Hoy se cumple un mes de nuestro mágico
viaje a Galicia. No dejo de recordar que, hace justo un mes, ahora estábamos en
Ourense, paseando por sus antiguas calles en busca de algún lugar para cenar.
Llevo todo el día rememorando los instantes que viví hace un mes: el viaje de
ida, la llegada, la ilusión que me latía en el alma, las ganas de vivir, la
felicidad que compartía con Artemisa, la curiosidad que sentía ante todo lo que
nos quedaba por vivir. Fue un día maravilloso, desde que empezó a las cuatro de
la madrugada hasta que acabó más tarde de las doce de la noche. Fue un día
maravilloso que iniciaba una serie de días preciosos e inolvidables que jamás
pensé que podrían existir. Compartir con Artemisa esos momentos, estar con ella
allí, en mi tierra, y también vivir con Casandra esos días tan especiales fue
más que un sueño para mí.
Hoy, en cambio, fue un día totalmente
simple, en el que continuamente me evadía pensando en lo que vivimos hace un
mes. Incluso puedo decir que fue un día carente de momentos especiales. Me
levanté a las cinco y veinte de la mañana, me fui al trabajo como todos los
días, llegué, trabajé mis 7 horas, aguanté como pude a todas esas personas que
llamaban enfadadas y comí sola, como siempre, en esa mesa pequeña en la que
prefiero refugiarme. Podría compartir la comida con algunos compañeros de
trabajo, pero no me apetece en absoluto hablar con nadie. Con nadie establecí
ninguna conversación interesante y dudo mucho de que lleguemos a conocernos
bien; al contrario, tengo la sensación de que les caigo mal a todos y de que ni
siquiera comprenden el significado de mis miradas. Alguna vez intercambiamos
algún comentario, les pregunté alguna duda que tenía o los ayudé a resolver
alguna suya, pero ya está, nada fue más allá. Lo único que saben de mí es que
soy gallega y que vivo a más de dos horas del trabajo, nada más. Ninguno de
ellos se molestó en conocerme más, pero yo tampoco le di pie a nadie a que se
interesase por mí. Siempre supe que la primera impresión que la gente tiene de
mí no es muy buena. Parezco alguien inaccesible. Parezco demasiado tímida e
incluso sé que desconfían de mi mirada. Hay quien ni siquiera se esfuerza por
comprobar si sus percepciones se corresponden con la realidad, pero otras
personas sí se molestaron en conocerme mejor, haciéndome preguntas que yo sí me
sentía capaz de responder, agrietando con paciencia y cariño la vergüenza que
siempre envuelve mi voz cuando me hallo ante alguien que no conozco. Así lo
hicieron en el templo, cuando los conocimos a todos, hace un año, así lo hizo
Casandra cuando acabamos viviendo juntas. Yo sé que soy difícil de conocer, que
soy inaccesible y que no desprendo mucha confianza, pero eso me ocurre porque
no me motiva nada conocer a nadie, porque me cuesta mucho abrirme a los demás y
porque aún pienso que no merece la pena que la gente me conozca, ya no porque
mi forma de ser carezca de sentido o sea absurda, sino porque sé que es muy
difícil comprenderme plenamente. Siempre me sentí muy distinta al resto de las
personas, aunque pueda compartir con alguien algunos gustos o preferencias. Y,
sinceramente, muchas veces me pregunto cómo es posible que sea tan sencillo
compartir mi vida con Artemisa, cómo es posible que ella me soporte y me ame
tanto, cómo es posible que aún estemos juntas después de los momentos difíciles
que vivimos. Yo la amo con toda mi alma, la amo con una fuerza que no cabe en
mí, siempre lo hice; pero también pensaba que este amor moriría conmigo sin que
hubiese podido entregárselo o desahogarlo, sin que hubiese sido libre. A mí no
me cuesta nada querer a las personas que forman mi vida. Enseguida empiezo a
quererlas sin que yo pueda evitarlo. Me ocurrió con Gilbert y con Gaya cuando
los conocí. Empecé a quererlos al instante porque enseguida me di cuenta de
cómo eran, enseguida detecté lo buenas personas que eran. Los quise siempre de
la misma forma, aunque no me atreviese a demostrárselo por sentirlos lejos,
aunque prefiriese permanecer lejos de ellos para no contaminar su vida con mi
tristeza. Yo creía que ellos siempre estarían conmigo, que siempre estaríamos
juntos y que, incluso, llegaría un momento en el que acabaríamos viviendo
juntos; pero el transcurso del tiempo me demostró que los quería en balde, que
todo lo que yo soñaba no era más que una utopía, como siempre, como todo lo que
soñé a lo largo de mi vida.
