Sábado, 4 de
agosto de 2018
Cuántas
cosas quiero decir, cuánto quiero contar. tengo arremolinadas en mi mente un
montón de ideas que quiero liberar, tengo acumulados en mi memoria un montón de
recuerdos que quiero convertir en palabras, que quiero plasmar en mi diario
para que no se pierdan nunca en el olvido, sobre todo porque son los recuerdos
de los momentos más bonitos y emocionantes que he vivido en mis últimos años de
vida. yo pensaba que tener la vida llena de bendiciones consistía en tener un
trabajo con el que disfrutas mucho, tener a tu lado al amor de tu vida y tener
también a amigas con las que te llevas bien, salir de vez en cuando y disfrutar
al máximo de cada momento, hasta del más simple; pero ahora pienso que una vida
llena de bendiciones no tiene por qué consistir en tener tantas cosas. estoy
disfrutando de momentos impresionantes que son más bien sencillos. de verdad,
no sé si seré capaz de contarlo todo.
desde que
llegué por segunda vez a la aldea de Agnes, siento que estoy viviendo de verdad
aquí, que estoy disfrutando de verdad de este lugar y de todas las bendiciones
que está dándome. nunca me imaginé que pudiese ser tan feliz. la verdad es que
me costó mucho reconocer que lo era tanto, pero no porque me diese vergüenza
hacerlo, sino porque me costaba ser consciente de lo poderosa que estaba
volviéndose esa emoción en mi interior. fue el miércoles por la tarde cuando de
repente fui plenamente consciente de cuán feliz era, de cuánto valor tenía todo
lo que estaba viviendo y estoy viviendo. Y lo que me estremece es que yo me
negué a vivir todo esto rechazando la posibilidad de venir aquí a Galicia desde
el principio, me negaba a vivir todo esto comportándome de ese modo tan
horrible, con tanta falta de comprensión. yo me negaba a vivir lo más
maravilloso que he vivido en mi vida sólo porque estaba celosa, porque era
incapaz de ver más allá de mis espantosas ideas. Menos mal que la vida me ha
dado otra oportunidad para demostrarle a Agnes que la amo de verdad, que estoy
dispuesta a hacer cualquier cosa por ella, para conseguir alargar su felicidad
hasta el fin de sus días, para que siempre se sienta bien, para que la vida
brille para ella. no sabía que era tan sencillo hacerle feliz. tan sólo con estar
aquí las dos, demostrándole que cada vez estoy más enamorada de este lugar,
siento que le doy toda la felicidad que existe en la Tierra. me estremezco de
vida cada vez que me doy cuenta de que a Agnes le brillan tanto los ojos cuando
admiro su aldea, el bosque que la rodea, los montes que lo protegen todo, tan
llenos de árboles, de castaños y de robles. nunca vi brillar tanto sus ojos y
es impresionantemente mágico sentirme encandilada por esa mirada tan bonita. Y
no sólo es su mirada lo que brilla. Brilla toda ella, brilla su sonrisa, su
risa, su voz, sus abrazos están llenos de luz, sus besos desbordan vida, sus
caricias me invaden de energía, me llevan lejos, me arrancan toda la
satisfacción que jamás pude sentir, y es que no sé cómo explicar lo que siento,
no sé cómo describir el estado en el que nos encontramos. De repente, la vida
comenzó a gritar, ya no a brillar, sino a gritar, a gritar de felicidad, de
alegría, de todas las cosas buenas que existen en el mundo. No hay
complicaciones, nada nos preocupa, todo es sencillez, todo fluye de un modo tan
libre que parece mentira que alguna vez yo pudiese oponerme a conocer todo
esto.
