domingo, 4 de noviembre de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: MARTES, 6 DE NOVIEMBRE DE 2018

Martes, 6 de noviembre de 2018
Si hace un año me hubiesen dicho que, en noviembre del año siguiente, estaría viviendo con Agnes en Ourense, habría creído que me hablaban de otra realidad muy distinta a la mía, de otra vida ajena a la mía. Yo sabía que alguna vez acabaría viviendo con Agnes en Ourense, pero no me imaginaba que éste sería el año en el que cambiaríamos tan radicalmente de vida. También pensaba que el hecho de vivir en Galicia dependía totalmente de mí, de mi disposición para iniciar en Ourense una nueva vida e incluso de mi trabajo; pero en realidad ese sueño siempre ha estado en manos de Agnes. Ella en realidad ha sido quien ha decidido y posibilitado que estemos aquí; aunque, para lograrlo, haya tenido que luchar contra todo tipo de dificultades (incluida su enfermedad) y poner en riesgo nuestro amor; el que, por enésima vez en esta vida, nos ha demostrado a todos que es mucho más fuerte de lo que jamás nadie creyó, ni siquiera nosotras mismas. Si el nuestro hubiese sido un amor cualquiera, éste se habría desvanecido en cuanto Agnes hubiese enfermado tanto cuando nos conocimos, no habría seguido vivo después de vivir cuatro años separadas sin saber nada la una de la otra y ni siquiera respiraría después de que Agnes estuviese con otra mujer, compartiendo la vida como si siempre hubiesen estado juntas. Siendo personas tan mágicas que creemos más en lo que no se ve que en lo que se percibe con los sentidos, ninguna de las dos dudamos de que el amor que Agnes y Lúa compartieron no formó parte de este mundo ni tampoco dependió del alma de cada una de ellas. Es verdad que, hace mucho tiempo, Agnes estuvo muy enamorada de Lúa y también es verdad que Lúa siempre vivió enamorada de Agnes y recordándola con desesperación; pero lo más importante de todo esto es que Lúa siempre supo que se iría muy pronto. Estamos seguras de que existe un alma poderosa que decidió que Agnes amaría a Lúa durante los últimos meses de su vida, justo cuando le quedaba cada vez menos tiempo para ser feliz. Es injusto que Lúa se haya ido, pero habría sido mucho más injusto que se hubiese marchado del mundo sin conocer qué es estar con Agnes compartiendo mucho más que la parte física de su ser, compartiendo más que la vida. Mas a mí me habría gustado saber que ella se iría pronto y que no iban a estar juntas mucho tiempo. Me habría gustado saberlo porque me habría ahorrado muchísimos disgustos. No estoy diciendo con esto que habría aceptado la relación entre Agnes y Lúa si hubiese conocido siempre la verdad, pero sí es cierto que no habría perdido la razón. No obstante, esto ya no se puede remediar, por mucho que lo deseemos.
Pero lo que más me importa es que Agnes me ama como siempre, me ama como si nada hubiese ocurrido. Yo no sé si ella refleja en su diario todo lo que vivimos y todo lo que siente. Sé que escribe, pero tiene cada vez menos tiempo para explicar lo que vivimos porque está empezando a estudiar para prepararse unas oposiciones. No sé si Agnes es capaz de convertir en palabras todo lo que compartimos y vivimos porque incluso a mí me cuesta hacerlo. Cuando hablo con mi hermana, ella me formula preguntas sobre nuestra relación, preguntas muy íntimas que a mí me cuesta mucho contestar, pero no me ocurre eso porque me resulte difícil explicar lo que vivimos Agnes y yo, sino porque me parece algo tan mágico y bonito que me cuesta encerrar todo eso en palabras fugaces y limitadas. Agnes es todo mi mundo, mi vida entera es ella, gira en torno a ella todo lo que pienso y siento y sé que el lazo que nos une es mucho más fuerte que el que une la lluvia al agua. Ese lazo que nos une nos hace experimentar las emociones más bonitas e intensas de la vida. Lo que nos une es tan mágico que incluso puedo decir que ha llegado un momento en el que Agnes y yo nos comunicamos empleando muchos más lenguajes, no sólo el de las palabras. El lenguaje de las palabras lo usamos cuando tenemos que contarnos cosas, cuando tenemos que comunicarnos cualquier cosa que pertenezca a la rutina, a las cosas que nos gusta hacer o a cualquier otro asunto que se pueda expresar rápida y superficialmente. Las palabras también nos comunican cuando nos halagamos la una a la otra, cuando necesitamos darnos las gracias, cuando sentimos que precisamos pedirnos perdón por alguna cosa; pero existe entre nosotras otro lenguaje con el que nos expresamos con muchísima