Martes, 25 de
septiembre de 2018
Ojalá
tuviese el valor suficiente para romper con todo e irme a un lugar donde no
existiese nada de lo que conozco, donde se apagase mi alma, donde no pudiese
encontrarme con nada que me recordase a todas las existencias que he vivido.
Ojalá tuviese el valor suficiente para destruirme, para quitarme la vida. Nunca
he tenido unos pensamientos tan tristes y desoladores. He estado muy deprimida varias
veces a lo largo de mi vida, pero nunca me he sentido tan y tan deshecha, tan
devastada, tan extremadamente desesperada. Ni siquiera sé qué hacer con mi
vida. No quiero volver a Barcelona, pero tampoco quiero quedarme aquí. Me
planteo hacer locuras como coger cualquier tren y bajarme en una estación desconocida,
donde no haya nada de mí, donde tenga que arrastrarme para sobrevivir; pero
tampoco creo que me merezca nada bueno, pues se me ha ido lo mejor de mi vida.
Lo he perdido todo. Siento que mi vida ya no tiene luz, que ya nada de lo que
tengo brilla. Ya no tiene sentido nada, ni siquiera tengo sentido yo misma.
Ojalá pudiese irme, irme de verdad, y regresar cuando de verdad el alma se me
hubiese curado. Ahora me siento tan mal que ni tan sólo sé llorar. Tengo un
vacío en mi interior por el que han caído todos mis sentimientos, todos mis
pensamientos, todas mis ilusiones.
Estoy en
el hotel Miño; el mismo hotel donde nos alojamos Agnes y yo en agosto. Este
lugar también está impregnado de su recuerdo y su esencia. No entiendo por qué
Agnes tiene que estar en todas partes. Incluso me parece que su energía llueve
del cielo junto con la luz del sol, que el viento que sopla trayendo el olor a
las hojas de los árboles lleva también su voz, que en los rincones de todas las
calles de esta ciudad está su mirada, puedo verla, sentirla en todas partes. No
se calla nunca su recuerdo y ya no puedo más, no puedo más. Necesito que dejen
de gritar en mí la añoranza y el amor que siento por ella.
No me
arrepiento de haber venido a Ourense para intentar recuperarla. No ha servido
para nada, sólo para destruirme mucho más; pero es cierto que, si no lo hubiese
hecho, me habría quedado con una espina que nadie habría sido capaz de
quitarme. Ahora no sé cómo explicar lo que hemos vivido. Hemos vivido
situaciones muy tensas y creo que no hay palabras que puedan narrar esos
momentos. No hemos discutido ni nada, pero Agnes me ha demostrado que no quiere
saber nada de nuestro amor, de nuestro pasado amor; aunque puedo asegurar que
ella ignoraba la voz de su alma, silenciaba la voz de sus sentimientos y
ocultaba las emociones que le llenaban el alma por miedo a que todo pudiese ser
más difícil si liberaba todo lo que tenía por dentro. Ella se ha hecho la
fuerte, ha sido valiente, ha hablado usando la razón más que el corazón; pero
no entiendo por qué lo ha hecho. Yo sé que Agnes todavía siente algo muy bonito
por mí. Posiblemente, no me ame ya como antes; pero sé que aún siente algo por
mí. Si no lo sintiese, no le costaría tanto decirme que no quiere volver
conmigo, no le habría costado pedirme que no volviese a hablarle de esto... Yo
notaba que hacía un gran esfuerzo por decirme todo eso y veía en sus ojos una
sombra de tristeza que, en muchas ocasiones, estuvo a punto de llenarle los
ojos de lágrimas.
Mañana
vuelvo a Barcelona, pero tengo la esperanza de que Agnes me escriba o me llame
y me pida que me quede, que no me marche tan pronto. Me iré en tren porque no
me apetece nada coger un avión y sufrir otra vez retrasos. Para venir a
Galicia, no hay muchos problemas. Los problemas prácticamente siempre están en
la vuelta. Seré tonta, muy tonta, pero todavía espero que Agnes se arrepienta
de haberme dejado (ahora sí siento que me ha dejado ella, aunque esto suene
injusto) y me pida que hablemos otra vez, que me confiese que se arrepiente de
haberme dicho todo lo que me dijo ayer. No sé cómo fue capaz de decirme todo
eso, de ser tan y tan sincera... Fue tan sincera que sus palabras derrumbaron la
mitad del discurso que yo ya me había construido, que tanto me había dicho a mí
misma; un discurso lleno de palabras bonitas, de recuerdos, de sentimientos
sinceros...
