Capítulo 23
Volviendo a la oscuridad
Para derruir una vida, no es
necesario utilizar las más agresivas armas. Para destruir un alma, no es
preciso emplear las palabras más hirientes o las acciones más oscuras. Sólo una
mirada vacía, un silencio profundo cuando se espera una sonrisa amable o un
abandono cuando se necesita un abrazo acogedor pueden aniquilar irreversiblemente
un corazón y devenir más inclinado el camino hacia la desolación.
Cuando Neftis se marchó, el
cielo comenzó al instante a llorar con un creciente desamparo que volvía
trémulas las hojas de los árboles. Las espesas gotas que manaban de aquellas
nubes tan abigarradas humedecieron las mejillas de Agnes, por las que todavía
no se había deslizado el eco de su profunda tristeza.
Estaba lloviendo. Aquella
certeza la instó a recoger rápidamente la ropa que había tendido y a correr
hacia el interior de su cabaña para colocarla junto al fuego. Actuaba sin
pensar en sus movimientos. Sólo se fijaba en los matices de su entorno; los
que, en algunos instantes, le parecían acogedores, y, en otros, intensificaban
la sensación de vacío que había nacido en su alma.
Los momentos compartidos con
Neftis le parecían parte de un sueño tenido cuando el alba intenta deshacer las
sombras de la noche. Le resultaban tan invivibles, tan insufribles... Aquel
abrazo, aquellos lejanos besos y la forma como la había acariciado le
desvelaban que Neftis... que Neftis ya le había dicho adiós; pero ¿por qué?
Era consciente de que había
cambiado, de que ya no era la misma, pero, en los gestos tiernos, en el cariño
que podía entregarles a quienes todavía vivían en su corazón (a quienes
extrañaba con muchísima fuerza cuando su verdadero carácter susurraba en su
interior), aún respiraba lo que ella era, lo que podía darles, y todavía estaba
allí, en sus ademanes amorosos.
Sin embargo, sabía que aquello
ya no importaba, que para siempre se había desvanecido lo que Neftis había
amado de ella, y aquello había ocurrido por culpa de Artemisa. Sí, había sido
ella quien la había distanciado irreversiblemente de sus seres queridos. Los
había hechizado a todos y los había convencido con su magia de que ella era
maligna y que lo único que podía ofrecerles era oscuridad y negatividad. Por
eso ya no la visitaban, por eso ya no se preocupaban por ella, por eso la
habían abandonado tan injustamente.
Los pensamientos de Agnes se
enredaban en un amasijo de posibilidades hirientes, de recuerdos tergiversados y
de certezas imposibles; pero ni siquiera su herida alma podía advertirle de que
estaba equivocándose y que había empezado a creer en una realidad que nunca
existiría. No importaba, ya no le importaba nada. Al día siguiente asistiría al
ritual de iniciación de Artemisa para despedirse de todos sus seres queridos,
para decirles adiós sin que ninguno de ellos lo advirtiese. Después, se
marcharía de allí, muy lejos. Volvería a Galicia y no regresaría nunca más a
aquellos lares donde habían nacido y muerto tan vilmente sus esperanzas, donde
enterraría para siempre la capacidad de confiar en los demás.
Se preguntaba, continuamente,
por qué se había esmerado en vivir junto a personas tan mágicas y tan estables
mentalmente, cómo se había atrevido a mezclarse con destinos tan resplandecientes,
por qué había creído que podría habitar serenamente en medio del bosque
teniendo a su alcance el amor de aquellos seres tan maravillosos cuando lo
único que se merecía era estar sola, irrevocablemente sola. Ella estaba loca,
estaba horriblemente enferma. Nunca tuvo que haber huido de aquel hospital... o
tal vez nunca tendría que haber nacido. No, no merecía la pena haber vuelto a
la vida si la existencia que la Diosa le había entregado era tan insufrible,
tan densa, tan espantosa, tan asfixiante.
Durante aquel día lluvioso, permaneció
intentando ordenar sus pensamientos, intentando luchar contra el inmenso
desaliento que había derruido sus emociones más brillantes. Ni siquiera
Némesis, aquella vez, pudo rescatarla de las espesas brumas que se habían cernido
sobre su alma. Agnes estaba lejos hasta de sí misma. Leía casi sin prestarles
atención a las palabras que captaban sus ojos, comió sin saborear los alimentos
que ingería e incluso caminó durante algunas horas bajo la lluvia, sintiendo
cómo el cielo derramaba sobre ella su oscura tristeza.
Al fin, llegó la noche. Agnes
no quería dormir. No quería que las pesadillas que la atacaban siempre
volviesen a aferrarla del alma y estaba segura de que en aquella dimensión onírica
la esperaban momentos que le destrozarían mucho más el alma. Así pues,
permaneció toda la noche leyendo junto al fuego, luchando contra el cansancio
que se le había posado en los párpados, espantando el sopor que anhelaba
desvanecer la voz de sus pensamientos.
Cuando finalmente llegó el
amanecer, Agnes se esmeró en celebrar un íntimo ritual a través del que aspiraba
a fortalecer su alma y recuperar las energías vigorosas que tan valiente podían
volverla, pero estaba tan nerviosa que apenas se acordaba de las palabras que
tenía que pronunciar. El único recuerdo que le anegaba la mente era el de
Artemisa. La imagen de Artemisa aparecía continuamente ante sus ojos cansados,
incendiando su torturada alma. Cuando Artemisa la miraba desde la lejanía de su
memoria, entonces Agnes ansiaba desvanecerla con aquella magia tan impetuosa
que supuestamente se albergaba en su ser. La invocaba con desesperación,
arrodillándose ante su altar, y le suplicaba a la Diosa que le ofreciese
aquella energía potente que conseguiría atenuar el poder de Artemisa; aquél que
tanto la asustaba, que tanta inseguridad le hacía sentir.
