sábado, 1 de septiembre de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: SÁBADO, 4 DE AGOSTO DE 2018


Sábado, 4 de agosto de 2018

Cuántas cosas quiero decir, cuánto quiero contar. tengo arremolinadas en mi mente un montón de ideas que quiero liberar, tengo acumulados en mi memoria un montón de recuerdos que quiero convertir en palabras, que quiero plasmar en mi diario para que no se pierdan nunca en el olvido, sobre todo porque son los recuerdos de los momentos más bonitos y emocionantes que he vivido en mis últimos años de vida. yo pensaba que tener la vida llena de bendiciones consistía en tener un trabajo con el que disfrutas mucho, tener a tu lado al amor de tu vida y tener también a amigas con las que te llevas bien, salir de vez en cuando y disfrutar al máximo de cada momento, hasta del más simple; pero ahora pienso que una vida llena de bendiciones no tiene por qué consistir en tener tantas cosas. estoy disfrutando de momentos impresionantes que son más bien sencillos. de verdad, no sé si seré capaz de contarlo todo.

desde que llegué por segunda vez a la aldea de Agnes, siento que estoy viviendo de verdad aquí, que estoy disfrutando de verdad de este lugar y de todas las bendiciones que está dándome. nunca me imaginé que pudiese ser tan feliz. la verdad es que me costó mucho reconocer que lo era tanto, pero no porque me diese vergüenza hacerlo, sino porque me costaba ser consciente de lo poderosa que estaba volviéndose esa emoción en mi interior. fue el miércoles por la tarde cuando de repente fui plenamente consciente de cuán feliz era, de cuánto valor tenía todo lo que estaba viviendo y estoy viviendo. Y lo que me estremece es que yo me negué a vivir todo esto rechazando la posibilidad de venir aquí a Galicia desde el principio, me negaba a vivir todo esto comportándome de ese modo tan horrible, con tanta falta de comprensión. yo me negaba a vivir lo más maravilloso que he vivido en mi vida sólo porque estaba celosa, porque era incapaz de ver más allá de mis espantosas ideas. Menos mal que la vida me ha dado otra oportunidad para demostrarle a Agnes que la amo de verdad, que estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por ella, para conseguir alargar su felicidad hasta el fin de sus días, para que siempre se sienta bien, para que la vida brille para ella. no sabía que era tan sencillo hacerle feliz. tan sólo con estar aquí las dos, demostrándole que cada vez estoy más enamorada de este lugar, siento que le doy toda la felicidad que existe en la Tierra. me estremezco de vida cada vez que me doy cuenta de que a Agnes le brillan tanto los ojos cuando admiro su aldea, el bosque que la rodea, los montes que lo protegen todo, tan llenos de árboles, de castaños y de robles. nunca vi brillar tanto sus ojos y es impresionantemente mágico sentirme encandilada por esa mirada tan bonita. Y no sólo es su mirada lo que brilla. Brilla toda ella, brilla su sonrisa, su risa, su voz, sus abrazos están llenos de luz, sus besos desbordan vida, sus caricias me invaden de energía, me llevan lejos, me arrancan toda la satisfacción que jamás pude sentir, y es que no sé cómo explicar lo que siento, no sé cómo describir el estado en el que nos encontramos. De repente, la vida comenzó a gritar, ya no a brillar, sino a gritar, a gritar de felicidad, de alegría, de todas las cosas buenas que existen en el mundo. No hay complicaciones, nada nos preocupa, todo es sencillez, todo fluye de un modo tan libre que parece mentira que alguna vez yo pudiese oponerme a conocer todo esto.