Fui a la
cafetería donde trabajaba. Era su primer día y yo sabía que iba a estar muy
nerviosa; pero, egoístamente, pensé que igualmente podría estar por mí, que a
lo mejor mi presencia la ayudaba; pero ocasioné todo lo contrario. Debo decir
que el sitio me gustó muchísimo. Es una cafetería con una decoración que
recuerda a los años setenta y además es muy acogedora e íntima. En cuanto
entré, vi a Agnes atendiendo a unos clientes (era una madre con su hijo pequeño)
y me causó una impresión muy bonita verla sonriéndoles a esas personas que no
conocía de nada. Enseguida me di cuenta de que no había en sus ojos ni en sus
gestos ni la menor sombra de timidez. Estaba segura, se la veía segura y feliz,
satisfecha y cómoda. Me quedé mirándola un buen rato mientras ella escuchaba la
comanda y tomaba nota en una pequeña libreta (yo creo que no se acostumbrará a
las tabletas modernas) y cómo después se iba a la barra y preparaba lo que le
habían pedido. Ella no me había visto todavía. Yo me había sentado en una mesa,
al fondo de la cafetería; pero me daba la sensación de que ella intuía algo.
Notaba que no se atrevía a mirar hacia donde yo estaba. La notaba tensa e
incluso puedo asegurar que le temblaban un poco las manos. Ay, no puedo
escribir sobre esto sin que me dominen unas horribles ganas de llorar... aunque
en realidad no puedo dejar de llorar, no puedo...
Cuando
Agnes llevó la comanda a la mesa donde estaba sentada esa mujer con su hijo,
entonces sí miró de reojo hacia donde yo estaba. Yo en esos momentos sólo podía
pensar que estaba guapísima, que estaba bellísima. Le había
crecido ya bastante el pelo. Tenía los ojos llenos de luz, brillaban mucho las
sonrisas que esbozaba. Estaba vestida con unos pantalones negros y una camisa
roja que le quedaban tan bien... Era mi Agnes...
Sin
embargo, cuando me vio, se quedó paralizada, pálida. Se puso pálida como si
hubiese visto un fantasma (aunque creo que a Agnes le asustaría menos ver a un
fantasma en ese momento que a mí). Se dirigió hacia mi mesa con un paso lento,
intentando disimular la fuerte impresión que le había provocado verme ahí.
Incluso noté que dudaba de si en realidad era yo quien estaba sentada allí,
mirándola, esperando su atención; pero toda su alma le decía que sí era yo, que
no podía ser otra persona...
Cuando
llegó a mi lado, ni siquiera me saludó. Permaneció mirándome durante unos
segundos tensos, silenciosos... pero, al final, me preguntó si quería tomar
algo. Eran las doce de la mañana, todavía quedaba bastante para que ella
terminase su turno, pero yo estaba dispuesta a esperarla allí el tiempo que
hiciese falta, caminando por Ourense o comiendo en donde fuese. Ni siquiera
pensé en lo que le pedí. Le pedí un té rojo con algo y Agnes me lo puso sin
atreverse a mirarme a los ojos. Ni siquiera me hizo falta preguntarle si le
satisfacía verme allí. Sabía perfectamente que estaba muy nerviosa, que verme
allí incluso le hacía daño. Sí, le hacía daño, mucho daño. Que no se atreviese
a mirarme a los ojos y que ni siquiera me sonriese me demostraba que le disgustaba
muchísimo que yo estuviese allí.
Cuando me
sirvió la infusión, ni siquiera se atrevió a quedarse a mi lado. Sólo me dijo
que, por favor, hablásemos cuando ella terminase de trabajar y que quedásemos
en la plaza mayor. Yo no le objeté nada, pues tampoco sabía qué decirle.
Permanecí en la cafetería durante más de tres cuartos de hora. No me apetecía
nada tomarme la infusión, pues estaba tan nerviosa que mi estómago rechazaba
cualquier cosa que me bebiese, pero hice un gran esfuerzo en terminármela para
así tener una excusa para estar allí, mirando a Agnes, disimuladamente, pero
sin quitarle la vista de encima. Yo sé que a ella le ponía muy tensa que yo no
dejase de mirarla, pero, ante los clientes, supo disimular muy bien su
turbación.
Me fui a
la una y algo, no recuerdo muy bien qué hora era cuando salí de allí. Cuando
fui a pagar, Agnes rechazó el dinero con un gesto rotundo, que no daba lugar a
ninguna objeción, y después me dedicó una sonrisa muy efímera, pero brilló
tanto que se me quedó clavada en el corazón.
Hice
tiempo paseando por Ourense, me paseé por todos los rincones del centro sin ser
muy consciente de por dónde iba, sumida en mis pensamientos... Incluso estuve
hablando con mi hermana por teléfono durante más de media hora. Me escuchó con mucha
atención y me animó mucho a ser fuerte; pero yo sentía que cada vez me quedaba
menos energía. Además, cabe decir que cada vez hacía más calor, aunque el calor
de Ourense no me cansa tanto. Es el calor que ha estado siempre en mi vida, ese
calor seco de Castilla que siempre conocí.
