Aunque
intentemos no pensar en el futuro para poder disfrutar plenamente de todos los
momentos que forman los días que estamos viviendo, no puedo negar que, sin
querer, estamos perfilando ya algunos planes. Nuestra intención es enfrentarnos
a lo que podemos hacer en septiembre cuando volvamos de las vacaciones que
tenemos preparadas, las que han empezado en realidad hace tres semanas para
Agnes y dos para mí. No puedo creerme que ya hayan pasado dos semanas desde que
llegué a Galicia. Debo reconocer que se me han pasado volando estos días, que
en estos días se ha concentrado toda esa paz y esa felicidad que llevo mucho
tiempo sin sentir. Desde que Agnes se vino a Galicia, yo había sido incapaz de
pensar en que todo podía ir bien. Ahora, sin embargo, veo las cosas de un modo
muy distinto; pero creo que ya he hablado muchísimo de eso.
Los días
que vivimos son muy calmados, están llenos de mucha sencillez y felicidad. No
necesitamos hacer grandes cosas para sentirnos bien, para sentir que
aprovechamos el tiempo. Tan sólo con estar por el bosque, con bañarnos en el
río o darnos un paseo por las aldeas que quedan más cerca de aquí nos sentimos
las personas más afortunadas del mundo. Además, ahora, el clima que hace es
maravilloso. Ya se puede dormir perfectamente por las noches y, por el día,
aunque haga un poco de calor, se puede ir por cualquier parte sin sentirnos que
nos ahogamos. Estoy descubriendo, además, que en realidad nunca conocí bien a
Agnes. Conocía una pequeña porción de lo que es ella en verdad. Había podido
asomarme a lo que es realmente las veces que habíamos estado en Galicia, pero
esa forma de ser suya tan bonita que tanto me gusta se desvanecía enseguida, en
cuanto nos alejábamos de su tierra, y desaparecía como si nunca hubiese
existido; pero ahora la tengo así plenamente, todo el día, todos los días, a
todas horas; la tengo sonriente, despreocupada, libre, risueña, sensible,
imaginativa, creativa... e incluso tengo que reconocer otra cosa: ha recuperado
por completo la fe. Hace tiempo, me dijo que le costaba seguir teniendo fe, que
no le apetecía en absoluto celebrar nada, pero ahora está tan distinta... Es
como si la tierra también le hubiese devuelto a ella todo lo que es. Eso me
convence mucho más de que no debemos irnos de aquí nunca. Yo no entiendo cómo
pude ser tan mala, tan egoísta, tan cruel con ella. Ella me ha perdonado todos
mis errores, parece como si nunca me hubiese equivocado, pero a mí me cuesta
mucho perdonarme todo lo que hice, me cuesta olvidarlo.
Además,
noto que tiene muchísima energía, no la veo cansada nunca por muchas cosas que
hagamos; pero, sin embargo, cuando nos vamos a dormir, se duerme enseguida
entre mis brazos y permanece dormida profundamente, respirando inaudiblemente,
hasta que amanece, que aquí el sol sale a las ocho menos algo de la mañana,
aunque ya a las siete hay algo de luz; una luz muy bonita que va despertando
poco a poco al bosque, a los árboles, al río. Me parece que todo es cristalino
cuando amanece tan lentamente aquí, que todo es de cristal, que el cielo es un
lago donde se reflejan los primeros suspiros del día que viene, y el silencio
lo inunda todo, pero van introduciéndose en ese silencio, con mucho cuidado,
los cantos de los pájaros, de los ruiseñores, de los mirlos, sobre todo de los
mirlos, que aquí hay muchísimos. Y siento muchas ganas de salir a correr, sobre
todo estos días, que ya no hace tanto calor, que el fresquito de la noche se
mantiene en la mañana hasta que llega el mediodía. Yo le pediría a Agnes que me
acompañase, pero me da mucha pena despertarla... pues la veo tan plácidamente
dormida que pienso que sería un sacrilegio interrumpir su sueño, su calmado
sueño. Entonces me visto en silencio y, tras lavarme los dientes, salgo de la
casa también sin hacer ruido. Me siento especial cuando el aliento húmedo de la
mañana me roza la piel. Siento que el bosque me da la bienvenida con el
silencio que lo cuida, con los cantos que tanto lo llenan, con el susurro del
río. Hacía muchísimo tiempo que no corría por una naturaleza tan bonita, tan llena
de olores exquisitos, tan llena de vida; una naturaleza que parece infinita,
que parece que forme el mundo entero. Creo que, desde que me fui de la isla
donde estuve viviendo tantos años, no volví a correr por un lugar que me diese
tanta vida. Es algo maravilloso. Y siento que tengo que darle las gracias a
Agnes, continuamente, por haberme traído aquí, por haberme hecho entrar en su
mundo. Qué pena que no supiese apreciarlo antes.
