Lunes, 21 de enero de 2019
Estamos viviendo momentos muy
tristes, por eso necesito escribir. Necesito convertir en palabras lo que
siento y lo que estoy viviendo. Ayer murió Iria, la madre de Lúa. Me da
muchísima pena que se haya ido. Escribí el sábado explicando que la aldea
estaba llena de silencio y que parecía que todos los que allí viven y también
Agnes supiesen algo que nadie se atrevía a comentar en voz alta. Sé que todos
sabían que Iria estaba a punto de morir, pero la que más segura estaba de que
Iria se hallaba tan cerca de la muerte era Agnes. El sábado por la noche,
cuando le pregunté si creía que Iria se recuperaría, ella me dijo que no, que
sentía que no, que tenía una presión en el pecho de la que no había podido
deshacerse en todo el día y que esa presión solamente la experimentaba cuando
estaba a punto de ocurrir algo muy triste. Las intuiciones de Agnes nunca son
falsas. Siempre se corresponden con la próxima realidad que vamos a vivir. Me
contó hace unas semanas que también había intuido que a Lúa iba a sucederle algo
terrible, pero también me reconoció que hizo todo lo posible por acallar esa
intuición tan horrible que su cuerpo, en cambio, no era capaz de ignorar.
La muerte de Iria está envuelta en
más hechos tristes que me cuesta mucho creer. Murió ayer por la tarde rodeada
de las personas que más la querían y a las que ella más quería. Lúa no estaba,
pero, tal como me dijo Agnes, sabíamos todos que Iria sentía consigo a su hija,
aunque no se hallase físicamente junto a todos nosotros. Antes de morir, pidió
hablar con Agnes a solas y sobre esa conversación Agnes apenas ha explicado
nada. A mí sólo me confesó que fue una conversación que la había afectado
mucho. Me contó que Iria estaba muy triste y se sentía muy arrepentida por no
haber actuado con su hija tal como tendría que haberlo hecho. Justo antes de
morir, Iria se sentía inmensamente culpable por no haberse dado cuenta de lo
que su hija necesitaba y sentía realmente. Agnes intentó pedirle que no se
sintiese culpable por nada porque Lúa nunca le había guardado rencor, pero no
pudo hablar porque las confesiones de Iria habían hecho nacer en ella unas
poderosas e indestructibles ganas de llorar contra las que Agnes apenas podía
luchar.
Cuando Iria murió, noté que se
instalaba entre todos nosotros una atmósfera muy extraña que a todos nos
oprimía el pecho y que a Agnes estaba arrebatándole la respiración. La saqué de
esa habitación en la que estaba acumulándose tanta tristeza antes de que le
diese más ansiedad. Enseguida me di cuenta de que le costaba respirar y que se
encontraba cada vez peor. Cuando salimos a la calle, Agnes arrancó a llorar
silenciosa y profundamente mientras me apretaba las manos. Estaba temblando de
desolación y yo no sabía qué decirle. Sólo fui capaz de acompañarla hacia un
banco en el que nos sentamos las dos y abrazarla cariñosamente para que no se
sintiese sola. A veces pienso que la vida está poniendo a prueba a Agnes. Ella
lleva mucho tiempo intentando convencerse de que se ha curado y parece que la
vida quiera poner ante ella hechos muy dolorosos para que todos (y sobre todo
ella) comprobemos si se ha curado de verdad. No puedo negar que tengo miedo por
Agnes. Este fin de semana ha estado muy triste y, desde ayer, está distraída,
no se centra y en el trabajo se despistaba a la mínima ocasión. Además, en el
trabajo hoy le han ocurrido cosas muy inquietantes que también contaré.
Esta tarde hemos ido a la aldea.
Hemos vivido unos momentos muy tristes, silenciosos y también sublimes en los
que me costaba mucho saber lo que estaba sintiendo. A veces, tenía la sensación
de que no me encontraba en la misma realidad en la que llevo viviendo desde
hace tantos años. Parecía como si el paso del tiempo se hubiese invertido, como
si nos hallásemos de nuevo en unos años antiguos llenos de supersticiones
mágicas e inquietantes. He sido testigo de una ceremonia muy bonita y a la vez
solemne que todos han celebrado junto a Iria, para Iria. Agnes me ha preguntado
si quería quedarme con ellos o prefería salir para dar un paseo y yo le he
respondido que quería permanecer junto a ellos, pese a no tener ni idea de lo
que iba a ocurrir.
