sábado, 21 de julio de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: LUNES, 9 DE JULIO DE 2018


Lunes, 9 de julio de 2018

Me gustaría que todo siguiese como antes, como lo era hace aproximadamente una semana. No es que todo vaya mal, pero sí siento que las cosas han cambiado un poco, aunque tampoco quiero decir con esto que ya toda esa energía que tanto brillaba en su mirada haya desaparecido, pero sí es cierto que lo que ocurrió esta semana pasada mudó un poco su estado de ánimo. Hubo días en los que yo pensaba que esa buena época que tenía se había desvanecido, pero tiene todavía momentos buenos. Esa carta la cambió. Yo intuía que le ocurría algo y, desde que me enseñó la carta que su madre le había enviado, sentí que ya se cerraba esa época tan bonita y que nacía en sus ojos una impotencia que la desmoronaría de nuevo, pero no fue hasta el jueves cuando de verdad cayó mucho. Yo no sabía que estaba tan mal. Ella solamente me pidió que la dejase sola unas horas, que quería estar sola, pero que no me preocupase, que me fuese a dar una vuelta y que volviese a la hora de cenar. Yo la obedecí sabiendo que lo mejor era que estuviese sola, pues se lo leía en los ojos, que necesitaba estar consigo misma para pensar y ordenar sus ideas; pero cuando volví la encontré muy triste, con los ojos húmedos y la mirada huidiza. No me miraba a los ojos y eso era lo que más me inquietaba. Enseguida adiviné que se había tirado toda la tarde llorando. Ella me lo confirmó al fin cuando se lo pregunté por quinta vez y empezó a llorar de nuevo, diciéndome que se sentía muy triste, que no podía evitar sentirse muy decepcionada, que no soportaba sentirse así y que no quería estar así, que ella quería estar bien, pero que se sentía destruida por dentro. Yo no sabía qué decirle porque reconocía en ese momento (y lo sigo haciendo ahora) que tenía muchos motivos para llorar y sentirse así. Por la noche, antes de irnos a dormir, empezó a decirme cosas muy extrañas. Me confesó que se preguntaba de quién era su vida si a ella no le pertenecía su propia existencia, para quién vivía si no era para ella, si ella no era dueña de su vida. Me puso el ejemplo de algún objeto que es nuestro, con el que hacemos lo que queremos, me puso el ejemplo de una camisa que nosotras lavamos y planchamos cuando queremos para comparar eso con nuestra propia vida. Ella me decía que siempre había vivido sin decidir nada sobre su propia vida, que parecía como si su vida fuese de otra persona y que ella estuviese viviendo la vida de otra persona, algo muy raro, porque nunca había podido decidir sobre su propia vida. Yo no sabía qué decirle porque yo sí siento que soy la única dueña de mi vida, es decir, de momento, estoy viviendo lo que a mí me ha dado la gana vivir. Yo me fui del pueblo de León en el que nací cuando quise, después de estudiar durante unos años en la universidad, me fui luego a la isla, volví cuando quise, estoy viviendo la vida que yo decidí vivir; pero es cierto que Agnes nunca pudo decidir por ella misma lo que quería vivir. Ella me reconoció incluso que la última vez que estuvo encerrada en el hospital sentía que ya se había conformado con ese destino, con vivir ya para siempre allí, que incluso la serenaba muchísimo saber que ya no tendría que esforzarse por vivir, por trabajar en trabajos horribles, que ya no tendría que dar tanto de sí misma para poder comer. Me reconoció que decidió desde el principio no esforzarse ni lo más mínimo por curarse, que simplemente estaría allí dejándose llevar por los días, dejando pasar el tiempo, que aceptaría la terapia psicológica que le ofrecían, pero ya está. Me dijo que para ella ya no había nada mejor que estar ahí, sin tener que esforzarse nunca más para nada. Estoy segura de que, si yo no hubiese vuelto, ella todavía estaría allí. Ni siquiera pensaba ya en deshacer su propia vida porque, según me dijo, ella esperaría el momento de su muerte sin sentir nada, que ya había aceptado que no se merecía nada mejor, que la vida le había demostrado que era y había sido inútil luchar, que no merecía la pena nada ya, que no se merecía nada, por mucho que lo desease, que estar en ese hospital era lo único que se merecía, lo mejor a lo que podía aspirar. Yo no sabía qué sentir cuando me decía todo eso. Ni siquiera era capaz de contestarle. No sé por qué acabó diciéndome todo eso, pero fueron confesiones que me hicieron sentir escalofríos, que me hicieron pensar que yo no tengo derecho a compararme con Agnes en ningún momento. Yo he sido muy feliz, he tenido una vida maravillosa comparada con la suya, y tiene todo el derecho del mundo a pensar que su vida nunca le perteneció, que fue viviendo lo que alguien decidía que viviría; pero también me estremece muchísimo que ella guarde en su mente unos recuerdos tan estremecedores.