más profundidad y lo más bonito es que ese lenguaje es sólo nuestro. Nadie más lo entiende. Sólo nosotras lo conocemos y podemos utilizarlo sin que nadie sepa lo que queremos decirnos. Ese lenguaje nos comunica en cualquier ocasión: estando en la calle, en compañía de otras personas y sobre todo en casa, protegidas por las paredes del hogar en el que ahora vivimos. Es el lenguaje de las miradas. Es un lenguaje contenido en la forma como nos presionamos las manos cuando nos las tomamos. Es un lenguaje que no suena, pero tiene mucha más voz que cualquier palabra. Con ese lenguaje, podemos comunicarnos tantas cosas en un momento que muchas veces me parece que ya nunca más tendremos que volver a emplear las palabras. Con ese lenguaje, nos decimos cuánto nos queremos en cualquier momento, nos confesamos cuánto nos deseamos, cómo nos sentimos, qué bien estamos juntas... Las miradas de Agnes me envuelven como si de un manto de terciopelo se tratase. Me siento tan protegida cuando me mira que me parece imposible creer que existieron momentos de mi vida en los que me sentía completamente destrozada y desgarrada por dentro. Yo no sé si Agnes hablará en su diario de lo que me entrega cada vez que está conmigo, de cómo me trata cuando estamos juntas, de las cosas tan bonitas que me dice siempre, ya sea en persona, por teléfono o por mensajes. No sé si ella habla de cómo se entrega a mí en cada momento, de todo lo que me da, aunque sólo sea con una mirada. Agnes me demuestra continuamente que me ama, que es feliz conmigo, que me agradece que esté con ella. Agnes incluso me pide perdón en cada instante, me pide perdón con sus silentes y expresivas miradas. Me pide perdón cuando me acaricia con tanto amor y dulzura, me pide perdón cuando me sonríe y me abraza; pero yo siento que ya no tengo nada que perdonarle. Ya está todo pasado, lo que tuvo que ser fue y ahora, por fin, hemos construido un mundo diferente que nos protege de toda la tristeza que hemos tenido que sufrir. Ahora estamos sumergidas por completo en nuestra preciosa realidad y siento que nadie va a separarnos nunca más, nada ni nadie.
Cuando Agnes llega del trabajo y entra en casa deseando abrazarme y besarme, deseando contarme cómo le ha ido la mañana, me parece que en realidad llevamos años así, que hemos alcanzado ese punto de la vida en el que no queremos que nada cambie, en el que queremos quedarnos para siempre. Sé que a mí me queda aún mucho camino por recorrer para conseguir dar clases, pero es que incluso a veces me planteo la posibilidad de no volver a dar clases en un instituto, sino en otro tipo de establecimiento e incluso se me ha pasado por la cabeza dejar la docencia y dedicarme a algo que vaya más acorde con mi forma de ser. Me gustaría tener un herbolario, la verdad, y estudiar mucho para poder ser fitoterapeuta. Agnes me anima a que lo haga, pero todavía no sé ni por dónde empezar, y menos aquí; pero todavía podemos permitirnos vivir sin estresarnos, aunque me sabe mal que sea Agnes sólo la que se esfuerza por traer un jornal a casa. Trabaja mucho y muy duro, madruga mucho para poder hacer las cosas lo mejor posible... y yo me siento en deuda con ella, pero sé que todo irá forjándose poco a poco. De momento, sólo queremos recuperar el tiempo que nos ha faltado para amarnos, para devolvernos todo lo que siempre quisimos entregarnos. Amo a Agnes con una fuerza que es mucho más invencible que el paso del tiempo. Mi hermana dice que mi amor raya la obsesión, pero me da igual. Me da igual lo que piense el mundo entero. Agnes y yo nos amamos de verdad, con una sinceridad absoluta, con una entrega que nunca se apagará. Nos amamos de verdad porque así lo decidió alguien hace muchísimos siglos. Yo supe siempre que Agnes nunca me abandonaría definitivamente, que Agnes y yo estaríamos juntas hasta el fin de nuestros días. Ahora entiendo por qué nunca dejé de tener claro que ella moriría tomada de mi mano dentro de muchos años. Sé que estaremos juntas hasta que nuestro aliento se apague. Sé también que yo jamás podré amar a nadie más, nunca, jamás.
