ese hospital sin que a nadie le importase, absolutamente a nadie —hipó Agnes cada vez más desconsolada.

     Pero nosotros hemos aparecido, Agnes, y estamos dispuesto a ser para ti los padres que no tienes —le prometió Gaya con los ojos lacrimosos.

     Y estoy segura de que en ese hospital solamente me alojaban porque podían aprovecharse de mi dinero. No les importaban ni mi salud ni mi vida, solamente esa pensión. Ahora entiendo por qué se esforzaron tanto por destrozar mi razón, por qué, en lugar de curarme, hacían todo lo posible para que cada vez estuviese más enferma. No les interesaba que me recuperase, no les interesaba que me marchase de allí. Ellos sabían que yo no estaba loca, pero se negaban a reconocerlo ante mí y lucharon por convencerme de que estaba tan turbada como los demás internos. ¿Cómo es posible que existan personas tan crueles?

     Agnes, cálmate, cariño, por favor —le solicitó Gilbert conmovido.

     No me equivoco, ¿verdad? Todo lo que digo es cierto —les cuestionó casi sin poder hablar.

     Sea cierto o no, lo que ahora debe importarte es que tienes una nueva oportunidad para vivir, para ser tú misma y para demostrarle al mundo que eres mucho más mágica y poderosa de lo que todos creen —la alentó Gaya.

     No quiero demostrarle nada a nadie. No quiero saber nada más de esa horrible sociedad a la que solamente le interesa el dinero. No quiero mezclarme nunca más con nada que forme este mundo tan hipócrita y falso. No permitáis que nadie se entrometa en mi vida nunca más. No quiero saber nada más de esa realidad tan dañina.

     De acuerdo, Agnes. No te preocupes ahora por eso. Solamente dime si estás de acuerdo con que luche por ser tu tutor legal.

     Haz lo que creas conveniente. Yo no me opondré a nada. Disculpadme, necesito estar sola —les comunicó levantándose nerviosa de la silla que ocupaba y dirigiéndose después velozmente hacia el jardín.

     Me parte el alma que se entristezca así —le musitó Gaya con una voz trémula cuando Agnes hubo desaparecido.

     Es comprensible que se haya desalentado tanto; pero ya se le pasará. No te preocupes. Sabe que nosotros la queremos de verdad.

     Me inspira tanta pena...

     Tenemos que acostumbrarnos a sus desánimos —le indicó Gilbert con paciencia y tristeza—. Será bastante habitual que sufra cambios de humor tan repentinos.

     Tiene muchísimas razones para ponerse así. Es comprensible que se sienta despreciada y anulada. No es justo que la hayan tratado tan mal siempre.

     Gaya, pero no podemos negar que Agnes no está capacitada para depender de sí misma. Aunque esto sea muy triste, es su realidad. Agnes sufre cambios de ánimo bastante importantes. Puede permanecer durante semanas sumida en la apatía más terrible, ignorando su alrededor, ignorando sus necesidades, sus pensamientos... Cuando se halla en esa catatonia, Agnes se convierte en una persona totalmente inaccesible.

     Lo sé. No obstante, tengo la esperanza de que conseguiremos curarla. Solamente necesita amor, atención, comprensión y algunos tratamientos inofensivos que le proporcionen más estabilidad anímica.

Gaya y Gilbert continuaron conversando con calma, intentando que el recuerdo de las lágrimas de Agnes no deshiciese la tranquilidad con la que ambos deseaban teñir sus vidas. Aunque ninguno de los dos se atreviese a confesárselo al otro, ambos anhelaban salir al jardín en busca de Agnes para comprobar si ya se encontraba mejor, para serenarla entre sus brazos, para asegurarle que junto a ellos nunca le faltaría nada.

Agnes caminaba casi sin pensar hacia dónde deseaba dirigirse. Había abandonado el precioso jardín de Gilbert y se había internado en el bosque que rodeaba aquellos tranquilos lares; pero ni siquiera la belleza que impregnaba aquella naturaleza tan salvaje y densa la calmaba. Se sentía tan triste que apenas podía pensar con claridad. Lo único que experimentaba era una interminable punzada de dolor atravesándole toda el alma.