¿Y por qué ha de ser todo así, por qué?
¿Quién decide que tengamos que vivir la decepción y la desilusión? ¿Y por qué
ciertas personas somos más propensas a recibir estos golpes?
Hay algo de lo que nunca le hablé a nadie
porque realmente me duele mucho reconocerlo. Artemisa me preguntó por ello
alguna vez y yo sólo pude darle leves nociones sobre ese tema; las justas para
que no siguiese indagando más, pues nunca me apeteció hablar de ese asunto. La
segunda vez que me encerraron en el hospital, Gilbert renunció a mi tutela. Yo
no sé cómo lo hizo, pero un día el doctor Martín me anunció con su fría forma
de hablar que Gilbert ya no era mi tutor legal, que iban a hacerme estudios
para comprobar si yo podía depender de mí misma. Yo le dije (ya me atrevía a
hablarle) que estaba totalmente capacitada para gestionar todos mis bienes y
para decidir lo que quería para mí, para decidir por mí, y que no necesitaba a
nadie que respondiese por mí ante nadie. Le expliqué que lo único que me
ocurría era que estaba profundamente triste, pero nada más. No estaba separada
del mundo que me rodeaba, era plenamente consciente de todo lo que vivía y que
sería así siempre, a pesar de que desease con tanta fuerza irme de este mundo.
El doctor Martín gestionó todo lo necesario para que yo declarase estas mismas
palabras ante un juez y, al final, después de un largo procedimiento que viví
sola, sin contar con nadie, el juez declaró a mi favor, aunque también me
reconocieron una discapacidad de la cual no podré desprenderme nunca; algo que,
por un lado, me otorga algunos beneficios, pero, por el otro, me hace sentir de
nuevo diferente y especial.
A veces me pregunto qué me habría ocurrido
si Gilbert no hubiese renunciado a mi tutela. Posiblemente ahora ni siquiera
tendría trabajo, no podría vivir con Artemisa o no sé a cuántas cosas tendría
que renunciar ahora; pero me dolió mucho que él me abandonase de ese modo y, a
partir de entonces, ya no volvió a ser para mí la misma persona. No obstante,
siempre entendí que él se hubiese alejado así de mí. Comprendía perfectamente
que él ya estaba demasiado mayor para cuidar de alguien que estaba tan enfermo.
Entendía que él quisiese dejarme atrás, lo entendía perfectamente, pero una
cosa es lo que pensemos y otra muy distinta es lo que sintamos. Los
sentimientos no entienden, no atienden a razones y a los sentimientos no les
importa si hay motivos que justifiquen una acción que nos duele profundamente
en el alma. Nunca le pregunté por qué lo hizo y sé también que él siempre supo
que jamás lo haría. Muchas veces, me di cuenta de que evitaba mi mirada, de que
no se atrevía a mirarme directamente a los ojos cuando me hablaba. Otras veces,
noté que se reprimía las ganas de decirme o preguntarme algo. A mí nunca me
costó advertir esos detalles. Adivino muy fácilmente cuándo alguien se reprime
las ganas de hablar, sé cuándo alguien miente, sé cuándo alguien se guarda para
sí algún comentario o alguna palabra; pero jamás se me ocurrió preguntar nada y
tampoco forzar a nadie a liberar lo que piensa y siente. Yo sentía que Gilbert
y yo nos hablábamos a través de esos silencios que ocultaban lo que él deseaba
decirme en realidad. No me hizo falta preguntarle nada. Yo sabía que él me
pedía perdón con su esquiva mirada y que ansiaba preguntarme cómo me encontraba
de veras.
Hace más de un año que no vemos a Gilbert.
Él se fue a vivir con un hermano suyo a un pueblo de Huesca, muy lejos, allí
donde transcurrió la mayor parte de su infancia. De vez en cuando nos llamamos,
pero jamás volvimos a estar tan unidos como cuando nos conocimos. Nos contamos,
brevemente, cómo nos van las cosas, pero en realidad es Artemisa quien más
habla con él.
Hoy, sin embargo, también pensé mucho en
él. Por la tarde, cuando llegué de trabajar, estuve hablando con Artemisa,
mientras merendábamos, de cómo podían cambiar las cosas de un año para otro.