Mientras
corro pienso en muchísimas cosas. Esta mañana pensé en la cantidad de errores
que han cometido con Agnes a lo largo de su vida, cuánto se han equivocado con
ella, cuánto nos hemos equivocado con ella absolutamente todos los que la
conocemos, todos. Si Gilbert la viese ahora, siendo tan ella misma, si Gaya
pudiese hundirse en sus brillantes y felices ojos, si ambos pudiesen oír como
habla, cómo ríe... si pudiesen ver con cuánta facilidad sonríe... pero hay
cosas que ya no tienen remedio y que jamás podremos cambiar. Lo que ocurre es
que hay algo en el pasado de Agnes que me estremece de terror y de impotencia.
No sé explicar lo que es. Ella me ha contado que su madre nunca dejó de ser su
tutora legal hasta que Agnes cumplió los dieciocho años. También me contó que Gilbert
nunca llegó a ser su tutor legal, que sabe que nunca lo fue, y que, hasta que
yo la saqué del hospital por segunda vez en su vida, no pudo disfrutar de esa
pensión que supuestamente le entregaban todos los meses. Hay muchas incógnitas
que me encantaría resolver, pero ni siquiera Agnes quiere investigar sobre todo
eso. Dice que no le servirá para nada descubrir que jugaron con ella, que la
engañaron y que dispusieron de su vida como les apeteció a todos. Dice que lo
que más le importa es que, gracias a ella, ahora está aquí e incluso me ha
confesado que se siente orgullosa de sí misma por haber vuelto sin prestarles
atención a sus miedos, por haberle escrito a su madre ignorando la impotencia y
la tristeza que la separaban de ella. Me ha dicho que haberle escrito a su
madre y haber vuelto es lo mejor que ha hecho en su vida, pero ella no sabe
que, para mí, lo más valioso que ha hecho en su vida es saber perdonar, no sólo
a su madre, sino sobre todo a mí. Yo no me merecía que ella me perdonase. Agnes
nos ha demostrado a todos que tiene un alma totalmente blanca, llena de amor,
de luz, de amor de verdad, y de muchísima luz.
Pues
quería contar que, poco a poco, parece que la vida va dándonos pistas de lo que
tenemos que hacer. Anxos habló con nosotras el lunes por la noche y nos contó
que llevaba muchos años cuidando de la casa que había sido de su madre, de la
avoíña de Agnes. Nos contó que ella había cuidado siempre de la casa porque
tenía la esperanza de que Agnes regresaría, porque quería dársela a ella.
Entonces nos preguntó si queríamos vivir en esa casa. No es muy grande, es más
bien pequeña, tiene dos habitaciones, una cocina que también es el comedor, y
el baño, todo de piedra, muy antiguo, muy bonito. Es cierto que tendríamos que
hacerle muchas reformas, pero a mí me parece una casa preciosa. Fuimos a verla
ayer por la tarde bien, porque Agnes hasta ayer no se atrevió a entrar en esa
casa. Que su madre y yo la acompañásemos le dio valentía y al final entramos
las tres. A mí me impresionó mucho saber que estaba en la casa de la abuela de
Agnes; de una de las mujeres que Agnes más quiso y quiere en su vida, porque
todavía se acuerda de ella y la quiere como si no hubiese pasado el tiempo.