Al fin, se sentó en el suelo, junto a los árboles, y permitió que aquellas intensas ganas de llorar que tan impiadosamente la atacaban se apoderasen por completo de su alma, de sus pensamientos y de su existencia. Lloró notando que cada lágrima que le brotaba de los ojos le quemaba la piel, creyendo que aquel desconsuelo nunca se desharía por mucho que plañese.

En esos momentos Agnes creía que de nuevo estaba irrevocablemente sola, que el amor con el que Gaya y Gilbert la trataban no provenía de sus almas, sino de otro interés que ninguno de los dos se atrevía a confesarle. Le resultaba totalmente imposible confiar en que la vida fuese tan hermosa. Se sentía tan intimidada por sus propios sentimientos, tan empequeñecida ante las terribles certezas que había descubierto y tan minimizada que ni siquiera la calmaba recordar el modo como Gaya y Gilbert la habían acogido en sus vidas. Ella creía que no se merecía recibir el amor de aquellas dos personas tan amables y mágicas.

     O único que merezo é estar soa, para sempre —se decía casi ahogándose en sus lágrimas.

Agnes siempre había sido consciente de que su forma de ser impedía que los demás la comprendiesen y la quisiesen, pero nunca se había sentido tan despreciada, tan insignificante. Descubrir que de veras, en aquel horrible hospital, no hubo nadie que se preocupase con sinceridad por su salud tanto física como mental la instaba a creer que siempre estaría completa e irrevocablemente sola, que nadie la amaría, que siempre la rechazarían por cómo era, por lo que pensaba, por su manera de interpretar la vida. Ni tan sólo confiaba en que Gaya y Gilbert la entendiesen tan nítidamente como le aseguraban.

De repente, cuando más sumergida se hallaba en aquellos pensamientos tan tristes y destructivos, oyó que alguien caminaba cerca de donde se encontraba. Se alzó rápidamente del suelo con la intención de huir de quien estaba a punto de mirarla a los ojos, pero apenas tuvo la oportunidad de levantarse. Gaya la aferró del brazo mucho antes de que pudiese erguirse y, tras sentarse enfrente de ella, la abrazó con una fuerza tan cariñosa que Agnes creyó que se desharía. El tiernísimo abrazo con el que Gaya la acogía intensificó el llanto que tanto le hacía temblar, que tan pequeñita la volvía.

     Agnes, Agnes, cálmate, bonita. No llores así. Dime qué te ocurre, por favor —le pidió tomando la cabeza de Agnes entre sus amorosas y pacientes manos.

Agnes no podía hablar. Notaba que en la garganta le había nacido un indestructible nudo que le presionaba la cabeza y que había devorado su voz. Lo único que podía hacer era llorar con un desconsuelo que incluso a ella misma la aterraba.

     Agnes, entiendo que te aflija tanto haber descubierto por qué te mantenían encerrada en ese hospital; pero ahora no debes pensar en tu pasado, cariño. Ante ti tienes un presente precioso y un futuro lleno de luz. Agnes, no desconfíes de nuestros sentimientos. No me preguntes por qué te queremos tanto, pero no nos ha costado nada empezar a hacerlo. Eres tan buena, tan mágica y adorable que es imposible no encariñarse contigo.

     No es verdad —le negó Agnes casi sin poder hablar—. A mí no me quiso nadie nunca. La única persona que me entendía y me adoraba era mi abuela, pero ni siquiera mi madre me tenía cariño. Yo nací para ser despreciada, para estar sola. No entiendo por qué sigo viva. Lo mejor habría sido que me hubiese muerto en ese hospital horrible en el que a nadie le importaba mi existencia. Y sé que me queréis. Yo también os quiero mucho, pero no deseo oscurecer vuestra vida y es lo único que haré si me quedo a vuestro lado. tenéis que olvidaros de mí si anheláis existir en paz, si anheláis ser felices. Yo sólo soy una carga espantosa que no os merecéis soportar.