Entonces tenía la sensación de
que el hermoso brillo que irradiaba la imagen de Artemisa se atenuaba y se
convertía en brumas que deshacían el esplendor de su alma. Aquella
percepción la alentaba y la convencía de que sería capaz de destruir la magia
de Artemisa si se esforzaba de veras, si lo intentaba con ahínco y
desesperación. Aquel ímpetu también le revelaba que, si no silenciaba el poder
de Artemisa, ella lograría vencerla sin que nadie pudiese defenderla.
No obstante, Agnes, al
principio, se negaba a aceptar aquellas ideas tan estremecedoras. No se creía
capaz de destruir a nadie, aunque fuese a través de rituales oscuros que apagarían
la magia de la persona a la que estaban destinados. Sí era consciente de que
Artemisa podía deshacerla si lo deseaba, pero dudaba de que ella, quien tenía
el alma tan herida, pudiese luchar contra la fuerza devastadora de alguien que
sí estaba sano, que no estaba enfermo, que albergaba en su corazón una bondad
interminable.
Llegó inesperadamente el
atardecer. El ritual de iniciación de Artemisa estaba a punto de empezar. Agnes
salió rápidamente de su hogar notando que abandonaba allí a la mujer que podía
ayudarla a ser valiente y fuerte. No quiso escuchar sus advertencias, ignoró la
potente voz que susurraba en su corazón; la que le advertía de que no debía
acudir a aquella ceremonia, y corrió a través de los árboles notando que
todavía llovían de las hojas las lágrimas que el cielo había derramado sobre el
bosque.
Ya no llovía, pero la
naturaleza estaba húmeda y llorosa. En la tierra se habían acumulado profundos
charcos de agua en los que se ahogaban las flores. Agnes pensó que, tal vez, la
tormenta que había agitado irreversiblemente la calma en la que dormía la
primavera había disuadido al aquelarre de celebrar la iniciación de Artemisa
justo aquella tarde; pero, en cuanto se acercó al valle en el que se festejaban
los rituales más importantes, aquella posibilidad se desvaneció sin dejar
rastro.
Oyó la voz de Neftis, la de
Gaya y la de Artemisa riendo juntas, siendo felices en un momento del que ella
jamás tendría que formar parte; pero aquella idea no la detuvo. Continuó
andando hasta que al fin las descubrió rodeando un altar precioso que aún no estaba
totalmente erigido. La primera que percibió su llegada fue Artemisa. Agnes
sabía que no había sido el sonido de sus pasos lo que la había alertado de su
aparición, sino el lazo que las unía, la conexión que había resistido el envite
de la muerte; aquella conexión que Artemisa no sabía nombrar, pese a sentirla
con una fuerza devastadora.
— Agnes
—musitó Artemisa sonriéndole con timidez—, has venido.
— Me
prometió que lo haría —le aseguró Neftis con mucho cariño. Agnes se percató de
que a Neftis le brillaban mucho los ojos cuando miraba a Artemisa.
— Agnes...
Era Gaya quien la había
llamado. Gaya se acercó a ella y la miró con curiosidad y dulzura. Aquella
mirada la conmovió tanto que tuvo que luchar contra unas repentinas ganas de
llorar que le habían nacido con fuerza en el alma. Ansió confesarle a Gaya que
la extrañaba muchísimo, pero se contuvo. Sentía que no merecía la pena
desvelarle sus sentimientos a aquella mujer que había jugado con sus más
tiernas ilusiones y con sus más feroces sueños.
— Pensaba
que no asistirías al ritual —le comentó evasivamente, sin saber muy bien qué
debía decirle.
— Tal
vez llegué demasiado pronto —observó Agnes mirando sutilmente a su alrededor.
— Son
las siete menos cuarto de la tarde. Has llegado perfectamente —la contradijo Artemisa
aproximándose más a ella y hundiéndose en sus ojos—. Me alegra muchísimo que
estés aquí. Me gustaría hablar contigo antes de que empezase el ritual —le
pidió con vergüenza y ternura. Agnes se sobrecogió al oír aquellas palabras y
sobre todo al descubrir que Artemisa se había ruborizado—; pero, si ahora no te
apetece...
— Quizás...
Ahora estás muy nerviosa y... —balbuceó Agnes insegura, casi inaudiblemente.
— Después
del ritual será difícil —le insistió Artemisa titubeante y conmovida. Percibía
a la perfección las emociones que le anegaban el alma a Agnes y ser consciente
de que sentía tanta vergüenza la emocionaba tiernamente—. Ven conmigo, por
favor.
Artemisa la tomó del brazo y la
instó a caminar hacia un rincón del valle en el que apenas llegaba la luz de la
tarde. Agnes no quería hablar con ella. No quería hallarse a solas con aquella
mujer cuya presencia tanto la intimidaba y la destruía, pero no se le ocurría
cómo podía huir de aquel momento que tanto la asustaba. Trató de recuperar a la
mujer imponente que la ayudaba a ser valiente, pero se acordó de que la había
abandonado en su protectora cabaña. Entonces se arrepintió de haber asistido al
ritual de iniciación de Artemisa. La consolaba ser consciente de que aún
quedaban unos minutos para que éste comenzase. Posiblemente, todavía estuviese
a tiempo de marcharse...
— Agnes
—la apeló Artemisa con mucha dulzura cuando ya se hallaron lejos de la mirada
de Gaya y de Neftis—, me gustaría preguntarte algo.
