viernes, 14 de septiembre de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: MIÉRCOLES, 5 DE SEPTIEMBRE DE 2018


Miércoles, 5 de septiembre de 2018

Agnes se fue hoy a Galicia. De hecho, ahora, que son más de las seis de la tarde, ha pasado por León, mi ciudad, y ya le quedarán más o menos tres horas para llegar a Ourense. Yo no sé cómo ha tenido valor para subirse a un tren que la llevará a Ourense en casi doce horas, pero ella prefiere pasarse todo el día entero en un tren antes que coger sola un avión.

Desde que decidió que volvería antes a Galicia, siento que me falta el alma y la vida. En principio, iba a marcharse el sábado; pero ayer pasó algo muy grave y preocupante que precipitó las cosas. No sé cómo contar todo lo que ocurrió ni cómo puedo describir lo que siento y pienso. Siento tantas cosas mezcladas que me cuesta entender mis pensamientos. Hoy trabajé como si yo no fuese dueña de lo que hacía, como si la Artemisa que trabajaba y la que soy en verdad no estuviésemos en el mismo cuerpo. Me siento desorientada y a la vez tengo las cosas clarísimas, pero intentaré ir por orden.

Ayer, cuando regresé del trabajo, hacia las tres de la tarde, me recibió mi hermana, así, sin más, de repente, en mi casa. Enseguida que entré en el piso, Casandra vino a recibirme con los ojos llenos de preocupación. Al instante supe que estaba pasando algo raro y me quedé paralizada, sin saber qué hacer ni qué decir, pues no es habitual que mi hermana venga a mi casa sin avisar. No obstante, en el fondo, no me extrañaba que ella se encontrase allí, pues había estado en contacto con ella durante toda la mañana. Le había pedido que llamase a Agnes a casa, al fijo, porque no había manera de contactar con ella. Tenía el móvil fuera de servicio, por lo que era imposible llamarla y tampoco recibía los whatsapps que le enviaba. Yo no podía llamarla por teléfono porque estaba en el trabajo; pero en ningún momento me había imaginado que ella acudiese a mi casa.

Sin embargo, lo que más me asombró fue el estado en el que encontré a Agnes. Jamás pude imaginarme que me la encontraría así. No sé describir el estado en que se encontraba. Directamente, Agnes no estaba. Estaba ida, no nos contestaba cuando le hablábamos, aunque tanto mi hermana como yo sabíamos que podía oír todo lo que le decíamos; pero era como si no pudiese hablar, como si no nos reconociese, y de hecho no nos reconocía. Estaba sentada en el sofá, sin moverse, ya vestida y todo, pero por la noche me dijo que no se acordaba de en qué momento se había cambiado el pijama por la ropa sencilla que llevaba. Mi hermana me contó rápidamente que, cuando había llamado al fijo de nuestra casa, Agnes no le contestaba cuando le hablaba, que enseguida se dio cuenta de que no estaba bien y que incluso pensó que estaba sufriendo algo más bien físico. Por eso, salió enseguida de Manresa y vino a nuestra casa, en menos de una hora, y eso que Manresa queda lejos de nuestra casa.

No sabíamos qué hacer para conseguir que Agnes reaccionase. Yo le hablaba, le decía cosas, intentaba que recordase, la acariciaba, le apretaba las manos, le susurraba cositas en el oído, incluso intenté hablarle en gallego, le puse música... pero era inútil. Ella no estaba. Físicamente estaba a nuestro lado, pero anímicamente estaba muy lejos. Yo estaba muy asustada, pero intenté no perder los nervios en ningún momento. Pensaba que nunca la había visto así, pero no es verdad. Enseguida me acordé de aquella mañana en la que la fui a visitar a la casa de Gilbert, hace ya tantos años... y la encontré ida, sin mirarme, y me acordé de pronto de cómo reaccionó ella en cuanto me vio delante de ella, hablándole, tomándola de la mano. Sólo yo pude extraerla de su quietud, de las garras de su enfermedad, al menos por unos momentos.

