Martes, 21 de
agosto de 2018
Cuántas
cosas hemos vivido desde la última vez que escribí. Me gustaría poder relatar
todos los momentos que hemos vivido, pero es muy difícil, ya que los días han
estado llenos de instantes inolvidables y hermosos que no sé si podré convertir
en palabras. También tengo que reconocer que ha habido momentos malos para mí,
en los que de nuevo volví a sentir esos celos terribles que tergiversaban la
realidad. La semana pasada, más concretamente el jueves, mientras estábamos en
Vigo, Agnes y yo tuvimos una discusión muy mala que no fue más intensa porque
Agnes no quiso. No fue tan grave gracias a Agnes, que supo mantener la calma.
Yo tuve otro ataque de celos y además empecé a insistirle muchísimo en que
fuésemos de vacaciones con mi hermana, que el sábado se iba a una casa rural en
Lleida con unas amigas suyas. Ella me invitó hace meses y en principio íbamos a
pasar las dos últimas semanas de agosto con ella; pero, como surgió lo de
Galicia, pues cambiaron los planes; pero a mí el jueves se me metió entre ceja
y ceja que teníamos que ir con mi hermana, que tenía que alejar a Agnes de Lúa,
que no quería pasarme aquí más días mientras ellas estuviesen tan unidas.
Incluso, ese día me olvidé de todo lo que le había prometido a Agnes. Empecé a
decirle que en realidad quedarnos aquí renunciando a todo lo que tenemos allí
es una locura, que teníamos que volver en septiembre, que ella no podía
renunciar así a su trabajo después de haber estado casi tres años trabajando
allí, que eso era un desperdicio, que había que ser realistas y un montón de
cosas más que a Agnes estaban sentándole como un tiro en el alma. A ella, por
supuesto, no le dio la gana de darme la razón en ningún momento y me preguntó
ochenta veces si estaba hablándole en serio. Me dijo muchísimas veces que no
podía creerse que estuviese diciéndole eso, que no entendía cómo era posible que
hubiese cambiado de opinión tan rápido, que no entendía nada. Yo lo único que
sabía decirle era que me apetecía muchísimo pasar esos días con mi hermana. Le
decía también que no estaba pidiéndole que se marchase de Galicia para siempre,
que podía volver este sábado 25 y después en septiembre regresar conmigo a
Cataluña para terminar de arreglarlo todo. Lo que es cierto es que aún pienso
que no es bueno que nos precipitemos de esta manera. Sí pienso que tenemos que
vivir aquí, de eso no dudo; pero creo que, cuando decía que lo mandaríamos todo
“ao carallo” como dice Agnes, estaba totalmente hechizada por la magia y la
hermosura de este lugar. Ahora creo que mi parte realista ha despertado y está
haciéndome ver que las cosas no son tan fáciles. A Agnes no le he dicho todavía
que sigo pensando igual que el jueves pasado. No sé por qué, pero estar en Vigo
me abrió los ojos, no sé por qué. Es como si ese rincón de Galicia fuese mucho
más realista que Ourense. En Ourense, parece que las cosas sean más fáciles, que
nada sea imposible, es como si nada tuviese tanta importancia, parece que lo
que más importa es estar con la tierra, en el lugar donde más felices seamos;
pero, cuando regresamos de las islas Cíes, fui consciente de que estaba
pensando de un modo irracional. ¿Cómo vamos a vivir aquí sin nada, sin un
sueldo? No podemos estar dependiendo de la pensión que tiene la madre de Agnes,
no podemos depender tampoco de nuestros ahorros porque éstos también tendrán
fin. Es verdad que Agnes puede encontrar trabajo en Ourense, pero tendríamos
que sobrevivir sólo con su sueldo y creo que eso no es muy factible. Ella lo ve
muy fácil todo, pero todo el mundo le dice que en Ourense no hay trabajo, que
está todo muy mal, y ella no es capaz de entender el significado de esas
