Lunes, 9 de julio
de 2018
Me
gustaría que todo siguiese como antes, como lo era hace aproximadamente una
semana. No es que todo vaya mal, pero sí siento que las cosas han cambiado un
poco, aunque tampoco quiero decir con esto que ya toda esa energía que tanto
brillaba en su mirada haya desaparecido, pero sí es cierto que lo que ocurrió
esta semana pasada mudó un poco su estado de ánimo. Hubo días en los que yo
pensaba que esa buena época que tenía se había desvanecido, pero tiene todavía
momentos buenos. Esa carta la cambió. Yo intuía que le ocurría algo y, desde
que me enseñó la carta que su madre le había enviado, sentí que ya se cerraba
esa época tan bonita y que nacía en sus ojos una impotencia que la desmoronaría
de nuevo, pero no fue hasta el jueves cuando de verdad cayó mucho. Yo no sabía
que estaba tan mal. Ella solamente me pidió que la dejase sola unas horas, que
quería estar sola, pero que no me preocupase, que me fuese a dar una vuelta y
que volviese a la hora de cenar. Yo la obedecí sabiendo que lo mejor era que
estuviese sola, pues se lo leía en los ojos, que necesitaba estar consigo misma
para pensar y ordenar sus ideas; pero cuando volví la encontré muy triste, con
los ojos húmedos y la mirada huidiza. No me miraba a los ojos y eso era lo que
más me inquietaba. Enseguida adiviné que se había tirado toda la tarde llorando.
Ella me lo confirmó al fin cuando se lo pregunté por quinta vez y empezó a
llorar de nuevo, diciéndome que se sentía muy triste, que no podía evitar
sentirse muy decepcionada, que no soportaba sentirse así y que no quería estar
así, que ella quería estar bien, pero que se sentía destruida por dentro. Yo no
sabía qué decirle porque reconocía en ese momento (y lo sigo haciendo ahora) que
tenía muchos motivos para llorar y sentirse así. Por la noche, antes de irnos a
dormir, empezó a decirme cosas muy extrañas. Me confesó que se preguntaba de
quién era su vida si a ella no le pertenecía su propia existencia, para quién
vivía si no era para ella, si ella no era dueña de su vida. Me puso el ejemplo
de algún objeto que es nuestro, con el que hacemos lo que queremos, me puso el
ejemplo de una camisa que nosotras lavamos y planchamos cuando queremos para
comparar eso con nuestra propia vida. Ella me decía que siempre había vivido
sin decidir nada sobre su propia vida, que parecía como si su vida fuese de otra
persona y que ella estuviese viviendo la vida de otra persona, algo muy raro,
porque nunca había podido decidir sobre su propia vida. Yo no sabía qué decirle
porque yo sí siento que soy la única dueña de mi vida, es decir, de momento,
estoy viviendo lo que a mí me ha dado la gana vivir. Yo me fui del pueblo de
León en el que nací cuando quise, después de estudiar durante unos años en la
universidad, me fui luego a la isla, volví cuando quise, estoy viviendo la vida
que yo decidí vivir; pero es cierto que Agnes nunca pudo decidir por ella misma
lo que quería vivir. Ella me reconoció incluso que la última vez que estuvo
encerrada en el hospital sentía que ya se había conformado con ese destino, con
vivir ya para siempre allí, que incluso la serenaba muchísimo saber que ya no
tendría que esforzarse por vivir, por trabajar en trabajos horribles, que ya no
tendría que dar tanto de sí misma para poder comer. Me reconoció que decidió
desde el principio no esforzarse ni lo más mínimo por curarse, que simplemente
estaría allí dejándose llevar por los días, dejando pasar el tiempo, que
aceptaría la terapia psicológica que le ofrecían, pero ya está. Me dijo que
para ella ya no había nada mejor que estar ahí, sin tener que esforzarse nunca
más para nada. Estoy segura de que, si yo no hubiese vuelto, ella todavía
estaría allí. Ni siquiera pensaba ya en deshacer su propia vida porque, según
me dijo, ella esperaría el momento de su muerte sin sentir nada, que ya había
aceptado que no se merecía nada mejor, que la vida le había demostrado que era
y había sido inútil luchar, que no merecía la pena nada ya, que no se merecía
nada, por mucho que lo desease, que estar en ese hospital era lo único que se
merecía, lo mejor a lo que podía aspirar. Yo no sabía qué sentir cuando me decía
todo eso. Ni siquiera era capaz de contestarle. No sé por qué acabó diciéndome
todo eso, pero fueron confesiones que me hicieron sentir escalofríos, que me
hicieron pensar que yo no tengo derecho a compararme con Agnes en ningún
momento. Yo he sido muy feliz, he tenido una vida maravillosa comparada con la
suya, y tiene todo el derecho del mundo a pensar que su vida nunca le
perteneció, que fue viviendo lo que alguien decidía que viviría; pero también
me estremece muchísimo que ella guarde en su mente unos recuerdos tan
estremecedores.