Ha sido algo muy bonito que me
costará explicar. Había muchas velas cuya luz trémula se reflejaba en los ojos
brillantes y llorosos de todos los que estaban allí en la casa de Iria
celebrando ese ritual tan extraño del que Agnes apenas me ha contado nada.
Solamente me ha dicho que se celebra únicamente en su aldea, que en ningún
sitio más de Galicia se celebra ni se tiene constancia de su procedencia. Nadie
sabe cuán antiguo es, cuándo fue la primera vez que se celebró y cómo se acabó
convirtiendo en lo que ahora es. Me ha explicado que la Iglesia intentó
cristianizarlo sin éxito (como la mayoría de las fiestas que se celebran en la
aldea de Agnes). Nadie se explica cómo es posible que ese ritual haya
sobrevivido al paso del tiempo.
Soy incapaz de transcribir los
versos que todos decían mientras deslizaban sobre el cuerpo de Iria (pero sin
llegar a tocarla) una hoja de laurel rociada (según me ha contado Agnes) con
esencia de romero. Recuerdo que decían sobre todo: “que voe a túa ialma, que
voe a túa ialma”, para pedir que el alma de Iria volase hacia donde tuviese que
ir y no se quedase entre ellos. Después han cantado una canción muy antigua y
bonita sin casi alzar la voz, con la que despedían a Iria. Yo me he quedado
casi hipnotizada oyendo esos cantos, sintiendo que el alma me temblaba por
dentro de mí, incapaz de moverme ni de gesticular. Luego, la hermana de Iria y
Anxiños se han quedado rezando por ella durante un largo rato mientras Agnes y
yo salíamos de allí y paseábamos distraídamente por la aldea. Yo no sabía qué
decir, pero también era consciente de que no era necesario decir nada. Agnes
podía leerme la mente y saber que lo que acabábamos de vivir me había parecido
precioso. Hacía una tarde muy serena, hacía mucho frío y estaba nublado, pero
la luna brilla hoy con tanta fuerza que intenta traspasar con sus rayos esa
espesura que cubre el cielo.
Me siento triste, no puedo negarlo,
pero hay algo que me afecta más que la muerte de Iria. Lo que realmente me
afecta es conocer de qué ha muerto esa pobre mujer que tenía un corazón de oro,
como su hija. Nadie sabía qué le ocurría a Iria porque ella mantuvo en absoluto
secreto la enfermedad que tenía, contra la que decidió no luchar. Después de morir
su hija, le detectaron un tumor cerebral que ha sido la real causa de su
muerte. No quiso luchar. Estaba en todo su derecho de no querer hacerlo, es
evidente, pero me sorprende muchísimo que una persona pueda vivir aguardando la
muerte. Sé que cada persona vive las cosas a su manera, pero me parece muy
triste que Iria decidiese no luchar. Le pidió al médico que siempre la atendió
que, cuando muriese, desvelase por qué había muerto. Él nos contó entonces que
Iria sabía que le costaría mucho curarse de ese cáncer tan nocivo que estaba
desvaneciendo su vida a una velocidad escalofriante. Quizás fuese mucho peor
luchar que dejarse vencer, pero no puedo entender cómo alguien puede vivir
sabiendo que se halla cada vez más cerca de la muerte.
Siento que, además de estos hechos
tan tristes, hay algo que nos presiona también el alma y no sabemos describir.
Agnes todavía no puede recuperarse de lo que le ha ocurrido esta mañana. Me lo
ha contado cuando estábamos comiendo juntas en la cafetería, casi sin atreverse
a mirarme, con una voz queda y trémula. Me lo ha contado aguantándose las ganas
de llorar e intentando que no me diese cuenta de lo asustada que estaba. Voy a
intentar escribirlo de la forma más parecida a como ella me lo explicó esta mañana
(aunque en mi mente lo que me contó suena en gallego, aquí lo traduciré). Antes
de escribirlo, contaré que hay una parte de la cocina de la cafetería donde hay
cajas llenas de bebidas encima de unas estanterías de hierro y madera. Pues
Agnes me ha explicado lo siguiente:
“Eran las seis y media de la mañana
y estaba a punto de venir el repartidor que viene los lunes. Yo estaba
recolocando unas cajas para hacer hueco para las que iba a traer cuando de
repente siento que algo me agarra de la cintura y me impulsa hacia atrás. Pensé
que había perdido el equilibrio o que me había mareado. No podía entender lo
que me había ocurrido, pero de verdad sentía que algo me detenía y me impedía
moverme. Entonces, de repente, veo que se quiebra una balda de la estantería en
la que ponemos las cajas y una caja llena de latas de Coca-Cola cae al suelo
desde lo alto. Por unas milésimas de segundo, no te estoy contando esto, no
estoy viva.”