El miércoles le pedí a Agnes que se casase conmigo. Hace mucho tiempo que quería hacerlo y pensaba preguntárselo en nuestro próximo viaje a Galicia, cuando viniésemos juntas aquí en agosto; pero todo se precipitó y pensé que, después de lo que había ocurrido, no había mejor forma de dejar atrás todo que pidiéndole que fuese mi mujer para siempre. Su reacción fue muy bonita. Al instante, se le llenaron los ojos de lágrimas de felicidad, me abrazó diciéndome que sí quería, que lo deseaba con toda su alma. Se lo pedí en un lugar muy bonito. Esa tarde, habíamos ido caminando por el bosque que rodea su aldea y las poquitas aldeas que salpican este lugar de Galicia, hasta llegar a la cima de un monte que subimos casi sin darnos cuenta. De repente, cuando vi el abismo que quedaba delante de nosotras, el impresionante mirador que teníamos delante, sentí que en ese instante se concentraba toda la belleza de la vida, que no podía existir otro lugar mejor para pedirle algo tan importante. Ante nosotras, teníamos grandes extensiones de bosque, aldeas escondidas entre los árboles, la ciudad de Ourense a lo lejos, las montañas, el atardecer, el río Miño brillando bajo los últimos suspiros del día. Hacía mucho tiempo que no veía algo tan bonito y sentí que el alma se me llenaba de una emoción muy fuerte que mezclaba amor, felicidad y gratitud, sobre todo gratitud, muchísima gratitud.

Después, también quiero hablar de las fiestas de la aldea de Agnes. Ella me ha hablado mucho de estas fiestas. Me ha dicho siempre que son muy sencillas, que sobre todo consisten en tocar música, en bailar, en comer y, por qué no, en beber también, porque el vino que se bebe estos días no se bebe en todo el año, y la primera que me ha sorprendido en ese sentido es Agnes. Yo no sabía que podía beber así. Me desternillo de risa cada vez que la recuerdo tan feliz, tan risueña, tan fácilmente moldeable. Anoche fue impresionante. Las fiestas empezaron el jueves, pero fue ayer cuando de momento más las vivimos. Hoy también hacen cosas, pero creo que ayer fue el mejor día. Me contó Agnes que, antes, las fiestas duraban una semana, pero que ya sólo duran cuatro días porque el ayuntamiento no tiene tanto dinero y no sé qué historias más, pero creo que ya es suficiente.

Ayer fue impresionante no sólo por la música que sonó (yo nunca había presenciado algo tan bonito), por la comida y la bebida que había, sino porque, por primera vez en mi vida, vi a Agnes cantar, bailar y participar en la música. Jamás pensé que me asombraría tanto descubrir esa faceta suya. Yo sabía que Agnes cantaba y bailaba muy bien porque en casa la he visto bailar muchas veces. E incluso, en muchísimas ocasiones, ha intentado enseñarme a bailar la muiñeira y la xota (que aquí se baila también, pero de un modo distinto), pero yo soy muy patosa para bailar y al final, en vez de bailar, acabábamos desternillándonos de risa. Yo sabía que Agnes tiene en la sangre los bailes y los cantos de su tierra. Conocía que sabía tocar la pandereta porque a veces, en Navidad, haciendo broma, algunos villancicos sí hemos cantado (ella sobre todo nos enseñó algunos de su tierra estas últimas Navidades), pero lo que yo no sabía era que tuviese por dentro una artista así. Yo me imaginaba que tocaría bien, que cantaría de un modo despreocupado con las demás y que bailaría bien, como todas, pero lo que vi me dejó sin aliento, no sólo porque fuese muy hermoso, sino porque verla bailar, danzar y tocar así era verla totalmente fundida con su entorno. Parecía como si siempre hubiese estado así, como si no hiciese tantos años que bailó, cantó y tocó delante de todos en su aldea por última vez. Lo primero que me impresionó fue que fuese capaz de cantar, de tocar y de bailar a la vez como si nada, como si fuese lo más sencillo del mundo. Qué ritmo tiene en la sangre, qué movimientos más perfectos, qué felicidad en todos sus gestos. Y su voz... es que parecía que ella creaba toda la música. Y qué perfección al repicar en las panderetas que tocaba. Al decirlo así, parece algo simple, pero no lo es en absoluto. Es algo que no se parece a nada más. Yo muchas veces pensaba que era imposible que todo eso pudiese hacerse sólo con una mano. Me impresionaba también ver cómo se cambiaba la pandereta de mano con tanta rapidez para que no se notase en el ritmo, cómo se fundía con las demás en esos cantos tan alegres, en esas canciones que, lo sé muy bien, tienen ya tantos años. Y, cuando sonaban la gaita, la zanfona y los tambores, fue como si toda la energía de la tierra se hubiese concentrado en su cuerpo. Dejó de tocar cuando empezó a tocar la orquesta, vino corriendo a mí, que estaba mirándola desde una calle estrecha, y me cogió de las manos para llevarme con mucha alegría y entusiasmo a la plaza de su aldea para que bailase con ella. En esos momentos no me importaba que no supiese bailar. La seguí en todos los movimientos de su cuerpo, me así a su mirada y sólo sentí que me llevaba, que me llevaba por el aire, que me hacía saltar, que me hacía moverme como si ella manejase la voluntad de mi cuerpo. Y estaba tan guapa... No puedo dejar de pensar en esos momentos, en lo hermosa que estaba, en la luz que tenía en la mirada (la que continuamente se le volvía cristalina), en la sonrisa que me dedicaba, tan reluciente y llena de gratitud. Sus cabellos negrísimos parecían albergar la cercanía de la noche y en sus nocturnos ojos había tanta vida, tanta y tanta vida que muchas veces, durante esos momentos, me pregunté si en esos ojos yo había visto tristeza alguna vez, si en su carita tan linda, tan bonita y llena de inocencia yo había atisbado la sombra de la decepción y el sufrimiento. Ella me apretaba las manos como si no quisiese que yo desapareciese, como si a veces tuviese miedo a que pudiese despertarse, porque, lo sé bien, sé que ella sentía que estaba viviendo un sueño. La música que sonaba le daba tanta y tanta vida que creo que no era capaz ni de sentir tanta felicidad. Muchas veces la vi emocionarse, intentando reprimirse un llanto de felicidad, y eso me enternecía tanto que yo también me emocionaba.