También tengo que hablar del fin de semana tan bonito que vivimos en la aldea. El viernes, Agnes estuvo trabajando por la mañana y regresó por la tarde, que la trajo su tío Damián, y desde entonces ya estuvimos juntas todo el tiempo. El viernes fue un día tranquilo. La fiesta grande la celebramos el sábado. Encendimos una gran hoguera en la plaza mayor del pueblo (de plaza mayor tiene poco porque es más bien pequeña) donde asamos las castañas, donde comimos y bailamos todo lo que quisimos. Cantaron muchísimas canciones tradicionales de esta época y de cualquiera en general. Fue muy divertido. Era la primera vez que yo veía cómo se celebraba Magosto y he de reconocer que me lo pasé muy bien, sobre todo con Agnes, pero también con los demás vecinos de la aldea. Todos me tratan muy bien y me quieren mucho. No me dejan sola en ningún momento y no permiten que me quede apartada. Nos reímos mucho, sobre todo cuando a la pobre Agnes le explotaban las castañas porque se las lanzaban a la hoguera sin hacerles ese corte que es preciso hacerles para que no estallen. Agnes se tomaba a risa todas las bromas que le hacían y se rió hasta llorar de la risa. Me encantaba verla tan feliz, tan integrada con los suyos. Parecía como si nunca se hubiese marchado de allí. Y yo sentía algo parecido en todo momento: cuando asaban las castañas, cuando bebíamos y comimos y también cuando bailábamos todos al son de la música que creaban entre todos. Agnes tocó la pandereta, como viene siendo habitual, y también había un vecino que tocaba la gaita y otros, los tambores y la zanfona, pero yo sólo podía fijarme en Agnes, quien me animaba continuamente con su mirada alegre a que bailase y bailase, a que la siguiese, a que cantase con ella. Al principio, es evidente que no me conocía las letras de las canciones, pero al final me las aprendía enseguida y cantaba con ellos mientras bailábamos alrededor de la hoguera. Fue algo inmensamente mágico sin necesidad de que tuviésemos que invocar a ningún espíritu ni a la Diosa. Yo me sentía como si estuviese participando en un ritual ancestral mucho más antiguo que la existencia del mundo, como si estuviese en otra época mucho más mágica y espiritual que ésta. Notaba que todos formábamos parte de un embrujo dulce y hermoso que nos impulsaba a ser felices, que nos impulsaba a bailar desahogando a través de la danza cualquier sentimiento que nos oprimiese el alma. Y parecía como si la energía no pudiese agotarse nunca, como si nunca fuese a faltarnos el aliento. Yo no sé a dónde se fue el paso del tiempo, pero bailamos y cantamos hasta que se hicieron las cuatro de la madrugada por lo menos. No sé si Agnes habrá explicado en su diario todo lo que vivió, no sé si habrá sabido transmitir toda la felicidad que la invadía. Yo creo que no porque describir esa felicidad es imposible. No existen palabras que puedan expresar una felicidad tan grande. Esa felicidad continuamente le llenaba los ojos de lágrimas, la impulsaba a reír, a bailar con quien fuese, a tocar con toda su alma, con un ritmo y un tempo que parecían convertirse en el ritmo al que latía mi corazón. Viéndola así, tan irrevocablemente mezclada con la gente, con la música, tan feliz y libre de cualquier ápice de timidez, me parecía que la Agnes que tenía delante de mí no era la misma mujer con la que había estado durante años; pero ahora entiendo que la Agnes que yo tenía delante el sábado es la verdadera, la que siempre fue, la que nunca tendría que haber desaparecido. Ahora es cuando puedo asegurar sin equivocarme que tengo a la verdadera Agnes conmigo. Ahora es cuando la tengo plenamente, siendo ella misma, siendo quien tuvo que ser siempre, quien fue siempre. Ahora es cuando la conozco bien, hasta el último recodo de su alma. Ahora es cuando puedo afirmar con rotundidad que Agnes es la persona más dulce, alegre y a la vez nostálgica que conozco, es la más sabia y a la vez inocente que pude encontrarme nunca, y puede ser así porque está aquí en su tierra, porque ha podido regresar a todas las tradiciones de las que la obligaron a separarse, porque ella no puede estar lejos del lugar donde ha nacido siempre, vida tras vida. Hay quien dice que tenemos muchas vidas, que hemos vivido en muchísimos lugares distintos del mundo; pero tal vez Agnes sea una excepción a todo. Yo creo que ella siempre estuvo aquí en Ourense. Es como si fuese parte de la tierra, una raíz más, una capa más de este suelo, una parte indivisible del aire que lo inunda todo. Muchas veces me he planteado la posibilidad de que Agnes, en otra vida, fuese algún espíritu de estos bosques, que viviese unida a los árboles, al viento, al agua, a la tierra por un lazo que jamás podría quebrarse.
Y creo que ya voy a ir dejando de escribir porque es muy tarde y tenemos que hacer la cena. . Yo también me dedicaré a estudiar, que tengo el examen de gallego dentro de una semana. Agnes está ayudándome mucho a estudiar.
 