A partir del jueves, la verdad es que su estado de ánimo cambió muchísimo. No obstante, el jueves es el día que más hundida la vi. Ya a partir de esa tarde, la vi silenciosa, casi sin mirarme ni hablar, con una mirada muy triste, pero, aún así, no ha huido de ni uno solo de los planes que teníamos. El viernes salimos a cenar con mi hermana igual y estuvimos muy a gusto. Era como si ella pudiese seguir viviendo con esa decepción tan grande que tenía. Reía y nos sonreía igual, hablaba igual, pero sus silencios expresaban mucho más que cualquier palabra que pronunciase. No obstante, ni mi hermana ni yo teníamos nada que reprocharle; pero yo notaba que mi hermana la miraba demasiado, como si quisiese hurgar en su mirada, como si quisiese encontrar algo en sus ojos, ese algo que ella se callaba, y de vez en cuando le hacía preguntas que Agnes le contestaba de forma evasiva (algo que no es raro en ella). También notaba que mi hermana le hacía preguntas muy raras, con un doble sentido que Agnes sabía captar perfectamente.

Después, el sábado, habíamos quedado con dos amigas mías del instituto con las que me llevo muy bien y que hacía tiempo que querían conocer a Agnes. Son las únicas personas que saben que ella existe. Pues no sé, fue raro, fue un día raro, y esta vez tengo que reconocer que no fue por culpa de Agnes, que tampoco ella tiene la culpa de ser como es, pero esta vez fue raro por los demás. Yo también me di cuenta de lo que pasaba.

Quedamos en Barcelona; un lugar que a Agnes la agobia muchísimo, pero no puso ninguna objeción en ningún momento. Fuimos a comer con ellas y desde el primer momento noté que iba a costar, que no iban a conectar mucho. Agnes se esforzó, de verdad que lo hizo, por hablar con ellas. Les sacaba conversaciones sencillas que habrían podido dar muchísimo de sí si en el lugar en el que estábamos no hubiese habido tanto ruido, si ellas hubiesen sabido contar más, pero no sé por qué no seguían las conversaciones que las dos nos esforzábamos por mantener con ellas. Era como si no cuajasen las conversaciones. A ella le hicieron preguntas que estoy segura de que le hicieron sentir mal, pero las contestó con mucha naturalidad. Hablaba de Galicia cuando le preguntaban por ella con una serenidad que estoy segura de que era tan quebradiza como la escarcha. Yo no entiendo cómo es posible que fuese capaz de esconder cómo se sentía. Yo creía que se iba a encerrar en sí misma y que no iba a hablar nada, pero se esforzó muchísimo por escapar de la vergüenza que siente cuando tiene que hablar con gente que no conoce y hablaba siempre dispuesta a escuchar y con una sonrisa incipiente que a mí me encantaba. Y lo que más me conmueve es que sé (aunque ella no me lo haya dicho) que se comportaba así exclusivamente por mí, para que yo me sintiese bien, y cuando pienso en eso me dan ganas de llorar.