El
miércoles le pedí a Agnes que se casase conmigo. Hace mucho tiempo que quería
hacerlo y pensaba preguntárselo en nuestro próximo viaje a Galicia, cuando
viniésemos juntas aquí en agosto; pero todo se precipitó y pensé que, después
de lo que había ocurrido, no había mejor forma de dejar atrás todo que
pidiéndole que fuese mi mujer para siempre. Su reacción fue muy bonita. Al
instante, se le llenaron los ojos de lágrimas de felicidad, me abrazó diciéndome
que sí quería, que lo deseaba con toda su alma. Se lo pedí en un lugar muy
bonito. Esa tarde, habíamos ido caminando por el bosque que rodea su aldea y
las poquitas aldeas que salpican este lugar de Galicia, hasta llegar a la cima
de un monte que subimos casi sin darnos cuenta. De repente, cuando vi el abismo
que quedaba delante de nosotras, el impresionante mirador que teníamos delante,
sentí que en ese instante se concentraba toda la belleza de la vida, que no
podía existir otro lugar mejor para pedirle algo tan importante. Ante nosotras,
teníamos grandes extensiones de bosque, aldeas escondidas entre los árboles, la
ciudad de Ourense a lo lejos, las montañas, el atardecer, el río Miño brillando
bajo los últimos suspiros del día. Hacía mucho tiempo que no veía algo tan
bonito y sentí que el alma se me llenaba de una emoción muy fuerte que mezclaba
amor, felicidad y gratitud, sobre todo gratitud, muchísima gratitud.
Después,
también quiero hablar de las fiestas de la aldea de Agnes. Ella me ha hablado
mucho de estas fiestas. Me ha dicho siempre que son muy sencillas, que sobre
todo consisten en tocar música, en bailar, en comer y, por qué no, en beber
también, porque el vino que se bebe estos días no se bebe en todo el año, y la
primera que me ha sorprendido en ese sentido es Agnes. Yo no sabía que podía
beber así. Me desternillo de risa cada vez que la recuerdo tan feliz, tan
risueña, tan fácilmente moldeable. Anoche fue impresionante. Las fiestas
empezaron el jueves, pero fue ayer cuando de momento más las vivimos. Hoy
también hacen cosas, pero creo que ayer fue el mejor día. Me contó Agnes que,
antes, las fiestas duraban una semana, pero que ya sólo duran cuatro días
porque el ayuntamiento no tiene tanto dinero y no sé qué historias más, pero
creo que ya es suficiente.
Ayer fue
impresionante no sólo por la música que sonó (yo nunca había presenciado algo
tan bonito), por la comida y la bebida que había, sino porque, por primera vez
en mi vida, vi a Agnes cantar, bailar y participar en la música. Jamás pensé
que me asombraría tanto descubrir esa faceta suya. Yo sabía que Agnes cantaba y
bailaba muy bien porque en casa la he visto bailar muchas veces. E incluso, en
muchísimas ocasiones, ha intentado enseñarme a bailar la muiñeira y la xota
(que aquí se baila también, pero de un modo distinto), pero yo soy muy patosa
para bailar y al final, en vez de bailar, acabábamos desternillándonos de risa.
Yo sabía que Agnes tiene en la sangre los bailes y los cantos de su tierra.
Conocía que sabía tocar la pandereta porque a veces, en Navidad, haciendo
broma, algunos villancicos sí hemos cantado (ella sobre todo nos enseñó algunos
de su tierra estas últimas Navidades), pero lo que yo no sabía era que tuviese
por dentro una artista así. Yo me imaginaba que tocaría bien, que cantaría de
un modo despreocupado con las demás y que bailaría bien, como todas, pero lo
que vi me dejó sin aliento, no sólo porque fuese muy hermoso, sino porque verla
bailar, danzar y tocar así era verla totalmente fundida con su entorno. Parecía
como si siempre hubiese estado así, como si no hiciese tantos años que bailó,
cantó y tocó delante de todos en su aldea por última vez. Lo primero que me
impresionó fue que fuese capaz de cantar, de tocar y de bailar a la vez como si
nada, como si fuese lo más sencillo del mundo. Qué ritmo tiene en la sangre,
qué movimientos más perfectos, qué felicidad en todos sus gestos. Y su voz...
es que parecía que ella creaba toda la música. Y qué perfección al repicar en
las panderetas que tocaba. Al decirlo así, parece algo simple, pero no lo es en
absoluto. Es algo que no se parece a nada más. Yo muchas veces pensaba que era
imposible que todo eso pudiese hacerse sólo con una mano. Me impresionaba
también ver cómo se cambiaba la pandereta de mano con tanta rapidez para que no
se notase en el ritmo, cómo se fundía con las demás en esos cantos tan alegres,
en esas canciones que, lo sé muy bien, tienen ya tantos años. Y, cuando sonaban
la gaita, la zanfona y los tambores, fue como si toda la energía de la tierra
se hubiese concentrado en su cuerpo. Dejó de tocar cuando empezó a tocar la
orquesta, vino corriendo a mí, que estaba mirándola desde una calle estrecha, y
me cogió de las manos para llevarme con mucha alegría y entusiasmo a la plaza
de su aldea para que bailase con ella. En esos momentos no me importaba que no
supiese bailar. La seguí en todos los movimientos de su cuerpo, me así a su
mirada y sólo sentí que me llevaba, que me llevaba por el aire, que me hacía
saltar, que me hacía moverme como si ella manejase la voluntad de mi cuerpo. Y
estaba tan guapa... No puedo dejar de pensar en esos momentos, en lo hermosa
que estaba, en la luz que tenía en la mirada (la que continuamente se le volvía
cristalina), en la sonrisa que me dedicaba, tan reluciente y llena de gratitud.
