Estaba deseando escribir para contar
todo lo que he vivido estos días, pero también me daba miedo enfrentarme a este
momento porque es ahora cuando tengo que reconocer bien lo que siento y he
sentido en las últimas horas de mi vida. He vivido cosas maravillosas que no
pensaba vivir al venir aquí, pero también tengo que reconocer que no puedo ni
sé vivirlas plenamente. Noto que a mi alma le cuesta dejarse llenar por la
belleza de esas cosas, noto que hay algo en mí que me prohíbe disfrutar
plenamente de esos momentos y que, en lugar de permitir que éstos me hagan
olvidar las cosas tristes que viví estos días, siento que esos sentimientos que
todavía me invaden ensombrecen la hermosura de lo que me rodea. Debo reconocer
que la gente de la aldea de Agnes es maravillosa. Hacía tiempo que no conocía a
personas tan buenas, tan hospitalarias, tan humildes y tan generosas. No tienen
mucho, pero te ofrecen todo lo que tienen para que te sientas bien. No sé
cuántas veces me han dicho que aquí tengo mi casa por si quiero quedarme un
tiempo, no sé cuántas veces he dado ya las gracias por su amabilidad. Son
gestos muy sencillos que llenan mucho. Ellos no me hacen sentir desplazada, no
lo han hecho en ningún momento. Tanto Anxos como las vecinas de la aldea me han
prestado atención continuamente, han hecho todo lo posible para que yo no me
sienta extraña. No sé cuántas veces he tenido que decirles que me pueden hablar
en gallego, que lo entiendo perfectamente. Ellas piensan que, por el hecho de
ser castellana, no voy a entenderlas y no es verdad. Es cierto que tienen un
acento bastante cerrado (como Agnes, pero a ella ya me he acostumbrado a oírla
hablar y la entiendo), pero generalmente me entero de todo lo que me dicen. Es
muy fácil que se les olvide que me pueden hablar en gallego. Es curioso. No sé
si es porque tienen miedo a que no las entienda o porque no me sienten como
parte de este mundo. No sé. Lo que sí tengo que decir es que no es mi alrededor
quien me hace sentir mal. Soy yo. Tengo en el alma sentimientos que no me gustan
nada, que me hacen sentir muy mal. Los celos que nacieron en mí la semana
pasada todavía no se han ido. No hay manera de vencerlos. No sé si tengo celos
por algo presente o por algo pasado. No sé por qué me cuesta tan poco pensar
que yo no pertenezco al mundo de Agnes, que ella estaría mucho mejor si yo
desapareciese y que incluso la estorbo; algo que ella no me ha hecho sentir en
ningún momento, ni ella ni nadie. Desde que llegué, me sentí plenamente acogida.
Anxos me ha ofrecido su casa como si me conociese de toda la vida. Me ha
enseñado todos los rincones de su hogar para que yo pueda tener la libertad de
emplear todo lo que necesite; pero yo siento que no me ha abierto solamente las
puertas de su casa, sino sobre todo las de su alma. Me mira de un modo muy
cariñoso, como si ya me conociese, de verdad, y, sinceramente, yo, cuando la
miro, siento que se me remueve algo por dentro, como si la hubiese querido en
otro tiempo. No puedo hablar de esto sin emocionarme. No sé lo que me pasa con
la madre de Agnes, pero me inspira muchísima ternura, me parece muy entrañable
y me emociono con mucha facilidad cuando estoy a su lado. Ella lo nota y me
sonríe, pero no me ha preguntado en ningún momento por qué me emociono. Tal vez
no haga falta. Tal vez lo sepa. Ayer por la tarde, mientras la ayudaba a
preparar la cena (algo sencillo, una ensalada y poca cosa más, pues en
Compostela habíamos comido mucho), estuvimos hablando de la vida que Agnes y yo
tenemos en Cataluña (a la que me niego a renunciar todavía). Yo le reconocí que
muy pocas veces había visto tan bien a Agnes, pero que allí también la había
visto feliz, aunque siempre notaba que le faltaba brillo en los ojos. La madre
de Agnes no se atrevía a decirme nada, pero sé que estaba deseando confesarme
que ella quería que Agnes se quedase aquí, sé que se reprimía las ganas de
advertirme de que, si la obligaba a volver, iba a destrozarle el alma para
siempre; pero no he conocido mujer más respetuosa que ella, que sabe perfectamente
lo que tiene que decir y cuándo tiene que decirlo. Ahora entiendo por qué Agnes
es como es. Me di cuenta enseguida de que Anxos y Agnes no se parecen sólo
físicamente, sino sobre todo psicológicamente. Tienen una forma de ser muy
parecida. Ambas son muy tranquilas y sensibles, muy cariñosas, muy educadas y
saben escuchar. Agnes también es así, pero ahora pienso que la vida la ha
obligado a desarrollar otros rasgos como la desconfianza o ese hermetismo que
tanto dificulta acceder a ella a las personas que no la conocen; rasgos que
parecen no existir cuando está en Galicia.
Pero voy a intentar hablar del martes.