A partir
del jueves, la verdad es que su estado de ánimo cambió muchísimo. No obstante,
el jueves es el día que más hundida la vi. Ya a partir de esa tarde, la vi
silenciosa, casi sin mirarme ni hablar, con una mirada muy triste, pero, aún
así, no ha huido de ni uno solo de los planes que teníamos. El viernes salimos
a cenar con mi hermana igual y estuvimos muy a gusto. Era como si ella pudiese
seguir viviendo con esa decepción tan grande que tenía. Reía y nos sonreía
igual, hablaba igual, pero sus silencios expresaban mucho más que cualquier
palabra que pronunciase. No obstante, ni mi hermana ni yo teníamos nada que
reprocharle; pero yo notaba que mi hermana la miraba demasiado, como si
quisiese hurgar en su mirada, como si quisiese encontrar algo en sus ojos, ese
algo que ella se callaba, y de vez en cuando le hacía preguntas que Agnes le
contestaba de forma evasiva (algo que no es raro en ella). También notaba que
mi hermana le hacía preguntas muy raras, con un doble sentido que Agnes sabía
captar perfectamente.
Después,
el sábado, habíamos quedado con dos amigas mías del instituto con las que me
llevo muy bien y que hacía tiempo que querían conocer a Agnes. Son las únicas
personas que saben que ella existe. Pues no sé, fue raro, fue un día raro, y
esta vez tengo que reconocer que no fue por culpa de Agnes, que tampoco ella
tiene la culpa de ser como es, pero esta vez fue raro por los demás. Yo también
me di cuenta de lo que pasaba.
Quedamos
en Barcelona; un lugar que a Agnes la agobia muchísimo, pero no puso ninguna
objeción en ningún momento. Fuimos a comer con ellas y desde el primer momento
noté que iba a costar, que no iban a conectar mucho. Agnes se esforzó, de
verdad que lo hizo, por hablar con ellas. Les sacaba conversaciones sencillas
que habrían podido dar muchísimo de sí si en el lugar en el que estábamos no
hubiese habido tanto ruido, si ellas hubiesen sabido contar más, pero no sé por
qué no seguían las conversaciones que las dos nos esforzábamos por mantener con
ellas. Era como si no cuajasen las conversaciones. A ella le hicieron preguntas
que estoy segura de que le hicieron sentir mal, pero las contestó con mucha
naturalidad. Hablaba de Galicia cuando le preguntaban por ella con una
serenidad que estoy segura de que era tan quebradiza como la escarcha. Yo no
entiendo cómo es posible que fuese capaz de esconder cómo se sentía. Yo creía
que se iba a encerrar en sí misma y que no iba a hablar nada, pero se esforzó
muchísimo por escapar de la vergüenza que siente cuando tiene que hablar con
gente que no conoce y hablaba siempre dispuesta a escuchar y con una sonrisa
incipiente que a mí me encantaba. Y lo que más me conmueve es que sé (aunque
ella no me lo haya dicho) que se comportaba así exclusivamente por mí, para que
yo me sintiese bien, y cuando pienso en eso me dan ganas de llorar.