Agnes se dio cuenta de que
Artemisa la miraba con muchísima profundidad. Se había hundido en sus ojos como
si para ella ya no quedase nada más en el mundo. Notó entonces que el corazón
le latía cada vez con más agresividad y que un frío muy asfixiante le helaba la
sangre y las manos. Tenía muchísimo miedo; pero en realidad no sabía por qué
estaba tan asustada. Al mismo tiempo, la enfurecía que la presencia de Artemisa
la intimidase tanto. No, no soportaba sentirse tan frágil, tan y tan
insignificante junto a ella.
— Les
he preguntado a Gaya y a Neftis mil veces qué te ocurre, pero no quieren
explicarme nada sobre ti. Sé que necesitas ayuda y...
— Yo
no necesito ayuda, Artemisa —la contradijo intentando que su voz sonase segura
y firme, pero los sentimientos que le anegaban el alma se la impregnaron de
dulzura—. Te agradezco mucho que te preocupes por mí, pero, por favor, no
vuelvas a...
— Te
avergüenza que alguien que apenas te conoce sea capaz de intuir con tanta
nitidez lo que sientes, ¿verdad? Pero yo tengo la sensación de que ya te vi en
otro momento de mi vida, aunque no sé dónde, y por eso puedo adivinar qué
emociones te llenan el alma. Puedes confiar en mí, Agnes.
Era un momento único; un
momento muy mágico que no se asemejaba a ninguno de los instantes místicos que
Agnes había compartido con Artemisa en el mundo de los sueños. El atardecer,
con sus últimos rayos, y las sombras que ya la noche había traído para
guardarlas entre los árboles tornaban su alrededor en el rincón más acogedor de
la Tierra. El susurro del viento, la cadencia tranquila del canto de los
pájaros y el lejano musitar del agua le hacían creer a Agnes que ya no se
hallaba en aquella realidad horrible y tan solitaria que tanto la deshacía,
sino interna con Artemisa en un momento que pertenecía a otra dimensión, que
nacía de otro lugar, de otro tiempo incluso. Entonces, poco a poco, fue
desprendiéndose de la inseguridad que le había impedido mirar con cariño a
Artemisa. Se olvidó por unos largos minutos de la coraza con la que deseaba
protegerse, tras la cual anhelaba ocultar sus verdaderos sentimientos, y se
hundió en la mirada afable y arrulladora de Artemisa.
— Agnes,
eres muy especial y mágica. No permitas que el desaliento te invada. Yo he
estado muy triste varias veces a lo largo de mi vida, pero siempre hay que
renacer. Siempre nos quedan esperanzas y sueños por los que luchar y estoy
segura de que aún tienes muchísimos deseos que te gustaría convertir en
realidad —le comentó Artemisa acercándose más a ella. La había tomado de la
mano con muchísima delicadeza y le presionaba los dedos con cercanía y amabilidad.
Agnes notaba que aquel contacto estaba arrebatándole la respiración, pero no
pudo evitar encerrar entre los suyos los cálidos y suaves dedos de Artemisa,
quien la miraba cada vez con más profundidad y entrega—. ¿Por qué estás tan
afligida?
— Ahora
me encuentro bien, Artemisa —volvió a contradecirla, esta vez con un susurro
muy quedo que a Artemisa le acarició el corazón.
— Yo
también me siento muy bien a tu lado. No quiero que este momento se termine, no
quiero que nadie me separe... de ti.
Al oír aquellas palabras (las
que Artemisa había pronunciado casi sin voz), Agnes notó que se le helaba el
alma y que el corazón se le detenía. Le presionó sin preverlo los dedos a Artemisa
e, incapaz de sostenerle por más tiempo la mirada, agachó los ojos. Notaba que
le ardían las mejillas.
— Será
mejor que volvamos —musitó Agnes apenas sin poder hablar. Estaba tan
sobrecogida, tan intimidada y tan enternecida sin embargo... pero todavía no
había dejado de tener miedo.
— MI
ritual de iniciación será muy especial si tú lo compartes conmigo. Gracias por
haber venido.
— Gracias
a ti por acogerme.
— ¡Artemisa!
¿Dónde te has metido?
La voz divertida de Neftis se introdujo
sin piedad en aquel mágico e íntimo momento y lo volvió pedazos. Agnes notó que
Artemisa le presionaba nuevamente los dedos, esta vez con una ternura que
estuvo a punto de derretirla. Correspondió a aquel gesto notando que, por unos
efímeros momentos, desaparecía el intenso miedo que le palpitaba tan cruelmente
en el alma y su mundo, su oscuro y solitario mundo, se llenaba de luz.
— ¡Artemisa,
están aquí ya todos! —exclamó Gaya extrañada.
Artemisa no contestó. Le soltó
la mano a Agnes mucho antes de que pudiese despedirse del tacto suave de sus
fríos y delgados dedos y después se alejó rápidamente de ella, como si se
arrepintiese de haber sido tan sincera y de haberle abierto una pequeña parte
de su corazón a aquella mujer de cuyos ojos y de cuya piel se desprendía tanto
poder. Agnes se quedó sola entre los árboles, confundida y conmovida. El
comportamiento de Artemisa le había acariciado el alma, pero también la había
asustado profundamente. Ella no quería que Artemisa se mezclase tanto con su
existencia. En aquellos momentos deseaba protegerla, mantenerla lejos de su
herido corazón.
— ¿Dónde
está Agnes? —oyó que le preguntaba Neftis.
— Creo
que se irá —respondió Artemisa con tristeza.
— No
te extrañe. Venga, no le des importancia a su comportamiento. Agnes es así.
