Lunes, 3 de
septiembre de 2018
No puedo
creerme que no haya escrito después de lo que pasó entre Agnes y yo. Ahora ya
parece que esos momentos formen parte de otra vida, pero describiré brevemente
lo que pasó desde ese lunes. Al final, Agnes escogió (supuestamente) estar
conmigo, y después se aclarará por qué dije supuestamente entre paréntesis.
Vivimos momentos muy raros desde el lunes hasta el martes por la tarde, que fue
cuando nos atrevimos a hablar con calma. Agnes me reconoció que se había
equivocado, que sí sentía algo muy fuerte por Lúa, pero que quería estar
conmigo, que no quería perderme, que me amaba como siempre, que no había dejado
de quererme, que sentía haberme hecho tanto daño... Yo la perdoné, sí, la
perdoné, porque en el fondo la entendía. Y ya dije por qué la entendía. Yo
también me equivoqué muchísimo con ella este verano. Nos perdonamos y parecía
que todo podía volver a ser como antes, pero, por muy bonitos que intentásemos
que fuesen los momentos que vivíamos, yo sentía que ya no era lo mismo. Se
había quebrado algo entre nosotras, y no sólo por mi parte, sino por la de
Agnes. Desde lo que pasó con Lúa, desde que siguió conmigo pese a lo que había
ocurrido, yo sentía que había algo que fallaba en Agnes, que a Agnes le faltaba
algo en la mirada, en la voz, en su forma de tratarme. Incluso me atrevo a
afirmar que, cuando ella le decía a su madre, por ejemplo, que quería seguir
conmigo, no decía la verdad, su voz no sonaba llena de convencimiento sincero.
Yo creo que quería autoconvencerse de que quería estar conmigo, de que aún
podíamos seguir como siempre; pero, si no es así y no puede ser así, ya no es
por mí, pues yo ya casi no recuerdo lo que ha pasado entre Lúa y ella, sino por
Agnes. Son sus sentimientos los que ya no son los mismos, los que han cambiado,
y contra eso yo no puedo hacer nada. Ya ni celos sentía cuando me daba cuenta
de eso, sólo tristeza, y esa tristeza me ha acompañado desde entonces y sobre
todo porque también me daba una pena inmensa tener que irme de Galicia, la
verdad. También tengo que reconocer que le dije el jueves, mientras volvíamos a
Barcelona (o mientras íbamos a Madrid, ya que teníamos que bajarnos allí
primero para hacer trasbordo), que a mí lo que me importaban eran los
sentimientos, no los hechos, que lo que me importaba era que ella quería seguir
conmigo... pero incluso en esos momentos notaba que esas palabras no llegaban
al fondo del alma de Agnes. Me miraba con cariño y me abrazaba, pero yo veía
algo en ella que no podía reconocer.
Y ahora
siento que estamos viviendo unos días muy raros... Lo último que me imaginaba
era que viviríamos unos días tan extraños e incluso tristes, muy tristes.
Ninguna de las dos lo dice, pero tanto Agnes como yo estamos profundamente tristes.
Creo que las dos notamos que la tristeza está flotando en el aire, invadiendo
todos los rincones del lugar en el que nos encontremos, poseyéndonos sin que
podamos evitarlo. La tristeza se respira y se saborea en cada comida, pero se
trata de una tristeza no sólo nacida del presente y de la situación que estamos
viviendo (la que me cuesta mucho explicar con palabras), sino también del
futuro, de los días que van a venir, de los meses que nos esperan, sobre todo a
mí. Para nadie es un misterio que yo también tengo un poder de intuición muy
fuerte y creo que esta vez no se equivoca para nada. Muchas veces sí me he
equivocado, tal vez porque, según cómo iban las cosas en ese momento exacto, lo
que yo intuía podía ser, iba a darse, pero después cualquier cosa cambiaba y
todo era diferente a lo que yo me esperaba; pero ahora sí que estoy en lo
cierto. Además, se trata de una intuición muy fuerte que no nace sólo de mi
sexto sentido, sino de lo que veo en los ojos de Agnes y de lo poco que ella me
dice. No me dice mucho sobre lo que piensa y siente, pero no hace falta que lo
haga. Yo sé perfectamente lo que va a pasar.
Intentaré
contarlo todo de forma ordenada, sin desviarme mucho del tema, para poder
otorgarle a esta entrada algo de orden, todo ese orden que falta en los
sentimientos de Agnes y en nuestra propia vida; la que siento que está
desfigurándose.