Hacía mucho calor, pero no me importaba. De vez en cuando soplaba un viento templado que traía el aroma de los bosques, del río y de la hierba, y me parecía que me hallaba lejos del mundo, irrevocablemente separada del tráfico de la vida, del jaleo de las ciudades, del estrés de cada día. Todo eso había quedado tan atrás que me costaba imaginarme que existiese otra realidad.

Tenía la necesidad de decirle a Agnes que me sentía muy feliz por verla así, pero no podía, ya que me faltaban palabras, pero sé que no hacía falta decir nada, que ella entendía mis miradas y podía escuchar mi voz y mis palabras aunque no sonasen. Y sentía que ahí residía la inmensa complicidad que hay entre nosotras, que esa complicidad crecía sin parar en esos momentos. Creo que nunca he estado tan cerca de Agnes como en esos momentos, de verdad, como en esos momentos en los que bailábamos juntas, pues Agnes me había introducido de lleno en su mundo, en su historia, en su mágica realidad; de la que tantas veces me había hablado. Dejé de sentir que entre su pasado y yo existía una brecha insalvable. Yo ya formaba parte de su historia, también. Ella me había mezclado con los recuerdos más bonitos de su vida. Ya no había separación entre nuestro presente y su pasado. Se habían fundido las fronteras del tiempo y yo me sentí como si hubiese viajado con ella hacia su niñez y su adolescencia y eso es lo más bonito que me ha pasado en la vida.

No voy a negar que, mientras escribo todo esto, me resbalan las lágrimas por las mejillas. Me emociono muchísimo cuando pienso en todo esto. Agnes lo sabe, sabe lo que sentí y pensé, porque se lo he contado esta mañana, mientras nos bañábamos juntas en el río, solas. Ya no me da miedo meterme en el Miño. Agnes ha deshecho ese miedo con muchísima facilidad. Se lo dije mientras el sol se alzaba sobre nosotras, orgulloso, sabiendo cuánto iba a calentarlo todo. Se lo dije mientras el viento de la mañana traía el orballo y el aroma de los campos, mientras ella me sostenía entre sus brazos y me mecía con muchísima ternura, sin dejar de mirarme con amor en todo momento. He de reconocer que creo que nunca me he sentido tan amada, tan deseada. Nunca he notado con tanta intensidad cuán enamorada está Agnes de mí. Siempre lo he notado, pero ahora es como si sintiese en mi piel la calidez de todas sus miradas, como si pudiese acariciar lo que ella siente cada vez que estamos juntas, lo que ella siente por mí, como si sintiese en mis entrañas ese inmenso amor. Y me dice cada cosa... Me dice unas cosas tan bonitas que no puedo evitar sonrojarme. Nunca me he sentido tan bonita, tan deseable, tan llena de magia. Y Agnes siempre me ha hecho sentir todo eso con una facilidad asombrosa, ha hecho que me quiera más a mí misma por lo mucho que ella me quiere, pero ahora estoy viviendo nuestro amor de otra manera. No sé por qué, pero noto que hay un antes y un después en nuestra vida. Ahora es como si nos encontrásemos al principio de nuestra relación y a la vez como si nuestra relación ya llevase años existiendo, como si nos hallásemos ya en esos años en los que una relación está totalmente consolidada, en los que ya no cabe ninguna duda de que vamos a acabar la vida juntas.