Al recordar esa mañana, al acordarme de cómo Agnes me había hablado, al recordar cómo después perdió esa calma tan llena de lágrimas que nos permitía comunicarnos, supe que sólo podía conseguir que reaccionase alguien que ella extrañase con toda su alma. Al mismo tiempo que acertaba con lo que tenía que hacer, intenté dominar el miedo que se me había despertado al ser plenamente consciente de que, de pronto, sin que nadie hubiese podido evitarlo, su enfermedad había resurgido de forma brutal y también supe que, si no actuábamos rápido, Agnes podía desaparecer para siempre. Así pues, rápidamente, cogí el teléfono y llamé a Anxos. Cuando me contestó al teléfono, intenté explicarle con serenidad lo que pasaba, pero no me salía hablar con calma. Estaba muy nerviosa y triste, pues también sabía qué significaba lo que estaba sucediendo, por qué Agnes estaba así. La madre de Agnes no me entendió al principio, no entendía que su hija estuviese tan mal, o, más bien, no podía entenderlo. Le dije que le hablase, que estaba ida y que no dudaba de que ella podía conseguir que regresase al presente.

Recuerdo perfectamente la conversación que mantuvieron, aunque apenas oía la voz de Anxos. Agnes enseguida reconoció a su madre y empezó a llamarla con mucha lástima mientras ya le resbalaban las lágrimas por las mejillas. Anxos le preguntaba si podía reconocerla y Agnes decía un sí inaudible lleno de lágrimas. Entonces Agnes le preguntó a su madre dónde estaba ella, dónde se encontraban las dos, dónde se hallaba ella... y su madre le explicó que ella estaba todavía en Galicia, que la esperaba y que sabía que el sábado volverían a verse, pero Agnes no entendía por qué su madre estaba en Galicia y ella estaba aquí, en Barcelona. Su madre intentó explicarle que había ido para recoger sus cosas, pero que enseguida volvería. Lo único que Agnes podía decir era, en su lengua, por supuesto, y con mucha tristeza: “no entiendo por qué no estoy allí, no lo entiendo, no entiendo qué hago aquí, nai”.

Hablar con su madre la despertó, consiguió que regresase, Anxos la trajo de nuevo a la realidad. Cuando supe que Agnes ya estaba consciente, ya estaba junto a nosotras, hablé con Anxos, le di las gracias y le dije que Agnes adelantaría su viaje a Galicia, que al día siguiente ya la tendría con ella. No dudaba de que Agnes ya no podía pasar ni un día más en Barcelona. Y Anxos no podía estar más de acuerdo. Me dijo, con lástima, que se le rompía el alma al imaginarse a su hija tan frágil y también me pidió que no permitiese que la salud de Agnes estuviese en peligro más tiempo. Y no, no voy a permitirlo.

Cuando cortamos la comunicación con ella, quise preguntarle a Agnes cómo estaba, pero no pude. Sus lágrimas y su llanto me detuvieron. Agnes se abrazó a mí y empezó a llorar profundamente, como hacía mucho tiempo que no la veía llorar. No sabía cómo consolarla, pero también era consciente de que no existía nada que pudiese mitigar su hondísima tristeza. Lloró en mi regazo, protegida entre mis brazos, durante más de tres cuartos de hora. Casandra también le acariciaba la cabeza, le dedicaba algunas palabras de aliento, yo también le decía que estuviese tranquila, que enseguida iba a regresar a Galicia... pero Agnes ni siquiera nos oía. Sabía yo que tenía que llorar todo lo que necesitase para que esa crisis pasase definitivamente. Yo también sentía muchas ganas de llorar y, por mucho que intentase reprimirme ese llanto, no podía evitar que me resbalasen las lágrimas por las mejillas. Me dolía muchísimo ver llorar así a Agnes y también sabía cada vez con más certeza que aquélla sería la última tarde que podríamos compartir. Después, ya no tendríamos más momentos. Y aún sigo creyéndolo. Agnes se ha ido diciéndome que me esperará allí en su aldea, que no se va con la intención de dejarme por Lúa, que me quiere, que quiere estar conmigo, pero sé que no es verdad. No lo es. Yo sé que nos hemos dejado sin decirnos nada o que dentro de nada lo haremos, poco a poco, sin necesidad de que tengamos que dedicarnos esas palabras tan horribles. Yo le pedí, anoche, que, si pasaba algo con Lúa, me lo dijese enseguida y entonces sería yo quien la dejaría. Le dije que, si pasaba algo con Lúa, automáticamente lo nuestro terminaría. No sé cuándo va a pasar, pero no dudo de que va a ocurrir en breve.