Cuando
fueron las tres y cuarto de la tarde, me dirigí hacia la plaza mayor y esperé a
Agnes sentada en las escaleras del ayuntamiento, allí donde alguna vez nos
llegamos a sentar para observar esa plaza tan curiosa. Y entonces la vi
aparecer entre la gente, caminando ligera, pero se notaba mucho que estaba muy
nerviosa. Se aferraba al bolso que llevaba como si éste fuese lo que mantenía
su equilibrio. Cuando nos tuvimos una delante de la otra, me levanté, la cogí
del brazo y la miré fijamente a los ojos. Ansiaba abrazarla, pero sabía que
ella ni siquiera quería que la tocase... pero, aún así, la atraje hacia mí y la
abracé mientras ya, inevitablemente, empezaba a llorar. La apreté contra mí
mientras notaba que se me desbordaba del alma toda la tristeza que llevo
sintiendo desde hace tanto tiempo. Agnes me acogió entre sus brazos con calma,
intentando protegerme de mis potentes sentimientos; pero a mí no me serenaba
sentir su cariño; al contrario, al notarla tan cerca de mí, mi desesperación
crecía, pues no dejaba de ser consciente de que no la tendría nunca más, de que
en esos momentos tenía conmigo un pedacito de la Agnes que tanto me había
querido; pero seguía siendo mi Agnes, era su cuerpo el que estaba entre mis
brazos; su cuerpo delgado y hermoso, era su olor, era su respiración, su pelo negro
y suave, eran sus cariñosos brazos, era ella, era mi Agnes, por mucho que
estuviese con otra mujer...
Le di un
abrazo tan desesperado, la apreté tanto contra mí y me aferré a ella de tal
manera que aún me parece sentir en mis brazos el eco de su piel, el rastro de
su olor, el calor de su ser, la forma como ella me abrazaba tímidamente, pero
sin permitir que yo me sintiese desprotegida. No obstante, yo sentía que Agnes
me entregaba un abrazo distinto a todos a los que nos habían unido. Ya no me
abrazaba igual.
Mas fue
ella quien deshizo nuestro abrazo con cuidado, temiendo que pudiese hacerme
daño si se separaba de mí. Me miró confusa a los ojos, sin saber qué decirme,
y, si ella no se hubiese apartado a tiempo, yo habría sido capaz de besarla.
Me daba
igual lo que hubiese pasado, lo que estuviese pasando. Yo habría vuelto con
ella en ese momento si ella me hubiese dicho que sí, si ella me hubiese
aceptado, si ella me hubiese dado otra oportunidad. Estoy tan deshecha sin ella
que me da igual todo, que ni siquiera puedo sentir rencor. Siento una
desesperación tan grande que sería capaz de dar la vida por tenerla una vez
más. No puedo vivir sin ella. Yo no puedo vivir sin ella, no puedo... y así
mismo se lo dije cuando pude hablar. Durante unos largos minutos, sólo podía
llorar. Sólo lloraba, sólo era capaz de limpiarme las lágrimas y de ocultar mi
llanto tras un pañuelo de papel. Agnes no me exigió en ningún momento que
dejase de llorar; al contrario, fue paciente conmigo. Nos sentamos en las
escaleras, una junto a la otra, y aguardamos a que yo fuese capaz de hablar.
—
Agnes... —le dije susurrando, incapaz de usar mi voz; la que yo
sentía destrozada—. Perdóname por haber aparecido así, sin avisar... pero sabía
que, si te decía que iba a venir... Sé que te ha disgustado mucho verme, pero
yo necesitaba hablar contigo una vez más.
—
No me ha disgustado, Artemisa —me contradijo, hablándome en gallego,
por suerte. Tenía miedo a que esa situación tan rara le hiciese olvidar todo lo
que habíamos compartido—. Lo único que me ocurre es que no me esperaba para
nada encontrarte aquí, pero halago que hayas venido. Has sido muy valiente,
Artemisa.
—
Sé que no servirá para nada, pero por lo menos te he visto una vez
más...
—
Tenemos que hablar con tranquilidad. ¿Por qué no vamos a comer?
Tengo mucha hambre.
—
Yo no tengo nada de hambre, pero, si quieres...
Agnes me
sonrió, aunque supe que lo hacía forzadamente, y después nos dirigimos a uno de
los bares que había en la rúa dos Fornos. Durante ese corto trayecto, Agnes y
yo apenas nos dijimos nada; pero yo sentía que ella anhelaba confesarme muchas
cosas, que se esforzaba por construir frases lógicas que no me hiciesen mucho
daño... Estaba muy tensa; lo cual me hacía preguntarme cómo era posible que
tuviese hambre.