Sus cabellos negrísimos parecían albergar la cercanía de la noche y en sus
nocturnos ojos había tanta vida, tanta y tanta vida que muchas veces, durante
esos momentos, me pregunté si en esos ojos yo había visto tristeza alguna vez,
si en su carita tan linda, tan bonita y llena de inocencia yo había atisbado la
sombra de la decepción y el sufrimiento. Ella me apretaba las manos como si no
quisiese que yo desapareciese, como si a veces tuviese miedo a que pudiese
despertarse, porque, lo sé bien, sé que ella sentía que estaba viviendo un
sueño. La música que sonaba le daba tanta y tanta vida que creo que no era
capaz ni de sentir tanta felicidad. Muchas veces la vi emocionarse, intentando
reprimirse un llanto de felicidad, y eso me enternecía tanto que yo también me
emocionaba.
Hacía mucho
calor, pero no me importaba. De vez en cuando soplaba un viento templado que
traía el aroma de los bosques, del río y de la hierba, y me parecía que me
hallaba lejos del mundo, irrevocablemente separada del tráfico de la vida, del
jaleo de las ciudades, del estrés de cada día. Todo eso había quedado tan atrás
que me costaba imaginarme que existiese otra realidad.
Tenía la
necesidad de decirle a Agnes que me sentía muy feliz por verla así, pero no
podía, ya que me faltaban palabras, pero sé que no hacía falta decir nada, que
ella entendía mis miradas y podía escuchar mi voz y mis palabras aunque no
sonasen. Y sentía que ahí residía la inmensa complicidad que hay entre
nosotras, que esa complicidad crecía sin parar en esos momentos. Creo que nunca
he estado tan cerca de Agnes como en esos momentos, de verdad, como en esos
momentos en los que bailábamos juntas, pues Agnes me había introducido de lleno
en su mundo, en su historia, en su mágica realidad; de la que tantas veces me
había hablado. Dejé de sentir que entre su pasado y yo existía una brecha
insalvable. Yo ya formaba parte de su historia, también. Ella me había mezclado
con los recuerdos más bonitos de su vida. Ya no había separación entre nuestro
presente y su pasado. Se habían fundido las fronteras del tiempo y yo me sentí
como si hubiese viajado con ella hacia su niñez y su adolescencia y eso es lo
más bonito que me ha pasado en la vida.
No voy a
negar que, mientras escribo todo esto, me resbalan las lágrimas por las
mejillas. Me emociono muchísimo cuando pienso en todo esto. Agnes lo sabe, sabe
lo que sentí y pensé, porque se lo he contado esta mañana, mientras nos
bañábamos juntas en el río, solas. Ya no me da miedo meterme en el Miño. Agnes
ha deshecho ese miedo con muchísima facilidad. Se lo dije mientras el sol se
alzaba sobre nosotras, orgulloso, sabiendo cuánto iba a calentarlo todo. Se lo
dije mientras el viento de la mañana traía el orballo y el aroma de los campos,
mientras ella me sostenía entre sus brazos y me mecía con muchísima ternura, sin
dejar de mirarme con amor en todo momento. He de reconocer que creo que nunca
me he sentido tan amada, tan deseada. Nunca he notado con tanta intensidad cuán
enamorada está Agnes de mí. Siempre lo he notado, pero ahora es como si
sintiese en mi piel la calidez de todas sus miradas, como si pudiese acariciar
lo que ella siente cada vez que estamos juntas, lo que ella siente por mí, como
si sintiese en mis entrañas ese inmenso amor. Y me dice cada cosa... Me dice
unas cosas tan bonitas que no puedo evitar sonrojarme. Nunca me he sentido tan
bonita, tan deseable, tan llena de magia. Y Agnes siempre me ha hecho sentir todo
eso con una facilidad asombrosa, ha hecho que me quiera más a mí misma por lo
mucho que ella me quiere, pero ahora estoy viviendo nuestro amor de otra
manera. No sé por qué, pero noto que hay un antes y un después en nuestra vida.