palabras. No es tan fácil. Además, si renuncia a su trabajo, al que tiene en
Cataluña, va a perder el paro, no tendrá derecho a paro. Por eso pienso que
sería mucho mejor que regresásemos las dos, que insistiese con lo del traslado
y, cuando lo tuviese, entonces volver juntas a Ourense para iniciar aquí
nuestra vida. Entonces yo me pediría la excedencia y podría prepararme el
examen del certificado de lengua gallega, que lo necesito para trabajar aquí
como profesora. Creo que así es como tenemos que hacer las cosas, pero no puedo
hablarle de esto a Agnes. No quiere ni oír hablar de estas cosas. Cuando le
hablo de estas cosas, la luz que llena su mirada se desgarra y puedo ver, a
través de esas pequeñas grietas de oscuridad, el reflejo de la mirada triste y
enfermiza que siempre tuvo en Cataluña y entonces siento mucho miedo porque veo
los vestigios de su enfermedad, siento que puedo hacer que resurja con mucha
facilidad y eso me paraliza. Agnes me llegó a decir, con mucha seriedad, que
prefería que la matasen antes que la alejasen otra vez de su tierra. Y, cuando
el jueves le hablaba de esto, cuando le decía que tendríamos que volver (aunque
no le dije ni la mitad de las cosas que he escrito ahora), cuando le pedía por
favor que viniese conmigo y con mi hermana, me decía casi llorando que no
quería, que no quería irse de aquí, que no podía ni imaginarse yéndose, que no
le importaba que fuesen sólo siete días, que no quería y que no quería, y
punto. Era incapaz de pensar algo positivo de esos días. Yo le decía que
estaríamos en una casa rural, en medio del bosque, que haríamos excursiones muy
bonitas, pero era como si estuviese diciéndole que iríamos a un desierto, que
iríamos a un lugar donde tendríamos que soportar una continua afluencia de
coches y personas. Era como si estuviese pidiéndole algo horrible, como si
estuviese pidiéndole que nos adentrásemos en la peor de las pesadillas. Los
ojos se le llenaban de horror, de pánico y de tristeza y es que esa mirada
suya, en lugar de disuadirme de la idea de seguir pidiéndole eso, me hacía
tener aún más ganas de convencerla de que fuésemos con mi hermana allí, a
Lleida. Además, además de las ganas de vivir esos días con mi hermana, tenía
otra vez muchísimos celos. No pude evitar decirle que no soportaba que Lúa la mirase
y que le hablase. Le pregunté si es que no se daba cuenta de cómo la miraba
Lúa. Le dije que notaba perfectamente que entre ellas dos había algo que
ninguna de las dos quería reconocer, que sabía que había algo especial entre
ellas, que no podía engañarme. Por ejemplo, le hablé de ese justo momento en el
que, en la playa de Roda de las Cíes, Agnes se desvistió y se dirigió hacia el
agua para bañarse (yo no sé cómo tiene tanta facilidad para meterse tan rápido
en el Atlántico, con lo fría que está el agua, por cierto). Y le hablé de ese
momento porque descubrí a Lúa comiéndosela con los ojos, pero comiéndosela de
verdad, devorándola con los ojos. La mirada de Lúa tenía palabras, tenía voz, y
lo único que yo escuchaba cuando me fijaba en esa mirada tan llena de deseo
era: “cómo me gustaría estar con ella, quiero estar con ella, quiero hacerlo
todo con ella”. Sólo oía halagos llenos de deseo e incluso podía sentir en mi
piel el fuego que se le escapaba de los ojos. No podía creerme que Lúa tuviese
tan poca vergüenza de mirar así a Agnes delante de mí. Eso me dio tanta rabia
que estuve a punto de decirle algo, pero me callé porque no quería estropear
ese día. Fue un día muy bonito, pero para mí lo habría sido muchísimo más si no
se hubiesen despertado otra vez los celos. No dejé de sentirlos en todo el día.