Cuando
estuvimos ya sentadas en una mesa tranquila, en un lugar donde casi no había
nadie, cuando ya incluso pedimos lo que íbamos a comer, Agnes me sonrió y me
preguntó:
—
¿Cuándo has llegado a Ourense?
Supe que
me había hecho esa pregunta no porque le interesase mucho la respuesta, sino
para romper ese silencio que se había apoderado tanto de nuestra voz. De
repente, tuve la sensación de que nos costaría muchísimo hablar, de que ya no
había entre nosotras esa complicidad que siempre nos había invitado a hablar de
cualquier cosa. Entonces, tuve muchísimo miedo a no recuperarla nunca más, a no
poder ser para Agnes lo que siempre había sido, a que ya no pudiese volver a
tenerla conmigo como siempre la tuve...
—
Llegué ayer por la noche y estoy hospedada en el hotel Miño —le
contesté intentando hablar con claridad—. Agnes, necesito que seas muy sincera
conmigo.
—
Lo seré, no te preocupes —me aseguró fijando los ojos en la copa de
vino que tenía delante. Yo también me había pedido otra. Sabía que el Ribeiro
nos ayudaría a hablar—. Por cierto, ¿sabes que estamos en época de vendimia?
—
Claro que lo sé. Me lo contaste el otro día.
—
Este año, la cosecha es buenísima, muchísimo mejor que la del año
pasado...
—
Ya...
—
Y aún queda mucho por hacer. ¿Sabes qué? Estoy pensando en montar
una bodega, ¿sabes? Me haría mucha ilusión tener mis viñas...
Noté que
Agnes me contaba todo eso simplemente porque necesitaba llenar con palabras ese
horrible silencio que tan tensas nos ponía.
—
Pero se necesita saber de eso...
—
Hay quien no sabe mucho, que siempre tiene la supervisión y el
consejo de expertos... En mi aldeíña, hay muchos que saben de esas cosas y
están dispuestos a ayudarme. Además, dicen que podríamos crear una cooperativa
entre varios vecinos... Estamos valorando la posibilidad de trabajar con alguna
bodega que todavía sea pequeniña y...
—
Agnes... —la interrumpí tomándola de la mano con timidez—. Estás tan
guapa, tan brillante... Eres feliz de verdad.
—
Sí soy feliz, Artemisa, muy feliz —me contestó, esta vez sí,
mirándome directamente a los ojos—; pero me siento culpable cuando lo reconozco
porque sé que tú...
—
Si tú eres feliz, lo demás ya no importa...
—
Sí importa, Artemisa...
—
Lamento que tu felicidad completa y verdadera no haya empezado
antes.
—
No digas eso. Fui muy feliz en agosto, cuando soñábamos con nuestra
vida aquí en Ourense...
—
Pero Lúa lo destrozó todo.
—
No quiero que nos echemos nada en cara, Artemisa.
Entonces
ya nos trajeron la comida, tan buena como siempre. Agnes parecía incapaz de
hablarme mientras saboreaba la tosta de verduras con queso que se había pedido
y las patatas que estábamos compartiendo; pero yo notaba que deseaba decirme
muchas cosas.
Yo le
pregunté por el nuevo trabajo, por la vida que llevaba con Lúa, por su madre...
Incluso le confesé que me apetecía mucho volver a ver a su madre y a los demás
vecinos de la aldea. Agnes me dijo que, si quería, por la tarde podíamos ir;
pero también me confesó que no sabía si era conveniente que lo hiciese.
Enseguida le di la razón. No tenía sentido que de nuevo entrase en su mundo si
no iba a quedarme.
Agnes me
contó, con mucha naturalidad (pero yo sabía que se esforzaba por teñir de
serenidad sus palabras y, además, me explicaba cosas que yo ya sabía) que había
comenzado a formar parte de un grupo de mujeres que tocaban pandeiradas, que
cantaban en las fiestas de las aldeas y con las que había entablado una amistad
muy bonita. También me habló de las amigas de Lúa, de que se reunían en el
garaje de la casa de una de ellas (el cual estaba acondicionado para que fuese
un templo) y de muchas cosas más que ya ni recuerdo. No niego que le hiciese
mucha ilusión contarme todo eso, pero también sé que me hablaba con temor e
inseguridad, como si le diese miedo que yo pudiese sentirme ofendida al ver lo
completa que era su vida.