Pues le confesé todo lo que he escrito aquí y ella se emocionó muchísimo, mucho, reía y lloraba a la vez, de felicidad, de amor y de gratitud.

Esta mañana nos encontrábamos un poco mal por causa de la resaca que tenemos las dos, que, aunque intentemos ignorar el dolor de cabeza que tenemos, no podemos huir de la horrible sensación física que se ha apoderado de nuestro cuerpo. hemos comido las dos poquísimo y lo único que nos apetece hacer es estar tumbadas en la cama o en el salón, donde se está muy fresquito. A estas horas de la tarde ni siquiera podemos bañarnos en el río porque en el bosque hace un calor tremendísimo. Agnes se troncha de risa cada vez que le digo que me estoy derritiendo. Me dice que es el calor que ella conoció siempre, que desde siempre ha hecho mucho calor aquí.

Pues ayer por la noche fue tan divertido todo que aún me río cuando lo recuerdo. Debo reconocer que Agnes me llevó por muy mal camino porque no me disuadía de la idea de beberme otra copa de vino, que estaba buenísimo, cuando yo le decía que no sabía si tomarme otra. Es que yo no sé qué tendrá ese vino blanco, pero está delicioso, y además bebértelo mientras la música suena, mientras puedes estar entre los árboles, bajo el cielo estrellado... Yo no sabía que eso podía gustarme tanto. En más de una ocasión, Agnes y yo nos escondimos entre los árboles, siendo libres cuando a pocos metros había tanta gente que ella conocía. Debo decir también que las vecinas de su aldea me han empezado a querer enseguida y me siento muy a gusto entre ellas. La mayoría son mujeres de la edad de Anxiños, pero tienen un espíritu muy joven. Es como si ellas no concibiesen el paso del tiempo. Siguen trabajando la tierra y viviendo aquí como si tuviesen veinte años menos. Me sorprende mucho la vitalidad que tienen, las ganas de disfrutar de la vida, lo felices que son. En la ciudad, yo no estoy acostumbrada a encontrarme con gente así, más bien al contrario. Suelo encontrar a más gente cansada de vivir, harta de todo, sin la menor ilusión por nada. Y aquí es que la vida es vida, sencillamente. Están enseñándome muchas cosas, la verdad. Están transmitiéndome un modo de ver la vida que hasta entonces creo que nunca tuve, y no sólo ellas están haciéndolo, sino sobre todo Agnes. Agnes es así, como ellas, pero yo nunca le había prestado atención a esa manera suya de ser. Es cierto que, si pienso en la Agnes que conocí hace ya tantos años, la que vivía en una cabaña en medio del bosque (como yo, pero yo vivía más cerca de Gilbert y de Gaya que ella, que vivía en pleno corazón del bosque), sí hallo a la Agnes que encuentro aquí, que puedo tener aquí, aunque, evidentemente, esta Agnes es plenamente feliz. Cuando yo la conocí... No sé cuánto de ella misma había en sí misma.

Cuando ya pasaban de las tres de la madrugada, ninguna de las dos se sostenía en pie, la verdad. Agnes fue la primera en marearse de verdad porque yo me bebía las cosas con más lentitud y además creo que a ella le sube mucho más rápido que a mí. Enseguida se le ponen los ojos brillantes y las mejillas sonrosadas y eso me encanta, que le salga esa chispa que le hace sonreír con tanta facilidad. Llegó un momento en el que me dijo que no podía bailar siquiera, que se sentía mareada, y al final nos retiramos y nos fuimos al bosque. Habíamos estado también con Lúa, quien parecía querer dejarnos a solas sabiendo que eso era lo que necesitábamos y deseábamos. Me cuesta entender cómo es posible que comprenda tanto lo que las otras personas desean y necesitan. No hace falta explicarle nada. Parece como si supiese leer en la mirada de la gente, igual que Agnes. Tal vez ambas tengan la misma facultad.