El reencuentro con Agnes fue muy bonito y yo creo que también algo doloroso para
las dos, o así lo sentí yo. Cuando salí de la estación de Ourense, vi a un
hombre mayor que me esperaba junto a un coche puesto en marcha y enseguida supe
que era Damián, el tío de Agnes. Él seguro que ya me tenía vista en alguna fotografía,
pues enseguida se acercó a mí preguntándome si era Artemisa, sin ni el menor
ápice de miedo a equivocarse ni de vergüenza por si erraba. Enseguida me dio
confianza. No sé cómo explicarlo. Fue mirarlo a los ojos y saber que era muy
buena persona, que era amable y servicial. Me dio la bienvenida a Galicia
apretándome la mano y me dijo que se alegraba muchísimo de conocerme y de que
hubiese ido al fin. Me invitó a entrar en su coche, me senté en el asiento del
copiloto y me contó que Anxos ya me esperaba, que le había costado mucho
retener a Agnes, que ella pensaba irse al río como casi todas las tardes, que
hacía tanto calor que Agnes no pensaba en otra cosa más que en bañarse, pero
que Anxos la había convencido de que la ayudase a preparar unas empanadas que,
según ella, quería llevar a Compostela, pero en realidad eran unas empanadas
para cenar esa noche y muchas cosas más que me hacían reír. Me gustaba su modo
de hablarme. Al principio me hablaba en castellano, cómo no, hasta que lo
interrumpí y le dije que me hablase en gallego. Además, es que se nota
muchísimo que se tienen que esforzar mucho por expresarse en castellano, como
le pasa a Agnes, y eso que ella llevaba mucho tiempo fuera de Galicia e incluso tiene que
hablar en castellano en su trabajo; pero con ellos es mucho más intenso. No me
extraña para nada. Son personas que realmente nunca han salido de su mundo y
tal vez por eso tengan el alma tan pura, tan llena de bondad y humildad. Eso es
lo que llevo pensando estos días, que el mundo exterior corrompe, que parece
que este rincón de la Tierra esté apartado de todo lo demás, de todas las
ciudades del mundo, de la maldad de la gente, de la desconfianza y de la
envidia. No hay nada de eso aquí y eso me sorprende muchísimo. Sólo hay buenas
intenciones, amabilidad, sinceridad, cuidado, no sé, es muy bonito todo, de
verdad. Me cuesta reconocerlo, pero tengo que decir que me he enamorado de este
lugar, ya no tanto por lo bonito que es, sino por la gente. Yo no sé lo que me
pasa, pero las personas que viven aquí me llegan muchísimo al corazón, me
llegan al alma continuamente, tan sólo con su modo de hablar y de tratarse
entre sí y de tratarme a mí. También me conmueve mucho cómo tratan a Agnes. Se
nota muchísimo que la quieren de verdad, que le tienen un cariño inmenso.
Enseguida salimos de Ourense y comenzamos
a circular por una carretera cada vez más solitaria. Yo me preguntaba si ésa
era la carretera por la que Agnes tanto había caminado en su infancia. Conforme
nos alejábamos de Ourense, la orilla de la carretera se hacía cada vez más
espesa y frondosa. Había muchos árboles, cada vez más árboles. Viajábamos con
las ventanillas bajadas. Entraba el aromático aire de la tarde, cada vez más
delicioso. Olía a verdor, a aire limpio. Hacía mucho calor y ese aire llevaba
en su seno la esencia del verano, pero no me molestaba en absoluto, al
contrario. Me gustaba sentir cómo me acariciaba la piel y, justo entonces, con
mucha timidez, mi alma empezó a deshacerse de todo el agobio que llevo
acumulado desde hace días. Justo entonces descubrí cuánto necesitaba respirar
un aire así, estar en un lugar alejado de la civilización. No me había atrevido
a reconocer que lo necesitaba tanto hasta entonces.
Íbamos subiendo un monte todo poblado
de árboles, de verdor, de vida. Se oía el canto de los pájaros e incluso me
pareció detectar la voz de un río en la distancia, escondida entre el canto de
los pájaros y el sonido del viento.
Llegamos enseguida, cuando yo más
cómoda me sentía. Damián detuvo el coche en un lado de la carretera y me dijo
que en la aldea había que entrar a pie, que las calles eran un poco inclinadas,
pero que no tendríamos que caminar mucho. Yo me reí y le dije que estaba
acostumbrada a caminar, que no se preocupase. Me da la sensación de que la
gente de esta aldea piensa que los que vivimos en la ciudad no estamos
acostumbrados a andar, y quizá tengan demasiados motivos para hacerlo.
Hacía mucho calor, pero de vez en
cuando soplaba un viento que traía olores muy ricos, a humedad, a la savia de
los árboles, a soledad. Antes de seguir a Damián, me detuve un instante a
escuchar el inmenso silencio que nos rodeaba. No se oía nada más que la voz de
la naturaleza. Entonces sí pude oír con nitidez el susurro del río y sabía que
era el río de Agnes, el Miño, en el que tantas veces se había bañado, del que
tanto me había hablado.
No pude evitar que los ojos se me
llenasen de lágrimas. Hasta entonces, no había valorado bien el significado de
esos momentos. Estaba en la aldea de Agnes, estaba en su mundo, por fin. Por
fin podría conocer lo que ella ama tanto, el rincón del mundo lejos del que no
puede vivir. Al fin conocería esa realidad que ella extrañaba tanto.
Damián respetó mi momento de quietud y
de observación. Tal vez intuyese lo que estaba sintiendo y por eso no me dijo
nada. Me sorprende muchísimo la capacidad que tienen estas personas para
entender el silencio de los demás. No se impacientan nunca, esperan con
serenidad. Yo no estoy acostumbrada a eso. Excepto en Agnes, no he detectado
esa tranquilidad en nadie más o hace muchísimo tiempo que no me la encontraba.
Seguí a Damián por unas calles
preciosas, estrechas y muy inclinadas, de piedra y muy antiguas. El cielo
estaba raso, azul, brillante. Llegamos a la plaza de la aldea, de la que Agnes también
me había hablado mucho, enseguida Damián me señaló una casita de piedra, muy
bonita, que tenía la puerta y las ventanas abiertas. Supe que era la casita de
Agnes, la casita donde había nacido, y sentí un escalofrío de nostalgia, como
si en esos momentos estuviese viendo ante mí a la Agnes que había sido
niña.
Damián me pidió que esperase en la
puerta y entró en la casa, de la que se escapaba un delicioso aroma a comida y
a flores. Entonces descubrí lo hambrienta que estaba. No había podido comer
nada en todo el día.
Oí cómo Damián les pedía a Agnes y a
Anxos que lo acompañasen a un sitio. Ellas le preguntaban extrañadas a dónde
quería ir a esas horas y le dijeron que tenían que terminar de preparar las
empanadas, pero Damián les dijo que sólo quería mostrarles una cosa y entonces
ellas salieron de la cocina con él.