Luego Agnes me ha explicado que lo
que le había ocurrido le había impactado tanto que no pudo evitar que se le
revolviese el estómago y ha vomitado mucho, mareándose y todo de la impresión.
Le he preguntado si creía que alguien la había salvado y me ha contestado que
sí en silencio, moviendo de modo casi imperceptible la cabeza, sin atreverse a decir
nada. Yo también pienso que alguien la ha salvado. Todavía no he reflexionado
sobre eso con toda profundidad porque me da miedo analizar ese hecho.
Indudablemente, Agnes no estaría aquí entre nosotros si ese algo o ese alguien
no la hubiese agarrado de la cintura y la hubiese apartado de la trayectoria de
esa caja que caía con tanta fuerza al suelo. Agnes me ha pedido que no se lo
cuente a nadie, que ni siquiera le hable del tema; pero yo necesito escribirlo
porque en estos momentos hay muchas cosas que me pregunto. Me pregunto quién se
encargó de salvar a Agnes, porque es innegable que alguien le ha salvado la
vida. Ella me ha dicho que, durante toda la mañana, sentía que algo se movía a
su alrededor, que notaba que había una corriente muy sutil que intentaba llamar
su atención. Cuando estábamos en la aldea paseando, de pronto se detenía
delicadamente y fijaba los ojos en la lejanía, en algún punto en concreto de
las calles o en la espesura del bosque. Ha habido un momento en el que me ha
dicho que nunca estamos solas, que siempre alguien nos cuida, pero no sé en
quién estaba pensando cuando me decía eso. Yo no sé si esto que estamos
viviendo va a hacerle más daño a Agnes, pero tengo miedo de verdad por ella
porque está muy extraña, está en esta realidad, pero no está completamente
aquí. Me contesta cuando le hablo, pero me responde muy escuetamente, casi no
me dice nada, sólo lo esencial. Sobre todo me habla a través de sus ojos y sus
ojos me dicen que se siente completamente triste, tan triste que ni hablar puede.
Yo también he llorado mucho por
Iria porque le había tomado mucho cariño, había empezado a quererla mucho y
porque realmente siempre me sentí muy respetada y querida por ella. Nunca me ha
dedicado una palabra agria ni una mirada hiriente. Siempre ha sido muy amable
conmigo e incluso sé que ella ha hablado muy bien de mí. Qué tristeza, de
verdad, qué pena que se haya ido una mujer tan buena.
Anxiños está muy triste. No sé qué
decirle, sólo sé estar con ella tomándola de la mano y también la he abrazado
mucho esta tarde mientras ella se deshacía en llanto. En esos momentos en los
que Anxiños estaba tan triste, me recordaba más que nunca a Agnes. En realidad,
se parecen muchísimo tanto en la forma de ser como en el físico. Sé que Anxiños
tiene también ese sexto sentido que a Agnes le hace notar y saber tantas cosas
y que este sexto sentido también lo tenía su avoíña. Agnes me ha dicho muchas
veces que su avoíña me habría gustado mucho, que su avoíña me habría querido
mucho. Yo también lo pienso.
Ojalá pasen rápido estos días tan
tristes. Aún nos queda enterrar a Iria. La enterraremos mañana por la mañana.
Estaremos tres horas fuera del trabajo, pero Silvia nos ha dicho que no nos
preocupemos por nada, que ella entiende perfectamente que queramos ir al entierro
y ella también va a venir. La cafetería va a permanecer cerrada durante esas
horas. Silvia ha dicho que va al entierro sobre todo por Lúa y porque Iria
siempre se había portado muy bien con ella, pero que no le apetecía nada vivir
otro momento tan triste cuando todavía no ha conseguido superar la muerte de su
mejor amiga. Lúa y Silvia se conocían desde que eran niñas, también, fueron a
la misma escuela y a la misma universidad. Nunca se han separado. Por lo que
estoy viendo, aquí los lazos de amistad duran para toda la vida.
Quiero que esto pase sobre todo por
Agnes, porque me preocupa mucho que esté tan triste. Es verdad que aquí ella se
siente distinta, que estar en Ourense le facilita no hundirse tan rápidamente,
pero tampoco estoy segura de que estar aquí la proteja definitivamente de esa
enfermedad tan terrible que la ha atacado durante años.
Todavía no le he explicado nada de
esto a mi hermana, quien parece muy contenta con Gabriel, pero tampoco quiere contarme
mucho.
Y creo que eso es todo por hoy.