Incluso muchas veces me dieron muchas ganas de llorar al ver cómo Agnes
ignoraba el modo como Lúa la miraba y la cogía de la mano, le hablaba cerca del
oído, le sonreía con mucha luz... Me daba mucha rabia que Agnes hiciese como si
no estuviese pasando nada. Me daba impotencia darme cuenta de que para Agnes
esas miradas no existían. Seguía tratando a Lúa con la misma dulzura de
siempre, le hablaba con una ternura que me encendía la sangre... No obstante, tengo
que reconocer que Agnes no le insinúa nada a Lúa. La trata con dulzura y cariño
porque la quiere mucho, pero yo en los ojos de Agnes no detecto ese deseo que
inunda los de Lúa. Agnes está conmigo como si nunca hubiésemos estado juntas
antes. Me trata de una manera tan bonita que me hace sentir tan especial...
Además, nunca se apaga el fuego que se le enciende en la sangre cada vez que
estamos juntas, que nos miramos, que nos acariciamos donde sea, aunque sea por
accidente, cada vez que nos besamos con esa ternura tan deliciosa que tanto me
derrite... Tengo que reconocer que podemos estar juntas en cualquier momento
del día. Incluso, por la noche, a veces, notamos que la otra está despierta y,
sin necesitar palabras, ya empezamos a hablar a través de las caricias, de los
besos, de los abrazos, y en cualquier momento podemos hacer que todo lo demás
desaparezca, que sólo existamos nosotras dos. Por eso, no tendría que estar
celosa, no tendría que desconfiar de Agnes; pero no puedo evitar que me hierva
la sangre cada vez que me doy cuenta de cómo la mira Lúa, de cómo se hablan, de
cómo se sonríen. Yo sé que Agnes me ama con toda su alma, me desea y me quiere
de verdad; pero sé también que entre ellas dos hay algo especial que no tendría
que existir. Y lo sé porque Agnes tiene otras amigas y no se comporta así con
ellas. Agnes es amiga de la mayoría de las mujeres de su aldea. Se lleva con
ellas como si siempre hubiesen estado juntas, se tienen todas entre ellas una
confianza preciosa... pero con ellas no es igual, no las mira igual, no les
sonríe igual. Con ellas habla con toda confianza, les abre su corazón enseguida
y recibe todo lo que ellas le cuentan con mucha comprensión y cariño; pero en
sus ojos yo no detecto los mismos sentimientos ni las mismas sensaciones que le
llenan la mirada cuando habla con Lúa, cuando baila o canta con ella. El sábado
por la noche, por ejemplo, tocaron las dos en una pandeirada que hicieron y yo
sé que conmigo Agnes jamás viviría esos momentos, por mucho que me haya
enseñado a bailar más o menos las danzas de su tierra. Yo veía que en esos
momentos ellas estaban en el mismo mundo, que no había nadie más con ellas, que
estaban solas en ese mundo antiguo, en esos momentos donde gritaba la
tradición, con tanta fuerza e ímpetu. Cantaban con una misma voz, tocaban
juntas con una coordinación absoluta que me hacía sentir pequeña y triste, no
sé por qué. Pensaba todo el tiempo que yo nunca podré vivir algo así con Agnes;
pero, a la vez, me gustaba verlas, me hipnotizaba ver cómo se movían, cómo
tocaban, cómo hacían sonar la música, cómo cantaban. Me embelesaba el brillo
que se les escapaba de los ojos y también me hechizaba ver cómo se habían unido
sus miradas, como si fuesen una única mirada, y parecía que se entendiesen en
ese momento como jamás nadie podría entenderlas. Y las letras que cantaban eran
tan divertidas y bonitas que en muchas ocasiones tuvieron que reprimirse la
risa para que nada se estropease. Y qué felicidad las envolvía, cuán felices
eran... pero yo no formaba parte de esos momentos y quizás Agnes no se acordase
en absoluto de que yo estaba allí, mirándolas tan hipnotizada y sorprendida.