Ayer por la tarde, cuando por fin Agnes se serenó, ella me explicó que se había despertado casi a la una del mediodía, que había ido dormitando desde que me fui a las siete y media de la mañana hasta que decidió que se levantaría. Me dijo que sólo le apetecía dormir, que no quería vivir, que nada de lo que pensaba la motivaba, que no quería salir de la cama, pero tampoco quería que yo volviese y la encontrase así, por eso se levantó, pero me contó también que se movía y caminaba sin saber lo que tenía que hacer, que fue vagando por la casa, deteniéndose en el comedor sin saber qué le pasaba, que lo veía todo como si lo mirase desde un cristal traslúcido, que no reconocía nada de lo que veía, que no se acordaba de nada, que ni siquiera sabía dónde estaba, y que esa inmensa desorientación y esa honda amnesia empezaron a ponerla muy nerviosa. Me explicó que comenzó a tener mucho miedo, que cada vez le costaba más respirar, que no podía recordar nada, que había salido al balcón y que lo que vio al otro lado de la barandilla la desorientó muchísimo más, que todos los estímulos de la calle profundizaron su miedo... Me contó que, justo cuando entró de nuevo al comedor sin saber qué tenía que hacer, llamó mi hermana y que el sonido del teléfono la había asustado muchísimo. Cuando contestó al teléfono, se dio cuenta de que no entendía lo que mi hermana le decía, que lo único que sabía preguntar era quién era la persona que le hablaba. Entonces fue cuando mi hermana se percató de que Agnes necesitaba ayuda inmediatamente.

Ni siquiera Agnes entiende lo que le pasó, pero sí es consciente de que lo que vivió fue una crisis de su enfermedad, un brote muy extraño que le sobrevino de pronto. Y es que Agnes llevaba unos días sintiéndose muy asustadiza. Íbamos por la calle y cualquier cosa la amedrentaba, cualquier ruido la asustaba, incluso caminaba con mucha tensión por la calle, como si todo lo que la rodeaba le pareciese un peligro. Por eso, no me extraña que ayer le ocurriese eso. Evidentemente, estuvo totalmente de acuerdo conmigo cuando le dije que se fuese hoy mismo a Galicia, que adelantase el viaje y que no tardase ni un día más en volver a su tierra. Se lo propuse sintiendo que se me partía el alma, pero no puedo ser egoísta. Si la quiero, no puedo retenerla aquí. Fue un gravísimo error obligarla a volver a Cataluña, un error que ha estado a punto de tener consecuencias horribles.

Y ni siquiera he sido capaz de despedirme bien de ella. Ella sí quería darme un largo y cariñoso abrazo, pero yo la despedí con un ligero beso en los labios y la apreté contra mí durante menos de un minuto. Me fui antes de que ella pudiese retenerme para intentar volver a abrazarme.

Apenas hemos hablado hoy por teléfono. Me ha avisado cuando pararon en León y poco más. Antes, me llamó a las tres de la tarde, pero la conversación fue muy efímera. Lo que sí he notado en su voz es que tiene un deje de tranquilidad que no ha tenido en todos estos días.

Tengo que ser fuerte. No puedo pensar en Agnes ya como la compañera de mi vida. Ella no pertenece más que a su tierra. Y eso tendría que haberlo sabido desde el principio, pero pensaba que las cosas podrían ser más fáciles. Y no lo son. Ha sido un error creer en nuestro futuro. Agnes no lo sabe todavía, pero en Galicia no sólo la espera el espíritu de esa tierra a la que tan unida está, sino una nueva vida con otra mujer que también la quiso siempre, fielmente. Y tengo que hacer lo que sea para conseguir aceptar que lo nuestro ya forma parte del pasado.

Yo me iré de este piso la semana que viene, cuando ya lo tenga todo preparado, y me iré a vivir con mi hermana, estaré con ella mientras no encuentre otro pisito donde vivir. No me importa tener que ir desde Manresa al instituto donde trabajo todos los días. Madrugaré y ya está. Tengo una hora de camino. Eso no es nada comparado con lo que hacía Agnes todos los días para llegar a su trabajo.

Agnes me dice que me esperará, que estos días serán muy importantes para ella porque podrán desvelarle lo que pasará con nuestras vidas; pero a mí no me hace falta que el tiempo pase. Yo sé lo que va a ocurrir. No necesito que nadie más me lo diga. Agnes ya ha dejado de estar en mi vida. Pronto, ella también se dará cuenta de que nuestra unión tan bonita se ha desvanecido, aunque podamos seguir siendo amigas... pero ya está. Nada más... Y yo siento que está deshaciéndoseme el alma, que me muero... pero no quiero rendirme, no quiero...