Cuando
terminamos de comer, entonces le propuse que nos fuésemos de allí y que
diésemos un paseo por Ourense. Le confesé que quería ir al puente romano, que
me apetecía mucho estar en contacto con el río; pero, extrañamente, Agnes se
negó rotundamente a que fuésemos hasta allí. Me extrañó tanto verla tan
horrorizada que no pude evitar preguntarle por qué no quería ir hasta allí
conmigo. No entendía su comportamiento, sobre todo porque ella ama ese rincón de
Ourense. Entonces me dijo que hacía mucho calor, pero sé que mentía, que eso
sólo era una excusa. No obstante, al final, caminando, sin darnos cuenta,
llegamos hasta el puente; pero, sólo entonces, Agnes me tomó con fuerza del
brazo y me llevó rápidamente hacia la parte baja del puente, donde podemos ver
de cerca el río, y entonces nos sentamos en la hierba. Es cierto que hacía
mucho calor, pero no me importaba.
Sabía que
las dos queríamos iniciar esa conversación por culpa de la cual yo estaba allí,
pero ninguna de las dos se atrevía a empezarla. Sólo en la hierba, teniendo
delante el Miño, yo fui capaz de preguntarle a Agnes cómo estaba con Lúa, si la
quería, si sentía que la amaba. Ella me dijo un sí lleno de seguridad, pero sin
mirarme a los ojos. De hecho, pocas veces me miró a los ojos ese día.
—
Agnes, yo sólo quiero saber si de verdad me has olvidado, si de
verdad no sientes nada por mí, si ya sólo está Lúa en tu corazón. Necesito que
me lo asegures...
—
Ya lo sabes, Artemisa.
—
No lo sé, Agnes. Si lo supiese, no estaría aquí. Por favor, sé
sincera conmigo. ¿Por qué no quieres darme otra oportunidad? Yo sigo amándote
como siempre, Agnes. Incluso puedo asegurarte que te amo más que nunca. Agnes,
no puedo vivir sin ti, de verdad, no puedo. Por favor, Agnes... recapacita...
Yo soy capaz de dejarlo todo por ti y quedarme aquí. Me da igual todo lo que no
seas tú. Me da igual todo eso que antes me ataba a Barcelona. Nada de eso tiene
sentido si no estoy contigo. Agnes... Por favor, perdóname, perdóname...
—
No tengo nada que perdonarte, Artemisa —me interrumpió tomándome
cariñosamente de las manos—. Eres tú la que tiene que perdonarme a mí todos los
errores que he cometido y sobre todo mi pésima forma de hacer las cosas. Lo
siento mucho, Artemisa.
—
Fui yo la que se equivocó primero, Agnes, y tú me perdonaste...
Apenas
podía hablar, pero necesitaba decirle todo eso que ansiaba confesarle,
necesitaba liberar todas esas palabras que me presionaban la garganta... pero
Agnes estaba lejos, por muy cariñosamente que me tuviese tomada de las manos,
por muy tiernamente que me mirase...
—
Artemisa, no tiene sentido que busquemos culpables en lo que
ocurrió. Ni tú ni yo tenemos la culpa de que nuestra relación haya terminado.
Son cosas que pasan.
—
Pero ¿es que ya no me amas nada? No puedo creérmelo, Agnes. Tú me
amabas tan sinceramente...
Entonces
Agnes me retiró la mirada y la perdió por el quieto y azulado río Miño. Su
silencio ya era una respuesta para mí.
—
Nunca dejaré de quererte, Artemisa; pero ya no siento lo mismo que
antes.
—
No me lo creo —protesté casi sin poder hablar.
—
Artemisa, estoy siendo muy sincera contigo, de verdad. Yo no he
podido controlar mi corazón.
—
Si alguna vez te arrepientes de no haberme dado otra oportunidad,
tal vez ya sea demasiado tarde.
—
No quiero pensar en eso.
—
Pues piensa en ello, piensa en que estás perdiéndome
definitivamente. Después de rechazarme esta vez, ya no tendrás otra oportunidad
para recuperarme, Agnes. Es ahora o nunca. Si no quieres estar conmigo, ya no
volverás a verme nunca más.
—
Artemisa, por favor, no digas eso... Tú y yo...
—
Tú y yo hemos estado juntas vida tras vida, nos hemos reencontrado
siempre, en todas las existencias que vivimos...
—
Ya no estoy tan segura de ello...
—
Me da igual lo que Lúa te haya hecho creer. Tú y yo hemos estado
siempre juntas, Agnes.
—
Sí, es cierto que estuvimos juntas en otras vidas; pero ésa no puede
ser una razón que nos obligue a estar juntas. Artemisa, yo no quiero hacerte
más daño. No sigamos hablando más de esto. No tiene sentido. Nada va a cambiar.