Pensar en
eso me pone triste, pero esa tristeza se desvanece en cuanto recuerdo los
momentos más íntimos que vivo con Agnes. Cuando me doy cuenta de que Lúa está
mirándola con deseo y con tanta ternura, enseguida pienso: “sí, sí, puedes
mirarla así las veces que quieras, pero soy yo quien la tiene todas las noches
entre mis brazos, quien puede acariciarla hasta lo más profundo de su ser; soy
yo quien la enciende con tan sólo un beso, con una caricia o una palabra
susurrada en su oído; soy yo quien la ve suspirar siempre, quien más
íntimamente la tiene, no tú”.
Puede que
pensar eso me convierta en alguien rencoroso, pero esos pensamientos me
reconfortan. Evidentemente, Agnes jamás sabrá que pienso así. Yo sé que Lúa es
muy buena persona, que tiene un alma pura, que lo único que le ocurre es que
está irremediablemente enamorada de Agnes, y lo entiendo, lo entiendo porque es
imposible no enamorarse de ella; pero también sé que ella aprovecharía la
mínima ocasión para poner a Agnes en mi contra. Si hasta entonces no lo ha
hecho, es porque quería enamorarla comportándose tan comprensivamente con ella,
quería quedar bien delante de ella haciéndole entender que yo soy el amor de su
vida, para que Agnes no dudase nunca de ella; pero yo sé que todo fue un juego,
que todo fue una trampa, algo que sólo quienes tenemos el alma llena de
desconfianza podemos saber. Agnes jamás podrá reconocer que la actitud de Lúa,
esa actitud tan comprensiva, sólo nacía de un deseo de no quedar mal delante de
ella, de un deseo histérico de gustarle muchísimo. Sé que Lúa actuaba así para
que Agnes no desconfiase nada de ella, para poder seguir estando a su lado,
fingiendo que sólo la quiere como amiga, pero yo sé que esto no puede durar
eternamente. Por eso también quiero quedarme aquí, por eso también me quiero
llevar a Agnes si me marcho, porque soy incapaz de dejarla aquí con ella, con
Lúa, que sé que está esperando la ocasión más simple para lanzarse a ella. Lo
que voy a decir sonará muy mal, pero es la verdad: con sus ojos ya le ha hecho
el amor mil veces y lo peor es que lo ha hecho delante de mí, sin reprimirse ni
un ápice. La ha mirado como yo miro a Agnes en la intimidad, como me mira Agnes
en la intimidad. La ha mirado de una manera como nadie tendría que mirar a la
pareja de otra persona y mucho menos si la pareja está delante. Mi hermana me
dice que eso no se puede evitar, que cuando te gusta tanto y tanto alguien no
puedes controlar tus miradas; pero un carallo, como dice Agnes. A mí me daría
vergüenza mirar así a Agnes delante de nadie. Sí la miro con amor y ternura,
pero esas miradas tan sensuales, que tanto gritan: te deseo, jamás me atrevería
a dedicárselas delante de su madre, por ejemplo, o de mi hermana o de cualquier
amiga que tenemos.
Y el día
de las Cíes habría sido mucho más bonito si Lúa no hubiese estado con nosotras.
De hecho, este viaje habría sido mucho más bonito si Lúa no hubiese estado con
nosotras. Primero estuvo mi hermana con nosotras, el fin de semana que pasamos
en Santiago, y, el martes, cuando fuimos a Ourense, Lúa se unió a nosotras.
Sólo estuve a solas con Agnes la noche del domingo y el día del lunes, que
fuimos á Coruña y estuvimos paseando muy a gusto por esos acantilados tan
bonitos que tiene. En esos momentos, a mí me habría gustado detener el tiempo.
