martes, 11 de septiembre de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: LUNES, 3 DE SEPTIEMBRE DE 2018


Lunes, 3 de septiembre de 2018

No puedo creerme que no haya escrito después de lo que pasó entre Agnes y yo. Ahora ya parece que esos momentos formen parte de otra vida, pero describiré brevemente lo que pasó desde ese lunes. Al final, Agnes escogió (supuestamente) estar conmigo, y después se aclarará por qué dije supuestamente entre paréntesis. Vivimos momentos muy raros desde el lunes hasta el martes por la tarde, que fue cuando nos atrevimos a hablar con calma. Agnes me reconoció que se había equivocado, que sí sentía algo muy fuerte por Lúa, pero que quería estar conmigo, que no quería perderme, que me amaba como siempre, que no había dejado de quererme, que sentía haberme hecho tanto daño... Yo la perdoné, sí, la perdoné, porque en el fondo la entendía. Y ya dije por qué la entendía. Yo también me equivoqué muchísimo con ella este verano. Nos perdonamos y parecía que todo podía volver a ser como antes, pero, por muy bonitos que intentásemos que fuesen los momentos que vivíamos, yo sentía que ya no era lo mismo. Se había quebrado algo entre nosotras, y no sólo por mi parte, sino por la de Agnes. Desde lo que pasó con Lúa, desde que siguió conmigo pese a lo que había ocurrido, yo sentía que había algo que fallaba en Agnes, que a Agnes le faltaba algo en la mirada, en la voz, en su forma de tratarme. Incluso me atrevo a afirmar que, cuando ella le decía a su madre, por ejemplo, que quería seguir conmigo, no decía la verdad, su voz no sonaba llena de convencimiento sincero. Yo creo que quería autoconvencerse de que quería estar conmigo, de que aún podíamos seguir como siempre; pero, si no es así y no puede ser así, ya no es por mí, pues yo ya casi no recuerdo lo que ha pasado entre Lúa y ella, sino por Agnes. Son sus sentimientos los que ya no son los mismos, los que han cambiado, y contra eso yo no puedo hacer nada. Ya ni celos sentía cuando me daba cuenta de eso, sólo tristeza, y esa tristeza me ha acompañado desde entonces y sobre todo porque también me daba una pena inmensa tener que irme de Galicia, la verdad. También tengo que reconocer que le dije el jueves, mientras volvíamos a Barcelona (o mientras íbamos a Madrid, ya que teníamos que bajarnos allí primero para hacer trasbordo), que a mí lo que me importaban eran los sentimientos, no los hechos, que lo que me importaba era que ella quería seguir conmigo... pero incluso en esos momentos notaba que esas palabras no llegaban al fondo del alma de Agnes. Me miraba con cariño y me abrazaba, pero yo veía algo en ella que no podía reconocer.

Y ahora siento que estamos viviendo unos días muy raros... Lo último que me imaginaba era que viviríamos unos días tan extraños e incluso tristes, muy tristes. Ninguna de las dos lo dice, pero tanto Agnes como yo estamos profundamente tristes. Creo que las dos notamos que la tristeza está flotando en el aire, invadiendo todos los rincones del lugar en el que nos encontremos, poseyéndonos sin que podamos evitarlo. La tristeza se respira y se saborea en cada comida, pero se trata de una tristeza no sólo nacida del presente y de la situación que estamos viviendo (la que me cuesta mucho explicar con palabras), sino también del futuro, de los días que van a venir, de los meses que nos esperan, sobre todo a mí. Para nadie es un misterio que yo también tengo un poder de intuición muy fuerte y creo que esta vez no se equivoca para nada. Muchas veces sí me he equivocado, tal vez porque, según cómo iban las cosas en ese momento exacto, lo que yo intuía podía ser, iba a darse, pero después cualquier cosa cambiaba y todo era diferente a lo que yo me esperaba; pero ahora sí que estoy en lo cierto. Además, se trata de una intuición muy fuerte que no nace sólo de mi sexto sentido, sino de lo que veo en los ojos de Agnes y de lo poco que ella me dice. No me dice mucho sobre lo que piensa y siente, pero no hace falta que lo haga. Yo sé perfectamente lo que va a pasar.

Intentaré contarlo todo de forma ordenada, sin desviarme mucho del tema, para poder otorgarle a esta entrada algo de orden, todo ese orden que falta en los sentimientos de Agnes y en nuestra propia vida; la que siento que está desfigurándose.