—
¿Ni siquiera tienes en cuenta que he venido hasta aquí para hablar
contigo?
—
Yo te pedí que no lo hicieses... Artemisa, tienes que aferrarte a la
vida que tanto apreciabas, por la que me negabas volver a mi tierra. Nunca
quisiste intentar vivir conmigo en Galicia porque no querías perder esa vida.
Pues ahora ya la tienes...
—
¿Y dices que no me guardas rencor por nada?
—
No te guardo rencor por nada, pero sí me cuesta entender por qué
nunca me permitiste regresar a Galicia si sabías que era lo que podía curarme.
—
¡Yo no lo sabía! ¿Qué iba a saber yo?
—
Pues, después de conocer tan bien mi vida, es ilógico que nunca te
planteases la posibilidad de...
—
Yo sabía que querías volver, pero no que tu salud mental dependiese
de estar en Galicia —la interrumpí sintiendo que me dominaba cada vez más la
impotencia.
—
Ya, nadie lo supo nunca, ni tú ni nadie...
—
¡Ni siquiera tú misma!
—
Yo lo supe siempre.
—
¿Y por qué nunca volviste tú sola si tan claro lo tenías?
—
Porque quería estar contigo, porque tenía la esperanza de que tú
vinieses conmigo...
—
¿De verdad?
—
Sí, pero tú sólo te dedicabas a disuadirme de la idea de vivir aquí
juntas, me decías sin cesar que no era posible, que era una locura... y yo iba
aguantando por ti... y, cuando parecía que estabas a punto de cambiar de
opinión, de nuevo volvieron a ti los celos y...
—
¿Y no eran fundados mis celos?
—
Al principio, no...
—
Siempre lo fueron, Agnes. Yo creía que no tenía sentido dejarlo todo
por ti si tú amabas a Lúa.
—
Pero yo sí quería estar aquí contigo —me contradijo con lágrimas en
los ojos. De hecho, sabía que Agnes llevaba rato reprimiéndose las ganas de
llorar.
—
¿Y por qué ya no quieres?
—
Porque me he enamorado de Lúa, porque no sería capaz de volver
contigo teniendo en mi corazón estos sentimientos tan fuertes hacia ella.
—
Lúa no ha vivido contigo ni la mitad de cosas que tú y yo hemos
compartido, Agnes. Maldita sea, Agnes... ¿Es que acaso has olvidado todo lo que
hemos vivido?
—
No, por supuesto que no; pero eso forma parte de nuestro pasado.
Ahora, tenemos otro presente, otro futuro...
—
¡Los tendrás tú! ¡Yo sin ti no tengo nada, Agnes, nada!
—
Artemisa, cálmate, por favor...
—
No puedo, Agnes. ¿Tú eres consciente de lo mal que estoy pasándolo?
¿Sabes cuánto dolor llevo en el alma? ¿Eres consciente de lo triste que estoy
desde hace días? No, ¿verdad? Porque tú eres muy feliz en esta vida que no
tiene sentido, que enseguida se desfigurará, en cuanto te des cuenta de cuánto
te has equivocado... Agnes, yo soy el verdadero amor de tu vida.
—
Artemisa, ya basta, por favor...
—
Prefiero que me maten antes que perderte... Agnes...
—
Cálmate, Artemisiña...
Cuando oí
cómo Agnes me apelaba con esa versión tan cariñosa de mi nombre, el llanto que
me invadía toda se hizo mucho más fuerte. Empecé a llorar más profundamente,
sintiendo que me ahogaba, sin poder respirar. Agnes me abrazó sin que yo
tuviese que pedírselo y me dejó llorar entre sus brazos sin solicitarme más que
me tranquilizase.
—
Perdóname, Artemisa. Espero que algún día puedas hablarme sin sentir
dolor —deseó mientras me acariciaba los cabellos.
—
Yo... yo... no quiero, no quiero vivir si no estoy contigo...
—
Tienes muchas cosas por las que seguir viviendo.
—
No es verdad, no es verdad...
—
Por supuesto que lo es.
—
Agnes, por favor, por favor... No me rechaces...
Agnes no
me dijo nada más. Supe que no merecía la pena que siguiese rogándole que me
diese otra oportunidad. Ya la había perdido para siempre, absoluta e
irrevocablemente para siempre. Entonces, al ser invadida por esas certezas tan
horribles, sólo sentí que deseaba que la tierra se abriese y me devorase,
deseaba desaparecer, que el río me llevase lejos, cada vez más lejos, que la
fuerza del agua me hundiese en lo más hondo, que el mar me arrastrase al
olvido... Sentí que moría entre los brazos de Agnes, aniquilada por ese dolor
tan fuerte que me atravesaba el alma.