Artemisa me contó que hace tiempo que pensaba en ir a visitar a Gilbert, pues
lo echa de menos, pero a mí no me apetece mucho hacer ese viaje, básicamente
porque siento que ya apenas nos une nada. Cuando vivíamos con él, Gilbert era
para nosotras como un padre, pero también estaba ya muy triste, muy cansado de
luchar por la vida. Y realmente yo sentía que estaba deseando que nos fuésemos
para poder irse él también. Nos habló muchas veces de ese hermano que vivía
allí, en la casa en la que nació, y que ansiaba regresar a sus orígenes. Tal
vez por eso también nos esforzamos tanto por encontrar un lugar en el que
vivir.
Lo que me sobrecoge es que noto que
Artemisa extraña a Gilbert y a Gaya mucho más que yo. Y entiendo por qué los
añora tanto. Ellos fueron como unos padres para ella, siempre, desde el momento
en el que la conocieron hasta que se separaron de ella, Gaya porque partió
hacia otra tierra de la que puede que no haya regreso, y Gilbert porque se mudó
a un lugar algo lejano; pero siempre estuvieron con ella, siempre la adoraron,
siempre la quisieron con plena sinceridad, aunque de vez en cuando también se
equivocasen con ella; pero nunca la abandonaron como a mí, nunca la
traicionaron. Yo tampoco puedo decir que me traicionasen a conciencia, pero yo
sí me sentí muy traicionada por ellos, y lamentablemente por todas las personas
que me conocían. Salvo Artemisa, nadie se molestó en intentar evitar que me
encerrasen allí de nuevo. Artemisa fue la única que trató de convencerlos de
que no me llevasen allí, pero ni siquiera a ella la escucharon. Y yo, si
hubiese sido consciente en ese momento de lo que ocurría, habría convencido a
Artemisa de que no merecía la pena que luchase contra mi destino. Lo único que
yo me merecía era vivir allí, lejos del respeto y del amor que tanto ansiaba
que me entregasen, lejos de la vida, de las bendiciones de la vida.
Por suerte, ahora todo eso queda muy
atrás. Queda atrás también el pequeño ápice de rencor que pude sentir alguna
vez por ellos. En mi alma ya no hay nada de resentimiento, nada, ni siquiera
siento rabia cuando recuerdo esos instantes. Lo único que queda en mí es
respeto y mucho cariño hacia todo lo que vivimos, porque es único, porque
realmente fueron ellos los primeros en demostrarme que lejos de mi tierra
también podía encontrar amor.
Y ahora es Artemisa todo mi mundo, es
Artemisa la que día tras día, en cada momento que compartimos, me da todo el
amor que no tuve a lo largo de esos años tan solitarios. Es Artemisa la luz que
me despierta todos los días, el calor de mi ser, es la razón que me hace
sonreír y confiar en que la vida es hermosa. Realmente Artemisa es la que me
dio la vida de nuevo y quien me dio la oportunidad de existir con plenitud. Y
lo hace siempre, sin darse cuenta, quizás sin ni siquiera intuir que es tan
sencillo hacerme sentir viva. Sólo necesito verla sonreír, sólo necesito oír su
risa o su voz y hundirme en sus ojos castaños para notar en todo mi ser el
sentido de la vida.
Artemisa me propuso que nos dedicásemos algunos
párrafos de nuestro diario y de veras me parece una idea muy bonita, pero no sé
cómo empezar a escribirle, no sé cómo dirigirme a ella. Siento una especie de vergüenza
al saber que ella leerá algo tan íntimo, tan mío, pero al mismo tiempo sé que
no puede haber nada de mí que ella no pueda tener, pues la mayor parte de lo
que soy se lo debo a ella. Me apetece mucho narrarle experiencias de mi pasado
de las que no le hablé nunca y también confesarle lo que siento y pienso,
aunque lo sabe siempre. Si no se lo confieso con palabras, son mis ojos los que
le desvelan las emociones que me llenan el alma. Con Artemisa yo no tengo
secretos.
Pero creo que será la próxima vez cuando
me atreva a empezar a escribirle directamente a ella, sólo a ella.