Agnes anhelaba, con una fuerza
insoportable, huir de aquel momento y alejarse de aquellas personas que podían
adivinar con tanta facilidad las emociones que se le agolpaban en el alma; pero
no quería separarse de Artemisa. Aunque su imagen la desosegase profundamente y
se le clavase en el corazón como si fuese un afilado puñal, deseaba vivir con
ella aquel ritual tan mágico y especial; el cual era y sería para Artemisa una
de las ceremonias más importantes de su vida.
Así pues, con sigilo, se acercó
al grupo de personas que se habían reunido en torno a aquel mágico y precioso
altar erigido en honor a la Diosa, a los elementos, al Dios e incluso a
Artemisa. Agnes se fijó en cómo el humo del incienso ascendía lenta y
perezosamente hacia el cielo, desintegrándose en evanescentes suspiros de luz
que se mezclaban con el sopor del ocaso. Aquella imagen tan tierna, tan afable
y mística comenzó a serenarla, comenzó a apartarla de aquel lugar, a arrancarla
de la sensación de gravedad que la retenía, y entonces le pareció que su alma
también volaba hacia el cielo junto al humo del incienso.
De pronto, notó que alguien la
tomaba de la mano, obligándola a regresar súbitamente a la tierra, y le pareció
que se olvidaba entre las nubes la mayor parte de su espíritu. En aquellos
momentos, se percató de que todos habían comenzado a entonar una de las
canciones más hermosas que se cantaban en los rituales. Las voces de quienes la
rodeaban también eran como el humo del incienso; ascendían pausadas y
olvidadizas, hacia el lejano firmamento.
«No
hay más lugar que aquí,
no hay más tiempo que ahora;
construimos lo sagrado...
al tomarnos de las manos.»
no hay más tiempo que ahora;
construimos lo sagrado...
al tomarnos de las manos.»
Agnes
se unió con suavidad a aquellos cantos. Le pareció que su voz estaba impregnada
del musitar del viento y de la claridad cristalina con la que el agua del río
fluía cerca de ellos; pero también creyó notar en su sonar unos sentimientos
que endulzaban la vida, que le acariciaban el alma, intentando sanarle las
profundas heridas que se la hendían. En aquellos momentos, se había olvidado
por completo de que habían existido instantes de su vida en los que había
sentido un inmenso rencor hacia todos los que la conocían. Le parecía imposible
creer que hubiese estado tan triste, tan sola, tan inmensamente decepcionada
con el mundo, con su realidad.
Mientras
cantaba con pausa y entrega y con una dulzura quebradiza, deslizaba los ojos
por su alrededor, fijándose efímeramente en la mirada de quienes entonaban
junto a ella aquellos versos que debían repetir hasta que todos notasen que ya
había quedado atrás la materialidad de la vida, la terrenalidad de la
existencia.
Artemisa
estaba justo enfrente de ella. Las separaba el precioso altar que habían
erigido en el centro del prado. Las velas, el incienso, la figura de la Diosa
que lo presidía y sobre todo las ofrendas que, en señal de gratitud, rodeaban
aquel pequeño altar parecían el reflejo de otra realidad muy distinta a la que
había formado los días de todos ellos.
Agnes
sintió en su piel la mirada fija y cálida de Artemisa. Artemisa no dejaba de
mirarla. Parecía como si Agnes fuese para ella el altar de su ritual, como si
de ella emanase la magia que guiaría aquellos momentos, que debía teñirlos y
volverlos místicos. Agnes rogó que Artemisa se olvidase de que ella estaba
allí. Sin embargo, Agnes tampoco podía retirar sus tímidos ojos de Artemisa. La
observaba como si en Artemisa se concentrasen todas las vidas de la Tierra.
De
pronto, fueron apagándose las voces que entonaban aquella melodía tan hermosa y
aquellos versos tan inspiradores. Agnes había dejado de cantar hacía algunos
instantes, pero ni siquiera ella se había percatado de que su voz se había
silenciado. Neftis era quien se hallaba a su lado, presionándole la mano con
emoción. Entonces, Gaya dio un paso al frente y, bajo los últimos rayos del
ocaso, alzó ligeramente las manos, sosteniendo en su diestra el Athame con el
que empezó a trazar el círculo mágico.
La
voz de Gaya se mezcló entonces con el silencio con el que la noche despertaba
las sombras. Las palabras que pronunció estaban impregnadas de gratitud, de
magia y de misticismo. Agnes notó que el corazón comenzaba a latirle con una
fuerza desbocada cuando se percató de que las frases que Gaya lanzaba al viento
se asemejaban muchísimo a las que había declarado en su ritual de iniciación.
Ni siquiera podía medir el tiempo que había transcurrido desde aquella noche
tan especial, tan importante, tan esencial en su vida.
— Celebramos este ritual de iniciación para
recibir en esta vida tan hermosa a una mujer muy mágica, muy poderosa y
especial. Artemisa es el nombre que la Diosa le asignó desde hace ya demasiadas
existencias. Recibámosla con todo nuestro amor, con toda nuestra entrega y
nuestra paciencia. Artemisa hoy termina el camino de la iniciación. Será quien
invocará a los elementos y a los dioses, será quien atraerá la magia a esta
ceremonia de renovación, de bienvenida, de amor... porque, al fin y al cabo, todos
nuestros rituales son un canto al amor, al amor a la vida, a la magia, a la
naturaleza. Y os pido que dejemos atrás cualquier peso que nos asfixie,
cualquier sensación y emoción que nos impida respirar el aire de la vida.
Seamos libres por unos momentos olvidando que en este mundo se erigen cada vez
más muros que separan el espíritu del cuerpo. Seamos libres en esta noche,
rodeados por todos estos ancestrales árboles, e inspiremos el aroma de la
existencia, de la Madre Tierra. Artemisa, te entrego esta barita en señal de tu
aprendizaje, en señal del camino que se abre ante ti. Pórtala contigo para que
te recuerde cuán poderosa eres, cuán sabia puedes llegar a ser. Sé libre en tu
vida, Artemisa.