El jueves
volvimos a Barcelona. Desde entonces, Agnes ha estado muy mala con un virus del
estómago, eso en cuanto a su parte física. Ha estado malísima, sin poder comer
nada sólido ni beber nada en casi tres días, con mucha fiebre, vomitando sin
parar... Poco le ha faltado para que la ingresen en el hospital. El viernes por
la noche, yo pensaba que a la mañana siguiente tendríamos que llevarla al
hospital porque estaba deshidratándose, pero al final no ha sido necesario
porque, poco a poco, pudo ir bebiendo agua. El sábado al mediodía, pudo comer
un poco, algo de arroz blanco, pero lo devolvió enseguida. Estuvo sola todo el
día porque yo me fui de excursión con mi hermana y con algunos amigos suyos,
pero porque Agnes me insistió muchísimo en que me fuese, me convenció de que no
pasaba nada porque la dejase sola, aunque yo me fui con el alma pendiéndome de
un hilo, teniendo también la sensación de que Agnes quería deshacerse de mí, de
que no quería estar conmigo; pero hoy me ha dicho que no soportaba la idea de
que yo dejase de hacer mis planes porque ella estuviese enferma, que eran mis
últimos días de vacaciones y que no habría soportado que yo me quedase
encerrada en casa. La creo. De esas palabras no dudo en absoluto. No puedo
negar que he estado muy preocupada por ella. Sobre todo me preocupé el viernes
por la noche, cuando llegué a la una de la madrugada, que había ido a cenar con
mi hermana (también porque Agnes me insistió en que me fuese, incluso me
suplicó que la dejase sola). Me asusté muchísimo cuando la descubrí casi
dormida y con tanta fiebre. Fue mi hermana quien se atrevió a ponerle la mano
en la frente y quien dijo que estaba ardiendo, que tenía muchísima fiebre y
que, si no le bajaba, tendríamos que llevarla al hospital. Agnes no nos había
dicho nada hasta ese momento. Cuando oyó la palabra hospital, intentó abrir los
ojos, se encogió en sí misma y empezó a decirnos que por favor no la llevásemos
a ninguna parte, que sólo la llevásemos a Galicia, que se estaba muriendo y que
no quería morir lejos de su tierra, que por favor la llevásemos de vuelta a
Galicia, que quería estar con su madre, que echaba mucho de menos Ourense y
millones de cosas más que se perdían en el malestar que la atacaba. Tenía los
ojos brillantes por la fiebre y casi no podía hablar porque tenía la garganta
irritada. Además, no me permitía que la abrazase porque me decía que tenía asco
de sí misma, que no le gustaba nada como estaba, que le daba asco su propio
cuerpo y yo la convencí al final de que nada de eso era verdad, de que no
estaba tan mal como ella pensaba. Y era cierto; pero estaba tan deshecha de
tristeza... La fiebre hacía que sus emociones se volviesen más intensas, que
estuviese mucho más triste de lo que ya lo estaba, porque sé que ha estado muy,
muy triste desde que hemos vuelto, aunque se haya esforzado infinitamente por
ocultármelo. Y eso es lo que quería comentar en cuanto a su parte anímica.
Sobre su parte física, sólo diré que ha perdido más de cinco kilos en estos
días y que va a costar mucho que se recupere. Se ha quedado delgadísima, mucho
más de lo que ya lo es, y eso me preocupa. Cuando su madre la vea así este
sábado, que será cuando vuelva a Galicia, le va a dar algo y va a querer
hincharla a empanadas y a pote gallego, y porque Agnes es vegetariana, que, si
no, la hincharía también a zorza, a chorizo y a toda la carne que hacen por
allí...
Quería
decir que no soy tonta, que me doy cuenta de todo, aunque Agnes piense que
consigue engañarme sonriéndome de vez en cuando y hablándome de cualquier cosa.
Piensa que soy fácil de convencer, que me puede ocultar con tanta facilidad lo
que siente. Se olvida de que yo sé interpretar a la perfección el lenguaje en
el que se expresan sus ojos. Sé oír plenamente la voz de sus miradas y, a
través de sus oscuros ojos, puedo ver el color de las emociones que le llenan
el alma... así que, en todo momento, he podido saber lo que siente, qué piensa,
qué desea, cuántas ganas de llorar está reprimiéndose; pero no me atrevo a
decírselo, a recalcarle que sé que está muerta de tristeza, que sé que llora
desconsoladamente cuando yo no la veo, que sé que está deshaciéndose de
morriña... y dudo de que haya tenido un virus del estómago. Quizás su cuerpo
tolera incluso menos que su mente que la alejen de Galicia. Creo que es la
primera vez que la veo tan y tan enferma de algo físico. No hablo de todo lo
que ha sufrido psicológicamente porque eso no cuenta... Me refiero sólo a las
enfermedades físicas. Nunca la he visto así, tan maliña, como decía ella.