Luego
fuimos de rebajas y la verdad es que ni ella ni yo teníamos nada de ganas de
pasarnos la tarde metidas en tiendas. Fue muy agobiante. Si lo fue para mí,
para Agnes lo fue el triple, pero no protestó en ningún momento. Sólo me dijo
una vez que estaba cansadísima, pero, aún así, aguantó hasta las ocho de la
tarde por lo menos, en un día agobiante, caluroso, húmedo y horrible en el que
Barcelona estaba llena de gente que parecía no fijarse por donde caminaba.
Acompañamos a mi hermana en el mismo tren que iba a llevarla a su pueblo y al
fin, cuando llegamos a casa, nos duchamos y después, sin cenar ni nada, ni
intención teníamos de hacerlo, nos fuimos las dos a la cama sintiéndonos
completamente reventadas. Yo estaba agotadísima, como si me hubiesen dado una
paliza, y ella ni siquiera tenía fuerzas para hablar, pero estuvimos muy a
gusto sintiendo cómo entraba el fresquito de la tarde, hablando de vez en
cuando.
Ella no
me dijo en ningún momento que se había sentido incómoda con mis amigas. Ah, lo
más irónico de todo esto es que por la noche Ariadna, una de ellas, me envió un
whatsapp diciéndome que le había encantado conocer a Agnes, que le había caído
muy bien y que lamentaba no haber podido conocerla más, que sabía que Agnes era
alguien muy interesante y que sabía que podría mantener con ella conversaciones
muy profundas. También me decía que esperaba que pronto pudiésemos quedar otra
vez.
Pues fui
yo quien le dijo a Agnes ayer que sabía que no se había sentido muy bien con
mis amigas, pero ella al principio me lo negó, dijo que sí había estado bien,
que eran muy simpáticas, pero que entendía que era complicado hablar
tranquilamente en un restaurante comiendo y todo, pero yo enseguida le dije que
había notado que ella se había esforzado mucho por hablar con ellas y que en
realidad fueron ellas las que no dieron mucho pie a que las conversaciones
siguiesen fluyendo. Sé que Agnes se quedó muy sorprendida cuando me oyó decir
eso porque me preguntó: entonces, ¿tú también te diste cuenta? Y yo le dije que
por supuesto que sí, que no había sido como siempre. Ella me dijo que no quería
decírmelo, pero sí era cierto.
Ayer
incluso salimos por la tarde a merendar ella y yo y anduvimos bastante. Estuvo
muy bien la tarde e incluso yo creo que le fue muy bien salir así conmigo, sin
nadie más, y probar cosas que nunca probamos antes, pasteles y batidos raros.
Fue muy divertido y luego se iba muy bien por la calle. No había casi gente.
Llegamos tarde a casa, como si no tuviese que madrugar hoy, y yo tenía la
sensación de que estaba contenta, de que se sentía muy bien, a pesar de que
todavía la noto decepcionada. Puede que con el paso de los días vaya estando mejor.
También es verdad que la semana pasada llegamos a mantener conversaciones
profundas e importantes sobre irnos a vivir a Galicia. Yo le dije que no podía
irme, que tengo que estar aquí porque aquí tengo mi plaza y que, para trabajar
en Galicia, tendría que sacarme unas oposiciones y además tener el certificado
de lengua gallega... que seguramente lo conseguiré con el tiempo, pero que por
el momento ahora eso no es posible, que, si nos vamos, es porque ella ha
conseguido trabajo, que solamente tendríamos que vivir con su sueldo y cosas
así con las que pareció conformarse, pero no sé hasta qué punto lo ha aceptado
porque a veces pienso que sus silencios son un: de acuerdo, lo entiendo; pero
después se calla tantas cosas...
No sé
cómo seguir escribiendo. Si sigo escribiendo, lo único que voy a hacer es darle
vueltas a lo mismo todo el rato. Tengo un poco de miedo porque ahora que viene
el verano, que vienen los días casi vacíos para mí, voy a pensar mucho más en
las cosas. Trabajar me mantiene entretenida, me distrae mucho, me hace
levantarme con ilusión todos los días. Cuando llegan las vacaciones, lo cierto
es que no sé qué hacer con mi tiempo libre. Leo, escribo, hago de todo, también
camino mucho, pero con este calor casi no me apetece hacer nada; aunque yo soy
mucho más veraniega que Agnes. Ella parece no estar hecha para soportar el
verano. Yo en cambio siento que no me acobarda saber que el sol brilla tanto.