Vi a Agnes detrás de su madre, con los
ojos llenos de extrañeza. Me fijé rápidamente en su apariencia y me estremecí
cuando me di cuenta de que no había en su rostro ni la menor sombra de
tristeza. Le brillaban los ojos, sonreía con muchísima facilidad y, al tomar
del brazo a su madre para caminar juntas, me percaté de que se le llenaba el
rostro de ternura y amor.
Agnes me vio enseguida. Fue un momento
que me cuesta describir. Vi que se quedaba paralizada, sin saber cómo mirarme,
pero enseguida noté que los ojos se le llenaban de amor, de muchísimo amor. Me
miró con todo el amor del mundo. No dudo nada de que su mirada le brotaba de lo
más profundo de su alma. No era una mirada fingida, no era una mirada forzada
para hacerme sentir bien. Era una mirada de amor de verdad, de esas miradas que
nos salen sin que podamos retenerlas. Y entonces creí que todo lo malo había
quedado atrás.
Cuando Anxos me vio, me sonrió al
instante, dándome una bienvenida muy bonita, haciéndome sentir muy
acogida.
—
¡Artemisiña! —exclamó Agnes cuando me tuvo enfrente. No tardó nada
en tomarme de las manos mientras todavía me dedicaba esa mirada llena de tanto
y tanto amor—. Artemisiña, por fin has venido.
Es
evidente que me hablaba en su lengua, pero yo no me atrevo a escribir las
exactas palabras que me dedicó, básicamente porque aún no domino el gallego
como para escribirlo, pero puedo recordar perfectamente todo lo que nos dijimos
ese día, como si todas esas palabras se hubiesen grabado a fuego en mi mente.
—
Agnes...
yo no
sabía qué decirle. La bienvenida que me había dado Agnes me había recompuesto el
alma, me había hecho sentir plena de repente. Quería abrazarla, pero no me
atrevía a hacerlo porque no sabía si ella en esos momentos pensaba en todo lo
que nos había pasado.
—
Artemisa, bienvenida a mi tierra, cariño —me susurró abrazándome con
muchísima ternura—. Por fin estás aquí. Estoy deseando que conozcas todo esto,
mi Artemisiña.
—
Perdóname, Agnes —le musité en el oído mientras la abrazaba con toda
la ternura que puede caber en mi ser.
—
Ahora no pienses en nada. Lo que importa es que estás aquí. Mira, te
presento a mi naiciña. A mi tío Damián ya lo conociste, claro —me dijo nerviosa
retirándose de mí. Me hacía gracia lo nerviosa y emocionada que estaba—.
Naiciña, ella es Artemisa.
—
Encantada de conocerte, Artemisa —me dijo Anxos, esta vez sí,
hablándome en castellano—. Tenía muchas ganas de conocerte.
—
Yo también a ti.
—
Pero pasa —me invitó Anxos tomándome del brazo con ternura—. Tendrás
ganas de acomodarte y de dejar el equipaje.
—
Sí, muchas gracias.
—
¡Podríamos ir al río! —me propuso Agnes sonriéndome ilusionada—.
Estoy deseando enseñarte el bosque y el río.
—
Pero, Agnesiña, deja que descanse un poco —le dijo su madre riéndose
con mucho cariño—. Seguro que está agotada.
—
Es que, a estas horas, está tan bonito... —seguía sonriendo Agnes.
Iba a
responderle que me apetecía mucho que me mostrase esos rincones que para ella
eran tan especiales, pero entonces una voz interrumpió mis intenciones; una voz
dulce y llena de ilusión. Reconocí enseguida a Lúa en esa voz. Lúa llamaba a
Agnes con felicidad.
—
¡Agnes! ¡Justo iba a buscarte! ¿Qué haces aquí en la calle? —le
preguntó caminando ligera hacia nosotras—. Hui, ¡tú debes de ser Artemisa! —me
dijo cuando me descubrió junto a Agnes—. Sí, sí, eres Artemisa.
—
Sí, yo soy Artemisa —le contesté volteándome hacia ella y mirándola
con firmeza.
Enseguida
me di cuenta de que mi voz había sonado llena de decisión y más severa de lo
que pude prever. No sé qué me pasó, pero a partir de entonces la dulce emoción que
sentía por estar allí y la ilusión de conocer los rincones que Agnes más amaba
se convirtieron en una rabia incipiente que se apoderó de mis pensamientos y de
mis palabras. Noté que el alma se me llenaba de celos, nuevamente, cuando me
fijé en Lúa, quien sonreía con mucha luz, quien me miraba con mucho interés y
ternura. Lo único que pude pensar cuando la vi fue: “ésta es la mujer que
quiere quitarme a Agnes, ella es quien me quitará a Agnes”.
Estoy
segura de que Agnes y Lúa advirtieron cuáles habían sido los sentimientos que
habían impulsado mi voz, pero ninguna de las dos me demostró que se habían
percatado de cómo me sentía. Actuaron como si nada hubiese ocurrido, a pesar de
que yo estaba segura de que todas notábamos la tensión que de súbito se había
esparcido por el aire.
—
Estaba proponiéndole que fuésemos al río —dijo Agnes animada.
—
Ay, sí, llévala al río. Estoy segura de que le encantará —le
contestó Lúa con mucha simpatía—. Yo iba a proponerte exactamente lo mismo,
pero, si ya vas con ella, entonces nos vemos después.
Lúa dijo
aquellas palabras con una conformidad que en absoluto me pareció fingida, al
contrario, se notaba a leguas que Lúa era transparente, sincera y clara. Me
esforcé rápidamente por buscar en su mirada algún ápice de tristeza o
decepción, pero sus ojos estaban llenos de serenidad y de dulzura; lo cual me
ofendió mucho más, lo cual intensificó los celos que me corroían por
dentro.