El jueves volvimos a Barcelona. Desde entonces, Agnes ha estado muy mala con un virus del estómago, eso en cuanto a su parte física. Ha estado malísima, sin poder comer nada sólido ni beber nada en casi tres días, con mucha fiebre, vomitando sin parar... Poco le ha faltado para que la ingresen en el hospital. El viernes por la noche, yo pensaba que a la mañana siguiente tendríamos que llevarla al hospital porque estaba deshidratándose, pero al final no ha sido necesario porque, poco a poco, pudo ir bebiendo agua. El sábado al mediodía, pudo comer un poco, algo de arroz blanco, pero lo devolvió enseguida. Estuvo sola todo el día porque yo me fui de excursión con mi hermana y con algunos amigos suyos, pero porque Agnes me insistió muchísimo en que me fuese, me convenció de que no pasaba nada porque la dejase sola, aunque yo me fui con el alma pendiéndome de un hilo, teniendo también la sensación de que Agnes quería deshacerse de mí, de que no quería estar conmigo; pero hoy me ha dicho que no soportaba la idea de que yo dejase de hacer mis planes porque ella estuviese enferma, que eran mis últimos días de vacaciones y que no habría soportado que yo me quedase encerrada en casa. La creo. De esas palabras no dudo en absoluto. No puedo negar que he estado muy preocupada por ella. Sobre todo me preocupé el viernes por la noche, cuando llegué a la una de la madrugada, que había ido a cenar con mi hermana (también porque Agnes me insistió en que me fuese, incluso me suplicó que la dejase sola). Me asusté muchísimo cuando la descubrí casi dormida y con tanta fiebre. Fue mi hermana quien se atrevió a ponerle la mano en la frente y quien dijo que estaba ardiendo, que tenía muchísima fiebre y que, si no le bajaba, tendríamos que llevarla al hospital. Agnes no nos había dicho nada hasta ese momento. Cuando oyó la palabra hospital, intentó abrir los ojos, se encogió en sí misma y empezó a decirnos que por favor no la llevásemos a ninguna parte, que sólo la llevásemos a Galicia, que se estaba muriendo y que no quería morir lejos de su tierra, que por favor la llevásemos de vuelta a Galicia, que quería estar con su madre, que echaba mucho de menos Ourense y millones de cosas más que se perdían en el malestar que la atacaba. Tenía los ojos brillantes por la fiebre y casi no podía hablar porque tenía la garganta irritada. Además, no me permitía que la abrazase porque me decía que tenía asco de sí misma, que no le gustaba nada como estaba, que le daba asco su propio cuerpo y yo la convencí al final de que nada de eso era verdad, de que no estaba tan mal como ella pensaba. Y era cierto; pero estaba tan deshecha de tristeza... La fiebre hacía que sus emociones se volviesen más intensas, que estuviese mucho más triste de lo que ya lo estaba, porque sé que ha estado muy, muy triste desde que hemos vuelto, aunque se haya esforzado infinitamente por ocultármelo. Y eso es lo que quería comentar en cuanto a su parte anímica. Sobre su parte física, sólo diré que ha perdido más de cinco kilos en estos días y que va a costar mucho que se recupere. Se ha quedado delgadísima, mucho más de lo que ya lo es, y eso me preocupa. Cuando su madre la vea así este sábado, que será cuando vuelva a Galicia, le va a dar algo y va a querer hincharla a empanadas y a pote gallego, y porque Agnes es vegetariana, que, si no, la hincharía también a zorza, a chorizo y a toda la carne que hacen por allí...

Quería decir que no soy tonta, que me doy cuenta de todo, aunque Agnes piense que consigue engañarme sonriéndome de vez en cuando y hablándome de cualquier cosa. Piensa que soy fácil de convencer, que me puede ocultar con tanta facilidad lo que siente. Se olvida de que yo sé interpretar a la perfección el lenguaje en el que se expresan sus ojos. Sé oír plenamente la voz de sus miradas y, a través de sus oscuros ojos, puedo ver el color de las emociones que le llenan el alma... así que, en todo momento, he podido saber lo que siente, qué piensa, qué desea, cuántas ganas de llorar está reprimiéndose; pero no me atrevo a decírselo, a recalcarle que sé que está muerta de tristeza, que sé que llora desconsoladamente cuando yo no la veo, que sé que está deshaciéndose de morriña... y dudo de que haya tenido un virus del estómago. Quizás su cuerpo tolera incluso menos que su mente que la alejen de Galicia. Creo que es la primera vez que la veo tan y tan enferma de algo físico. No hablo de todo lo que ha sufrido psicológicamente porque eso no cuenta... Me refiero sólo a las enfermedades físicas. Nunca la he visto así, tan maliña, como decía ella.

