domingo, 14 de octubre de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: JUEVES, 11 DE OCTUBRE DE 2018


Jueves, 11 de octubre de 2018

No sé por qué me resistí tanto a venir a vivir a Ourense. Si lo hubiese hecho la primera vez que Agnes me lo pidió, ahora mismo ya llevaría años siendo feliz con ella en el lugar al que Agnes perteneció desde siempre. Casi hará una semana de cuando llegué aquí dispuesta a empezar una nueva vida, pero me parece que, en realidad, llevo mucho más tiempo. No me desagrada para nada estar aquí. Estoy ya familiarizada con la distribución de la ciudad, cada día descubro un rincón nuevo que nunca había visto antes y me puedo pasar horas caminando por sus alrededores. Ya he visto las termas más famosas y me encantan, la verdad. Me parece que estoy en un sitio muy especial y mágico, diferente a todo lo que conocía hasta entonces. También he empezado a asistir a la autoescuela. Es más barato de lo que tenía previsto. Voy a estudiar lo máximo que pueda para sacarme el carné de conducir cuanto antes. Mi intención es vivir en un lugar un poco más tranquilo, ya no en una aldea tan recóndita y pequeña como la de Agnes, pero sí en algún pueblo que tenga lo preciso para vivir. Me gusta estar en Ourense, pero, si puedo escoger vivir en un sitio más tranquilo y más apartado, pues mucho mejor. Incluso me gustaría mucho trabajar en alguna escuela de aldea, de ésas que tienen clases con muy poquitos alumnos. De ésas, en Galicia hay unas cuantas que precisan maestros.

Pero lo más importante que tengo que contar es que ya me he reencontrado con Agnes. No sé por dónde empezar a contar todo lo que ha pasado. He borrado miles de palabras porque nada de lo que escribía me convencía. No sé explicar lo que hemos vivido porque, más que hechos, lo que hemos vivido han sido emociones, miradas con voz, gestos, palabras silentes... Hemos hablado más con los ojos que con la voz. No obstante, tengo que reconocer que todavía Agnes no me ha hecho saber que va a dejar a Lúa por mí. Sigo viéndola con ella tan bien, tan unida... pero sí es cierto que en sus ojos hay algo que me avisa de que no estoy equivocándome, de que no me he equivocado al venirme a vivir a Ourense. Tengo que volver a conquistar a Agnes y, para lograrlo, no tengo que estar hundida. Agnes no volverá a fijarse en mí si me ve siempre deshecha de dolor, si me percibe sin energía, si me ve llorar siempre, si lo que le entrego al estar con ella es una mujer triste, sin ánimo para hacer nada. Para volver a conquistar a Agnes, tengo que ser la Artemisa que ella conoció; la Artemisa espiritual, llena de una energía preciosa que iluminaba el mundo, esa Artemisa curiosa con ganas de vivir y de aprender, esa Artemisa comprensiva que podía entenderla siempre, cualquiera que fuese el sentimiento que la dominase. Tengo que darle lo mejor de mí, tengo que demostrarle que soy capaz de empezar una nueva vida en Galicia, tengo que convencerla de que amo este rincón del mundo y que, de momento, no tengo intención de abandonarlo. De momento, lo que he conseguido es mucho más de lo que me imaginaba. Sí tengo que reconocer que Agnes se enfadó mucho conmigo cuando descubrió que era yo la persona que la seguía y la observaba desde la distancia; pero no se enfadó conmigo por haberla espiado, sino porque le había hecho creer que estaba enfermándose de nuevo, que otra vez su enfermedad estaba jugando con ella, que de nuevo estaba perdiendo la cordura. Fue eso lo que más la inquietó, no el hecho de si era cierto o no que alguien la mirase sin que ella se diese cuenta, o sí... Sí se daba cuenta, en realidad.

Me reencontré con ella en las Burgas, pero yo no había planeado aparecer ante ella justo en ese momento. Fue el martes por la tarde, a eso de las siete y algo, cuando salí de casa dispuesta a darme un baño. Bañarse en las Burgas crea adicción. Cuando salí del vestuario, la vi en medio de la piscina, dirigiéndose hacia un rincón donde sentarse. Estaba sola; lo cual me serenó muchísimo. Sabía que Lúa no estaba allí porque tampoco la había visto en el vestuario y Agnes se movía sin esperar a nadie, sabiendo que estaba sola. No había casi nadie en la piscina; lo cual también me serenaba. Me metí en el agua sin perderla de vista, sin dejar de mirarla. Agnes se había detenido junto a un escalón donde se sentó y después deslizó los ojos por su alrededor, lentamente. Sabía que estaba a punto de llegar el momento en el que al fin me vería.  Y ese momento llegó por fin, antes de lo que yo me esperaba. Yo caminaba hacia ella, lentamente, intentando que las manos no me temblasen.