De
vez en cuando, un viento suave y tierno mezclaba su sonar con la tersa y mágica
voz de Gaya, mecía con mucho primor las ramas de los árboles y traía a aquellos
momentos el lejano olor de la lluvia, de la tierra húmeda, de la cercana noche.
Manaba del cielo una espesa serenidad que los envolvía en un halo de misterio y
misticismo que los apartaba irreversiblemente de la realidad, del sufrimiento,
de la agonía de la soledad.
Parecían
ser los únicos que vivían aquel momento. Agnes miraba cómo Gaya le entregaba a
Artemisa aquella barita de madera de roble y creía que aquella imagen no
formaba parte del mismo mundo en el que ella ya tanto había llorado. En
aquellos instantes, la emoción le oprimía la garganta y ya se le habían llenado
los ojos de lágrimas. Sin preverlo ni poder evitarlo, de vez en cuando le
presionaba la mano a Neftis, desahogando así una pequeña parte de sus intensos
sentimientos. Neftis correspondía a aquel gesto percibiendo que éste le
aceleraba el corazón. Ansiaba decirle tantas cosas a Agnes... pero sabía que no
era conveniente hablar en aquellos momentos.
— Gracias, Gaya —principió Artemisa con mucho
cariño—. Te estaré eternamente agradecida no sólo por haberme llevado hasta
este momento y por conducirme a mi verdadera vida, sino sobre todo por ser mi
madre, por quererme con tanta sencillez y sinceridad. Esta noche se abre para
mí una existencia que sé que estará repleta de dicha y luz. Junto a vosotros,
quienes sois ya mi familia, seré libre como no podría serlo en ninguna otra
parte del mundo. Quiero que sepáis que puedo ser vuestra maestra cuando os
sintáis perdidos, pero también vuestra alumna cuando ignore cómo puedo seguir
avanzando en mi destino. Sobre todo deseo agradeceros que estéis aquí, compartiendo
conmigo un momento tan especial, un ritual tan importante. Hoy me inicio en
este camino que es el más místico que puede existir, pero sobre todo me hallo
junto a personas maravillosas y tan mágicas como los elementos, tan poderosas
como los dioses, porque el alma que encierra vuestro cuerpo es imperecedera. Y
me siento tan dichosa porque sé que hoy comienza mi verdadera existencia. Soy
pequeña, una infante, ante todo lo que puedo llegar a ser...
La
voz de Artemisa sonaba trémula y húmeda, pero también exhalaba muchísima
seguridad y decisión. Una felicidad muy tierna resplandecía en todas sus
palabras y todas ellas emanaban de lo más hondo de su mágica alma.
— Ahora, invoquemos a los elementos...
Artemisa
invocó a los elementos y a los dioses como si lo hubiese hecho ya demasiadas
veces; con un sentimiento y una serenidad que a todos les acarició el alma; a
todos, menos a Agnes.
Ella
percibía que el corazón se le había detenido, que el alma se le había anegado
en una sensación que la asfixiaba, que las sombras de la noche la hundían en
una lejanía que se acrecía con el paso de los segundos. La magia que emanaba de
la voz y de los ojos de Artemisa la había empequeñecido hasta notar que se
volvía del tamaño de una gota de lluvia. No comprendía por qué Artemisa la
intimidaba tanto. Parecía como si su místico poder la deshiciese y la derruyese
como si ella fuese un montón de piedras ya envejecidas y olvidadas.
— ¿Te encuentras bien, Agnes? —le preguntó
Neftis en el oído con mucha ternura—. Estás pálida.
— Quiero irme —le contestó casi inaudiblemente.
— No podemos quebrar el círculo mágico ahora,
Agnes.
— He de...
— Tranquila, cariño —intentó calmarla Neftis,
pero Agnes notó que le hablaba con distancia—. Mira a Artemisa e imprégnate de
la inmensa magia que le brota de los ojos y de la voz. Yo no me imaginé en
ningún momento que fuese tan poderosa y tan... especial... Además, está tan
hermosa con ese vestido lila... Qué bonitos son sus ojos, su sonrisa, su voz,
sobre todo su voz, y sus cabellos... Parece como si la Diosa se hubiese
corporeizado en ella...
Las
palabras de Neftis le revelaron tantas certezas secretas, tantos hechos
futuros, tantos sentimientos ocultos... Agnes tuvo la sensación de que Neftis
hablaba como si creyese que únicamente el silencio acogía sus confesiones y sus
frases tiernas. Agnes sintió la imperiosa necesidad de soltarse de su mano,
pero se contuvo, pues le parecía que Neftis se hallaba sumida en un sueño que
ella podría quebrar si se movía.
Qué
pequeña se sentía ante toda la magia que la rodeaba, ante los intensos
sentimientos que se le desprendían a Neftis de la voz, ante el poder que
emanaba de las palabras de Artemisa... Le parecía que su materia se había disuelto
en la noche y que únicamente quedaba de ella un sutil suspiro que el viento arrastraría
hacia la nada cuando se atreviese a soplar de nuevo.
— Tenemos
que trenzar la cuerda mágica —la avisó Neftis risueña—. Venga, ¡vayamos al
centro!