Luego fuimos de rebajas y la verdad es que ni ella ni yo teníamos nada de ganas de pasarnos la tarde metidas en tiendas. Fue muy agobiante. Si lo fue para mí, para Agnes lo fue el triple, pero no protestó en ningún momento. Sólo me dijo una vez que estaba cansadísima, pero, aún así, aguantó hasta las ocho de la tarde por lo menos, en un día agobiante, caluroso, húmedo y horrible en el que Barcelona estaba llena de gente que parecía no fijarse por donde caminaba. Acompañamos a mi hermana en el mismo tren que iba a llevarla a su pueblo y al fin, cuando llegamos a casa, nos duchamos y después, sin cenar ni nada, ni intención teníamos de hacerlo, nos fuimos las dos a la cama sintiéndonos completamente reventadas. Yo estaba agotadísima, como si me hubiesen dado una paliza, y ella ni siquiera tenía fuerzas para hablar, pero estuvimos muy a gusto sintiendo cómo entraba el fresquito de la tarde, hablando de vez en cuando.

Ella no me dijo en ningún momento que se había sentido incómoda con mis amigas. Ah, lo más irónico de todo esto es que por la noche Ariadna, una de ellas, me envió un whatsapp diciéndome que le había encantado conocer a Agnes, que le había caído muy bien y que lamentaba no haber podido conocerla más, que sabía que Agnes era alguien muy interesante y que sabía que podría mantener con ella conversaciones muy profundas. También me decía que esperaba que pronto pudiésemos quedar otra vez.

Pues fui yo quien le dijo a Agnes ayer que sabía que no se había sentido muy bien con mis amigas, pero ella al principio me lo negó, dijo que sí había estado bien, que eran muy simpáticas, pero que entendía que era complicado hablar tranquilamente en un restaurante comiendo y todo, pero yo enseguida le dije que había notado que ella se había esforzado mucho por hablar con ellas y que en realidad fueron ellas las que no dieron mucho pie a que las conversaciones siguiesen fluyendo. Sé que Agnes se quedó muy sorprendida cuando me oyó decir eso porque me preguntó: entonces, ¿tú también te diste cuenta? Y yo le dije que por supuesto que sí, que no había sido como siempre. Ella me dijo que no quería decírmelo, pero sí era cierto.

Ayer incluso salimos por la tarde a merendar ella y yo y anduvimos bastante. Estuvo muy bien la tarde e incluso yo creo que le fue muy bien salir así conmigo, sin nadie más, y probar cosas que nunca probamos antes, pasteles y batidos raros. Fue muy divertido y luego se iba muy bien por la calle. No había casi gente. Llegamos tarde a casa, como si no tuviese que madrugar hoy, y yo tenía la sensación de que estaba contenta, de que se sentía muy bien, a pesar de que todavía la noto decepcionada. Puede que con el paso de los días vaya estando mejor. También es verdad que la semana pasada llegamos a mantener conversaciones profundas e importantes sobre irnos a vivir a Galicia. Yo le dije que no podía irme, que tengo que estar aquí porque aquí tengo mi plaza y que, para trabajar en Galicia, tendría que sacarme unas oposiciones y además tener el certificado de lengua gallega... que seguramente lo conseguiré con el tiempo, pero que por el momento ahora eso no es posible, que, si nos vamos, es porque ella ha conseguido trabajo, que solamente tendríamos que vivir con su sueldo y cosas así con las que pareció conformarse, pero no sé hasta qué punto lo ha aceptado porque a veces pienso que sus silencios son un: de acuerdo, lo entiendo; pero después se calla tantas cosas...

No sé cómo seguir escribiendo. Si sigo escribiendo, lo único que voy a hacer es darle vueltas a lo mismo todo el rato. Tengo un poco de miedo porque ahora que viene el verano, que vienen los días casi vacíos para mí, voy a pensar mucho más en las cosas. Trabajar me mantiene entretenida, me distrae mucho, me hace levantarme con ilusión todos los días. Cuando llegan las vacaciones, lo cierto es que no sé qué hacer con mi tiempo libre. Leo, escribo, hago de todo, también camino mucho, pero con este calor casi no me apetece hacer nada; aunque yo soy mucho más veraniega que Agnes. Ella parece no estar hecha para soportar el verano. Yo en cambio siento que no me acobarda saber que el sol brilla tanto. También me apetece mucho ir a la playa, pero sé que tendré que ir sola porque a ella no le gusta ir, para nada; pero ya veremos estas vacaciones en Galicia. Presiento que se va a bañar todo lo que no se bañó nunca en las playas de aquí (yo creo que jamás se ha metido en el mar Mediterráneo). De todas formas, ella no es de playa, es una chica de montaña y de tierra, pero la veo tan dispuesta a disfrutar de todos los momentos que vamos a vivir que la creo capaz de todo.