—
De acuerdo —le dijo Agnes sonriéndole también con dulzura. Entonces,
de repente, me percaté de que mi sentido de intuición me advertía de que había
entre ellas un vínculo muy bonito que no se parecía a nada en el mundo. Fue una
sensación fugaz, un aviso efímero que me puso aún más alerta—. Te esperamos
para cenar, pues. Nos vemos luego, Lúa.
Noté que
Agnes le hablaba y la miraba con una ternura que me hacía sentir escalofríos.
Detecté que Agnes temía que Lúa pudiese sentirse desplazada por el hecho de que
yo estuviese allí y de que fuese al río conmigo, pero Lúa le sonrió con mucha
luz, haciéndole entender con esa sonrisa que no tenía que preocuparse por nada
y le dedicó una mirada llena de sosiego con la que la animaba a que disfrutase
conmigo y a que recuperásemos el tiempo perdido. No puedo entender cómo es
posible que se comunicasen con tanta claridad tan sólo con las miradas que se
dirigían y tampoco entiendo cómo es posible que yo comprendiese tan bien lo que
se decían en silencio.
—
Ven, Artemisa, te mostraré antes dónde está mi habitación —me
ofreció Agnes tomándome de la mano con timidez.
La
habitación de Agnes me pareció muy confortable, bonita y entrañable, pero
apenas me fijé en sus rincones, pues Agnes me condujo enseguida afuera para
llevarme cuanto antes al río. Me guió con calma por las calles de su aldea y,
cuando nos adentramos en el bosque, me apretó la mano con más fuerza. Intenté
entender qué quería decirme Agnes con ese gesto tan cariñoso, pero en esos
momentos me sentía cada vez más bloqueada por mis emociones.
El
trayecto hacia el río duró casi diez minutos, por lo menos, pero yo no me
impacienté. Me fijaba cada vez con más concentración en la naturaleza que nos
rodeaba. El silencio que llovía del cielo y emanaba de los árboles me acogía
como si siempre me hubiese esperado. Me di cuenta de que mi alma luchaba contra
las sensaciones que la invadían para intentar llenarse de la magia de ese lugar
tan calmado y hermoso, pero los celos gritaban todavía demasiado alto para que
aquella paz pudiese acallarlos.
Al fin,
entre los gruesos troncos de los árboles, atisbé la suave corriente del río. El
río pasaba casi sin hacer ruido y entonces me acordé de lo que tantas veces me
había contado Agnes sobre por qué el río Miño pasa casi sin sonar. Su voz era
suave, pero yo notaba que también era intensa y mágica, como si, al oír
discurrir el río, percibieses el frescor del agua en tu propia alma.
Agnes se
detuvo cerca de la orilla y me miró con satisfacción. Leí en sus ojos una
ilusión que hacía mucho tiempo que no veía en su mirada. Me apretó la mano de
nuevo y, con mucha dulzura, mientras se acercaba a mí, me dijo que estaba
deseando enseñarme ese rincón que para ella era tan importante, que siempre
creyó que me gustaría muchísimo y que estaba muy feliz de tenerme allí con
ella.
Yo no
sabía qué contestarle. Era cierto que su felicidad se me contagiaba, pero me
encontraba demasiado mal todavía como para experimentar la belleza de ese
momento. Me daba mucha rabia sentirme así. Lo único en lo que podía pensar era
que Agnes había estado con Lúa en aquel rincón tan bonito durante horas, que
durante horas habían estado juntas, solas, rodeadas por la magia de ese lugar.
Lo único que me instaban a hacer esos pensamientos era dedicarle a Agnes
palabras injustas que sabía que podían hacerle mucho daño, palabras que yo en
realidad no pensaba, palabras que declaraban verdades que yo no creía.
—
Sí es bonito —le dije intentando que mi voz no sonase tensa; lo cual
provocó que se escapase fría de mis labios—; pero he visto ya muchos rincones tan
bonitos como éste. Lo ves tan bonito tú porque es el lugar que más amas de la
tierra.
Agnes no
me contestó. La miré de soslayo y vi que tenía los ojos cristalinos. Supe que
quería preguntarme qué me pasaba, pero también adiviné que no se atrevía a
hacerlo.
—
Me conformo con que te parezca bonito —susurró soltándome la mano—.
¿Te apetece que nos bañemos? —me propuso sonriéndome, intentando esconderme que
se sentía herida.
—
No tengo el bikini puesto ahora —me excusé.
—
No importa. Aquí no te verá nadie.
—
Otro día, Agnes. Ahora, sentémonos en la hierba. Sólo me apetece
descansar.
—
Está bien.
Cuando
nos sentamos una junto a la otra, entonces Agnes se acercó a mí y me abrazó con
mucha ternura, sin decirme nada, sólo queriendo acogerme entre sus brazos como
si hasta entonces yo me hubiese sentido desprotegida. Noté que algo se quebraba
en mí al sentir cómo me abrazaba, con esa ternura y ese amor que siempre me han
estremecido tanto. Sentí que se quebraba algo por dentro de mí, pero no sé
explicar qué era.
—
Artemisa, te he echado tanto de menos... —me musitó Agnes con
dulzura acariciándome el cuello, los cabellos y después las mejillas—. mi
Artemisiña, cómo me alegro de que estés aquí. Gracias por venir, vida
mía.
Agnes me
hablaba con una ternura que me llenó al instante los ojos de lágrimas. En sus
dedos, yo notaba el amor que ella sentía, notaba en sus caricias el deseo que
siempre se le despierta cuando estamos tan juntas, pero también advertí que
ella se contenía, tal vez porque se había dado cuenta de que yo no estaba como
siempre. En cambio, Agnes se comportaba conmigo como si nada hubiese pasado.