     ¿Quién te ha dicho a ti que eres una carga, cielo? —le preguntó con los ojos llenos de lágrimas.

     Soy una carga porque estoy enferma, porque no puedo vivir sola, porque siempre dependeré de alguien para poder existir. y yo no quiero que perdáis el valioso tiempo de vuestra vida dedicándome vuestra preciosa atención.

     Agnes, estás muy equivocada, cariño.

     No me equivoco, Gaya. Ahora estáis convencidos de que deseáis ayudarme, de que seréis capaces de curarme y de hacerme feliz; pero, con el paso del tiempo, os daréis cuenta de que haberme acogido en vuestra vida fue un error horrible que jamás deberíais haber cometido.

     Pero ¿qué dices?

Gaya nunca había oído hablar a nadie de sí mismo con tanto desprecio, con tanta rabia e incluso saña. Descubrir que Agnes se detestaba tanto le destrozó el corazón. Podía captar perfectamente en su voz esos sentimientos tan terribles que se profesaba, que tanto la herían en el alma.

     Lo primero que tenemos que hacer es intentar destruir ese odio que sientes hacia ti misma. No es justo que te desprecies de ese modo.

     No merece la pena que nadie me quiera, ni siquiera me merezco sentir amor hacia mí misma. Soy absolutamente despreciable, Gaya.

     No es verdad, Agnes —la contradijo con una voz trémula—. Ahora estás muy desalentada, pero te aseguro que estos sentimientos también se desvanecerán.

     Y Némesis no me buscó. A lo mejor no quiso encontrarme. Ella también se dará cuenta de que quererme es un error y huirá de mí.

Justo entonces Gaya atisbó una sombra inquieta que se movía lentamente entre los árboles. No le costó adivinar que era Némesis quien se hallaba tan cerca de ellas.

     Némesis está justo detrás de ti, Agnes.

     yo no debería ser egoísta con ella. Tendría que permitir que la devolvieseis a su hogar, pero sé que ella también me buscaba...

     Némesis te quiere, Agnes, como también te queremos nosotros. Que te adoremos no es tan imposible como aseguras.

Agnes notó que alguien se acercaba a ella y, tras alejarse de los brazos de Gaya, miró a su alrededor. Se quedó totalmente paralizada cuando descubrió que quien se había arrimado tanto a ella era Némesis.

Némesis la miraba con los ojos anegados en ternura y también inquietud. Agnes percibió que Némesis se preguntaba por qué lloraba tanto, por qué estaba tan triste. No le cupo duda de que Némesis había detectado plenamente los sentimientos que le invadían el alma.

     Némesis —musitó mientras la acariciaba con mucha lentitud y cuidado, como si no desease sobresaltarla.

     ¿Deseas que vaya a buscar a Gilbert, Agnes? Creo que debería conocer a Némesis.

     Sí, por favor, Gaya. Pídele que venga.

Cuando Gaya se marchó, entonces Némesis se aproximó más a Agnes y se envolvió en su delgado y frágil cuerpo. Agnes apenas notaba el peso de Némesis. Tenía la sensación de que, cuando Némesis la rodeaba con tanto primor, ambas formaban parte de una misma materia, de un mismo ser.

Permaneció acariciándola con mucha ternura hasta que percibió que Gaya y Gilbert se hallaban cada vez más cerca de aquel íntimo instante. Mientras ellos no llegaban, Agnes había luchado contra los horribles pensamientos que tanto la habían desconsolado hasta que, al fin, logró que el alma se le llenase de paz, de conformidad e ilusión. Sentirse tan cerca de Némesis, de un animal tan imponente y especial, la instaba a creer que era mucho más poderosa y valiente de lo que siempre había pensado.

     Némesis, agora coñecerás a Gilbert. É un home moi boíño que tamén te quererá moitísimo —le reveló Agnes susurrando casi inaudiblemente mientras no dejaba de acariciar a Némesis.

Cuando notó que Gilbert las miraba, Agnes alzó la cabeza y hundió los ojos en los de Gilbert, quien en esos momentos las observaba con afabilidad y paciencia.