Cuando Agnes me vio, se quedó totalmente paralizada, mucho más que cuando me descubrió sentada en una mesa de la cafetería en la que trabaja. Me miró fijamente durante unos momentos que parecieron una eternidad. Yo también la miraba. Le sostuve la mirada con cariño mientras me acercaba a ella, dedicándole una sonrisa muy tierna que sabía que me iluminaba el rostro. Agnes me miraba sin saber qué gesto poner, sin saber qué pensar. Notaba que su mirada estaba cada vez más llena de extrañeza y de miedo. Ver el miedo en su rostro me dejó helada. Sí, estaba asustada. Tenía miedo, cada vez más miedo. ¿Por qué? Enseguida pensé que la horrorizaba que estuviese allí porque temía que pudiese volver a actuar como lo hice hace dos semanas, pero la mujer que soy ahora no tiene nada que ver con la que estuvo en Ourense aquellos días tan tristes.

Me detuve cuando me hallaba a medio metro de ella, tan cerca que ya podía ver cómo brillaba el agua en su piel. No habíamos dejado de mirarnos. Agnes todavía me miraba con miedo, pero, al ver mi serena sonrisa, entonces me apartó los ojos y los entornó confusa. Enseguida me di cuenta de que se le habían llenado de lágrimas. Sin esperármelo, se puso en pie y se dirigió hacia mí de nuevo mirándome con los ojos llenos de preguntas.

     Agnes —la llamé sonriéndole más ampliamente, con más felicidad, pero estaba muy nerviosa—. Hola, Agnes.

     ¿Artemisa? —me preguntó con un susurro lleno de extrañeza—. ¿Qué haces aquí, Artemisa?

Tenía la voz llena de lágrimas, pero se notaba que estaba esforzándose muchísimo por no ponerse a llorar.

Yo no le contesté. Me acerqué a ella y la abracé con mucha ternura, intentando ir con cuidado, como si Agnes fuese frágil y pudiese deshacerse si la tocaba.

Creía que ella se apartaría de mí, pero ocurrió todo lo contrario. Correspondió enseguida a mi abrazo, me apretó contra ella y me protegió entre sus brazos como si ella también pensase que yo era frágil también, que tenía que tratarme con mucho primor. Era la primera vez que nos abrazábamos con plena sinceridad y cariño en mucho tiempo, pero también tengo que reconocer que me costaba interpretar el sentido de ese abrazo, me cuesta nombrar las emociones que llenaban ese abrazo. Lo que sí puedo asegurar es que Agnes me abrazaba con alivio. Había alivio en sus gestos, emanaba alivio de sus brazos, de su piel. Y el calor del agua nos envolvía como si fuese otro abrazo. Sentía que aquel rincón de la tierra nos protegía.

     Artemisa —me llamó apartándose de mí y mirándome a los ojos, aunque me costó hundirme en su mirada porque los tenía llenos de lágrimas—, Artemisa, ¿cuándo has llegado? No entiendo nada...

     necesito que hablemos tranquilamente, Agnes.

     Aquí no... Salgamos y vayamos a otro lugar...

     Prefiero quedarme un ratito más aquí.

     Sí... Yo también.

     Necesito contarte muchas cosas...

     Yo... yo estaba muy preocupada por ti. No sabía nada de ti desde hace una semana. Tu hermana no me coge el teléfono ni me contesta a los mensajes que le envío. Creía que estaba ocurriendo algo muy malo... pero también sabía que no te había pasado nada grave.

     Te lo explicaré todo, te lo prometo.

     Pero... pero... pero ¿cómo estás? Te veo... mejor... —titubeó mirándome con timidez.

     Estoy muchísimo mejor, Agnes, te lo juro. Estoy más animada y... he venido a Ourense para quedarme a vivir aquí.

     Pero...