2 comentarios:

  1. Por fin Artemisa es feliz, más de lo que es capaz de expresar. Pienso que ni ella misma es capaz de explicar cuanto lo es, no encuentra las palabras, igual le sucede a Agnes. Son momentos muy mágicos los que está viviendo. Ahora puede echar la mirada atrás, recordar por todo lo que han pasado y valorar su amor. Se da cuenta del poder de su amor, que ha superado todo lo que se ha interpuesto en su camino. No ha sido un camino de rosas, pero la lucha ha merecido la pena. Además, ahora es cuando en realidad conoce a la verdadera Agnes. Siempre supo quién era, pero era una Agnes que no estaba al 100%, digamos que siempre funcionaba al 50%, enferma y echando en falta su tierra. Ahora es una Agnes completa, feliz y entregada a la vida, dispuesta a sonreír y sacar jugo a cada instante.

    Casandra le dice que su amor es obsesivo, pero es comprensible, desde su perspectiva, pero ella no es Artemisa, no sabe lo que sienten de verdad, la realidad se su amor. Es posible que Agnes fuese un espíritu de los bosques en otra vida, quizás un hada gallega (hay que creer en las hadas, tenemos que salvarlas de la extinción), no es una idea descabellada. Me parece un capítulo muy mágico y sobretodo, repleto de amor, un amor que por fin puede brillar sin prejuicios ni miedos. Me ha encantado el capítulo, Ntoch.

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  2. Yo creo que ella siempre estuvo aquí en Ourense. Es como si fuese parte de la tierra, una raíz más, una capa más de este suelo, una parte indivisible del aire que lo inunda todo. Muchas veces me he planteado la posibilidad de que Agnes, en otra vida, fuese algún espíritu de estos bosques, que viviese unida a los árboles, al viento, al agua, a la tierra por un lazo que jamás podría quebrarse.

    Es una idea muy bonita y muy acertada. En muchas mitologías los seres naturales unidos a los árboles, los ríos, etcétera, tienen por condición el no poderse separar de su entorno, so pena de languidecer y morir. Agnes parece un ejemplo vivo de eso, es evidente que no se muere si falta un día de Galicia, pero se empieza pronto a poner mustia y los problemas aumentan; tal vez la moraleja del sueño era una terrible advertencia sobre eso: cuidado con lo que haces o la felicidad que ahora tienes la perderás, como pasa también en esos cuentos en los que la protagonista es feliz pero tiene que resistirse a alguna tentación so pena de que todo se arruine, sea abrir una puertecita, quedarse en el baile después de medianoche o lo que sea.

    El relato de Artemisa nos va haciendo pasar por el día a día, y la verdad es que mejor no les pueden ir las cosas a las dos, que oye, digo yo que ya se lo estaban mereciendo después de tanto sinsabor y contratiempo. Es imposible no sentir una envidia sana al comprobar lo bien que les van las cosas, ¡incluso se plantea poner un herbolario! Lo mismo le iba bien, porque yo creo que en Galicia hay mucha gente que acude a esos establecimientos, ya que se ha perdido la capacidad y los conocimientos de tomar por uno mismo las hierbas que crecen en los prados y en los bosques, me parece una buena idea. Una nueva etapa se inicia, en cierto modo es como si se acabaran de conocer y empezar una vida nueva, porque son dos seres nuevos, o mejor sería decir que son dos seres renovados. ¿Qué va a pasar ahora? La verdad es que no me lo imagino...

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