Es cierto, la vida da muchas vueltas. La de personas que pasan por nuestra vida, algunas lo hacen a lo grande, dejando huella en nuestros corazones y otros sin pena ni gloria. Recuerdo a Ñoñi, a Juan de Carlos, mi amiga Eva, La botijodeputa, Juanjo,...algunos me han marcado más que otros, pero la vida es así. Lo que uno no espera es que alguien especial, al que quieres, se marche de tu vida sin poder evitarlo, y eso es lo que le ocurre a Agnes con Gilbert. Es cierto que tanto Gilbert como Gaya cometieron errores garrafales con ella y la traicionaron. Gaya fue especialmente cruel con ella, pero Gilbert rompió su promesa de cuidarla y no estuvo ahí en muchos malos momentos. Sí, no es que sea su obligación, pero crearon un vínculo que parecía fuerte y no supo estar a la altura. Entiendo que Agnes pasó por etapas muy complicadas pero él sabía a lo que se atenía cuando decidió hacerse cargo de ella. Lo bueno es que ella los perdonó, aunque ese pellizco de decepción y tristeza la acompañará de por vida cuando piense en ellos. Es mejor no llevar sobre tus hombros el rencor, que consume y agota con el paso de los años y no es bueno. Entiendo perfectamente que no le apetezca ir a verle.
ResponderEliminarEstá claro que el centro de su mundo es Artemisa, y aunque eso es maravilloso, estaría bien que entrase en su vida alguien más, otras personas. Si por lo que sea, que espero que no, Artemisa se marcha, se sentirá muy sola, y eso lo sobrellevaría mejor teniendo a su lado a otras personas. Es verdad que ella misma se margina, se piensa que es rara, que su mirada transmite desconfianza y todo eso, pero yo creo que esas cosas no son reales, que es la percepción que tiene de si misma, o la que personas malas le han hecho creer que es.
Es una entrada triste, y hoy que llueve, la veo como muy oscura y desconsoladora. Espero que se anime, no es bueno vivir siempre tan triste. Como siempre, muy profunda y con los sentimientos a flor de piel. Preciosa.
El capítulo me ha hecho reflexionar sobre lo igual y sobre lo diferente, sobre la sencillez y la complejidad que entrañan las relaciones humanas. Agnes es la misma para todos, es ella siempre, y sin embargo qué distintas son sus relaciones con los compañeros de trabajo y con Artemisa, para unos es una especie de bicho raro, para Artemisa es más que el sol y la luna. Esa idea, esa dualidad de luces y sombras es la idea que pesa en toda la entrada, porque lo mismo pasa con Gilbert y Gaya, pues para Artemisa son unas personas que amó y ama, que siempre recordará con una sonrisa, mientras que para Agnes representan algo muy diferente; saber que Gilbert dejó la tutela de Agnes me ha sorprendido y entristecido, es verdad que tal vez tal peso le resultaba muy gravoso, pero es un motivo más de decepción para ella, no cabe duda.
ResponderEliminarY volviendo a la dualidad, a la idea de que lo que para unos es igual para otros es diferente me la da también el distinto destino de Gaya, entonces ya fallecida, y de Gilbert, que está vivo. Parecería que son cosas contrapuestas, pero en realidad para Agnes no hay tanta diferencia, tal y como ella lo cuenta vemos que los dos se encuentran simplemente lejos de ella, fuera de su entorno vital: Gaya porque partió hacia otra tierra de la que puede que no haya regreso, y Gilbert porque se mudó a un lugar algo lejano.
Agnes también nos recuerda lo distinto que puede ser el tiempo, "fue un día maravilloso"... (hablando del viaje a Galicia), en cambio un mes después "hoy en cambio es un día totalmente simple". Y muchas veces nos pasa eso, pasamos de un extremo al otro, de estar arriba a descender, o lo contrario, en ocasiones sin razón aparente. Quizá la lección que yo saco es que frente a una misma realidad caben muchas reacciones, y por eso mismo me conviene elegir la más provechosa y que me haga más feliz. Quizá justamente es lo que Agnes hizo con Artemisa, entresacar de ese fondo de extraños que la ignoran una persona que se convirtió en especial, en su alter ego.
Otra idea que me ha gustado es la de la casa como lugar de anclaje en la vida, la casa-refugio, la búsqueda del propio lugar, y lo que tiene esa búsqueda de meta o de huída, según como se plantee, como hace Gilbert respecto a la casa de su hermano que es la suya propia de la infancia, o la casa en Galicia con la que sueña ella misma, esa casa será a la vez el pasado y el futuro. Toda una lectura que evoca y hace pensar, enhorabuena por haber sabido robársela a tu musa.