Durante unos efímeros momentos,
mientras duraba aquel baile en espiral que les permitía a todos trenzar la
cuerda mágica (la que simbolizaba la unión inquebrantable entre los miembros
del aquelarre), Agnes pudo olvidarse lejanamente de las punzantes emociones que
le atravesaban el alma. Solamente existía para ella la mirada de los que la
rodeaban, la sonrisa de quienes reían de felicidad y entusiasmo junto a ella
y... Artemisa, sobre todo Artemisa, quien de vez en cuando la observaba con los
ojos llenos de gratitud y sentimiento.
Neftis tenía razón. Artemisa
parecía portar en su cuerpo el hálito de vida de la Diosa. Cuando Agnes la
miraba, desaparecía todo lo que la rodeaba, se acallaban los sonidos del bosque
y las voces que entonaban juntas la canción hipnótica que los instaba a bailar
tan místicamente, se apagaba incluso el fulgor de las lejanas estrellas y
solamente brillaban sus ojos, su sonrisa, su piel bronceada, sus gestos
serenos. No podía evitar que su imagen la atrajese y retuviese su mirada como
si ella dimanase un poder magnético que la unía a su espíritu. Agnes notaba
que, cuando la miraba, el pecho le ardía como si en su interior se hubiese
declarado el incendio más feroz y destructivo. El corazón le latía con una
fuerza desbocada e incluso le parecía que se le agotaba el aire, que le faltaba
el aliento.
Al fin, el ritual terminó cuando
ya hubieron bailado la danza mágica, cuando la cuerda estuvo trenzada, cuando
hubieron entonado los versos dedicados a los elementos y a los Dioses.
Deshicieron el círculo mágico y se unieron todos para comer dulces y beber
zumos de frutas. Todos los miembros del aquelarre felicitaban a Artemisa por
haber compartido con ellos una ceremonia tan bella e inspiradora. La halagaban
continuamente, asegurándole que su alma albergaba una magia infinita,
indicándole que tanto su voz como sus ojos irradiaban un poder sobrecogedor.
Agnes observaba aquella escena
sintiendo un orgullo muy tierno latiéndole en el corazón, pero también un miedo
que apenas podía comprender, cuyo significado se ocultaba tras escalofríos y
temblores que la agitaban de vez en cuando. Deseaba irse cuanto antes de allí,
sin que nadie advirtiese su marcha, pero no se atrevía a separarse de Artemisa.
Era levemente consciente de que, cuando se hallase lejos de ella, todas
aquellas emociones punzantes que tanto le habían helado la sangre resurgirían
con mucho más poder que nunca, turbando definitivamente la suave y efímera
calma que le anegaba el alma.
— Ven,
Agnes, comamos algo. Gaya ha hecho una tarta de manzana que tiene una pinta...
—la invitó Neftis ignorando plenamente los sentimientos que Agnes experimentaba.
— No
tengo hambre, Neftis. Yo me iré ya.
— Ay,
Agnes, disfruta un poco de la vida —se rió tomándola con fuerza de la mano.
— Quiero
irme, Neftis.
Justo entonces Agnes advirtió
que Artemisa se acercaba a ellas con dos pedacitos de tarta en las manos. Les
sonreía efímeramente, pero Agnes sabía que, en cuanto se hallase junto a ellas,
aquella sonrisa se tornaría inmensamente brillante y amable y no quería
presenciarlo, no quería.
— ¡Neftis!
¡Agnes! ¿Todavía no habéis probado la tarta de manzana de Gaya? —les preguntó
feliz situándose a su lado—. Tomad. He traído un cachito para cada una.
— Gracias,
Artemisa. Eres muy amable —le dijo Neftis agarrando con elegancia el pedacito
de tarta.
— Tú
no quieres, ¿Agnes? —le cuestionó Artemisa extrañada.
— No.
Te lo agradezco mucho, pero no me encuentro bien. Yo ya me iba...
— ¿Ya?
— Es
que Agnes se alimenta de aire. ¿No ves lo delgada que está? —se burló Neftis
con la boca llena—. ¡Por la Diosa, qué cosa tan rica! Iré a por más.
— Pero
si todavía no te has comido ni la mitad del pedazo que te he traído —se rió
Artemisa con cariño—. ¡Qué glotona eres!
— Iré
a por más antes de que se la coman toda. ¿Me acompañas, Artemisa?
— Pero
si apenas tienes que andar tres pasos... No creo que te pierdas.
— Esos
tres pasos que dices se convertirán en un intransitable camino si no vienes
conmigo —le desveló sensualmente, guiñándole un ojo.
— Anda,
no seas tonta. Ve tú solita —la invitó Artemisa empujándola traviesa.
Neftis se retiró rápidamente de
ellas. Cuando se marchó, Artemisa miró intrigada a Agnes, quien en esos
momentos luchaba contra la estridencia de las certezas que le había desvelado
la forma como Artemisa y Neftis se trataban; con tanta complicidad, con tanta
sensualidad incluso. Notaba que un afilado puñal se le hundía cada vez más
profundamente en el corazón y no soportaba aquella gélida y asfixiante
sensación. Le parecía que los ojos le hervían y que la sangre se le deshacía
convertida en escarcha, derretida por el incendio que le ardía en el pecho.
— Gilbert
empezará a tocar la guitarra en breve. Tañerá canciones muy alegres para que
bailemos —le informó Artemisa con felicidad—. Además, Penélope tocará el violín
y Gaya, los tambores, y será todo tan bonito... A mí me gustaría aprender a
tocar la guitarra, pero soy un desastre. ¿Tú sabes hacer cantar algún
instrumento?
— No,
yo no —le contestó ella intentando expresarse con firmeza a través de las
potentes emociones que le anegaban el alma. Lo logró, aunque su voz sonó
nostálgica—. Cuando era pequeña, soñaba con aprender a tocar la gaita, pero...