 

2 comentarios:

  1. Creo que han tomado la decisión acertada. Me gusta que Hayan reaccionado así, pero vamos por partes. Casandra como siempre, intentando ayudar y cuidar de Agnes, a pesar de la distancia o que haya cosas que no consiga comprender. Me imagino la situación, Agnes ida totalmente, Artemisa y Casandra preocupadas sin saber que hacer. Es yo creo que la prueba definitiva que necesitaba Artemisa (y los lectores) para saber que Agnes solamente puede vivir en Galicia. Es extraño, pero es así. No sé a que se deberá, pero al menos esa realidad está clara y no hay nadie que la pueda discutir. Esto también supone un punto y a parte, pues ahora no creo que abandone su tierra por nada del mundo y ya le toca pensar en su vida allí. La decisión de que hablase con su madre fue muy acertada, así reaccionó. Desde luego, en las entradas anteriores ya se veía que estaba mal, que poco a poco hacía cosas raras, pensaba de forma extraña y que su comportamiento ya no era normal. Es un alivio que Galicia sea la medicina que la cure, pero también estará atrapada para siempre allí, por muy feliz que sea, y eso a mi me entristece un poco. Viajar es un placer que ya no podrá disfrutar, pero bueno, a ella le basta con Galicia y será feliz así.

    Artemisa sabe que se marcha para no volver, sabe que volverá con Lúa, su intuición no le falla, y hasta ahora ha dado de pleno siempre. Es muy triste, que su relación termine, pero yo creo que ya es hora de que Artemisa piense en si misma. Lleva años pensando solamente en Agnes, preocupada por ella, intentando animarla,...quizás ahora debe centrarse en si misma, pensar en su propia felicidad, dejar de preocuparse por otras personas y centrarse en si misma. Tiene a su hermana, que la apoyará y jamás la abandonará. Se mentaliza y ahora planifica su nueva vida. Creo que toma la decisión correcta y dadas las circunstancias, la mejor. Debe dejar volar a Agnes hacia su felicidad, y ya no está junto a ella. Esto parece como un final, pero veo más capítulos publicados, así que es posible que las cosas cambien, pero estoy muy perdido con Agnes, ya no sé lo que quiere (a excepción de vivir en Galicia), si ama a una o a la otra. Ains, no he podido evitar leerme otro jajajaja, ahora si que tengo que parar. Está muy emocionanteeeee!!!

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  2. Este capítulo es un magnífico retrato de nuestro yo interior, un lugar misterioso donde refugiarse puede ser una salvación o una condena. En el yo interior se refugian a veces los torturados, los asediados, los desahuciados, aunque no es algo que cualquier pueda conseguir, y de ese modo pueden eludir todo daño exterior, incluso el daño físico, el dolor, la mutilación, el calor o el frío. Esto es algo que solo los ascetas o los muy entrenados pueden conseguir, y posiblemente Agnes, con sus internamientos hospitalarios, tiene el camino despejado para ello. Es como refugiarse en un lugar interior y seguro, pero el problema es que desconecta al individuo de la realidad de un modo que puede ser irreversible y por tanto contraproducente a largo plazo. En realidad, todos sabemos de algún modo que esa posibilidad existe, podemos crear una potente realidad interior y negarnos a aceptar nada fuera de ella, el problema es que automáticamente quedamos alienados.


    Agnes se ha visto tan compungida por su exilio, en principio voluntario, en Cataluña, que ha aparecido de pronto en lo más hondo de su refugio interior. Por suerte el sonido de la voz de su madre ha podido sacarla de ahí, y eso ha sido una suerte para ella.


    No cabe duda de que Agnes está dañada como persona, lo que no significa que esté loca, pero sí que reacciona de modo diferente en situaciones límite, y justamente eso le ha pasado ahora. Mientras no recupere su estado normal será incapaz de amar, de decidir, de desear. Por suerte se ha podido poner en marcha hacia Galicia, pero me da pena que las cosas sean así, y haya quedado tan limitada para la vida, pues viajar es una de las cosas más hermosas y enriquecedoras que se pueden hacer, precisamente ver lugares distintos, con modos de vida diferentes, creo que nos completa y nos ayuda a ser más abiertos, incluso aunque esos lugares o modos de vida no nos gusten. Esperemos ahora para ver si todo se arregla con el regreso, espero que la traten muy bien y con mucho cuidado, seguro que sí.

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