Jueves, 5 de
julio de 2018
Necesito
escribir como quien está ahogándose entre las furiosas olas del mar y precisa
del aire para seguir viviendo. Necesito desahogarme. Tengo una presión rara en
el pecho, me siento perdida y no sé qué creer. No me ha ocurrido nada
lamentable que esté haciendo temblar el suelo de mi vida, pero siento que me
encuentro en un punto en el que no sé hacia dónde debo mirar ni tampoco qué creer.
Últimamente estoy enterándome de cosas sobre la vida de Agnes que nunca me
imaginé que vivió. Estoy conociendo su verdadero pasado y estoy cada vez más
convencida de que en realidad no conozco a la Agnes que nació y vivió en Galicia.
Sin embargo, no es sentir que desconozco toda su vida lo que más me atormenta.
Lo que me atormenta es algo muy distinto y la verdad es que estoy realmente
asustada, aunque ella no lo sabe. Y todo esto viene porque el martes me confesó
que había recuperado el contacto con su madre. Me lo confesó no porque saliese
de ella hacerlo, sino porque una canción le hizo empezar a llorar casi sin
consuelo. Empezó a llorar sin poder decirme lo que le pasaba. Yo no dejaba de
preguntarle qué le ocurría, por qué esa letra (que la verdad es que era muy
bonita) le hacía llorar tanto. La canción parecía cantada por una madre a su
hija (era en gallego, por supuesto) y, refiriéndose a ella en tercera persona
con palabras muy cariñosas, como si estuviese hablándole de ella a otra
persona, decía que ella estaba llena de valentía y de coraje, que ella no
necesitaba ayuda, que ella podría superar todas las cosas, y en el estribillo
la animaba a que bailase, a que cantase en la arena... La verdad es que era una
canción preciosa que le arrancó de pronto un montón de lágrimas que parecía no
tener fin. Al final, me dijo que tenía que confesarme una cosa y entonces me
contó que, hacía casi dos semanas, le había escrito una carta a su madre y que
justo ese día (el martes) había leído la respuesta que ella le había enviado.
Me enseñó la carta de su madre. La suya no, la que ella le envió no me la
enseñó, no sé por qué. No pude evitar que se me llenasen los ojos de lágrimas
al conocer lo que su madre había vivido. Me sorprendió mucho descubrir cuál
había sido la realidad, cuál era la realidad, y sobre todo sentí que la sangre
se me helaba cuando leí que su madre le pedía que volviese a su tierra con una
insistencia hiriente llena de lágrimas. Fue justo en ese momento cuando empecé
a sentir miedo.
Cuando
terminé de leer la carta, Agnes me dijo, llorando otra vez, que no podía
entender por qué la vida era y había sido tan injusta, que no podía entender
por qué había perdido treinta años de su vida creyendo que su madre no la
quería, que no podía entender por qué había tenido que sufrir tanto, que no
entendía por qué (y repetía mucho por qué, por qué, entre lágrimas, casi sin
poder hablar) ha tenido que enterarse tan tarde de la verdad, por qué no se le
ocurrió escribirle antes. No dejaba de decir que la mitad de su vida se le
había ido injustamente, que había perdido prácticamente su vida entera, que
nunca podrá perdonarse a sí misma haber sido tan rencorosa, haber tenido esos
pensamientos tan horribles sobre su madre. Yo intentaba decirle que ella no ha
tenido nunca la culpa de nada, que ella sólo fue una víctima del destino, igual
que su madre, que ella no podía pensar otra cosa cuando de repente se vio
encerrada en ese horrible hospital; pero no había manera de consolarla. Yo
sabía que, por mucho que intentase animarla, no iba a conseguir sacarla de la
profunda decepción que la hacía llorar tanto. No sé cuánto tiempo estuvo así,
llorando con un sentimiento con el que hacía mucho tiempo que no la veía
llorar.