     No te inquietes. No voy a causarte ningún problema, te lo prometo.

     No es eso lo que me preocupa... En realidad... ay... no sé qué decir.

     No hace falta que digas nada —le contesté acariciándole las mejillas—. Hablaremos serenamente y lo sabrás todo.

     Estás... diferente... tienes una mirada tan calmada, tan llena de luz y paz... La última vez que te vi... estabas...

     Estaba totalmente destrozada, pero ya me encuentro bien, Agnes. Venirme a vivir a Ourense ha sido lo que me ha hecho renacer.

     ¿Quieres quedarte aquí para siempre? —me preguntó acercándose un poco más a mí, hablándome más quedo para que sólo yo oyese sus palabras.

     Sí, pienso quedarme aquí para siempre —le respondí acogiéndola más cariñosamente entre mis brazos.

En esos momentos, noté que resurgía entre nosotras esa complicidad que siempre nos había unido. El silencio que llenaba ese rincón de Ourense nos protegía y nos acogía. Yo creía que, al notarme tan cerca de ella, Agnes se separaría de mí, inquieta y asustada, pero no lo hizo. Se apoyó en mí como si quisiese que yo sostuviese su equilibrio y, con una voz llena de serenidad, me confesó cerca de mi oído:

     Lo que más me importa es que estés bien, Artemisa. Vive donde sientas que tengas que hacerlo. Yo estaré a tu lado siempre, ¿vale?

     Lo sé, Agnes.

El baño que compartimos en las Burgas fue tan calmado, estuvo tan lleno de paz y de sonrisas... Sentía que aquellos momentos acababan de devolverme el sosiego que me había faltado sin Agnes.

Cuando salimos de las Burgas, caminamos por la ciudad, sin rumbo, disfrutando de cada rincón, de la tarde otoñal que hacía... Y hablamos de cualquier cosa sin importancia; pero, cuando llegamos al puente romano, me detuve justo donde intenté acabar con mi vida y le pedí perdón a Agnes, poniendo mi alma en cada palabra. Le pedí perdón por haberla asustado tanto, por haberme comportado como me comporté, por haber sido tan injusta y violenta. Agnes se puso a llorar en cuanto oyó mis palabras y me abrazó con mucha ternura, haciéndome entender que no tenía nada que perdonarme, haciéndome entender que me comprendía perfectamente.

No he contado que estoy ya en León. Llegué esta tarde en tren y me reencontré con mi hermana en el centro. Ella ha venido en avión. Nos marcharemos el domingo, pero yo volveré a Ourense y ella, a Barcelona. Mi hermana sigue estando muy seria conmigo. No me sonríe mucho y no está de acuerdo con casi nada de lo que digo, pero también sé que esta etapa tan rara pasará. Sí la veo con ganas de que hagamos cosas juntas. Ha alquilado un coche para poder desplazarnos por la provincia y estoy segura de que este viaje nos hará mucho bien a las dos. Cuando me ha visto, me ha dicho que no parezco la misma mujer que se marchó el sábado pasado, que parece que me hayan devuelto la mayor parte de mi ser. Me ha dicho que sigue creyendo que la idea de vivir en Ourense es una locura, pero también me ha reconocido que, si estar allí me ayuda a estar bien, entonces merece la pena que vuelva realidad mis deseos. También me ha confesado que piensa que estoy equivocándome al intentar conquistar de nuevo a Agnes, pero yo le he quitado la razón enseguida y le he contado que me siento más cerca de Agnes que antes, que los momentos que hemos compartido son muy bonitos y que estoy segura de que cada vez estaremos más unidas. Sé que es complicado aceptar que ella se haya enamorado de otra mujer, pero también estoy totalmente convencida de que nuestro amor es eterno y verdadero. Además, tengo que reconocer varias cosas; una de ellas es que siento que Agnes está más cerca de mí porque me trata diferente a como lo hizo cuando estuve en Ourense hace dos semanas. Cuando la tomo de la mano, no se esfuerza por liberarse de mis dedos con disimulo, sino que se aferra con delicadeza a mí y me mira con timidez y ternura. Ya dije que me cuesta explicar con palabras lo que hemos vivido estos días porque hemos compartido más miradas y gestos que palabras. Hemos compartido miradas que parecían las mismas de siempre, muy semejantes a las que nos dedicábamos cuando estábamos juntas, pero se diferenciaban de aquéllas en que había miedo y nostalgia en nuestros ojos. Creo haber oído la voz de los pensamientos de Agnes como siempre la oía, creo que he tenido de nuevo su alma en mis manos... y es cierto que los momentos que hemos vivido no son tampoco extraordinarios, quiero decir que no hemos hecho grandes cosas, sino que, más bien, hemos compartido conversaciones, hemos hablado de nosotras, de las cosas que hacemos en nuestra vida y sobre todo de nuestros sueños. Agnes me ha confesado que se encuentra muy bien, que lo que le ha ocurrido recientemente conmigo le ha hecho saber que está sana, que el hecho de pensar que de nuevo la estaba invadiendo la locura y descubrir que no es cierto la ha vuelto más fuerte... pero también me ha confesado que hay momentos en los que siente que su vida no le pertenece y que no puede saber lo que va a sucederle. Y yo sé que me dice eso porque no está segura de que ella y yo no vayamos a volver.