Ahora es como si nos encontrásemos al principio de nuestra relación y a la vez
como si nuestra relación ya llevase años existiendo, como si nos hallásemos ya
en esos años en los que una relación está totalmente consolidada, en los que ya
no cabe ninguna duda de que vamos a acabar la vida juntas.
Pues le
confesé todo lo que he escrito aquí y ella se emocionó muchísimo, mucho, reía y
lloraba a la vez, de felicidad, de amor y de gratitud.
Esta
mañana nos encontrábamos un poco mal por causa de la resaca que tenemos las
dos, que, aunque intentemos ignorar el dolor de cabeza que tenemos, no podemos
huir de la horrible sensación física que se ha apoderado de nuestro cuerpo.
hemos comido las dos poquísimo y lo único que nos apetece hacer es estar
tumbadas en la cama o en el salón, donde se está muy fresquito. A estas horas
de la tarde ni siquiera podemos bañarnos en el río porque en el bosque hace un
calor tremendísimo. Agnes se troncha de risa cada vez que le digo que me estoy
derritiendo. Me dice que es el calor que ella conoció siempre, que desde siempre
ha hecho mucho calor aquí.
Pues ayer
por la noche fue tan divertido todo que aún me río cuando lo recuerdo. Debo
reconocer que Agnes me llevó por muy mal camino porque no me disuadía de la
idea de beberme otra copa de vino, que estaba buenísimo, cuando yo le decía que
no sabía si tomarme otra. Es que yo no sé qué tendrá ese vino blanco, pero está
delicioso, y además bebértelo mientras la música suena, mientras puedes estar
entre los árboles, bajo el cielo estrellado... Yo no sabía que eso podía
gustarme tanto. En más de una ocasión, Agnes y yo nos escondimos entre los
árboles, siendo libres cuando a pocos metros había tanta gente que ella
conocía. Debo decir también que las vecinas de su aldea me han empezado a
querer enseguida y me siento muy a gusto entre ellas. La mayoría son mujeres de
la edad de Anxiños, pero tienen un espíritu muy joven. Es como si ellas no
concibiesen el paso del tiempo. Siguen trabajando la tierra y viviendo aquí
como si tuviesen veinte años menos. Me sorprende mucho la vitalidad que tienen,
las ganas de disfrutar de la vida, lo felices que son. En la ciudad, yo no
estoy acostumbrada a encontrarme con gente así, más bien al contrario. Suelo
encontrar a más gente cansada de vivir, harta de todo, sin la menor ilusión por
nada. Y aquí es que la vida es vida, sencillamente. Están enseñándome muchas
cosas, la verdad. Están transmitiéndome un modo de ver la vida que hasta
entonces creo que nunca tuve, y no sólo ellas están haciéndolo, sino sobre todo
Agnes. Agnes es así, como ellas, pero yo nunca le había prestado atención a esa
manera suya de ser. Es cierto que, si pienso en la Agnes que conocí hace ya
tantos años, la que vivía en una cabaña en medio del bosque (como yo, pero yo
vivía más cerca de Gilbert y de Gaya que ella, que vivía en pleno corazón del
bosque), sí hallo a la Agnes que encuentro aquí, que puedo tener aquí, aunque,
evidentemente, esta Agnes es plenamente feliz. Cuando yo la conocí... No sé
cuánto de ella misma había en sí misma.
Cuando ya
pasaban de las tres de la madrugada, ninguna de las dos se sostenía en pie, la
verdad. Agnes fue la primera en marearse de verdad porque yo me bebía las cosas
con más lentitud y además creo que a ella le sube mucho más rápido que a mí.
Enseguida se le ponen los ojos brillantes y las mejillas sonrosadas y eso me
encanta, que le salga esa chispa que le hace sonreír con tanta facilidad. Llegó
un momento en el que me dijo que no podía bailar siquiera, que se sentía
mareada, y al final nos retiramos y nos fuimos al bosque. Habíamos estado
también con Lúa, quien parecía querer dejarnos a solas sabiendo que eso era lo
que necesitábamos y deseábamos. Me cuesta entender cómo es posible que comprenda
tanto lo que las otras personas desean y necesitan. No hace falta explicarle
nada. Parece como si supiese leer en la mirada de la gente, igual que Agnes.