Y, en un principio, no me importaba que Lúa estuviese con nosotras. Pensaba que
sería divertido; pero, cuando el miércoles ya se venía con nosotras a Vigo, me
arrepentí de no haberle pedido que nos dejase a solas. Me apetecía estar con
Agnes a solas el jueves, sobre todo, que íbamos a ir a un sitio que seguramente
me habría enamorado muchísimo más si Lúa no hubiese estado con nosotras. Yo
sabía que las Islas Cíes iban a gustarme mucho porque me recordarían a la isla
donde estuve viviendo durante tanto tiempo, pero no pude disfrutar bien de ese
lugar porque estaba Lúa, porque ella estuvo con nosotras, porque ella estuvo
todo el tiempo comiéndose a Agnes con los ojos. El día de Ourense sí fue muy
divertido y bonito. Además, cuando Lúa y Agnes se reencontraron en Ourense, yo
no vi nada raro, sólo vi a dos amigas que tenían muchas ganas de verse y que se
abrazaban riéndose de felicidad por reencontrarse en el lugar que más aman del
mundo; pero nada más. Lúa se comportó normal mientras estuvimos por Ourense,
paseando por las calles, comiendo, tomándonos un helado, cenando por la
noche... Después ella volvió a la aldea y quedamos al día siguiente para ir a
Allariz, que también es un sitio muy bonito. Durante ese tiempo, yo no noté
nada raro. Estaban normal, como dos amigas normales, sin ninguna tensión de
ningún tipo; pero fue alejarnos de Ourense y cambiar todo. Fue como si, al
alejarse de Ourense, Lúa explotase, como si el hecho de no estar allí ya le
impidiese controlarse más, como si no estar allí ya la volviese más débil,
igual que a Agnes. Noté que, aunque estuviésemos en un sitio precioso, a Agnes
le faltaba algo en la mirada, pero no le faltaba ni luz ni felicidad. Lo que sí
tengo que reconocer es que, en cuanto empecé a decirle que se viniese con mi
hermana, su mirada cambió, su actitud mudó y ya no volvió a ser la misma hasta
que llegamos a su aldea. En Vigo estuvimos bien, pero yo la notaba distante. Es
cierto que disfrutamos mucho de cada momento, pero Agnes ya no era la misma. Y
creo que no lo era por culpa de la discusión que tuvimos el jueves por la tarde
y luego por la noche; una discusión que parecía no poder terminar nunca.
Incluso su madre la animaba a que se viniese conmigo, a que viese otras cosas;
pero para Agnes eso era lo peor que podía hacer. No le parecía bien nada y es
que no quería, se negaba con toda su alma. Yo sinceramente no lo entiendo. No
entiendo que le produzca tanto rechazo la idea de estar en otro sitio, pese a
saber que en nada podrá volver a su tierra. Y no sólo se trata de que le
produzca rechazo la idea de no estar en Galicia, sino de no estar con gente de
aquí. Llegó a decirme el jueves que no le apetecía en absoluto tener que estar
con personas que no hablan gallego y que tuviesen un acento tan distinto al
suyo. Es verdad que las amigas de mi hermana son muy catalanas, hablan en
catalán e incluso tienen una forma de pensar y de sentir muy distinta a la
nuestra, pero no creo que eso suponga ya una barrera, no sé... pero nada, al
final di yo mi brazo a torcer y no porque Agnes me convenciese con sus
contundentes razones (que no quería, que no quería y punto), sino porque yo le
prometí que pasaríamos todo el verano en Galicia y no puedo faltar a mi
promesa. Yo se lo prometí en cuanto nos reconciliamos y ya está; pero siento
que Agnes desconfía de mí. No sé cómo decirlo... Está como siempre, me trata
como ya he dicho, pero a veces noto que me mira con algo de miedo, como si
temiese que pueda cambiar de opinión. De momento, no sé qué va a pasar con
nuestra vida; pero lo único que quiero es disfrutar de estos días. Están siendo
muy bonitos, la verdad. Yo le describo a mi hermana la aldea de Agnes como el
lugar más tranquilo en el que he estado en mi vida. Las calles son de piedra,
el sol las calienta mucho y me parece que todo brilla. Salgo de la casa de
Agnes y lo que veo es una calle estrecha e inclinada que desciende a la plaza
de la aldea, que es pequeña y muy bonita, rodeada de árboles. A lo lejos veo
las montañas de Ourense, sopla un viento tan limpio, tan azul... Me parece que
nunca respiré un viento así, tan exento de contaminación, tan puro, tan lleno
de vida. Huele a hierba, a humedad, a árboles. Es un olor que no sé describir,
pero que va adherido al inmenso calor que está haciendo estos días. A partir de
las tres de la tarde no se puede estar en la calle, pero el calor suena tan
bonito... Es una canción hecha con silencio, con el canto de algunos grillos,
de los pájaros que se esconden entre las hojas de los árboles... Incluso el
viento que sopla de vez en cuando y que nos trae el olor del verano suena a
soledad, a silencio. Y la verdad es que me siento muy tranquila aquí. Me
gustaría que el tiempo se detuviese, que no llegase ningún mañana más, que
fuesen éstos los únicos instantes de mi vida.