Hoy la acompañé al trabajo para que entregase la carta de renuncia que la desvinculará para siempre de ese sitio y después fuimos a la Seguridad Social para ver si podían devolverle la paga que le daban todos los meses. No habrá problema con eso, pero todo va un poco lento. No me apetece en absoluto hablar de los trámites burocráticos.

La acompañé a su trabajo porque yo sabía perfectamente que no sería capaz de enfrentarse a esos momentos sola, que no sería capaz de ser fuerte, que iba a costarle muchísimo hacer ese trayecto tan largo después de tanto tiempo lejos de todos estos estímulos y sobre todo después de haber estado tan mala; aunque las razones que me llevaron a acompañarla están más bien relacionadas con su alma y su mente que con su cuerpo. Fue ayer por la tarde cuando decidí que la acompañaría al ver que, estando en la calle, se deshacía, cuando me di cuenta de que le costaba mucho caminar, cuando vi que se cansaba enseguida, que se quedaba sin aliento con nada (es normal, ha perdido muchísima energía por culpa de lo que le ha pasado) y sobre todo cuando me di cuenta de que cualquier estímulo la asustaba muchísimo. Pasaba un coche y se estremecía profundamente, la miraba alguien a la cara y se ruborizaba y se agarraba con fuerza a mí, como si quisiese desaparecer para todo el mundo. Estuvimos un ratito sentadas en un bar tomando una infusión y me hablaba de modo que sólo la oyese yo, acercándose mucho a mí, no me soltó la mano en ningún momento, ni siquiera se atrevía a mirar a su alrededor y a la vez se fijaba en lo que pasaba cerca de nosotras. Me parecía que continuamente había cosas que la asustaban y le hacían sentir insegura. En cuanto veía que alguien se acercaba a nosotras, ella agachaba la cabeza y se escondía en sí misma, no era capaz de mirar ni de hablarle a nadie, ni siquiera a la camarera que nos atendió. Tuve que hablar yo por ella, cuando hace siglísimos que eso no pasa. Se me destrozó el alma cuando me di cuenta de que, otra vez, volvía a ser la Agnes tímida hasta lo inverosímil, la Agnes insegura, frágil y asustadiza de la que apenas me acordaba ya. De esa Agnes alegre, risueña, bromista, tan llena de energía, de ganas de hablar, de reír y de hacer cosas ya no quedaba nada, nada, absolutamente nada. Es como si esa Agnes se hubiese quedado en Galicia. Dejó de estar a mi lado en cuanto el tren salió de la provincia de Ourense. No obstante, desde que nos montamos en el tren, ya noté que Agnes se apagaba, que lentamente dejaban de brillarle los ojos, que poco a poco iba alejándose de mí esa Agnes que tanto me gusta, que tanto me ha enamorado... Entonces yo pensé que tenía que esforzarme muchísimo para que estuviese bien, para que no se sintiese lejos de sí misma... pero no sé qué hacer, no sé cómo lograr que ella esté consigo misma, que sonría de verdad, con luz en los ojos. Las sonrisas que me dedica me parecen efímeras, muy bonitas sí, pero efímeras. Desaparecen en cuanto parpadeo y sé que son sonrisas que no le salen del alma, sino de la mente, de la razón; la que seguramente no deja de decirle que tiene que sonreír aunque esté muriéndose por dentro.