Gilbert se acercó lentamente a Agnes y a Némesis sin dejar de mirarlas. No podía cesar de analizar la apariencia de Némesis y descubrir cuánto poder irradiaba su presencia lo sobrecogía profundamente, pero no tenía miedo. Aquel animal no podía ser peligroso si estaba tan unido a Agnes. Enseguida se percató de que Némesis miraba a Agnes con una fascinación interminable y con un cariño tan envolvente que Gilbert creyó percibir la energía que lo componía, como si ésta tuviese materia, como si ésta fuese visible. Se agachó enfrente de ellas y, con mucha premura, le preguntó a Agnes:

     ¿Así que ella es Némesis? —Agnes asintió levemente con la cabeza—. es preciosa, pero su aspecto también es muy inquietante.

En esos momentos, Némesis se separó de los ojos de Agnes y miró a Gilbert con curiosidad y temor. Agnes no cesaba de acariciarla; lo cual serenaba mínimamente a Némesis, quien parecía alterada ante la presencia de Gilbert.

     No os separaré nunca, si es eso lo que tanto miedo te inspira, Némesis. Yo no soy quien para arrancarte De la Vera de Agnes. Además, Agnes necesita que alguien como tú la cuide y la quiera.

     Némesis también está muy sola —añadió Gaya con cariño—. Ella también se merece tener la protección de alguien tan mágico como Agnes.

     Sí, es cierto. Perdóname por dudar de lo que me contaste, Agnes. Ahora entiendo por qué te asusta tanto la posibilidad de que te distanciemos de Némesis.

     Muchísimas gracias, Gilbert —le dijo Agnes a punto de llorar nuevamente.

     Venid a casa y comamos antes de que sea más tarde —les pidió Gilbert con cariño, sonriéndoles con mucha luz y paciencia.

A partir de aquel día, Agnes comenzó a existir en una vida que parecía más bien un precioso y mágico sueño. Sus horas eran tersas y calmadas y estaban anegadas en armonía e ilusión. A pesar de que a Agnes todavía le costase mucho desprenderse por completo de la tristeza que le inundaba el alma desde hacía tantos años, podía disfrutar de cada instante, era capaz de detectar los matices más bellos y resplandecientes de cada hecho. La presencia de Némesis, de Gaya y de Gilbert continuamente la alentaba, la instaba a creer que al fin su destino se había llenado de destellos que nunca se desvanecerían.

4 comentarios:

  1. No deja de sorprenderme tu capacidad de escritura. "Este capítulo es un poco largo", me dijiste en un mensaje... bueno, te quedas corta. Mi famosa "Summa" tiene unas 70.000 palabras, este capítulo tuyo, 22.000, así que tú haces en un rato lo que a mí me cuesta meses... para poder leerlo con comodidad me lo he llevado a Word... ocupa 55 páginas. Si eso no es una novela en sí misma, que venga dios y lo vea, jajajajajajajajajaja. Bueno, te adelanto que es magistral, llevo toooodo el día leyéndolo, porque es imposible por completo hacerlo de un tirón. Como me suele pasar, y más cuando me meto estos atracones, me apetece más comentar por impresiones y en desorden que hacer una reseña del texto por el argumento, no sé, me sale más natural. Lo primero que te voy a decir es mi escena favorita... ¿cuál será? pues claro, no cabía otra posibilidad, es el encuentro con Némesis. Me sacas de la historia, del contexto y de todo, me quedo hipnotizado con esa danza que tiene mucho de sensual entre las dos criaturas. Evidentemente me da mucha pena saber que esa relación va a tener un final fatal, pero me encanta todo lo demás, empezando por el hecho de que Némesis sabe perfectamente quién es Agnes, es más, sabe algo que ella no sabe, y es de qué se conocen, qué clase de unión indisoluble hay entre esas almas; me pregunto cuál sería su historia anterior (ahí tienes tema para otra novela), y también si más adelante no se volverán a encontrar, ya sea en la forma de las mismas especies o en otras. Sí, tomas de la mitología india la capacidad de que un ser renazca en el cuerpo de una especie distinta, pero me da la sensación, y eso me gusta, de que a diferencia de los indios para ti que una persona renazca como serpiente, por ejemplo, no es para nada un paso atrás, porque después de todo la serpiente siempre será un ser puro y el ser humano siempre una mezcla de cosas que nunca son puras del todo. Así que Némesis aventaja a Agnes en muchas cosas, y mira que Agnes tiene puntos a su favor... en fin que esa relación la has bordado, está perfecta, no se puede pedir más, transmites toda la confianza, todo el amor, justo lo que los demás no ven ni pueden ver pero que para la pareja Agnes/Némesis es lo perfectamente normal. Y a mí me pasó lo mismito que a Agnes, mientras leía esa parte me olvidé de lo demás, dónde estaban, quiénes eran y cualquier otro condicionante, sencillamente es un relato de cómo dos amigas se reconocen y aprenden de nuevo a confiar la una en la otra. De verdad que está muy muy bien.