He notado que ha vuelto la complicidad que nos unía. Incluso, cuando llegaba el momento de separarnos, me daba la sensación de que Agnes alargaba nuestra despedida. Me miraba como hacía mucho tiempo que no me miraba cuando intentábamos decirnos adiós. Sobre todo, lo noté ayer, cuando ya tendríamos que despedirnos para unos pocos días. Sentí que Agnes me presionaba más la mano, que se detenía más tiempo en mis ojos y que me dedicaba una sonrisa mucho más luminosa y tierna que las que me ha dedicado últimamente. Me ha pedido que disfrute mucho de mi tierra y que lo pase lo mejor que pueda. A mí me habría gustado mucho que se viniese con nosotras, pero las dos sabemos que no era factible ni posible, ya que ni a mi hermana le apetecía estar con Agnes después de todo lo que he liado con ella y tampoco creo que a Lúa le apeteciese mucho venir y estar conmigo... pero a mí tampoco me apetece estar con Lúa. Me habría gustado que se viniese Agnes sola, pero sé que eso no es posible.

No he podido evitar echarme las cartas cuando hemos llegado a la habitación del hotel donde nos alojamos. Lo que me ha salido me ha dejado el alma temblorosa. No obstante, le he pedido a mi hermana que interprete también las cartas que me han salido para que mi mente no me engañase, porque estoy segura de que al final interpretamos lo que queremos ver. Lo que me ha salido es que va a llegar algo a mi vida que me hará mucho bien, que me hará sentir muy feliz. Me ha dicho que tengo por delante un camino lleno de obstáculos, pero que acabaré consiguiendo el objetivo que me he propuesto. Ese objetivo es recuperar a Agnes. Es lo que más me importa del mundo y de la vida. Sé que Agnes va a volver conmigo y lo hará de una forma suave y sutil. Ella ya me está diciendo con señales muy delicadas que no quiere echarme de su vida porque sabe que no puede vivir sin mí. Me ha dicho ya unas cuantas veces que se alegra mucho de que esté tan bien, de que espera que nunca más me desanime tanto, que no soporta que yo esté mal e incluso me ha confesado que se ha sentido muy mal al saberse tan lejos de mí en unos momentos tan duros para mí. Y lo más importante es que Agnes no me miraba a los ojos cuando me decía eso. La mayoría de gente piensa que, si alguien no te mira a los ojos cuando te confiesa algo, es que está mintiéndote; pero con Agnes ocurre todo lo contrario. Cuando ella miente, sí te mira a los ojos, porque sabe perfectamente que su mirada es muy poderosa y puede convencer con sus ojos a la persona a quien quiere mentir... pero, cuando Agnes confiesa algo que de verdad siente, que le sale totalmente del alma, entonces es incapaz de mirar fijamente a la persona con la que habla. No puede hacerlo. Por eso sé cuándo me miente, por eso me cuesta tan poco saber cuándo me dice la verdad. Y todas esas veces que me dijo que ella no quería estar conmigo porque estaba enamorada de Lúa... todas esas veces, me miró fijamente a los ojos, sin pestañear, esforzándose por dedicarme una mirada fuerte y firme que les diese más seguridad a sus palabras. Por eso sé que me mentía, que no me decía lo que realmente sentía.