No podía
evitar que todas las palabras que decía se me clavasen en el alma. No dejaba de
decir que había perdido la mayor parte de su vida estando lejos de su verdadero
hogar de forma totalmente innecesaria, que le daba rabia no poder volver atrás,
que daría cualquier cosa por cambiar las cosas, que ya era demasiado tarde y
millones de cosas más que no puedo recordar. No dejaba de preguntarme qué podía
hacer, cómo podía recuperar todo lo que habían perdido. No dejaba de decirme
que perdió todos esos años que habría podido compartir con su madre y se
culpaba de todo, cuando en ningún momento nada fue culpa suya, pero parecía que
esas palabras le hacían mucho más daño, porque, según ella, la vida las había
tratado muy injustamente a las dos, que no era justo que tuviesen que estar
así, con esos recuerdos tan horribles, con todos esos años perdidos.
Y lo peor
no es eso. Lo peor es que desde entonces la noto distinta. No está hundida, ni
mucho menos (aunque, sinceramente, creo que no le queda mucho para estarlo).
Está ausente. Me habla de muy pocas cosas y no noto que de sus ojos se
desprenda esa alegría y esa luz que irradiaban hace unos días. Sin embargo,
también tengo que reconocer que noto que se siente aliviada. No es que esté
deprimida. Está demasiado tranquila y silenciosa, como si estuviese urdiendo
algún plan. O a lo mejor está empezando a decaer y yo no lo quiero reconocer.
Esos silencios que se apoderan de ella justo antes de la recaída han vuelto.
Y lo que
me tiene asustada es que, desde el martes por la noche, ya me ha preguntado
varias veces si yo me iría con ella a vivir a su aldea. El martes por la noche,
yo le dije con mucha sinceridad que allí no podríamos vivir las dos, que su
madre la espera a ella, no a mí, y que yo no sé si podría vivir tan lejos de
todo, acostumbrada como estoy a vivir en un sitio en el que tenemos de todo. Le
dije que, si nos fuésemos a vivir allí, tendríamos que renunciar a muchísimas
cosas, que allí todo sería demasiado distinto; pero esas palabras que yo le
dirigía no causaban ningún efecto en ella. Me decía que qué importaba eso, qué
importaba si ya no teníamos tantas cosas, me decía que allí tendríamos lo
esencial, que viviríamos muy tranquilas, sin estrés, sin agobios, sin
contaminación, lejos del ruido de la ciudad. Yo le reconocí que podría estar
allí un tiempo, tal vez un mes o dos, pero no me imaginaba viviendo así toda la
vida. Entonces ella me preguntó que dónde estaba la Artemisa que ella conocía,
que amaba tanto la naturaleza como para vivir con ella, en su máximo esplendor,
que dónde estaba la Artemisa a la que le gustaba vivir tan cerca de la
naturaleza y tan conectada con ella, y yo no sabía qué decirle. La tenía
delante de mí, mirándome extrañada y con una tristeza que yo no sabía
interpretar, pero no era capaz de decirle nada. Sólo le respondí, cuando pasó
casi un minuto, que era así antes, que todavía seguía amando la naturaleza, que
eso no había cambiado, pero que me había acostumbrado muchísimo a vivir en la
ciudad, a vivir con todo esto, a dar clases, a esta vida. Y, con toda mi
valentía, le dije que no sería capaz de irme, que, definitivamente, no quería
irme. Le dije que por supuesto que yo quería vivir en Galicia, pero no en una
aldea, que sí quería vivir allí, pero que, si nos íbamos a su aldea, nuestra
vida se volvería muy difícil e incluso le dije que, si nos íbamos a vivir allí,
lo único que haría sería cuidar a su madre. Entonces me preguntó si es que no
se lo debía después de todo. Y, claro, yo ya no supe qué decirle. Y lo peor es
que la conversación se terminó justo en ese momento, pero no recuerdo qué fue
lo último que nos dijimos sobre ese tema.