Seguiré escribiendo en otro momento.

 

2 comentarios:

  1. No sé si me equivoco, pero el día con las amigas de Artemisa puede estar inspirado en el día que saliste con Ruth, Joan y los del grupo ese. Esa sensación, de no conectar con la gente, de sentirte distinto, de desear desaparecer y marcharte, la he vivido muchas veces. Lo peor de todo es que Agnes puso de su parte, se esforzó, pero parecían estar en otra onda y no se esforzaron demasiado por conversar y que todos estuviesen bien. Me da mucha rabia, espero que no queden más. Al menos Artemisa se dio cuenta y no es algo que se haya imaginado Agnes. Están bien, pero sigue existiendo entre ellas ese problema, el eterno problema. Con todo lo que dijo Agnes, de que no es dueña de su vida, y ella no es capaz de entender que ahora es desdichada por su "culpa" (por no reaccionar, dar una solución, que en realidad no es culpable de nada). No sé, pero la liebre puede saltar en cualquier momento y el salto puede ser mucho más alto que nunca...y más peligroso. Si Agnes decide quedarse este verano en Galicia, no sé que ocurrirá. ¿Se quedará con Agnes o se vendrá? ¿Aceptará su decisión? Espero el próximo capítulo, se está poniendo cada vez más interesanteeeee. ¡¡¡Que sigaaaaaaaaaaa!!!

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  2. En este capítulo, sobre todo en la primera parte, lo que se me viene enseguida a la cabeza es el problema de la libertad individual, un tema clásico de filosofía sobre todo, y los costes que esta conlleva. Es algo que se plantea de muchas formas, es decir, si eres empleado de una empresa, por ejemplo, estás sujeto a muchas normas, como el horario, el lugar de trabajo, el tipo de trabajo, etc. A cambio, tienes un sueldo, y la cabeza libre de muchos problemas, en comparación por ejemplo con un autónomo, que si no quiere ir a trabajar no va, pero en cambio no sabe si va a ganar dinero o no cada mes, ni mucho menos cuánto será. Agnes no ha sido libre durante gran parte de su vida, primero porque era niña, y luego porque su internamiento sanitario le privó de la posibilidad de elegir, algo que es horrible en sí mismo, pero que tiene la ventaja de que te libra de la posibilidad de equivocarte, porque no escoges nada, si te resignas puedes hasta encontrar cierto modo de felicidad, es la vida del esclavo, del que no tiene nada y nada decide. En cambio ahora Agnes sí tiene que pagar el precio de su libertad. Puede ir a Galicia o no, puede ir a vivir con su madre o no, puede continuar la relación con Agnes o no. Posiblemente no podrá hacer todo a la vez, habrá opciones excluyentes, o, peor todavía, dependerá de ella hacerlas compatibles, de su ingenio, de su trabajo. Yo creo que eso es lo que le produce tanto agobio, el tener que elegir, el tener que pagar el precio de la libertad.

    Me parece que mientras rumia todo eso está en una especie de pausa, en una tregua con el mundo que le permite, paradójicamente, convivir con cualquiera, o ir de compras, porque la categoría de esas actividades está muy por debajo de las decisiones que tiene que tomar. Ojalá la inteligencia innegable de Agnes le ayude a afrontar con serenidad el futuro, pues después de todo es mucho mejor poder elegir que seguir una senda inevitable que escojan otros por nosotros. Me sigue asombrando cómo abordas asuntos que podrían ser tan duros y teóricos de un modo tan entretenido.

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