Hoy la
acompañé al trabajo para que entregase la carta de renuncia que la desvinculará
para siempre de ese sitio y después fuimos a la Seguridad Social para ver si
podían devolverle la paga que le daban todos los meses. No habrá problema con
eso, pero todo va un poco lento. No me apetece en absoluto hablar de los
trámites burocráticos.
La
acompañé a su trabajo porque yo sabía perfectamente que no sería capaz de enfrentarse
a esos momentos sola, que no sería capaz de ser fuerte, que iba a
costarle muchísimo hacer ese trayecto tan largo después de tanto tiempo lejos
de todos estos estímulos y sobre todo después de haber estado tan mala; aunque
las razones que me llevaron a acompañarla están más bien relacionadas con su
alma y su mente que con su cuerpo. Fue ayer por la tarde cuando decidí que la
acompañaría al ver que, estando en la calle, se deshacía, cuando me di cuenta
de que le costaba mucho caminar, cuando vi que se cansaba enseguida, que se quedaba
sin aliento con nada (es normal, ha perdido muchísima energía por culpa de lo
que le ha pasado) y sobre todo cuando me di cuenta de que cualquier estímulo la
asustaba muchísimo. Pasaba un coche y se estremecía profundamente, la miraba
alguien a la cara y se ruborizaba y se agarraba con fuerza a mí, como si quisiese
desaparecer para todo el mundo. Estuvimos un ratito sentadas en un bar tomando
una infusión y me hablaba de modo que sólo la oyese yo, acercándose mucho a mí,
no me soltó la mano en ningún momento, ni siquiera se atrevía a mirar a su
alrededor y a la vez se fijaba en lo que pasaba cerca de nosotras. Me parecía
que continuamente había cosas que la asustaban y le hacían sentir insegura. En
cuanto veía que alguien se acercaba a nosotras, ella agachaba la cabeza y se
escondía en sí misma, no era capaz de mirar ni de hablarle a nadie, ni siquiera
a la camarera que nos atendió. Tuve que hablar yo por ella, cuando hace
siglísimos que eso no pasa. Se me destrozó el alma cuando me di cuenta de que,
otra vez, volvía a ser la Agnes tímida hasta lo inverosímil, la Agnes insegura,
frágil y asustadiza de la que apenas me acordaba ya. De esa Agnes alegre,
risueña, bromista, tan llena de energía, de ganas de hablar, de reír y de hacer
cosas ya no quedaba nada, nada, absolutamente nada. Es como si esa Agnes se
hubiese quedado en Galicia. Dejó de estar a mi lado en cuanto el tren salió de
la provincia de Ourense. No obstante, desde que nos montamos en el tren, ya
noté que Agnes se apagaba, que lentamente dejaban de brillarle los ojos, que
poco a poco iba alejándose de mí esa Agnes que tanto me gusta, que tanto me ha
enamorado... Entonces yo pensé que tenía que esforzarme muchísimo para que
estuviese bien, para que no se sintiese lejos de sí misma... pero no sé qué
hacer, no sé cómo lograr que ella esté consigo misma, que sonría de verdad, con
luz en los ojos. Las sonrisas que me dedica me parecen efímeras, muy bonitas
sí, pero efímeras. Desaparecen en cuanto parpadeo y sé que son sonrisas que no
le salen del alma, sino de la mente, de la razón; la que seguramente no deja de
decirle que tiene que sonreír aunque esté muriéndose por dentro.
Y sobre
todo supe que no merecía la pena que me esforzase por nada cuando me di cuenta
de cómo le cambiaba la cara al advertir que Lúa le había escrito por whatsapp.
Ella seguro que ni se dio cuenta de que de repente los ojos le brillaban mucho.
Creo que ni siquiera podría reconocer que el alma le dio un bote de alegría y
se le llenó de alivio en cuanto leyó que Lúa le decía que la echaba de menos,
que no podía estar sin ella. Yo intentaba no leer la conversación, pero
continuamente se me iban los ojos a la pantalla del móvil. Agnes intentaba
inclinarla de modo que yo no la viese, pero yo tengo una vista de lince.