Ella sé
que no ha dejado de darle vueltas a la posibilidad de volver. Me contó también
que ayer llamó a su madre por teléfono, pero que no pudo localizarla y que
seguirá intentándolo. Tengo miedo, de verdad, aunque sé que ella no se iría sin
mí; pero no sé que me da más miedo, si la posibilidad de que se vaya sin mí o
que no se vaya y se quede aquí, marchitándose, cayendo en esa morriña que puede
destrozarla.
Tengo la
sensación de que en el alma de Agnes hay muchísimas cosas que yo desconozco.
Tengo la sensación de que nunca es del todo clara conmigo. No sé si es así
porque ésa es su forma de ser o porque se reúnen en ella todos los tópicos que
hay sobre los gallegos. Sonrío al pensar esto porque ella, aunque dice que no,
sí responde a todo lo que dicen de ellos: nunca te contesta claramente, cuesta
mucho que te cuente algo... y además es muy hermética, muy suya, aunque no
estoy diciendo que ya todos sean así, pero es verdad que me cuesta mucho
sacarle las cosas y la mayoría de veces ni lo consigo en ese momento. Tiene que
ser ella quien tome la decisión de contarme las cosas. Y, si no llegamos a
escuchar esa canción, yo no sé cuándo me habría dicho que está comunicándose
con su madre a través de cartas. No sé cómo comportarme con ella. Lo idóneo es
comportarme con naturalidad, pero no dejo de tener ganas de preguntarle cosas.
No sé tampoco cómo va a estar a partir de ahora... El sábado tenemos muchos
planes. Al fin conseguí que accediese a quedar con mis amigas del instituto,
con las profesoras con las que mejor me llevo, que son tres, e iremos a comer.
No sé cómo va a ir todo, con lo tímida que ella es, pero tenía la esperanza de
que el sábado estuviese otra vez como siempre, como estuvo estos últimos días.
Tampoco es acertado decir como siempre... sino como estuvo estas últimas
semanas. A ver cómo llega hoy, a ver si puedo hablar tranquilamente con ella y
quitarle de encima esa decepción que siente, de la que sé que yo tengo algo de
culpa.
No quiero
que las cosas cambien. Estaba todo muy bien, estamos maravillosamente, ella
parecía tan contenta a pesar de la morriña que siempre tiene en la mirada… No
quiero que se tuerza nada, todo estaba tan mágicamente bien… Por favor, que no
se tuerza, que no cambie nada. Es que daría una gran parte de mí si con ello
pudiese evitar que ella volviese a caer en esa tristeza que tanto la abate y la
apaga; pero sé que contra eso no se puede luchar. Es algo que ella no puede
evitar. Muchas veces me dijo ya que, cuando le llega alguna mala época, siente que
pierde el control de sus pensamientos, que la mente se le llena de pensamientos
que ella no puede entender, que de repente está pensando en cosas que nunca
pensó antes con una convicción estremecedora, que siente una desesperación muy fuerte
que no le deja pensar y que la invade como si no pudiese caber otra emoción en
su cuerpo. Me ha contado ya muchas veces que, cuando le viene una mala
temporada, no se encuentra en sí misma, ve el mundo con otros ojos, todo la
asusta y le hace daño, que ni siquiera se siente capaz de caminar
tranquilamente por la calle, que, cuando tiene que hablar con la gente, siente
que no le sale la voz, tiene la potente sensación de que todo lo que pueda
decir carece por completo de interés y de que ella no es nada para nadie, ni
siquiera para mí. Piensa que no se merece estar conmigo porque soy mucho mejor
que ella, piensa que yo me merezco a alguien que pueda hacerme feliz, que ella
no puede hacerse feliz ni a sí misma. Cuando está así, su vida de repente no es
más que una sombra oscura que la absorbe y la asusta y lo único que quiere es
permanecer encerrada en sí misma, sin tener que esforzarse por hablar con
nadie, ni siquiera conmigo, porque siente que todo lo que ella es desaparece
como si nunca hubiese existido. Y lo más curioso es que a veces soy yo la que
se da cuenta antes de que su ánimo está mudando o, tal vez, puede que ella sí
se dé cuenta y lo ignore, intente hacer cualquier cosa para fingir que no está
ocurriendo, porque le da mucho miedo que todo pueda cambiar así, sin que ella
sea capaz de evitarlo.