Entonces me pregunté si para ella todo había quedado atrás, si con ese amor y
esa ternura que me entregaba quería demostrarme que se había olvidado de todo y
que no me guardaba rencor por nada; pero, sin poder evitarlo, me pregunté quién
de las dos tenía más razones para pedirle perdón a la otra. Yo no le había
hecho nada malo. En cambio, ella se había pasado los días con otra mujer, una
mujer que parecía perfecta, por supuesto, y, encima, me había confesado que
sentía algo por ella, que no le resultaba indiferente. Estaba segura de que Agnes
no me había contado toda la verdad, de que me escondía cosas que nunca se atrevería
a revelarme. Sabía que aquel lugar donde nos encontrábamos en esos momentos
había presenciado mucho más de lo que ella me había contado. No me creía que,
gustándose tanto las dos, no hubiese pasado nada entre ellas. Además, Lúa
hablaba su lengua. Se comunicaban entre ellas con una fluidez que a mí jamás me
comunicaría con Agnes. No podía dejar de pensar, tampoco, en el modo como se
habían sonreído y mirado. Había demasiadas palabras en esas miradas, esas
sonrisas contenían demasiados sentimientos. Entonces, ¿por qué Agnes se
comportaba así conmigo? ¿Acaso ella quería fingir que nada de eso tenía
importancia?
Todos
esos pensamientos gritaban en mí mientras Agnes me abrazaba, me acariciaba y me
declaraba con mucha dulzura que me había añorado muchísimo. Me sentía muy
extraña, pues, por un lado, no podía evitar que sus profundos gestos de amor
despertasen en mí un torrente de emociones que estaban a punto de
descontrolarme; pero, por el otro, los celos me obligaban a mantenerme fría,
distante y apática, a pesar de que, sin preverlo ni poder evitarlo, yo también
la había rodeado con mis brazos.
Miré a
Agnes tras el velo de lágrimas que me cubría los ojos y entonces descubrí que
ella me observaba con una mirada llena de deseo, de pasión y de muchísimo amor,
como si mi presencia la derritiese. No sé por qué, pero pensé que no me daba la
gana entregarme a ella tan pronto. Quería hablar con ella antes y asegurarme de
que, en mi ausencia, su cuerpo no había sido de nadie más, que nadie la había
acariciado como yo la acariciaba, que nadie la había besado ni hecho estremecer
con esa pasión y esa dulzura que sólo a mí me correspondía entregarle.
—
Artemisiña —susurró Agnes acercándose a mí—, Artemisiña, ¿qué te
pasa?
Agnes
estaba muy cerca de mis labios. Deseé desesperadamente besarla de una vez, pero
me contuve. Agnes no había dejado de darme caricias en las mejillas, en el
cuello, en los cabellos, y yo notaba que le ardían las manos.
Sin
preguntarme nada más, Agnes me besó al fin, con una delicadeza que me hizo estremecer
profundamente. Intenté dominarme, pero la sangre ya se me había encendido
demasiado. No pude evitar corresponder plenamente a sus besos y al abrazo que
cada vez nos unía más. Llevaba muchísimos días deseándola, deseando estar con
ella, deseando con desesperación fundirme con su cuerpo, sentirla conmigo, ser
de ella, sentir que ella es totalmente de mí; pero debo reconocer que la besé
con lágrimas en los ojos, sintiendo que unas ganas de llorar intensas y
desgarradoras se mezclaban con la pasión y el amor que siempre sentí por ella.
Nunca había sentido nada igual, nunca. Me sentía dominada por emociones
totalmente opuestas que no podía controlar.
Noté que
Agnes estaba cada vez más deshecha entre mis brazos, más entregada a mí. Se
apretaba contra mí, me apretaba contra ella como si no pudiese respirar sin mí
y yo sabía que ella también me notaba tan desesperada. Su pasional forma de
besarme, su modo de acariciarme y de abrazarme me reveló que ella también me
había deseado muchísimo durante días, me hizo pensar que en realidad ella sólo
había estado conmigo en su vida, me aseguró que yo había sido la última persona
con la que ella lo había compartido todo. Estaba demasiado derretida de deseo
como para pensar que hacía poco que alguien la había amado así, como sólo podía
hacerlo yo.
Pero, aún
así, no conseguía acallar mis celos. Notaba que me desgarraban el alma, que,
pese a sentirme tan bien con ella, había algo que me detenía, que me pedía que
me separase de ella; pero mi cuerpo no quería hacerlo. Quería sentirme volar
entre sus brazos, quería calmar ese deseo que llevaba torturándome desde la
última vez que estuve con Agnes. Por eso intenté ignorar todo lo que pensaba y
me entregué a ella como si nunca lo hubiese hecho antes. Todavía no era el
momento de desvelarle a Agnes todo lo que pensaba. Egoístamente, quería
compartir con ella esos momentos tan íntimos porque no quería que dudase aún de
mí y, además, aunque me dé vergüenza reconocerlo, quería hacer el amor con ella
así, con tanta desesperación, para borrar de su piel el recuerdo de cualquier
caricia que no hubiese sido mía. Nunca he pensado de ese modo y en esos
momentos ni siquiera tenía ánimo para sentir miedo, pero sabía que estaba
pensando de un modo ilícito y demasiado injusto.
Reconozco
que no me dominé en absoluto, que hice con ella todo lo que deseaba hacer. No
me controlé en ningún sentido y me esforcé por deshacer el control que Agnes
podía tener sobre sí misma. Lo mejor fue que lo conseguí. Egoístamente, me
sentía cada vez más satisfecha al comprobar que Agnes estaba totalmente
subyugada a mis caricias, a mis besos, a los movimientos de mi cuerpo. Notaba y
sabía que para ella había desaparecido el mundo entero y eso es lo que más me
importaba. Además, no dejó de decirme entre suspiros que me amaba, me aseguró
muchísimas veces que me había extrañado muchísimo mientras me apretaba contra
ella, cada vez más deshecha de deseo y pasión, y eso para mí era lo mejor que
podía ocurrirme.