Intenté no captar el hilo de la conversación, pero eso es algo inevitable. Lo
que pude extraer enseguida de lo que se decían era que las dos se echaban
demasiado de menos, de una forma irreal si sólo eran amigas. Supe que Agnes
sentía por Lúa algo mucho más fuerte de lo que me había contado, supe que
incluso se arrepentía de irse de Galicia no sólo porque no quería marcharse de
su tierra, sino por Lúa. Y supe, sin que nadie tuviese que decirme nada, que
Agnes acabaría dejándome por Lúa. En ese momento, ya ni siquiera me sentía
celosa. Ya no he vuelto a tener celos. Ya no tengo celos. Lo que sentí (y
siento) fue muchísimo dolor, muchísima tristeza y también muchísima impotencia;
pero también había una parte de mi alma que estaba llena de comprensión. Lo
entendía. Sabía que era algo inevitable. Incluso ahora pienso que quiero que
nuestro fin llegue cuanto antes. Me duele mucho estar con Agnes sabiendo que los
momentos que podemos vivir son finitos, que queda cada vez menos para que se
vaya para siempre. No sé si seré capaz de seguir hablando con ella cuando me
deje, pero yo no quiero perderla, no quiero, porque la quiero con toda mi alma.
Yo quiero que sea feliz y aquí no es feliz, quizás conmigo sólo pueda ser feliz
si estamos en Galicia... y puede que yo no sea el amor de su vida. Sigo sin
entender por qué he visto tantas veces que morirá a mi lado, tomada de mi
mano... pero sólo la vida sabe por qué caminos nos hará transitar.
Lo que no
puedo negar es que me siento tan triste que casi no puedo ser consciente de
cuánta tristeza tengo en el alma. Mañana vuelvo al instituto, ya, y agradezco
comenzar mi rutina, recuperar mi rutina; aunque también tengo que ser sincera
en cuanto a una cosa y es que yo también, sin poder evitarlo, echo muchísimo de
menos Galicia. Añoro esos días que vivimos allí, echo de menos la aldea de
Agnes, extraño a su madre y a las demás vecinas, me gustaría estar allí, en
esos bosques, junto a esos árboles, quiero recorrer esas calles tan antiguas,
quiero sentir el calor seco de ese lugar, quiero bañarme en el Miño otra vez,
quiero hablar con Lúa como si nada hubiese ocurrido... y, sobre todo, por
encima de todas las cosas, quiero recuperar a Agnes, a mi Agnes, a la Agnes que
sólo existe si estamos en Galicia. Y lo que más me duele es saber que jamás
recuperaré nada de eso. Lo que viví en Galicia es algo que formó parte de mi
vida durante un tiempo efímero. Agnes me dio lo mejor de ella para que la
recordase así y Galicia... Galicia me ha recibido siempre con los brazos
abiertos, pero era yo quien no sabía verlo. Y, aunque me muera de morriña yo
también, sé que, sin Agnes, no tiene sentido que vuelva a esa tierra. Además,
si ya no estamos juntas, no podré estar allí. Será el lugar más añorado de la
Tierra para mí y sin embargo será también el lugar al que no podré regresar
mientras no supere lo de Agnes, porque sé que, durante unos meses, no voy a
estar bien, aunque lo intente. Me aferraré a mi rutina, intentaré vivir cada
momento... pero me sentiré muy vacía, lo sé, lo sé, y esta vez Agnes no me
llenará ese vacío porque sé que voy a perderla para siempre... Ahora sí que la
perderé para siempre. Y podría decir que habría preferido perderla cuando me
dominaron tanto los celos, allí en su aldea; pero no es verdad. Jamás podré
arrepentirme de nada de lo que vivimos allí porque fue lo más maravilloso que
he vivido nunca, de verdad, y jamás podré olvidar todo lo que me dio esa tierra
tan bonita.
Quizás,
cuando Agnes se marche el sábado (si es que no se va antes, que dudo mucho que
aguante aquí tanto tiempo si ya no tiene nada que hacer aquí), yo también me
vaya inmediatamente de esta casa y viva con mi hermana hasta que encuentre un
lugar donde quedarme, donde empezar a vivir. No quiero dejar de trabajar en el
instituto donde tengo mi plaza. Ahora siento que no tiene sentido que deje de
hacerlo, ahora ya no; pero no quiero seguir viviendo en este piso. No puedo
estar aquí sin Agnes. Aunque Agnes no se sienta atada a este lugar, todos los
rincones de este hogar tienen su olor, están impregnados de su esencia, de su
presencia, de toda ella, y seré incapaz de resurgir de las cenizas que quedarán
de mi devastación si me quedo aquí y lo que yo quiero es seguir viviendo pese a
llevar en el alma una tristeza tan grande. Yo no quiero rendirme, aunque esté
muriéndome de tristeza y de desánimo. Yo quiero seguir avanzando por mi vida,
descubriendo hacia dónde me llevará el destino; pero soy plenamente consciente
de que me sentiré muy perdida, muy asustada y vacía sin mi Agnes... Todavía no
puedo creerme del todo que ella vaya a dejarme. No me ha confirmado con
rotundidad que lo hará cuando le he dicho que sé que va a dejarme, pero tampoco
me lo ha negado. Digamos que me da continuamente una respuesta gallega de las
suyas, como siempre; pero sus ojos sí se atreven a decirme que tengo razón, que
estoy en lo cierto. Lo único que se me repite en la mente y en toda el alma es
que voy a perder a Agnes, lo único que quiero es vivir con ella estos últimos
días de la mejor forma posible, pero siento que no puedo darle nada, que estoy
perdiéndola haga lo que haga y que se irá, se irá sin mí... y ya está, ya está,
todo se acabó...