—
Ven, vayamos a dar un paseo por aquí. Te vendrá bien —me dijo
mientras me tomaba del brazo. Yo ya me sentía muerta, sin vida—. Artemisa...
—
No quiero seguir viviendo. No soy capaz de vivir sin ti. No puedo.
Al perderte a ti, he perdido mi alma.
—
Pero es que no me has perdido, Artemisa. Puedes seguir contando
conmigo para lo que necesites —me contradijo intentando no echarse a llorar—.
Yo nunca te dejaré sola. Es más, si quieres vivir aquí, en Galicia, yo...
—
Tú, ¿qué?
—
Te ayudaría en todo, en todo. Nunca te dejaría sola.
—
Pero no volverías conmigo...
Agnes no
me contestó. Supe que no lo hacía porque no quería seguir haciéndome daño. Me
retiró la mirada y empezó a andar esforzándose por igualar el ritmo de su
caminar a mi paso lento y perezoso. No tenía energía para nada, ni siquiera
para respirar.
—
Quédate aquí unos días —me pidió con cariño—. Creo que no es bueno
que te marches enseguida, así, sintiéndote tan mal, y mucho menos si pretendes
volver en tren. Es un viaje muy largo.
—
Haré el corto, pasando por Madrid —la informé casi sin voz.
—
Igualmente...
—
Yo no tengo nada más que hacer aquí, ni aquí ni en ninguna parte del
mundo. Perdóname, Agnes. Tienes toda la razón del mundo. No supe tratarte, no
supe cuidarte como te merecías.
—
Yo contigo siempre fui muy feliz, Artemisa.
—
No es cierto.
—
Por supuesto que sí. Cuando estábamos juntas, para mí desaparecía
todo lo que me hería, todo lo que me deshacía. Eras mi mundo...
—
Pero apareció Lúa y lo destruyó con sus propias manos, volviéndolo
de polvo, convirtiéndolo en cenizas.
—
No culpes a Lúa de nuestra ruptura, por favor. Ella...
—
Ella te ha hechizado, y lo entiendo. Es mucho más meiga que tú y que
yo.
—
No se trata de eso, Artemisa —rió con cariño sin poder evitarlo.
—
Me da igual cómo lo haya conseguido. El caso es que al final ha
logrado separarnos y eso es lo que me importa. Y es lo único que me importa
porque yo pensaba que nuestro amor era indestructible, que nada conseguiría
separarnos si habíamos soportado tanta distancia, tanto tiempo separadas, tanta
enfermedad...
—
Yo también creía que nuestro amor jamás desaparecería.
—
Podemos recuperarlo, si quieres. Sólo necesitamos un poquito de
esfuerzo por parte de las dos, pero estoy segura de que, si lo intentamos...
—
No, Artemisa, y no vuelvas a pedírmelo, por favor —me suplicó
nerviosa—. Cada “no” que yo te diga será una espada que se te clavará en el
alma y no quiero seguir haciéndote daño.
—
Entonces ya no tiene sentido que siga aquí.
—
Pero no quiero que te vayas tan rápido...
—
No puedo estar contigo más. Ya no puedo más...
—
Permíteme que te lleve a mi casa... a la casa de Lúa y... —rectificó
con vergüenza—. Tienes que tomarte algo que te calme.
—
No quiero nada, y menos en ese lugar. ¿Cómo te atreves a proponerme
ir allí? No, Agnes...
—
Sí, tienes razón. Lo siento.
—
Déjame sola, por favor...
—
No, ahora no voy a dejarte sola. Te acompañaré al hotel. Hace mucho
calor para que vayas deambulando sola por las calles...
—
No es el calor lo que te da miedo. Es algo que no me quieres decir.
¿Por qué no quieres dejarme sola?
—
No quiero dejarte sola porque no estás bien...
—
¿Y crees que dentro de un rato sí voy a estar bien? No, Agnes...
—
Déjame acompañarte al hotel...
No me
negué, en absoluto. Fue un trayecto rarísimo. De vez en cuando, comentábamos
algo sobre las calles, sobre el calor, sobre Ourense, sobre cualquier cosa sin
importancia, pero enseguida el silencio se apoderaba de nuestra conversación y
de nuevo nos quedábamos calladas, sin saber qué decirnos. Y eso me dolía
tanto... No saber de qué hablar con Agnes era la horrible señal de que nuestra
complicidad se había agrietado. Me asustaba tanto la idea de estar cada vez más
lejos de ella que no podía evitar sentir que todo mi cuerpo se helaba, que mi
sangre se convertía en hielo...
—
¿De verdad quieres que te deje sola? Son las seis y media de la
tarde. Podemos... aún es muy pronto...
—
Sí, Agnes. Prefiero estar sola.