Pero es cierto que yo pensaba que Agnes no sabía mentir, y desde que Lúa ha aparecido en su vida ha echado ya muchos embustes. lúa le ha enseñado a mentir... o, tal vez, al curarse ya de su enfermedad, ya sí sepa mentir. Quizás fuese su enfermedad la que le impedía mentir. No obstante, ahora sí sé que está siendo sincera conmigo...

Mas tengo que contar lo que ocurrió el martes. Le confesé enseguida que yo era quien la había seguido, que era yo quien la miraba desde la distancia. Cuando Agnes me oyó decir eso, se detuvo y, con impotencia, me preguntó si era consciente de lo que había querido significar eso para ella, si era consciente de lo que le había hecho creer con mi comportamiento. Se reía nerviosa mientras me hablaba, me confesó con mucha vergüenza que creía que estaba perdiendo la razón otra vez, que pensaba que su enfermedad estaba volviendo... pero, cuando descubrió la verdad, también vi que los ojos se le llenaban de alivio. Yo le dije que ella ya estaba bien, que no tenía que temer por su cordura ni por su salud mental. Entonces me recordó que yo la había amenazado con que nunca se curaría, pero enseguida le pedí que olvidase todo lo que le dije aquella tarde en la que no dominaba ni mis pensamientos ni mis sentimientos y supe que ella lo haría, lo olvidaría todo.

Agnes no se enfada casi nunca y, las pocas veces que lo hace, sus enfados no duran ni una hora. Enseguida noté que ya se le había pasado la rabia. Me dijo que daba igual lo que hubiese pasado, que lo que importaba era que yo estaba bien, que estaba en Ourense al fin dispuesta a empezar una nueva vida. Me sorprende que Agnes sea tan indulgente. Entonces es justo que los demás también lo seamos con ella. Es cierto que la he justificado mucho sin tener que hacerlo, pero, cuando se ama de verdad, somos incapaces de odiar al ser amado, somos incapaces de pensar mal sobre la persona que tanto y tanto queremos, y yo soy capaz de perdonarle a Agnes todos los errores que ha cometido, así como ella perdonó los míos, que también son bastantes y muy graves. Ahora me siento como si la acabase de conocer, como si la hubiese conocido hace poco... y tengo muchas ganas de estar con ella, de compartir más momentos, de que me enseñe poco a poco su vida, las cosas que ahora llenan su vida... Sé también que es justo que a veces nos equivoquemos para conocer otras cosas de la vida... y puedo aceptar todo esto porque sé que Agnes va a volver conmigo. Yo también tengo un sexto sentido muy fuerte. Ella todavía cree que quiere estar con Lúa y de hecho no va a dejar de creerlo porque ella misma se esfuerza por convencerse de que no está equivocada. Va a costarle mucho reconocer que se ha equivocado tanto, pero acabará haciéndolo, y lo más curioso es que sé que no va a volver conmigo tras decirme que quiere que estemos juntas de nuevo. Lo hará sin querer, cayendo de nuevo en mi mirada, entre mis brazos... y sé que ese momento no está lejos. Puede que Lúa quiera mucho a Agnes y la entienda mejor que nadie, pero yo soy la que mejor sabe leer sus ojos y escuchar la voz de sus miradas. Sé interpretar mejor que nadie sus silencios, la entiendo siempre, aunque ella no lo crea. Soy capaz de oír la voz de su alma, sé lo que piensa en todo momento. Y por eso sé que ella ya ha empezado a caer en mi amor, ya ha empezado a volver conmigo, porque las miradas que me ha dedicado no tienen nada que ver con esas miradas tan tristes que ella se esforzaba por llenar de distancia cuando estuve aquí hace dos semanas.

Es cierto que estoy en León, en mi tierra, con muchas ganas de pasarlo bien, pero también es verdad que estoy deseando volver a ver a Agnes. Y, por cierto, me ha preguntado si he llegado bien, si ya me he reencontrado con mi hermana... La noto tan pendiente de mí... MI hermana no opina nada al respecto, pero sé que le gustaría que yo pasase por completo de Agnes y no volviese a hablar con ella nunca más; pero eso es total e irrevocablemente imposible.

 

2 comentarios:

  1. ¡Por fin se han reencontrado! Estaba deseando que llegase este momento. No ha podido ser más especial, en las burgas, justo cuando menos se lo podía imaginar, ni ella ni Artemisa, que no lo tenía previsto. Yo creo que el encuentro ha ido muy bien, quizás Artemisa no se equivoque.