Tengo que hacer la cena, aunque me parece que ninguna de las dos será capaz de
comer mucho. La tristeza ya nos llena demasiado. Sé que esto pasará, que dentro
de unos días habrá vuelto la normalidad. Ansío volver a ver a Agnes tan
contenta, tan feliz y llena de vida. Hoy no es ella. Le falta algo. No es ella.
Continuamente pide con sus ojos llenos de tristeza que la proteja entre mis
brazos.
Y eso es precisamente lo que más
siento que tengo que hacer, protegerla, intentar darle energía para que pueda
ir superando este trance poco a poco. Sé que le duele la muerte de Iria sobre
todo porque Lúa murió hace tres meses; pero también sé que, a pesar de que
tenga miedo por su salud, Agnes es fuerte, que podrá con esto y con mucho más.
Yo siempre estaré a su lado para darle todo lo que necesite sin que tenga que
pedírmelo.
La muerte de Iria ha sido un palo muy grande para todos. Artemisa, aunque la conoce de poco tiempo, ya tenía una lazo muy fuerte con ella, pues siempre fue amable y cariñosa. Ya sabemos cuál fue la causa de la muerte, el cáncer. No quiso luchar, quizás cansada de la vida, vencida por la muerte de su hija, deseando reunirse con ella en el más allá (por llamarlo de alguna manera). Estoy igual que Artemisa, sorprendido de esa decisión, de no contar nada sobre su enfermedad, de no luchar ni medicarse, aunque fuese un cáncer bestial. Hay gente que toma esa decisión, prefieren vivir dos meses bien a medio año padeciendo los efectos de la quimio. Les queda pasar el entierro, el último trago, más duro e impactante. Al menos Silvia les da permiso para ir, pues ella misma irá, se trata de la madre de su mejor amiga. El ritual ha sido precioso, muy íntimo y una forma maravillosa de despedirse de ella. Es una suerte que todavía lo sigan haciendo y la iglesia no haya conseguido cristianizarlo.
ResponderEliminarSobrecogedor lo que relata Agnes, cuando algo la salva de morir aplastada por la caja de cocacolas (si es que la coca cola es mu malaa jajajaja). ¿Habrá sido Lúa o Iria? ¿Su ángel de la guarda? A lo mejor la Diosa, o su abuela...es un misterio. Sea lo que sea, tiene suerte de contar su su protección, aunque sobrecoja. Por otro lado, es verdad que toda esta tristeza y acontecimientos está poniendo a prueba a Agnes. No sabemos si esto le puede perjudicar con su enfermedad o si conseguirá superarlo y seguir con su vida como hasta ahora. Ojalá los acontecimientos tristes dejen de suceder y empiecen a pasar cosas buenas. Otro capítulo precioso, Ntoch.
Aunque es un capítulo que poco tiene de jocoso (mejor sería decir que nada), no he podido evitar sonreírme pensando en una letra de Les Luthiers, todo a cuenta del hecho de que Agnes le ha causado un gran impacto el suceso de la estantería rota y las cajas de Coca Cola que casi la aplastan... lo que de verdad le habría causado un gran impacto es si se pone debajo y las cajas se le hubieran caído encima... jajajajaja... bueno... dejemos eso por ahora.
ResponderEliminarEs verdad que muchas cosas parecen pasar seguidas, por eso las rachas de buena o mala suerte nos resultan tan reales y tan naturales que las aceptamos como parte de la existencia, y ahora las protagonistas de la historia se hayan sumidas en una mala, muy mala.
La parte en la que Artemisa relata cómo fueron las circunstancias de los últimos momentos de Iria son realmente estremecedores; se podría decir había perdido las ganas de vivir, y lo peor es que no se le puede reprochar que sienta eso, ¿quién tiene valor para vivir así?
Y lo malo de este dolor es que se extiende en ondas, y afecta cada vez más gente, Artemisa es consciente de ello... "Anxiños está muy triste"... incluso Silvia... quizá su hermana y Gabriel sean la excepción a esta regla.
Y ¿cómo se sale de aquí? Pues con eso que todo el mundo dice, y Artemisa nos recuerda: pasando página. Y eso, ¿qué es exactamente? Pues, básicamente, olvidar. Y olvidar es matar, es, como se dice de modo tan literal, "echando tierra encima", es decir, enterrando a los muertos cuanto más profundo mejor. Esa es la cruel solución, poner distancia...
Creo que, por todo esto, se cierra una etapa en la historia y vendrán otras nuevas, el hecho es que cada vez tengo más ganas de seguir el relato, ¿qué más se puede pedir?