Por la
mañana, me levanto temprano y, aprovechando el fresquito que trajo la
madrugada, salgo a correr por el bosque. Ya me he hecho una ruta que repito
todas las mañanas. Llego a un pequeño monte desde el que puedo observar la
aldea de Agnes y los árboles que la rodean. Me parece que estoy sola en el
mundo cuando corro entre los árboles, cuando me detengo bajo el cielo
cristalino y amaneciente, cuando me detengo a oír el silencio, el canto de los
pájaros y el silenciosísimo rumor del río, que de verdad cuesta mucho oírlo
entre los árboles. Me parece que el mundo se ha quedado en silencio y me parece
imposible creer que, hasta hace poco, estuviésemos viviendo en una ciudad en la
que no deja de haber ruido. Entonces, en esos momentos, me doy cuenta de que
todos esos pensamientos tan racionales que me impiden creer que las cosas
pueden ser más sencillas de lo que parecen sólo nacen del agobio que me ha
producido vivir allí tanto tiempo. Yo he tenido que transformarme. Yo no era
así... y creo que me va a costar mucho desintoxicarme de esa parte racional que
se ha apoderado tanto de mí. Yo antes no era así. Yo era capaz de iniciar desde
cero una nueva vida donde fuese. Eso fue lo que hice cuando me marché de mi
tierra (la que me encantaría visitar, por cierto), fue lo que hice cuando lo
abandoné todo otra vez y me marché a mi isla querida...
No sé
cómo irá fluyendo todo, pero me encantaría tener la confianza y la esperanza
que tiene Agnes... Por cierto, estoy comiendo aquí lo que no está escrito.
Agnes y Anxiños no dejan de hacer cosas ricas. Ayer hicieron una bica que está
para chuparse los dedos. No dejan de cocinar cosas que me hacen comer como una
descosida. Menos mal que tengo la fuerza de voluntad suficiente para salir a
correr por las mañanas. Y por las tardes Agnes y yo andamos muchísimo, durante
horas. Intenté enseñarle a correr, pero no le gusta, dice que se agobia. Qué
gracia. Ya seguiré escribiendo en otro momento.
Madre mía, aquí Artemisa se desahoga de lo lindo jajajaja. Se nota que necesitaba soltarlo todo, y seguro que le habrá venido muy bien. Pues estoy dividido, hay cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que no.