     Ay, Artemisiña –se reía ella con cariño mientras me apretaba las manos. Nos habíamos sentado en la hierba–. No sé por qué bebo tanto si me sienta así, si siempre me mareo; pero es que me da una felicidad muy bonita, ¿sabes? Ya soy feliz, pero... Ay, Artemisiña, qué vergüenza. Pensarás que soy una borracha empedernida –se reía cada vez con más ganas.

     ¡Yo no pienso eso! –estallé yo también en carcajadas–, pero ¿cómo puedes pensar que yo creo eso de ti? Bueno, en realidad sí me ha sorprendido mucho, pero nada más lejos de la realidad. Ese vino está demasiado bueno. Yo creo que está hechizado. Yo creo que hechiza, más bien.

     ¿Que el vino está hechizado? –me preguntó casi sin poder hablar–. ¡Pobriño!

     Yo creo que más bien es un brebaje que me has preparado tú para ponerme así.

     Ya, ¿y me perjudico yo también con ese brebaje? ¡Qué cosas tienes!

     Yo creo que quieres embriagarme para...

     ¿Para qué? –me cuestionó acercándose más a mí y mirándome con dulzura–. ¿Sabes que brillas mucho a pesar de hallarnos en “noite pecha” como se dice aquí?

     Recuérdame qué significa “pecha” –le pedí apoyándome en ella.

     Cerrada. Nos hallamos en noche cerrada, aunque haya tantas estrellas, pero ¿ves? La única luz que hay en este momento eres tú, que brillas más que todas las estrellas juntas –me declaró abrazándome y acariciándome–. Me da vueltas todo, pero tú eres la única que me sostiene.

     No creas que yo estoy bien tampoco, aunque contigo tan cerca es imposible que esté mal –le susurré en el oído. Noté que se estremecía entre mis brazos.

     ¿Quieres que vayamos a casa? –me sugirió mirándome con los ojos llenos de fuego.

     No, no quiero ir a ninguna parte. Quiero que estemos aquí, tú y yo, hasta que se haga de día.

     Recuerda que en Galicia amanece más tarde –me sonrió.

     Pues primero quiero quedarme aquí. y luego...

     Mi Artemisiña... no te imaginas cuántas veces deseé estar aquí contigo, que estuvieses aquí conmigo –me confesó acariciándome los cabellos, las mejillas, el cuello, con mucha dulzura–. Aquí en mi tierra me siento completa, pero siempre me faltabas tú. Gracias por venir, Artemisiña. Gracias por devolverme toda la felicidad de la que carecí durante años. Te quiero, vida mía, te quiero con toda mi alma.

Agnes no me dio la oportunidad de contestarle, pues empezó a besarme con una ternura que me apartó súbitamente de nuestro alrededor. Sus palabras me habían emocionado muchísimo, tanto que no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas, y la forma como me besaba profundizó esa emoción. En esos momentos, rápidamente, fui plenamente consciente de cuánto se merecía Agnes ser feliz. Fugazmente, se sucedieron en mi mente imágenes de toda su vida, de todos esos momentos en los que había estado a punto de desaparecer, en los que había deseado con tanto ahínco destruir su vida para siempre, y entonces sentí gratitud por la vida, por la Diosa, por todo, por permitirle ser tan feliz, por arrancarle del alma esa tristeza que tanto ensombrecía su vida. Fue lo único que pude sentir mientras nos besábamos, nos abrazábamos, nos acariciábamos y nos fundíamos en un sólo ser; gratitud, pero ya no por mí, por vivir esos momentos que tanto me llenaban, sino por ella, gratitud por todo, gratitud porque Agnes era feliz, feliz de verdad, por fin, y podía serlo si yo no detenía el cauce de felicidad que la arrastraba por su destino.