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  2. Pero claro, el capítulo no empieza así, empieza con la descripción de la nueva vida de Agnes, por cierto que también me gustó mucho la partecita del sueño con la diosa (se supone que es ella ¿no?), yendo al bosque y al círculo mágico. En este capítulo vas mezclando lo sublime y lo terrenal, lo práctico y lo espiritual, en el fondo es el día a día nuestro, te sientas dispuesto a escribir una maravilla, o a pintar o a lo que sea, pero a la vez te pica un pie y te acuerdas de que hay que comprar pan para luego. Esa es nuestra vida. También Agnes tiene que planificar la suya, o admitir planificación en ella, por suerte Gilbert se va a hacer cargo de su situación lega, pero no me extraña que se sienta fatal por saber que es poco menos que un bebé desde el punto de vista legal, y suerte ha tenido con dar con Gilbert y Gaya, claro... es tan intuitiva, las pilla todas al vuelo, como cuando entiende a la primera que entre ellos dos hay mucho más que palabras, pero qué lista es. Va al pueblo y se compra cosas que le gustan, son momentos dichosos... si no fuera por la pesada esa de Moira, que siempre tiene que haber gente así alrededor ¿verdad? De esas que no nos ponen las cosas fáciles, en cuantito ven que alguien destaca ya están ahí para decirte no que eres especial, sino que eres raro, rara en este caso, el miedo a lo distinto, la seguridad del rebaño beeeeeeeeeeeee. No sé cómo daría con Gaya, la verdad. Finalmente viene mi parte favorita, la de Némesis, y Gilbert tiene la inteligencia de comprender que, por muy raro y contrario a la lógica que pueda parecer, nadie como ella para acompañar a Agnes, creo que le cuesta un poquito pero finalmente lo comprende.
    Los diálogos tiene mucha chispa, ay, no te he comentado nada del gallego, se sigue muy bien y es buena idea que lo use con Némesis, si es que es un capítulo redondo, que te lo digo yo. Bueno, capítulo se queda corto, capitulazo.
    Miedo me das pero ¡como me gusta tanto! Pues eso, que sarna con gusto no pica jajajajajajaja. En serio, cada vez escribes mejor, estás muy inspirada, y la historia va viento en popa. ¡Perfecta!

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  3. ¡Por fin me lo he podido terminar! Dijiste que era largo, pero no imaginaba que tanto jajaja. Lo he leído a ratos, ya que de golpe me ha sido imposible. Es un capítulo intenso, yo diría que magistral. Entiendo que no lo hayas querido dividir pues completo explica una fase muy importante en la vida de Agnes.

    En primer lugar, echaba de menos tus camas mullidas jajajaja, en tus historias siempre hay una o dos camas mullidas, o lugar mullido para dormir, me encanta, es algo muy tuyo. El sueño es muy misterioso y revelador. Agnes debe estar contenta, aunque es verdad que ha vivido una pesadilla durante años, todo le ha llevado hasta este momento, con estas personas que de verdad la respetan y la quieren. Está claro que la Diosa ha intervenido, al menos eso creo yo. Es muy complicado coincidir con personas que no solamente practiquen tu misma religión o creencias, si no que tengan la misma forma de pensar y entender la vida. Por dar un detalle, no comen carne, al igual que ella.