Ayer
mantuvimos una conversación muy extraña, mientras cenábamos, en la que ella me
reconoció algunas cosas que me hicieron mucho daño, pero no por ella, sino
porque declaraban una realidad que me duele mucho si es que es cierta. Me dijo
que ella sabía que ella no le cae del todo bien a mi hermana, que mi hermana la
ayudó mucho en su momento porque no la conocía, pero, ahora que la conoce bien,
sabe que piensa que yo me merezco estar con alguien más equilibrado. Me dijo
que sabía que mi hermana piensa que no es bueno para mí estar con alguien que
no está sano mentalmente, que la trata porque no tiene más remedio, pero que
muchas veces le da la sensación de que mi hermana tiene unas ganas inmensas de
perderla de vista, que incluso está deseando que se vaya. Y la verdad es que no
sé de dónde ha sacado Agnes todo eso. Alguna vez mi hermana sí me ha llegado a
insinuar que estar con Agnes puede que no me haga bien en el futuro, que a la
larga sí lo notaré mucho, pero nunca me ha dicho que no le caiga bien ni nada
de eso. También es verdad que mi hermana me ha dicho alguna vez que, si eso es
lo que más desea Agnes, tendría que permitir que se fuese a Galicia y ya está,
que no es justo que la retenga así si tanto ansía irse, pero, claro, es que
mi hermana nunca se ha enamorado así, como lo estamos Agnes y yo.
Pues creo
que voy a dejar de escribir. Creo que falta poco para que ella vuelva. También
me hace sentir un poco desorientada saber que me queda tan poquito para coger
las vacaciones de verano. No sé cómo voy a vivir este mes de julio casi sin
hacer nada. Ahora en el instituto estamos cada vez más tranquilos todos. Voy a
echar mucho de menos a los alumnos y a mis amigos, la verdad.
Ya
volveré a escribir en otro momento y contaré qué tal están las cosas.
Ahora llega una racha mala para Agnes. Aunque suele ser habitual que suba y baje de ánimos, esta vez yo creo que a Artemisa le asusta mucho más. Es que no se trata de un bajón al uso (que ya de por si son intensos y complicados), es algo mucho peor. Se entiende, que después de una temporada tan buena, con Agnes feliz, apreciando la vida, disfrutando de cada instante, haciendo feliz a Artemisa, le cueste y le duela ver que eso cambia y vuelve a caer en el abismo. Es que, esta vez Agnes sufre el doble por su madre, por el tiempo perdido, por la injusta que ha sido la vida con ella y su madre. Es normal que ahora piense en recuperar el tiempo perdido y estar junto a su madre. Es algo así como pensar que tu madre estaba muerta y ahora te enteras que sigue viva, sales pitando y lo dejas todo. A todo esto le añadimos que las cosas que Artemisa daba por sentado, su oscuro pasado, esas experiencias tan terribles, su madre maléfica, sus malos vecinos...todo aquello no fue realmente así, y ahora siente que no la conoce de verdad, que hay cosas que se le escapan. Por suerte, todo tiene su explicación y seguro que lo terminará comprendiendo.
ResponderEliminarPor una parte entiendo a Casandra. Es su hermana, quiere lo mejor para ella y debe desesperar cuando la ve tan preocupada, siempre pendiente de los cambios de Agnes, de su enfermedad. Pero eso no debería nublar la realidad. Se aman, es amor verdadero y quieren estar juntas. El amor se demuestra en los buenos y malos momentos, por muy duros que sean. Algún día las cosas pueden cambiar y es Agnes la que tiene que cuidar de Artemisa y armarse de paciencia. Sé que Casandra aprecia a Agnes, son muchos años, aunque ella tenga una visión simplista de las cosas "deja que se marche, no es justo que la retengas". Las cosas no son así de sencillas, no para Artemisa ni para Agnes. Aunque ahora, después del reencuentro (por carta) con su madre, yo creo que el deseo de volver a Galicia se hará incontrolable como un caballo desbocado, más que nunca. Si lo sucedido con su madre no la hace volver, no creo que lo haga nunca.