Agnes me
propuso que podíamos vivir allí hasta que encontrásemos otro lugar, hasta que
yo quisiese regresar al trabajo o hasta que nos diese la gana, que podíamos
instalar una placa solar y también ponerle agua corriente, que no tiene. A mí
me parece una idea preciosa. Todos nos animan a que vivamos allí, así que, de
momento, no creo que vivamos en otro sitio. No obstante, no nos mudaremos hasta
septiembre, hasta que hayamos podido reformarla, que necesita algo de
rehabilitación, y además yo tengo que volver a Cataluña para solucionarlo todo
con respecto a la excedencia que voy a pedirme en el trabajo. Agnes,
directamente, lo que va a hacer es presentar una carta de renuncia en su
empresa. Le da igual perder los dos años que estuvo trabajando. Tiene mucha
esperanza y dice que enseguida encontrará trabajo en Ourense, que no le importa
trabajar de camarera mientras se prepara algunas oposiciones e incluso ahora,
que aprobó el examen de gallego, tiene muchas más facilidades para conseguirse
una plaza donde sea, pero tienen que salir algunas que le interesen.
Por mi parte,
he decidido que me sacaré el carné de conducir. Odio conducir, pero es que creo
que será lo más idóneo. Quisiera conseguir un coche eléctrico, pero son muy
caros. No sé... Ya veremos lo que pasa, pero de momento yo no tengo ninguna
prisa por nada, no quiero que se pase el mes de agosto y, si pudiese, detendría
el tiempo ahora mismo para que no transcurriesen los días.
Artemisa conecta con Galicia, eso está claro. Incluso la compara a la isla, el lugar en el que más en paz estuvo.Siendo todo tan bonito, está claro que se quiere quedar para siempre. Me conmueve mucho que la madre haya decidido regalarles la casa de la abuela. Eso no me lo esperaba para nada. Esa no es una casa cualquiera, se trata de la casa de la abuela de Agnes, la mujer a la que más ha querido nunca. Estará repleta de recuerdos muy bonitos, pero también dolorosos al saber que su abuela ya no está. Seguro que le habría hecho muy feliz que se quedasen a vivir ahí. Agnes al final consigue entrar en al casa, es lógico que le costase al recordar a su abuela. La casa es vieja, pero muy bonita. Ahora tienen incluso un hogar en el que vivir, ¡no se puede pedir más! Unas reformas y ya podrán mudarse. Espero que todos esos trámites que tiene que hacer Artemisa los haga rápido y puedan vivir definitivamente en el lugar dónde de verdad serán felices, Galicia. ¡Voy a leer más!
ResponderEliminarLa vida va dándonos pistas de lo que tenemos que hacer. Parece una de esas frases de los libros de autoayuda, o de esas obras, un poco empalagosas, de Paulo Coelho, pero la verdad es que me encanta, porque eso es justamente lo que está ocurriendo con el devenir de Artemisa y Agnes, Agnes y Artemisa, que tanto monta. Irse a vivir a la casa de la abuelita de Agnes me parece un sueño hecho realidad, aunque también comprendo perfectamente cómo para ella eso tiene que ser también un poco intimidante, con el recuerdo de su abuela, que siempre lo ha tenido bien presente, ahora más vívido que nunca a su alrededor. Me imagino perfectamente la casa, qué cosas, o mejor sería decir que me la quiero imaginar, ¡tiene un baño de piedra! Y van a poner un panel solar, me encanta, de verdad que un poquito de envidia sí que me dan. Las cosas se van recolocando solas, fin de los viejos trabajos, llegada de nuevas costumbres ¡hasta Artemisa dice que quiere aprender a conducir!
ResponderEliminarSin prisa, pero sin pausa, todo parece irse encaminando hacia un nuevo futuro, siguiendo la frase con la que abría yo este comentario... todo parece ir bien, ¿qué podrá pasar entonces que perturbe estos planes? Ah, seguro que nos tienes algo reservado a la vuelta de la página... voy a darla.