    No me extraña que se haya enfadado un poco al averiguar que era Artemisa la que la seguía, sobretodo porque se creía que estaba enfermando de nuevo. Al menos esto ya la tranquiliza, ya sabe que no está enferma y que la persona que la seguía era Artemisa. Me sorprende mucho el cambio de Artemisa, no sé si es fachada, pero está muy segura de si misma y conforme con su nueva vida. Parece que le ocurre igual que a Agnes, vivir en Ourense le hace estar bien, se le quitan todos los males.Se arrepiente por no haber ido antes, de haberse negado tantas veces. Es normal, fue un gran error, sobretodo por Agnes, ella lo necesitaba y llevaba toda la vida queriendo regresar. Ahora ha descubierto que le gusta mucho y quiere quedarse a vivir, incluso en un pueblo. Lejos queda la Artemisa que no quería renunciar a su vida en Barcelona.

    Es verdad que tiene una gran intuición, pero me da miedo su reacción ante otro rechazo. De momento Agnes no se lanza a sus brazos. Tiene una estrategia, la reconquista de Agnes con una actitud positiva, sin dramas. A ver que es lo que ocurre. Es que, si Agnes le falla, Artemisa caerá de nuevo en el abismo. Que su hermana esté enfadada tiene mucho sentido, yo creo que estaría igual. Lo ha pasado muy mal por todo esto y no quiere que sufra, es comprensible. Pero date cuenta, su nivel de obsesión es tal, que estando en León con su hermana, solo deseaba volver junto a Agnes. De momento, su amor me parece un poco enfermizo, pero como me gusta tanto Artemisa, quiero que todo le salga bien. Recuerdo lo que eran antes y quiero que vuelvan, pero no sé si con todo lo ocurrido será posible. Está como siempre, muy interesante. ¡Quiero leer más!

    ResponderEliminar
  2. Y, de repente, lo que era imposible ya no lo es tanto. Qué loco es todo, aunque por otro lado he pensado en las vidas de Agnes y Artemisa, en las que pudieron tener en otros momentos de la historia, y esto se parece justamente a eso, es como si hubieran muerto y resucitado, con otras posibilidades, empezando de nuevo, pero esta vez sin haber olvidado todo lo anterior, y eso es bueno y es malo, porque tiene de ventaja que no tienen que construir su historia de amor, saben quiénes son y qué representa cada una respecto de la otra, pero al mismo tiempo también llevan puesta la mochila de los errores y las cuentas pendientes, aunque la verdad es que esa parte no parece estorbar, al menos de momento. Parece que es Galicia quien ha permitido que este pequeño milagro se realice, vivir allí las ha unido más que cualquier otra cosa, ¡quién se lo iba a decir a Artemisa, que tenía tantas dudas! Empieza entonces una nueva relación, pero también es una relación vieja, y claro, en este relato están ellas solas y parece todo posible, pero no me olvido de que Agnes ama a otra y es feliz con ella ¿eso cómo se come? Artemisa está muy segura de que ha iniciado una reconquista, yo no creo que sea eso en realidad, porque ese castillo se tomó hace mucho tiempo, es más bien que están haciendo una vuelta al pasado, a ser lo que fueron, así que van adelante porque han sabido ir hacia atrás... todo son ciclos, la vida que se cierra sobre sí misma, el destino que parece reírse de nosotros con sus bromas, al final se encontraron en Las Burgas y no cuando Artemisa decidió, la casualidad sustituyó a la decisión, y no fue difícil, Agnes no huyó, una vez más se reconocieron y las cartas dicen que a Artemisa que le va a salir bien la jugada (o ella quiere pensar eso).

    Todos los días la gente se enamora y se rompen las parejas, se nace y se muere, sale el sol y se pone, alguien se baña en Las Burgas por primera vez y alguien lo hace por costumbre, aunque esa agua sea diferente de la de ayer y cada baño sea diferente. Un adolescente descubre que ahora sí le gustan las lentejas, que siempre había odiado. No hay nada nuevo bajo el sol y todo es nuevo bajo el sol, porque cada instante es único, y cada ser es mágico y especial. Artemisa y Agnes bailan así la danza que nunca termina, y con ellas quiero gozar la vida y de su promesa de eternidad.

    ResponderEliminar