Fue impresionante estar con ella allí, entre los árboles, bajo las estrellas, protegidas por las verdes hojas, por la oscuridad de la noche, amparadas por la soledad que vivía allí. Agnes me había llevado a un rincón del bosque al que apenas llegaba ya el eco de la música que había comenzado a apagarse hacía ya minutos. todo, poco a poco, iba quedándose en silencio, quieto, quedo, íntimo. Mientras nos amábamos así, con tanta pasión y dulzura, me parecía que una voz me animaba a ser así siempre, sentía que había algo que se recomponía a mi alrededor, como si la misma tierra me animase a besar así a Agnes, a acariciarla así, a protegerla tanto entre mis brazos, como si la noche entera fuese feliz porque yo la amaba así, porque yo la quería y la quiero tanto. Es una sensación que no he experimentado en ningún sitio del mundo. Es algo muy fuerte que me cuesta explicar. Intenté hablarle a Agnes de esta sensación cuando todo terminó y ella pareció entenderla enseguida, a pesar de que yo no sabía convertirla en palabras. Me dijo sonriéndome:

     La tierra toda está feliz de que estemos juntas y sabe que siempre lo estaremos, vidiña.

Yo me habría quedado a dormir en el bosque, pero Agnes me animó a que fuésemos a casa

Y ya voy a dejar de escribir. Ahora que es más tarde, que el sol está ya escondiéndose, le propondré a Agnes que salgamos a dar un paseo. Cuánto me apetece estar entre estos árboles. Parece mentira, de verdad. Recuerdo cómo estaba el sábado pasado y me parece imposible aceptar que ese día ha formado parte de mi vida. Estaba totalmente destrozada, nada que ver con cómo estoy ahora. me pasé toda la noche llorando y temblando como si tuviese fiebre.

 

2 comentarios:

  1. El amor por que Artemisa siente por Agnes es ahora todavía más inmenso. Verla sonreír, sana, alegre y totalmente integrada en la sociedad la ha sorprendido tanto que no puede hacer más que sentirse más enamorada que nunca de ella. Verla cantar, bailar, tocar la pandereta con ese ritmo, dejándose llevar por la música y la felicidad...es imposible negar que Agnes se siente plena y feliz, y una de las razones es que ella esté allí. Se enamora más de ella, pero también de Galicia. Ahora ya no le suena tan extraño todo lo que Agnes le contaba, lo está viviendo en sus propias carnes. Es una más de ellos, la aceptan, la quieren y puede vivir la magia de sus fiestas y la hospitalidad de su gente. Comprende su forma de vida, la tratan con cariño y eso al final, te llega al alma. Y lo mejor de todo, ahí se puede coger las mayores borracheras de su vida jajaja, menuda cogorza jajajaja. Le gusta el vino, así que ya está perdida jajaja. Al menos las dos se comprenden, les gusta mucho ese vino...aunque pueda estar hechizado jajaja. Todo va bien entre ellas, mejor que nunca. El momento es perfecto, a pesar del terrible calor. Ojalá dure mucho tiempo, me gusta verlas así de felices.

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  2. Esta entrada refuerza la anterior, y nos enseña la pareja vista por el otro lado, el de Artemisa. Naturalmente, ella pone el acento en las cosas que más le atraen, la misma realidad nunca se percibe igual por las dos partes, pero claramente coinciden en lo fundamental: en que se aman, en que son felices, en que todo lo anterior parece ahora un mal sueño y que se comprenden mejor.


    Han alcanzado uno de esos puntos que parecen un destino, y que lo anterior era una especie de camino cruel para llegar allí...

    " siento que estoy viviendo de verdad aquí, que estoy disfrutando de verdad de este lugar"

    Y, como siempre, la expresión de todo esto es muy sensual: la alegría por la petición de mano, la música, el baile, la comida, la bebida: una explosión para los sentidos, para todos, te empapas de la historia a través de todos los sentidos.

    El sentido de "punto de destino" se refuerza constantemente...

    a no había separación entre nuestro presente y su pasado. Se habían fundido las fronteras del tiempo y yo me sentí como si hubiese viajado con ella hacia su niñez y su adolescencia y eso es lo más bonito que me ha pasado en la vida.

    Claro, esto podría ser un happy end del libro... pero ya sé que no será así, ¿Verdad que no?

    Han bebido el vino del amor, que sí está hechizado, por supuesto, pero con su propia pasión, y ahora mismo su situación parece indestructible... bien sé que no será así por mucho tiempo... ains… con lo bonito que habría sido acabar la historia en este punto... jajajajajajaja.. pero claro, así también nos quedábamos sin leer más... ¿qué habrás maquinado?

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