Cuando
todo terminó, Agnes se recostó en mi pecho y cerró los ojos, satisfecha y
tranquila. Noté que me sentía mucho mejor que antes, pero todavía me encontraba
extraña, sin saber muy bien cómo debía comportarme. Agnes me había amado como
si no existiese nada más en el mundo aparte de nuestro amor y me había hecho
sentir tan derretida de felicidad que, durante esos intensos momentos, apenas
me había acordado de todo lo que habíamos vivido los días anteriores; pero,
cuando ya todo había pasado y de nuevo nos rodeaban la quietud y el silencio,
me di cuenta de que todavía latía en mí esa rabia que se había despertado en mi
alma al saber que Lúa había vuelto a aparecer. No podía soportar esa punzada de
celos que sentía cada vez que me acordaba de ella, cada vez que recordaba que
estaban tan unidas y que habían compartido momentos tan inmensamente bonitos.
Quería preguntarle muchas cosas a Agnes, pero no me atrevía a resquebrajar la
felicidad que la envolvía. Notaba que se sentía muy feliz y calmada.
—
Artemisiña —me llamó levantando la cabeza y mirándome a los ojos—,
me gustaría pedirte perdón por si hice algo que pudo hacerte daño. Yo nunca
quise herirte, vida mía.
—
Agnes, ahora no pienses en eso —le pedí acariciándole los cabellos.
Por supuesto, me apetecía muchísimo mantener con ella esa conversación tan
importante, pero no me sentía capaz de hacerlo—. Tenemos que hablar, pero no
quiero que sea ahora.
—
Pero yo tengo miedo a que sigas ofendida conmigo o a que sigas
pensando cosas que no son.
—
Pienso lo que tengo que pensar y todavía no ha pasado nada que me
demuestre que estoy equivocada.
—
¿De verdad? ¿No te sirve lo que acabamos de vivir?
Sé que
las palabras que me dedicó no son exactamente esas, básicamente porque Agnes no
me habla nunca en castellano, pero son las que más recuerdo. Entonces adiviné
que ella había creído que aquella entrega que habíamos compartido había sido
una reconciliación absoluta, pero para mí no lo había sido. Tenía que comprobar
aún demasiadas cosas.
—
Por supuesto que sí —le mentí sin dejar de acariciarla.
—
Se hizo muy tarde, Artemisiña. Tenemos que volver, así podrás
ducharte con calma y luego cenaremos todo lo que hemos preparado mi madre y yo
esta tarde —me dijo levemente nerviosa separándose de mí.
Sinceramente,
todo lo que he vivido desde que llegué es extraño, es decir, es muy bonito y a
la vez es extraño porque yo no sé explicar por qué no me siento del todo bien.
Siento cosas que no sé dominar. Tengo que reconocer que noto que todo mi
entorno está lleno de despreocupación y felicidad y soy yo la única que está
mal, que tiene el alma llena de sombras. La cena que compartimos Agnes, su
madre, Lúa y yo el martes fue muy amena. Mientras comíamos, hablamos de muchas
cosas, pero yo no podía disfrutar de nada. Incluso, tengo que reconocer que me
comporté de un modo raro con Lúa. Incluso le dije que me costaba entender su
acento cuando para nada es así, porque ella habla con claridad y algo de
lentitud, pero continuamente buscaba cualquier cosa que pudiese hacerle sentir
incómoda. Le pregunté cosas sobre su trabajo, sobre por qué no tenía pareja en
esos momentos y cosas que en mi sano juicio no le habría preguntado. Sentía que
todo mi ser quería ponerla a prueba, quería sonsacarle que le gustaba Agnes,
pero Lúa me contestó con paciencia siempre, de un modo respetuoso e incluso
evasivo. No me dio ninguna respuesta que me diese pie a seguir preguntándole
cosas que no debía preguntarle. Y sé que Agnes se daba cuenta de todo y Lúa
también, pero ninguna de las dos me dedicó ninguna mirada inquisitiva y eso me
extrañaba mucho. Soy consciente de que en esos momentos no era yo, de que me
dominaba una versión de mí que no me gusta nada.
Cuando
nos fuimos a dormir, tras hablar un rato con mi hermana por teléfono y
explicarle más o menos cómo había ido todo (omitiendo ciertos detalles porque
Agnes estaba delante), Agnes me contó muchas cosas, intentó que yo también le
contase cómo habían sido mis días sin ella, pero no me salía hablar. Tenía un
nudo en la garganta; un nudo hecho de rabia e impotencia, no de tristeza. Y al
final Agnes me dijo que entendía que estuviese cansada y que sólo tuviese ganas
de dormir, me invitó a descansar porque el día siguiente sería muy intenso y
entonces se acostó a mi lado, me abrazó y cerró los ojos. Me dormí entre sus
brazos, por fin, sintiéndome protegida y muy culpable por experimentar todo lo
que estaba experimentando. Yo no quiero estar así.
Sin
embargo, antes de dormirnos, Agnes me abrazó con mucha ternura y me dijo con
felicidad que no me imaginaba cuán feliz era por tenerme allí con ella, que
sentía que ya estaba totalmente completa, y, mientras me decía eso, me
acariciaba insinuándome con sus caricias que quería estar conmigo otra vez. En
esos momentos, me olvidé de lo mal que me sentía y me entregué a ella de nuevo,
intentando que Agnes también se sintiese amada por mí, intentando que sólo
sintiese en su piel toda la pasión que siempre se me despierta cuando estoy con
ella. Lo único que yo podía experimentar en esos momentos era una creciente
satisfacción que silenciaba los celos, que me ayudaba a entender que aquéllos
eran los momentos que realmente me hacían feliz, que, teniendo a Agnes así, tan
íntimamente unida a mí, ya no importaba nada más. Yo sabía que Agnes quería
convencerme con su amor y su dulzura de que todo estaba bien, de que seguía
todo como siempre. Ha querido hacerme entender, a lo largo de todas las horas
que llevamos juntas, que sigue amándome con toda su alma. Ha querido
demostrármelo con la preciosa atención que no ha dejado de dedicarme en todo
momento, con su forma de hablarme y de tratarme, con todos los abrazos, los
besos y las caricias que me ha entregado; pero algo se me ha aferrado al alma y
no puedo deshacerlo. Es algo horrible que me perfora el pecho, que devora la
felicidad que tanto me esfuerzo por sentir, que me hace actuar de un modo que
en nada se relaciona con mi verdadera forma de ser. Y no sé qué hacer, no sé
qué hacer. Sé que, si las cosas no van del todo bien, será sólo por culpa mía
porque Agnes no está dándome ni un solo motivo para que desconfíe de ella.