Tal vez ambas tengan la misma facultad.
—
Ay, Artemisiña –se reía ella con cariño mientras me apretaba las
manos. Nos habíamos sentado en la hierba–. No sé por qué bebo tanto si me
sienta así, si siempre me mareo; pero es que me da una felicidad muy bonita,
¿sabes? Ya soy feliz, pero... Ay, Artemisiña, qué vergüenza. Pensarás que soy
una borracha empedernida –se reía cada vez con más ganas.
—
¡Yo no pienso eso! –estallé yo también en carcajadas–, pero ¿cómo
puedes pensar que yo creo eso de ti? Bueno, en realidad sí me ha sorprendido
mucho, pero nada más lejos de la realidad. Ese vino está demasiado bueno. Yo
creo que está hechizado. Yo creo que hechiza, más bien.
—
¿Que el vino está hechizado? –me preguntó casi sin poder hablar–.
¡Pobriño!
—
Yo creo que más bien es un brebaje que me has preparado tú para
ponerme así.
—
Ya, ¿y me perjudico yo también con ese brebaje? ¡Qué cosas tienes!
—
Yo creo que quieres embriagarme para...
—
¿Para qué? –me cuestionó acercándose más a mí y mirándome con
dulzura–. ¿Sabes que brillas mucho a pesar de hallarnos en “noite pecha” como
se dice aquí?
—
Recuérdame qué significa “pecha” –le pedí apoyándome en ella.
—
Cerrada. Nos hallamos en noche cerrada, aunque haya tantas
estrellas, pero ¿ves? La única luz que hay en este momento eres tú, que brillas
más que todas las estrellas juntas –me declaró abrazándome y acariciándome–. Me
da vueltas todo, pero tú eres la única que me sostiene.
—
No creas que yo estoy bien tampoco, aunque contigo tan cerca es
imposible que esté mal –le susurré en el oído. Noté que se estremecía entre mis
brazos.
—
¿Quieres que vayamos a casa? –me sugirió mirándome con los ojos
llenos de fuego.
—
No, no quiero ir a ninguna parte. Quiero que estemos aquí, tú y yo,
hasta que se haga de día.
—
Recuerda que en Galicia amanece más tarde –me sonrió.
—
Pues primero quiero quedarme aquí. y luego...
—
Mi Artemisiña... no te imaginas cuántas veces deseé estar aquí
contigo, que estuvieses aquí conmigo –me confesó acariciándome los cabellos,
las mejillas, el cuello, con mucha dulzura–. Aquí en mi tierra me siento
completa, pero siempre me faltabas tú. Gracias por venir, Artemisiña. Gracias
por devolverme toda la felicidad de la que carecí durante años. Te quiero, vida
mía, te quiero con toda mi alma.
Agnes no
me dio la oportunidad de contestarle, pues empezó a besarme con una ternura que
me apartó súbitamente de nuestro alrededor. Sus palabras me habían emocionado
muchísimo, tanto que no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas, y
la forma como me besaba profundizó esa emoción. En esos momentos, rápidamente,
fui plenamente consciente de cuánto se merecía Agnes ser feliz. Fugazmente, se
sucedieron en mi mente imágenes de toda su vida, de todos esos momentos en los
que había estado a punto de desaparecer, en los que había deseado con tanto
ahínco destruir su vida para siempre, y entonces sentí gratitud por la vida, por
la Diosa, por todo, por permitirle ser tan feliz, por arrancarle del alma esa
tristeza que tanto ensombrecía su vida. Fue lo único que pude sentir mientras
nos besábamos, nos abrazábamos, nos acariciábamos y nos fundíamos en un sólo
ser; gratitud, pero ya no por mí, por vivir esos momentos que tanto me llenaban,
sino por ella, gratitud por todo, gratitud porque Agnes era feliz, feliz de
verdad, por fin, y podía serlo si yo no detenía el cauce de felicidad que la
arrastraba por su destino.