Y sobre todo supe que no merecía la pena que me esforzase por nada cuando me di cuenta de cómo le cambiaba la cara al advertir que Lúa le había escrito por whatsapp. Ella seguro que ni se dio cuenta de que de repente los ojos le brillaban mucho. Creo que ni siquiera podría reconocer que el alma le dio un bote de alegría y se le llenó de alivio en cuanto leyó que Lúa le decía que la echaba de menos, que no podía estar sin ella. Yo intentaba no leer la conversación, pero continuamente se me iban los ojos a la pantalla del móvil. Agnes intentaba inclinarla de modo que yo no la viese, pero yo tengo una vista de lince. Intenté no captar el hilo de la conversación, pero eso es algo inevitable. Lo que pude extraer enseguida de lo que se decían era que las dos se echaban demasiado de menos, de una forma irreal si sólo eran amigas. Supe que Agnes sentía por Lúa algo mucho más fuerte de lo que me había contado, supe que incluso se arrepentía de irse de Galicia no sólo porque no quería marcharse de su tierra, sino por Lúa. Y supe, sin que nadie tuviese que decirme nada, que Agnes acabaría dejándome por Lúa. En ese momento, ya ni siquiera me sentía celosa. Ya no he vuelto a tener celos. Ya no tengo celos. Lo que sentí (y siento) fue muchísimo dolor, muchísima tristeza y también muchísima impotencia; pero también había una parte de mi alma que estaba llena de comprensión. Lo entendía. Sabía que era algo inevitable. Incluso ahora pienso que quiero que nuestro fin llegue cuanto antes. Me duele mucho estar con Agnes sabiendo que los momentos que podemos vivir son finitos, que queda cada vez menos para que se vaya para siempre. No sé si seré capaz de seguir hablando con ella cuando me deje, pero yo no quiero perderla, no quiero, porque la quiero con toda mi alma. Yo quiero que sea feliz y aquí no es feliz, quizás conmigo sólo pueda ser feliz si estamos en Galicia... y puede que yo no sea el amor de su vida. Sigo sin entender por qué he visto tantas veces que morirá a mi lado, tomada de mi mano... pero sólo la vida sabe por qué caminos nos hará transitar.

Lo que no puedo negar es que me siento tan triste que casi no puedo ser consciente de cuánta tristeza tengo en el alma. Mañana vuelvo al instituto, ya, y agradezco comenzar mi rutina, recuperar mi rutina; aunque también tengo que ser sincera en cuanto a una cosa y es que yo también, sin poder evitarlo, echo muchísimo de menos Galicia. Añoro esos días que vivimos allí, echo de menos la aldea de Agnes, extraño a su madre y a las demás vecinas, me gustaría estar allí, en esos bosques, junto a esos árboles, quiero recorrer esas calles tan antiguas, quiero sentir el calor seco de ese lugar, quiero bañarme en el Miño otra vez, quiero hablar con Lúa como si nada hubiese ocurrido... y, sobre todo, por encima de todas las cosas, quiero recuperar a Agnes, a mi Agnes, a la Agnes que sólo existe si estamos en Galicia. Y lo que más me duele es saber que jamás recuperaré nada de eso. Lo que viví en Galicia es algo que formó parte de mi vida durante un tiempo efímero. Agnes me dio lo mejor de ella para que la recordase así y Galicia... Galicia me ha recibido siempre con los brazos abiertos, pero era yo quien no sabía verlo. Y, aunque me muera de morriña yo también, sé que, sin Agnes, no tiene sentido que vuelva a esa tierra. Además, si ya no estamos juntas, no podré estar allí. Será el lugar más añorado de la Tierra para mí y sin embargo será también el lugar al que no podré regresar mientras no supere lo de Agnes, porque sé que, durante unos meses, no voy a estar bien, aunque lo intente. Me aferraré a mi rutina, intentaré vivir cada momento... pero me sentiré muy vacía, lo sé, lo sé, y esta vez Agnes no me llenará ese vacío porque sé que voy a perderla para siempre... Ahora sí que la perderé para siempre. Y podría decir que habría preferido perderla cuando me dominaron tanto los celos, allí en su aldea; pero no es verdad. Jamás podré arrepentirme de nada de lo que vivimos allí porque fue lo más maravilloso que he vivido nunca, de verdad, y jamás podré olvidar todo lo que me dio esa tierra tan bonita.

Quizás, cuando Agnes se marche el sábado (si es que no se va antes, que dudo mucho que aguante aquí tanto tiempo si ya no tiene nada que hacer aquí), yo también me vaya inmediatamente de esta casa y viva con mi hermana hasta que encuentre un lugar donde quedarme, donde empezar a vivir. No quiero dejar de trabajar en el instituto donde tengo mi plaza. Ahora siento que no tiene sentido que deje de hacerlo, ahora ya no; pero no quiero seguir viviendo en este piso. No puedo estar aquí sin Agnes. Aunque Agnes no se sienta atada a este lugar, todos los rincones de este hogar tienen su olor, están impregnados de su esencia, de su presencia, de toda ella, y seré incapaz de resurgir de las cenizas que quedarán de mi devastación si me quedo aquí y lo que yo quiero es seguir viviendo pese a llevar en el alma una tristeza tan grande. Yo no quiero rendirme, aunque esté muriéndome de tristeza y de desánimo. Yo quiero seguir avanzando por mi vida, descubriendo hacia dónde me llevará el destino; pero soy plenamente consciente de que me sentiré muy perdida, muy asustada y vacía sin mi Agnes... Todavía no puedo creerme del todo que ella vaya a dejarme. No me ha confirmado con rotundidad que lo hará cuando le he dicho que sé que va a dejarme, pero tampoco me lo ha negado. Digamos que me da continuamente una respuesta gallega de las suyas, como siempre; pero sus ojos sí se atreven a decirme que tengo razón, que estoy en lo cierto. Lo único que se me repite en la mente y en toda el alma es que voy a perder a Agnes, lo único que quiero es vivir con ella estos últimos días de la mejor forma posible, pero siento que no puedo darle nada, que estoy perdiéndola haga lo que haga y que se irá, se irá sin mí... y ya está, ya está, todo se acabó...