Pero tal
vez sólo me corresponda esperar. Quizá, el tiempo acabe dándome la razón.
Tengo que
reconocer que el día de ayer fue impresionantemente divertido, aunque más por
la parte de Agnes y de los demás que mía, porque yo no dejaba de ver detalles
que alimentaban mis celos. El día de Galicia es un día muy bonito que merece
mucho la pena vivir, aunque se acumula demasiada gente en todas partes. Fuimos
a Santiago de Compostela y yo jamás he visto esa ciudad tan llena de gente. Yo
pensaba que Agnes se agobiaría enseguida y que querría marcharse pronto, pero
no la vi agobiada en ningún momento; al contrario, en todo momento sus ojos refulgieron
de felicidad y de entusiasmo. No la noté estresada en ningún momento. Todo el
tiempo nos guiaba por la ciudad a todas como si siempre hubiese vivido ese día
allí. Comimos en muchos puestos de comida, en algunos bares pedimos tapas
riquísimas, había mucha música por todas partes, había felicidad y júbilo. Yo
nunca he visto nada igual. Agnes estaba radiante, eso sí tengo que reconocerlo,
y no porque nos bebiésemos cada una más de cinco copas de vino, sino porque se
le notaba tan feliz, tan conforme, tan inmensamente alegre... Yo no sé cómo estaba
yo. Es cierto que me ilusionaba mucho verla tan feliz, pero también me sentía
triste, también me ponía triste verla así, tan satisfecha, tan increíblemente
feliz, porque yo nunca la he visto así en ninguna parte y continuamente pensaba
que jamás podría lograr que ella fuese tan feliz como lo era en esos momentos.
Además, Lúa no dejaba de llamarla, de hablar con ella. La tomaba del brazo o de
la mano a la menor ocasión, le mostraba cosas continuamente y, casualmente,
todo lo que Lúa le enseñaba le hacía a Agnes una ilusión inmensa. No sé cómo
explicar lo que yo veía en esos momentos. Yo notaba que Agnes estaba
continuamente pendiente de mí. No me dejó sola en ningún momento, me hablaba
sin cesar, me hacía notar todo lo que nos rodeaba, me preguntó muchas veces si
estaba bien, me animaba a bailar, me animaba a comer y a beber; pero yo notaba
que, aunque estuviésemos compartiendo con tanta plenitud ese día, yo no formaba
parte de su mundo como sí lo hacía Lúa. Lúa y ella conocían mucho mejor que yo
el significado de todo lo que pasaba. Era como si yo estuviese en un mundo que
no me perteneciese, a pesar de que sí disfruté muchísimo del día y de todo lo
que hicimos. Es una sensación que no sé explicar. Además, me corroían los celos
cada vez que las veía reír juntas (se ríen mucho juntas, yo no lo entiendo),
cada vez que me daba cuenta de que estaban hablando, cada vez que las veía
caminar juntas.
Pero fui
capaz de aguantarme, de tragarme todo lo que sentía y de silenciar mis
sentimientos con tal de que Agnes no se diese cuenta de que yo era la única
sombra de ese día; pero sé que ella sabe leer muy bien en mis ojos. No me dijo
nada en todo el día referente a mi mirada, pero sí me preguntó muchas veces
cómo estaba e incluso hubo un momento en el que me dijo que, si estaba cansada
o no me encontraba bien, podíamos volver a Ourense, pero yo se lo negué con
fuerza y al final estuvimos allí hasta las siete de la tarde por lo menos.
Cuando ya por fin llegamos a la aldea, el cielo estaba lleno de atardecer.
Sé que todo
ha estado tenso en todo momento por culpa mía. Todo lo externo a mí está lleno
de luz y felicidad. Agnes no sólo ríe con Lúa, sino también con su madre y con
las demás vecinas. Me da la sensación de que ella lleva aquí toda la vida en
vez de sólo una semana. Ella me dijo muchas veces que se sentía como si no se
hubiese ido nunca, y ya lo veo. No hace falta que me lo asegure.
Yo sabía
que no podría aguantar mucho más tragándome todo lo que siento. Además, Lúa
está presente siempre, aunque no esté físicamente, pero enseguida Anxos habla
de ella por algún motivo y Agnes también, enseguida la saca a relucir en
cualquier conversación. Hoy, mientras yo hacía unas cosas del instituto, ellas
dos se han ido a pasear por el bosque. Agnes me dijo que vendría pronto, pero
se hicieron las ocho de la tarde y todavía no había regresado. Ahora, mientras
ella se ducha y está un rato con su madre ayudándola a recoger la cocina, yo
aprovecho para escribir aquí. Sé que Agnes se da cuenta de todo y lo que sí
noto es que tiene la mirada llena de miedo. Le da miedo que lo que yo siento
explote y lo peor es que noto que cada vez queda menos para que ese momento
llegue.