ResponderEliminarLúa: Lo hace de forma inconsciente, pero su forma de mirar está provocando problemas entere ellas. Es que, quizás con otra persona (yo y Luis, por ejemplo), no pasaría nada, tenemos los ojos para mirar jajaja, pero con otras parejas, eso es un problema. Lúa debería cortarse un poco, pero claro, es su instinto, lo hace sin querer. Artemisa estalla con un 50% de razón. Sus celos tiene un sentido, una persona la desea y sabe que entre Agnes y ella hay algo especial, aunque Agnes no se insinúe y pase de esas cosas. Por otra parte, es verdad que solamente son miradas, no ocurre nada más y no debería tener tanto miedo y pasar de esas cosas. Es una situación complicada y aquí las dos tienen su parte de razón. Con lo que no estoy nada de acuerdo es que Artemisa utilice el viaje a los Pirineos o alejar a Agnes de Galicia solamente por Lúa. Es injusto y cruel. Olvida fácilmente el daño que le hace cuando dice según que cosas. Estoy de acuerdo que no hay nada de malo en un viaje a los Pirineos, pero no si es una excusa para qeu se aleje de Lúa.
Catalunya: Aquí Artemisa vuelve a meter la pata. Otra vez salta con lo mismo (y no es excusa que en Vigo pueda pensar de una manera y en Ourense de otra, hay que ser más consecuente con tus palabras y tus actos). Olvida todo, inclusive sus propias palabras en las que decía no entender su propio comportamiento, obligando a Agnes a alejarse de Galicia y de su madre. No me extraña que Agnes no entienda nada. Vuelve a la realidad, como ella dice y ahora, como ya piensa de otra forma, quiere que Agnes haga lo mismo. No hace más que halagar Galicia, y ella misma reconoce que antes era capaz de empezar de cero en cualquier lugar...ains, Artemisa está muy cambiada. Muy mal, aquí es que no puedo estar de acuerdo con ella.
Mal veo las cosas. Artemisa cambiando de opinión como el tiempo,volviendo loca a Agnes, Lúa muerta de deseo por Agnes que no se corta en mirarla delante de Artemisa, y Agnes incapaz de salir de Galicia, aunque sea a una excursión en plena naturaleza...Todo se está liando poco a poco y esa felicidad tan bonita se está desvaneciendo. Eres capaz de hacernos sentir cosas increíbles. Es como subir a una montaña rusa de sensaciones, a veces de plena felicidad y otras, de tristeza y desesperación. Lo divertido (aunque suframos) es ver como se pueden llegar a liar las cosas, de una forma que ni nos imaginamos. ¡¡Me está gustando muchoooooo!!
Creo que Artemisa, si pudiera, pararía el tiempo para no tener que tomar decisiones, pero eso, claro, es imposible. Cuántas veces nos encontramos así, incómodos porque sabemos que en el futuro próximo nos aguarda algo que no sabemos bien cómo abordar. Artemisa es totalmente consciente de que Agnes es incapaz de vivir fuera de Galicia, más aún, que posiblemente es incapaz de salir de allí ni siquiera para un viaje rápido de ida y vuelta. Y, en cierto modo, se siente comprometida para no hacerle cambiar de opinión... pero claro, su racionalidad una y otra vez cierra el círculo que le lleva al punto de partida: vivir en Galicia es una locura.
ResponderEliminarPara colmo, está Lúa. No es una amenaza directa, en el sentido de que no intenta abiertamente quitarle a Agnes, pero tampoco disimula la atracción que tiene por ella; está ahí, esperando, resignada a ser una especie de segunda opción; pero eso a veces no es tan malo... así que Agnes no puede evitar una cierta incomodidad con Lúa.
El resultado de todo este conjunto de presiones y contrapresiones es que Artemisa oscila en lo que piensa y en lo que hace, todo lo contrario de lo que pasa con Agnes, que cada vez está más centrada y firme en lo que desea. Es curioso, hace un tiempo la segura era Artemisa y la titubeante Agnes, sorprende ver cómo ahora se han dado la vuelta las cosas.
Lo que me resulta quizá más chocante es que Artemisa no parece disgustada o preocupada con lo que pasa, el último párrafo, donde reconoce los encantos culinarios de Galicia y cómo los está disfrutando son buena prueba de ello, y me pregunto cuál será el punto de vista de Agnes, seguro que a ella le fastidia más que Artemisa esté poniendo a prueba su paciencia. Tal vez sea la siguiente entrada... ¡qué intriga!