Fue impresionante
estar con ella allí, entre los árboles, bajo las estrellas, protegidas por las
verdes hojas, por la oscuridad de la noche, amparadas por la soledad que vivía
allí. Agnes me había llevado a un rincón del bosque al que apenas llegaba ya el
eco de la música que había comenzado a apagarse hacía ya minutos. todo, poco a
poco, iba quedándose en silencio, quieto, quedo, íntimo. Mientras nos amábamos
así, con tanta pasión y dulzura, me parecía que una voz me animaba a ser así
siempre, sentía que había algo que se recomponía a mi alrededor, como si la
misma tierra me animase a besar así a Agnes, a acariciarla así, a protegerla
tanto entre mis brazos, como si la noche entera fuese feliz porque yo la amaba
así, porque yo la quería y la quiero tanto. Es una sensación que no he
experimentado en ningún sitio del mundo. Es algo muy fuerte que me cuesta
explicar. Intenté hablarle a Agnes de esta sensación cuando todo terminó y ella
pareció entenderla enseguida, a pesar de que yo no sabía convertirla en
palabras. Me dijo sonriéndome:
—
La tierra toda está feliz de que estemos juntas y sabe que siempre
lo estaremos, vidiña.
Yo me
habría quedado a dormir en el bosque, pero Agnes me animó a que fuésemos a casa
Y ya voy
a dejar de escribir. Ahora que es más tarde, que el sol está ya escondiéndose,
le propondré a Agnes que salgamos a dar un paseo. Cuánto me apetece estar entre
estos árboles. Parece mentira, de verdad. Recuerdo cómo estaba el sábado pasado
y me parece imposible aceptar que ese día ha formado parte de mi vida. Estaba
totalmente destrozada, nada que ver con cómo estoy ahora. me pasé toda la noche
llorando y temblando como si tuviese fiebre.
El amor por que Artemisa siente por Agnes es ahora todavía más inmenso. Verla sonreír, sana, alegre y totalmente integrada en la sociedad la ha sorprendido tanto que no puede hacer más que sentirse más enamorada que nunca de ella. Verla cantar, bailar, tocar la pandereta con ese ritmo, dejándose llevar por la música y la felicidad...es imposible negar que Agnes se siente plena y feliz, y una de las razones es que ella esté allí. Se enamora más de ella, pero también de Galicia. Ahora ya no le suena tan extraño todo lo que Agnes le contaba, lo está viviendo en sus propias carnes. Es una más de ellos, la aceptan, la quieren y puede vivir la magia de sus fiestas y la hospitalidad de su gente. Comprende su forma de vida, la tratan con cariño y eso al final, te llega al alma. Y lo mejor de todo, ahí se puede coger las mayores borracheras de su vida jajaja, menuda cogorza jajajaja. Le gusta el vino, así que ya está perdida jajaja. Al menos las dos se comprenden, les gusta mucho ese vino...aunque pueda estar hechizado jajaja. Todo va bien entre ellas, mejor que nunca. El momento es perfecto, a pesar del terrible calor. Ojalá dure mucho tiempo, me gusta verlas así de felices.
ResponderEliminarEsta entrada refuerza la anterior, y nos enseña la pareja vista por el otro lado, el de Artemisa. Naturalmente, ella pone el acento en las cosas que más le atraen, la misma realidad nunca se percibe igual por las dos partes, pero claramente coinciden en lo fundamental: en que se aman, en que son felices, en que todo lo anterior parece ahora un mal sueño y que se comprenden mejor.
ResponderEliminarHan alcanzado uno de esos puntos que parecen un destino, y que lo anterior era una especie de camino cruel para llegar allí...
" siento que estoy viviendo de verdad aquí, que estoy disfrutando de verdad de este lugar"
Y, como siempre, la expresión de todo esto es muy sensual: la alegría por la petición de mano, la música, el baile, la comida, la bebida: una explosión para los sentidos, para todos, te empapas de la historia a través de todos los sentidos.
El sentido de "punto de destino" se refuerza constantemente...
a no había separación entre nuestro presente y su pasado. Se habían fundido las fronteras del tiempo y yo me sentí como si hubiese viajado con ella hacia su niñez y su adolescencia y eso es lo más bonito que me ha pasado en la vida.
Claro, esto podría ser un happy end del libro... pero ya sé que no será así, ¿Verdad que no?
Han bebido el vino del amor, que sí está hechizado, por supuesto, pero con su propia pasión, y ahora mismo su situación parece indestructible... bien sé que no será así por mucho tiempo... ains… con lo bonito que habría sido acabar la historia en este punto... jajajajajajaja.. pero claro, así también nos quedábamos sin leer más... ¿qué habrás maquinado?