También me apetece mucho ir a la playa, pero sé que tendré que ir sola porque a
ella no le gusta ir, para nada; pero ya veremos estas vacaciones en Galicia.
Presiento que se va a bañar todo lo que no se bañó nunca en las playas de aquí
(yo creo que jamás se ha metido en el mar Mediterráneo). De todas formas, ella
no es de playa, es una chica de montaña y de tierra, pero la veo tan dispuesta
a disfrutar de todos los momentos que vamos a vivir que la creo capaz de todo.
Seguiré
escribiendo en otro momento.
No sé si me equivoco, pero el día con las amigas de Artemisa puede estar inspirado en el día que saliste con Ruth, Joan y los del grupo ese. Esa sensación, de no conectar con la gente, de sentirte distinto, de desear desaparecer y marcharte, la he vivido muchas veces. Lo peor de todo es que Agnes puso de su parte, se esforzó, pero parecían estar en otra onda y no se esforzaron demasiado por conversar y que todos estuviesen bien. Me da mucha rabia, espero que no queden más. Al menos Artemisa se dio cuenta y no es algo que se haya imaginado Agnes. Están bien, pero sigue existiendo entre ellas ese problema, el eterno problema. Con todo lo que dijo Agnes, de que no es dueña de su vida, y ella no es capaz de entender que ahora es desdichada por su "culpa" (por no reaccionar, dar una solución, que en realidad no es culpable de nada). No sé, pero la liebre puede saltar en cualquier momento y el salto puede ser mucho más alto que nunca...y más peligroso. Si Agnes decide quedarse este verano en Galicia, no sé que ocurrirá. ¿Se quedará con Agnes o se vendrá? ¿Aceptará su decisión? Espero el próximo capítulo, se está poniendo cada vez más interesanteeeee. ¡¡¡Que sigaaaaaaaaaaa!!!
ResponderEliminarEn este capítulo, sobre todo en la primera parte, lo que se me viene enseguida a la cabeza es el problema de la libertad individual, un tema clásico de filosofía sobre todo, y los costes que esta conlleva. Es algo que se plantea de muchas formas, es decir, si eres empleado de una empresa, por ejemplo, estás sujeto a muchas normas, como el horario, el lugar de trabajo, el tipo de trabajo, etc. A cambio, tienes un sueldo, y la cabeza libre de muchos problemas, en comparación por ejemplo con un autónomo, que si no quiere ir a trabajar no va, pero en cambio no sabe si va a ganar dinero o no cada mes, ni mucho menos cuánto será. Agnes no ha sido libre durante gran parte de su vida, primero porque era niña, y luego porque su internamiento sanitario le privó de la posibilidad de elegir, algo que es horrible en sí mismo, pero que tiene la ventaja de que te libra de la posibilidad de equivocarte, porque no escoges nada, si te resignas puedes hasta encontrar cierto modo de felicidad, es la vida del esclavo, del que no tiene nada y nada decide. En cambio ahora Agnes sí tiene que pagar el precio de su libertad. Puede ir a Galicia o no, puede ir a vivir con su madre o no, puede continuar la relación con Agnes o no. Posiblemente no podrá hacer todo a la vez, habrá opciones excluyentes, o, peor todavía, dependerá de ella hacerlas compatibles, de su ingenio, de su trabajo. Yo creo que eso es lo que le produce tanto agobio, el tener que elegir, el tener que pagar el precio de la libertad.
ResponderEliminarMe parece que mientras rumia todo eso está en una especie de pausa, en una tregua con el mundo que le permite, paradójicamente, convivir con cualquiera, o ir de compras, porque la categoría de esas actividades está muy por debajo de las decisiones que tiene que tomar. Ojalá la inteligencia innegable de Agnes le ayude a afrontar con serenidad el futuro, pues después de todo es mucho mejor poder elegir que seguir una senda inevitable que escojan otros por nosotros. Me sigue asombrando cómo abordas asuntos que podrían ser tan duros y teóricos de un modo tan entretenido.