Es una entrada muy triste. Artemisa ya sabe que Agnes la dejará, que siente algo más profundo por Lúa. Lo que no me gusta de esto es que Agnes no corte esta situación, que no se marche ya, o que al menos, guarde un poco de respeto por Artemisa, que está a su lado. Y por otro lado, quizás debería ser Artemisa la que tomase la decisión, yo creo que se está humillando demasiado, dejando pasar todas estas cosas. Si amase a Artemisa todavía, lo entendería, pero sabiendo que la va a dejar, no debería tolerar esas cosas, mensajes de amor entre ellas, mientras están juntas...No me gusta nada esta situación, para ninguna de las dos.
ResponderEliminarAhora veo las cosas muy mal, sin solución aparente. Otra cosa que me sorprende es que Artemisa la comprenda. Es un ángel, capaz de ponerse en la piel de los demás y apartar su propio dolor. Ains, me da mucha pena que la relación termine, pero parece que eso es lo que ocurrirá. Aunque contigo nunca se sabe, sabes jugar muy bien con los lectores y eso, me fascina. A veces pienso una cosa, pero cambia radicalmente al leer otra entrada jajaja, es genial.
Aquí constatamos todavía más lo mal que está Agnes, casi perdiendo la cabeza, incapaz de hablar, asustándose por todo...Su enfermedad aparece al estar lejos de su tierra. No deberían alargar más esto y tendría que regresar cuanto antes. Si hasta casi termina en el hospital la pobre.
Bueno, a ver a dónde nos lleva la historia, pero te puedo asegurar que lo vivo mucho, y lo sufro. Lo paso fatal cuando pasan estas cosas, por ambas. En cuanto pueda, sigo leyendo. Como siempre, una maravilla leer tus historias.
También para Artemisa resulta evidente que la relación con Agnes es inviable, al haber forzado la situación se han metido en un callejón sin salida, y ahora las consecuencias son evidentes.
ResponderEliminarLa Agnes que nos retrata Artemisa es una Agnes doliente, no solo triste, sino padeciendo física y anímicamente, si es que ambas cosas se pueden disociar. Decían los antiguos que un ser que sufre es un ser divino, y hay algo de verdad en eso, el padecimiento fuerte nos coloca cerca de lo sublime. Esta Agnes me recuerda mucho a la que estaba encerrada en el hospital, sin esperanza, sin mañana, odiándose, sintiéndose enferma y también indigna de cuidados, eso me impresiona mucho, cuando rechaza los cuidados de Artemisa, a la que sin duda quiere pero que al tiempo tampoco puede aceptar tal y como es. Artemisa no puede hacer otra cosa que devolverla cuanto antes a su Galicia, ahora mismo es como un pececito fuera del agua, boqueando y pidiendo con ojos húmedos que lo devolvamos a su medio natural, porque de otro modo morirá. Pero yo no creo que sea la marcha de Galicia lo que está enfermando a Agnes, aunque ella así lo sienta (y no digo que esto no sea importante), pero me parece que es más bien su desorden, si deshonestidad a la hora de no querer elegir sino tenerlo todo, a comportarse de modo inconsecuente, lo que la ha colocado en esta situación. El problema de Agnes es un problema de falta de honestidad consigo misma. Va a regresar a Galicia, va a estar con Lúa; tal vez entonces eche de menos a Artemisa, y si así fuera me va a enfadar, porque sería prueba de que quiere seguir jugando con todas las barajas, y no, eso no puede ser.
Tal vez por primera vez en su vida, la solución a sus problemas la tiene ella, y nadie más; no depende de Artemisa, ni de Gilbert, ni de su madre... ojalá tenga el ánimo de comprenderlo y de obrar sabiamente, porque la felicidad de mucha gente, además de la suya propia, depende de eso.