— Ay,
la gaita es un instrumento precioso. Puede desprenderse tanta alegría de su
sonar... pero también sabe entonar cantos tristísimos.
— Sí,
así es —le sonrió con sinceridad. Era la primera vez que Artemisa veía sonreír
a Agnes. Su bella y efímera sonrisa la deslumbró.
— Galicia
es una tierra tan mágica... No he ido nunca, pero siempre la tuve muy cerca,
pues nací en un pueblecito muy pequeño de León. No obstante, nunca tuve la
oportunidad de visitarla. Quienes son de allí aman su tierra con un amor único
e imperecedero. Y noto que tú la amas con muchísima fuerza. ¿La echas de menos?
— Sí,
muchísimo; pero dentro de poco volveré —le confesó sin pensar en sus palabras.
Su voz sonó impregnada de un deje de esperanza que la tornaba más serena.
— ¿Te
marcharás entonces? ¿Cuándo?
— Dentro
de poco.
— Ay,
ésa es una medida de tiempo muy inexacta —se rió Artemisa risueña—. Ya me dijo
Neftis que tus respuestas eran muy ambiguas, pero sé que es algo propio de la
gente de tu tierra.
Agnes no le contestó. Aquellas
palabras, las que Artemisa había pronunciado con tanta inocencia, le hicieron
sentir una repentina y gélida vergüenza que destruyó por completo las buenas
emociones que le inspiraba la conversación tierna que mantenían. No obstante,
Artemisa ni siquiera se imaginó que los sentimientos de Agnes habían mudado tan
irreversiblemente, pues Neftis apareció enseguida, portando en la mano tres
pedazos de tarta y un vaso rebosante de zumo de naranja.
— ¿Todos
esos cachitos son para ti? —le preguntó Artemisa extrañada cuando advirtió que
Neftis los envolvía en una servilleta de papel y los protegía contra su pecho.
— Sí,
son todos para mí —le respondió intentando no reírse.
— ¡Avariciosa!
—exclamó Artemisa acercándose a ella y tratando de quitarle a Neftis una
porción de tarta.
— ¡Ah!
¡Pues haber ido tú a buscar otro pedazo si tanto te apetecía!
Entonces Neftis dejó el vaso de
zumo en el suelo y comenzó a correr. Artemisa, sin pensar en nada, empezó a
perseguirla riéndose cada vez con más intensidad. En breve, ambas
desaparecieron entre los árboles, bajo el cielo nocturno que crecía sobre aquel
mágico rincón.
Agnes permaneció allí, sin
saber qué debía pensar, hasta que dejó de oír la cristalina risa de Artemisa y
de Neftis. Entonces, sin despedirse de nadie, se alejó de allí con lentitud,
sin estar segura de si quería marcharse de veras.
En aquellos momentos, Gilbert
comenzó a tocar la guitarra con serenidad, entonando una melodía muy tierna que
se mezclaba con el creciente silencio de la noche. Agnes se detuvo unos
instantes para escuchar aquella trova que tan inmensamente hermosa le parecía.
Entonces, desde una efímera distancia, vio cómo Neftis y Artemisa se aquietaban
entre los árboles. Artemisa agarró suavemente a Neftis del brazo y la condujo
allí donde la música sonaba.
Comenzaron a bailar dulcemente,
hundiéndose cada vez más la una en los ojos de la otra, y pareció como si el
mundo que las rodeaba dejase de existir. El violín que Penélope tocaba se unió
con mucho cariño a la melodía que nacía de la guitarra que Gilbert parecía
acariciar en lugar de tañer y entonces aquel momento devino en uno de los más
suaves que aquel bosque tan mágico presenciaba.
Entonces, mientras la música
flotaba en el aire, volando hasta mezclarse con la luz de las estrellas, Agnes
sí se apartó de allí, sabiendo que nadie la extrañaría cuando desapareciese,
siendo consciente de que su presencia lo único que podía ocasionar era
oscuridad. Caminó rápidamente entre los árboles intentando dominar las
emociones que le palpitaban en el alma; pero éstas eran mucho más poderosas que
la noche que la cubría y que había encerrado los troncos en unas tinieblas que
parecían deshacer cualquier senda que pudiese existir; cualquier senda que
pudiese surgir tanto en la Tierra como en el alma o en la vida de los seres que
la poblaban.
Aquella noche parecía haberse
convertido en la noche primigenia del mundo; en la primera noche que la
naturaleza había vivido. Habían callado las aves nocturnas, no se oía ni
siquiera el canto de los grillos y el río que discurría por aquellos lares
había enterrado su voz en lo más profundo de la tierra como si quisiese evitar
que el viento interrumpiese su sonar.
Qué sola se sintió entonces
Agnes, qué triste, qué apartada de cualquier haz de luz que pudiese
resplandecer en la vida. No obstante, era plenamente consciente de que ella
misma creaba aquella soledad con su forma de ser y con sus sentimientos. En
realidad, la vida era hermosa y los momentos que la componían podían destilar
una alegría muy fulgurante y bella, pero era su alma la que apartaba de su lado
cualquier ápice de magia que pudiese acariciarla, cualquier sonrisa que pudiese
alimentar su espíritu. Y Agnes sabía que aquello ocurría única y exclusivamente
porque estaba enferma, estaba irrevocablemente enferma, para siempre enferma, y
nadie podría rescatarla de aquella locura que moraba en su mente, en su
destino, en su irreversible existencia.