Hoy
estuvimos a punto de discutir, pero Agnes supo detenerlo a tiempo. Fue cuando
ella me dijo que se iba con Lúa al río o a no sé dónde y yo sólo le contesté
con: “ah, muy bien”. Entonces ella me preguntó si todavía estaba celosa y me
dijo que no entendía por qué aún seguía así después de vivir unos días tan
bonitos como los que estábamos viviendo. Y a mí no se me ocurrió otra cosa que
decirle que, si sabe tan bien cómo me siento, no entiendo cómo es posible que
sea capaz de irse así con ella como si nada estuviese ocurriendo. Lo peor es
que Agnes se ha ido molesta conmigo. Se fue tras decirme que esperaba que pronto
entendiese las cosas, que esperaba que pronto me diese cuenta de cuál es la
realidad. Y, cuando llegó con Lúa, las vi tan felices, tan risueñas, riendo por
algo que ni me contaron. Después se despidieron con un beso en la mejilla y se
presionaron la mano con cariño. Agnes ni me habló cuando entró en la casa. Sólo
me avisó de que se iba a la ducha y después se marchó, otra vez. No sé cómo
vivir esto y me da miedo explotar, pero no sé cómo evitarlo. Y lo peor va a ser
cuando mantengamos la conversación relacionada con nuestro futuro. Ya veremos
qué pasa.
Ya
seguiré escribiendo en otro momento.
Definiría el estado actual de Aremisa como"paranoica". Fíjate, que la entiendo muy bien. No en la misma situación, pero he vivido momentos chulos en la vida, en los que todos son felices, momentos idílicos en los que se debería ser feliz y sin embargo, yo estaba de morros. Quizás un enfado, una discusión, algo que me molestó...esa persona con la que discutí está ya tranquila,sonriendo, y yo sigo de morros, incapaz de disfrutar, a pesar de estar deseándolo. Pues la situación de Artemisa me recuerda un poco esto, aunque lo de ella se alarga mucho en el tiempo.
ResponderEliminarEstá muy confundida, incapaz de ver la realidad. Agnes está con ella, la ama, y eso no le basta, sigue desconfiando de ella. Están viviendo momentos hermosos, como el día de Galicia, y ella ahí, con mala onda, aunque intentando que no se note. Debería estar feliz, agradecida por la hospitalidad de Anxos y la gente del pueblo. Agnes está por ella y cuando se podría enfadar y montar un pollo, aguanta y la intenta comprender. La paciencia tiene un límite y yo creo que en esta última parte, cuando se marcha con Lúa al río, se le agota. Luego está claro que Artemisa se siente poca cosa y tiene la autoestima baja. Es incapaz de ver la realidad. Es verdad, es capaz de ver que entre ellas hay complicidad, que se gustan, pero es solamente eso, no ocurre nada más. Son celos enfermizos que perjudican a Agnes, pero también a ella misma. Si sigue así, la perderá y se arrepentirá toda la vida. Mira que todo es idílico, el lugar, la gente, su madre...pues nada, no puede relajarse y disfrutar. Espero que la cosa cambie, aunque mucho me temo que eso no ocurrirá. Y luego lo de volverse, ¡pero es que no ve que ese es su lugar! No la puede obligar a volver, eso sería egoísta, lo haría por ella misma, para no perderla, no estaría pensando en el bienestar de Agnes. Ains, menudo lío. A ver si lo solucionan, que no me gusta verlas así, tan mal. Como siempre, me encanta leerte, Ntoch. Por cierto, lo vuelves a hacer, las descripciones me hacen volar, transportarme a ese lugar tan bonito. Un capítulo muy intenso, repleto de momentos bonitos, pero de otros muy oscuros.
Artemisa está molesta, eso se le nota. La explicación más evidente es que está celosa, y desde luego que lo está. Pero bueno, antes de entrar en eso me gustaría destacar lo magistralmente escrita que está la parte de la llegada de Artemisa a Galicia, no sé por qué pero me he acordado de cuando Sinéad iba a Lainaya, porque ese viaje en compañía de tío Damián tiene algo de mágico, de iniciático. Artemisa no puede dejar de sentirse totalmente deslumbrada por la apoteosis natural que representa la aldea de Agnes. Y cuanto más hermoso es todo, más se da cuenta de que ella es una extraña en ese paraíso, en el que todos la reciben con los brazos abiertos, pero que para ella es un lugar impropio, por eso la comparación con Sinéad y Lainaya, sobre todo cuando fue por primera vez. Ahora hasta Lúa se presenta como una buena persona, sencilla, imposible de ver con aversión, aunque no por ello menos capaz de despertar los celos. Sí, Artemisa tiene celos. Pero creo que también hay algo que le molesta, aunque sea de un modo inconsciente, y es el comprobar que Agnes puede ser feliz sin ella; sigo pensando que Agnes no habría podido regresar nunca a su Galicia sin la intervención de Agnes, y en ese sentido sí ha sido imprescindible, pero dejando eso aparte, una vez allí se mueve como pez en el agua, no necesita nada más, la comida, el aire, todo es tan de su gusto que puede ser completamente feliz. Y tiene a Lúa. Así que es normal que Artemisa se sienta pequeña, inútil, ¿cómo creer que todo el cariño y el amor de Agnes son auténticos? Es decir, sí que la quiere, pero ¿no la querrá como se quiere a un gato, a un objeto de lujo? Si Artemisa encaja en todo Agnes la amará, pero si no es así va a poder prescindir de ella, no se siente necesaria, y en ese caso, ¿qué sentido tiene continuar? Así que me parece que hay una cuestión de amor propio, Artemisa siempre pensó que en la relación había una dependencia de Agnes respecto de ella, que Agnes era casi incapaz de valerse por sí misma, que era casi como un niño que precisa protección y a ella le gustaba ese papel maternal. Ahora es ella la que no sabe, la que no tiene, la que no comprende, y Agnes la que juega con todos los triunfos en la mano. Y sin embargo... hay amor entre ellas, y eso es lo único que puede salvar la relación. En este momento todos los elementos, salvo ese amor, parecen conspirar para que la relación se deshaga, pues parece superflua. Y me pregunto qué habrá concebido tu cabecita para todo esto, ¿realmente la relación termina, o el amor se sobrepondrá a todo? Seguiré leyendo... un capítulo muy muy bueno, qué mal acostumbrados nos tienes.
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