    El encuentro con Gaya es mágico, muy mágico. Aunque Gaya tiene sus dudas y miedos, lógico al tratarse de una persona inestable y enferma, ha dejado a un lado todo eso para entregarle todo su amor. Ella le otorga confianza en si misma y mucha seguridad. Llevarla de compras, invitarla a su casa, su jardín...es una gran mujer. Ya lo sabíamos, pero esto no hace más que confirmarlo.

    Encuentro mucha conexión entre Agnes, Sinéad, Artemisa y tú. En muchas de las palabras de Agnes, sobretodo en las de protesta e indignación, siento más que nunca que eres su creadora. Esa desilusión y decepción con el mundo y la forma en la que está planteado. Agnes tiene mucho de ti, y eso me encanta. Por otra parte, veo la conexión entre Agnes, Sinéad y Artemisa en cuanto a la naturaleza, su amor por ella y desear estar a todas horas perdida en el bosque, odiar la sociedad, vivir en el bosque , la sensibilidad extrema y sobretodo, por las veces que se emocionan y lloran. Agnes en este capítulo llora muchísimo, además con justificación,y eso me recuerda mucho a Sinéad, que lloraba con mucha facilidad y siempre tenía el problema con la sangre y no manchar. Ellas reflejan tu personalidad, tu implicación con la naturaleza, tu intensa sensibilidad. Es simplemente maravilloso, y por ello no puedo evitar adorarlas a todas y sentir un vínculo muy especial con todas. En este caso, con Agnes. Es muy tú, y me fascina (salvando las distancias en cuanto a que está enferma y todo eso, claro está).

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  4. El encuentro con Gaya ha sido especial, pero es que el de Némesis yo creo que todavía más. Es cierto que desde el primer momento han sentido una conexión tan fuerte que traspasa las palabras. Por fin sabemos como la conoce y el momento en el que le pone el nombre. Entiendo a la perfección la reacción de Gilbert, yo me habría muerto en el acto. Aunque Némesis se ve un animal mágico y maravilloso, a mi es que la serpientes me dan miedo. No verlas en la tele o a dos kilómetros, pero si al lado y mucho más si me tocan. Además, no estamos hablando de una serpiente cualquiera, ¡una cobra real! Como diría Raúl, te cagas en las bragas. Es muy venenosa y peligrosa. Némesis se ve diferente, siento confianza en ella, pero es lógico que despierte el temor entre los que se la encuentren. Por otra parte, Némesis es fundamental y ayudará en la recuperación de Agnes. En ella tiene una amiga fiel que nunca la abandonará. Bueno...hasta el día de su muerte, que por desgracia ocurre más adelante.

    Por último, me gustaría decir algo sobre Moira. ¡Menuda petarda! Mira que el nombre me encanta, así se llama un personaje de Resident Evil al que le tengo mucho cariño, pero es que es muy despreciable. Vamos a ver, te metes en casa de otra persona, pides explicaciones de quién es su invitado, exiges hablar y encima le pides que se marche sin ninguna delicadeza. ¡Pero será descarada! Yo de Gaya la habría echado de casa, ¿que se piensa? No tiene educación y es una metentodo. ¿A ella que más le da quién sea y de dónde es? Encima tiene la desfachatez de preguntarle que hace tan lejos de su tierra, ¡ni que la gente no viajase! Si va a Barcelona se volverá loca preguntando a desconocidos que hacen lejos de su país. Me cae fatal y mucho me temo que volverá a salir. Para colmo, empieza como los del hospital, a ponerle verde sin conocerla.

    En fin, que me ha encantado el capítulo, muy completo, repleto de muchas emociones y sobretodo, de momentos mágicos y esenciales. Estamos conociendo en profundidad a Agnes y vamos comprendiendo realmente como se encuentra y el porqué de sus actos.

    Escribes tan bien, que te quedas maravillado. Utilizas unas palabras, una combinación magistral de ellas que hipnotizan por completo. De verdad que me fascina. Entoch, me está encantadooooooo!!!

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