Sigo pensando igual, tiene que marcharse. Es infeliz e incluso está enferma por estar lejos de Galicia. Artemisa debe entenderlo, debe dejarle encontrar su felicidad, se lo merece. Si su amor es verdadero (que lo es), se reencontrarán. Agnes tiene razón en cuanto a que Artemisa a cambiado mucho. La Artemisa de antes se habría marchado sin pensarlo dos veces, ha dejado su vida y partido de cero dos veces, sin nada, en plena naturaleza. Eso ya no es capaz de hacerlo.
Interesante capítulo. Espero que en el próximo Agnes pueda comunicarse con su madre, hablar aunque sea por teléfono. Ambas se lo merecen. ¡¡Que siga prontooooooooo!!
Me deja bastante perplejo el saber que a través de la contestación de su madre Agnes ha cambiado bastante de punto de vista en cuanto a lo que ocurrió en el pasado. Por un lado me parece muy bien, y totalmente normal, que su madre le exprese su amor y el deseo de que vuelva a su lado cuanto antes, es lo normal, seguro que se quiere reconciliar y cerciorarse de que Agnes está bien, para su madre es recuperar a una hija que seguramente creía perdida para siempre, pero por otro lado, ¿qué es lo que ha hecho a Agnes cambiar de opinión? Es decir, ¿por qué antes pensaba que su madre no la quería y ahora sí? ¿por lo que le dice su madre? ¿no tuvo entonces nada que ver con los internamientos forzosos? ¿no hubo ella de dar algún consentimiento, al menos mientras fue menor de edad? Es seguro que su madre no quería que Agnes padeciese todas las crueldades del hospital pero, no sé, parece que tampoco se interesó lo suficiente como para comprobar qué hacían con ella, me encanta que Agnes quiera reconciliarse, pero termino sin verlo todo totalmente claro, aunque por supuesto no sé las explicaciones que haya podido recibir en la carta de su madre. En todo caso es natural que ahora quiera salir cuanto antes para estar a su lado, y que a Artemisa esto le preocupe, porque rompe completamente el ritmo que llevaban, una cosa es ir planificando y realizando una vida en común a lo largo de un tiempo razonable y otra salir corriendo, para colmo parece que Agnes casi le reprocha a Artemisa que ya no la quiere como antes, yo creo que las dos han cedido en muchas cosas, pero Artemisa siempre ha demostrado que su amor por Agnes no es fingido ni pasajero, y se ha comprometido al máximo; y que conste que ese reproche, más o menos implícito, coexiste con la idea acomplejada de que Agnes no se merece a Artemisa, así somos las personas, podemos asumir sin problemas ideas que deberían ser absolutamente excluyentes entre sí.
ResponderEliminarLa tensión de la situación actual la resume muy bien Artemisa cuando dice "no quiero que las cosas cambien", mientras que para Agnes es preciso un cambio drástico e inmediato. Ahora Agnes está dando un tirón, y Artemisa pienso que será arrastrada, pero tampoco tengo por seguro que Agnes finalmente quiera vivir al lado de su madre para siempre, ciertamente eso es lo que piensa, pero una cosa es lo que se piensa y otra la realidad, veremos qué ocurre con su madre... me pregunto si también es tan sensitiva como ella (eso parecía en capítulos anteriores, pero como ya tengo todo en cuarentena no lo doy por sentado), y si fuera así cómo es su vida, me parece una persona muy interesante que seguramente se convertirá en parte fundamental del relato... Espero que no haya inconvenientes y Agnes se marche pronto para su pueblo a ver a su madre, y que Artemisa la acompañe, seguro que habrán de ocurrir muchas cosas dignas de ser leídas.
Hay que ver cómo puede cambiar la historia con unas pocas líneas, ¡qué habilidad tienes!