Es curioso que a veces se tenga tomada una determinación pero todo parece conspirar en contra, como si un destino tuviera que cumplirse con independencia de los esfuerzos que se hagan para evitar lo inevitable. Artemisa y Agnes están condenadas a tener una relación, y eso empieza a verse con el rito de iniciación, al leer el capítulo me parece todo el tiempo ver cómo Agnes intenta escapar a su destino y no puede. Creo que aunque a ella no le gusta cómo se une su destino poco a poco al de Artemisa (o mejor sería decir muy rápidamente), otra parte de ella también debe alegrarse con ello, creo que ella tiene miedo de esa relación (algo que dice expresamente), pero a la vez es inevitable que le haga ilusión. Escribes siempre de un modo muy sensual. Me encantó cuando Agnes tiende su ropa mojada junto al fuego, porque me resultó inevitable olerla, y recordar automáticamente cuando mi madre bajaba la ropa de la terraza cuando había llovido y la colgaba debajo de la mesa, que tenía unas faldas para que el brasero concentrase el calor: lo más parecido al fuego que había en mi casa. Y todo en una frase: Estaba lloviendo. Aquella certeza la instó a recoger rápidamente la ropa que había tendido y a correr hacia el interior de su cabaña para colocarla junto al fuego.
ResponderEliminarSí, iría al ritual de iniciación de Artemisa... si realmente estuviera tan segura de que no debía relacionarse nunca con ella no lo habría hecho, y sin embargo... Agnes se dio cuenta de que Artemisa la miraba con muchísima profundidad. Se había hundido en sus ojos como si para ella ya no quedase nada más en el mundo. Notó entonces que el corazón le latía cada vez con más agresividad y que un frío muy asfixiante le helaba la sangre y las manos. Tenía muchísimo miedo; pero en realidad no sabía por qué estaba tan asustada.
Todo el ritual es muy bonito, me lo he leído un par de veces, y creo que siento envidia por quienes celebran algo así desde la fe y el convencimiento más íntimos. Lo describes con una emoción y una poesía fuera de lo común. Y Agnes sigue siempre con su quiero y no puedo: Agnes observaba aquella escena sintiendo un orgullo muy tierno latiéndole en el corazón, pero también un miedo que apenas podía comprender, cuyo significado se ocultaba tras escalofríos y temblores que la agitaban de vez en cuando. Deseaba irse cuanto antes de allí, sin que nadie advirtiese su marcha, pero no se atrevía a separarse de Artemisa.
En cambio las conversaciones entre Agnes y Artemisa van muy bien, son fluidas, fáciles, mientras que en cambio con Neftis todo es conflicto en potencia. Me hace gracia cómo Artemisa se ríe de Galicia, pero con inocencia, después de haberla alabado:
¿Te marcharás entonces? ¿Cuándo?
— Dentro de poco.
— Ay, ésa es una medida de tiempo muy inexacta —se rió Artemisa risueña—. Ya me dijo Neftis que tus respuestas eran muy ambiguas, pero sé que es algo propio de la gente de tu tierra.
Eso sí, el final es tristísimo, pues Agnes contempla cómo Neftis y Artemisa bailan juntas... es ella misma quien propicia esto con su ausencia, pero saberlo no le impide sentir menos dolor. Y posiblemente de algún modo se castiga por ello, se echa la culpa, se dice que está enferma, que todo irá mal, que nada vale la pena. El final del capítulo es muy triste, pero yo tengo la esperanza de que con la fuerza que ahora tiene Agnes puede luchar y enderezar la mirada. Pero eso será más tarde, ahora se abre un abismo negro ante ella, y ese es el regusto amargo con el que me quedo... De nuevo ha sido un texto intenso, que me remueve y me hace sentir, de verdad que cada vez escribes mejor.
Al final decide ir al ritual de iniciación. Fíjate que pensaba que era aquel que le piden que se marche, que influía negativamente. Agnes se menosprecia, es algo que solemos hacer mucho. Más en su caso, pues ha sido maltratada infinidad de veces. Es más fuerte de lo que cree. A mi me maltratan un 5% de las veces que lo han hecho con ella, y creo que no me habría repuesto nunca. También es muy real esto de pensar que caemos mal, que hablan mal de nosotros o que no quieren estar en nuestra compañía. Todos esos sentimientos y sensaciones que nosotros vivimos muchas veces, se magnifican cuando uno esta enfermo. Así que lo que debe sentir ella es desolador. Además, añade lo mal que se comportan todos con ella...
ResponderEliminarGilbert se rinde muy pronto. No sigue luchando por ella. Debería ir a visitarla, aunque ella se haya puesto así. Gaya ni se preocupa y Neftis...Ahora como tiene un nuevo juguete, parece más ajena a ella, pero no pierde oportunidad de lanzar pullitas. Que la necesita decía, y luego dice "deja que se vaya, Agnes es así", como que le importa una mierda.
Se puede masticar la tensión entre Agnes y Neftis, pero también se mastica la química de Neftis hacia Artemisa. Está claro que la pulpo quiere tocar con sus tentáculos a Artemisa, y bien sabemos que se llevará otro chasco de los gordos.
Es triste que Agnes se sienta así, tan derrotada. No se percata que es ella misma la que pone barreras. Estoy seguro de que si se quedase a la fiesta, Penélope hablaría con ella, compartiría buenos momentos con Artemisa y conocería algo mejor a los demás. Es más, deja a Neftis el camino libre para que "corteje" a Artemisa. Su obsesión por apartarse la lleva a la más absoluta soledad y dependencia de algunas personas. Es lo que ocurre cuando dependes por ejemplo de tu pareja, que si te traiciona o todo se va al traste, te encuentras completamente solo. Ella no es capaz de relacionarse con más personas o fortalecer lazos. Estas personas en las que deposita su confianza tienen el poder de destruirla, con o sin intención, y es lo que está ocurriendo.
Está muy interesante y como bien dice Vicente, cada vez escribes mejor. Estoy fascinado!!