2 comentarios:

  1. Es una entrada muy triste. Artemisa ya sabe que Agnes la dejará, que siente algo más profundo por Lúa. Lo que no me gusta de esto es que Agnes no corte esta situación, que no se marche ya, o que al menos, guarde un poco de respeto por Artemisa, que está a su lado. Y por otro lado, quizás debería ser Artemisa la que tomase la decisión, yo creo que se está humillando demasiado, dejando pasar todas estas cosas. Si amase a Artemisa todavía, lo entendería, pero sabiendo que la va a dejar, no debería tolerar esas cosas, mensajes de amor entre ellas, mientras están juntas...No me gusta nada esta situación, para ninguna de las dos.

    Ahora veo las cosas muy mal, sin solución aparente. Otra cosa que me sorprende es que Artemisa la comprenda. Es un ángel, capaz de ponerse en la piel de los demás y apartar su propio dolor. Ains, me da mucha pena que la relación termine, pero parece que eso es lo que ocurrirá. Aunque contigo nunca se sabe, sabes jugar muy bien con los lectores y eso, me fascina. A veces pienso una cosa, pero cambia radicalmente al leer otra entrada jajaja, es genial.

    Aquí constatamos todavía más lo mal que está Agnes, casi perdiendo la cabeza, incapaz de hablar, asustándose por todo...Su enfermedad aparece al estar lejos de su tierra. No deberían alargar más esto y tendría que regresar cuanto antes. Si hasta casi termina en el hospital la pobre.

    Bueno, a ver a dónde nos lleva la historia, pero te puedo asegurar que lo vivo mucho, y lo sufro. Lo paso fatal cuando pasan estas cosas, por ambas. En cuanto pueda, sigo leyendo. Como siempre, una maravilla leer tus historias.

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  2. También para Artemisa resulta evidente que la relación con Agnes es inviable, al haber forzado la situación se han metido en un callejón sin salida, y ahora las consecuencias son evidentes.


    La Agnes que nos retrata Artemisa es una Agnes doliente, no solo triste, sino padeciendo física y anímicamente, si es que ambas cosas se pueden disociar. Decían los antiguos que un ser que sufre es un ser divino, y hay algo de verdad en eso, el padecimiento fuerte nos coloca cerca de lo sublime. Esta Agnes me recuerda mucho a la que estaba encerrada en el hospital, sin esperanza, sin mañana, odiándose, sintiéndose enferma y también indigna de cuidados, eso me impresiona mucho, cuando rechaza los cuidados de Artemisa, a la que sin duda quiere pero que al tiempo tampoco puede aceptar tal y como es. Artemisa no puede hacer otra cosa que devolverla cuanto antes a su Galicia, ahora mismo es como un pececito fuera del agua, boqueando y pidiendo con ojos húmedos que lo devolvamos a su medio natural, porque de otro modo morirá. Pero yo no creo que sea la marcha de Galicia lo que está enfermando a Agnes, aunque ella así lo sienta (y no digo que esto no sea importante), pero me parece que es más bien su desorden, si deshonestidad a la hora de no querer elegir sino tenerlo todo, a comportarse de modo inconsecuente, lo que la ha colocado en esta situación. El problema de Agnes es un problema de falta de honestidad consigo misma. Va a regresar a Galicia, va a estar con Lúa; tal vez entonces eche de menos a Artemisa, y si así fuera me va a enfadar, porque sería prueba de que quiere seguir jugando con todas las barajas, y no, eso no puede ser.


    Tal vez por primera vez en su vida, la solución a sus problemas la tiene ella, y nadie más; no depende de Artemisa, ni de Gilbert, ni de su madre... ojalá tenga el ánimo de comprenderlo y de obrar sabiamente, porque la felicidad de mucha gente, además de la suya propia, depende de eso.

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