—
Llámame si necesitas cualquier cosa, por favor... Y... lo siento, lo
siento mucho, Artemisa. Siento que hayas venido hasta aquí... Lamento tanto que
esto esté ocurriendo...
Entonces
Agnes ya no pudo evitar que se apoderasen de ella esas fuertes ganas de llorar
que hasta ese momento había conseguido reprimirse; pero, en cuanto empezaron a
resbalarle las lágrimas por las mejillas, ella me retiró la mirada, agachando
los ojos, incapaz de aceptar que yo estuviese viéndola llorar.
—
Si lo sientes... quiere decir que todavía me amas, Agnes. Por
favor... recapacita, cariño. Yo soy capaz de dejarlo todo por ti, todo, todo...
—
No te vayas tan rápido... Quédate aquí una semana. Sé que puedes
hacerlo —me pidió reprimiéndose de nuevo las ganas de llorar—. Yo tampoco
quiero que te vayas así, que nuestros últimos momentos sean tan tristes...
—
Lo fueron siempre, siempre.
—
Artemisa...
Creí que
Agnes estaba a punto de cambiar de opinión. La forma como me había llamado era
tan tierna, tan triste, tan nostálgica... contenía tanto dolor que me pareció
que el mundo se detenía por unos instantes. Sin controlarme, me acerqué a ella
y la abracé muy cariñosamente, con una dulzura que nos quemaba en la piel a las
dos; pero Agnes se retiró demasiado rápido de mis brazos; lo cual me heló mucho
más de lo que ya lo estaba.
—
Por favor, llámame si necesitas cualquier cosa, por muy nimia que
ésta sea.
—
No puedo llamarte si te necesito a ti, ¿verdad?
—
Ya sabes que es una tontería que estés sola si nos hallamos en el
mismo sitio. Si quieres, podemos salir a cenar las tres...
—
¿Con Lúa? No, no quiero verla ni en pintura, Agnes. ¿Cómo tienes la
poca vergüenza de proponerme que quede con ella?
—
Es cierto, tienes razón. Lo siento.
—
Llámame tú también si cambias de opinión.
Agnes me
sonrió fugaz y tristemente, me dio un beso en la mejilla y después desapareció
calle abajo. Supe, enseguida, que ésa era la última vez que la veía, que se
alejaba de mí tras haber formado las dos, por unos momentos, parte de la misma
realidad.
Y ya no
tengo ánimo para seguir escribiendo. No puedo seguir pensando ni sintiendo.
Estoy agotada, tristísima, deshecha...
Bueno, hay una parte buena y otra mala en lo que ocurre en esta entrada. La buena, que por fin Artemisa le canta las cuarenta, saca coraje y le dice lo que piensa, con fuerza, sacando genio. Echaba en falta eso, que hablase sin tapujos, que el miedo por perderla no la hiciese callarse. Pero es lo único positivo, que haya intentado aclarar las cosas, luchar una última vez por su amor. Ahora bien, tiene una parte muy negativa y que no me gusta, sus arrastramiento total y que propicie esa situación tan incómoda.
ResponderEliminarUna vez más se arrastra, le suplica volver y encima, ve cosas que no son verdad, ya no la ama y ella se empecina en que si le cuesta hablar de esto, es que algo siente. Simplemente no le quiere hacer más daño, y es lógico que le duela hablar de esto, son heridas muy profundas. Ella volverá a casa con Lúa, en Galicia y su mundo, se recuperará, pero Artemisa es más frágil, pues es la que se queda "sola", la que sufre de verdad la ruptura, pues la sigue amando. Eso lo sabe, y no quiere herirla. Muy mal por parte de Artemisa, insistiendo tanto, sin un ápice de amor propio, diciendo que no tiene motivos para vivir...¡Superó lo de su madre y luego lo de su padre! Fue capaz de reinventarse, de resurgir de la nada cuando la vida le golpeaba con más fuerza, esto lo podrá superar. Espero que sea capaz de pasar página, al menos por amor propio. Muy mal por presentarse en Galicia, en su puesto de trabajo en su primer día, vale que luchando por su amor, pero creando una situación muy tensa. Debo confesar que con respecto a Lúa, pienso un poquito como ella...pero que la pobre no tiene culpa de nada, en todo caso es culpa de Agnes, que es la que estaba comprometida, no ella. Luego Agnes mete un par de veces la pata, invitándola a casa de Lúa o a decirle de ir a cenar las tres juntas, pero claro, es que en una situación así uno ya no sabe lo que decir. Me hace mucha gracia lo del puente jajajaja, intentaba evitar a toda costa que se cumpliese su pesadilla jajaja.
Está muy bien, ha sido un capítulo intenso, repleto de emociones encontradas. Te metes en la piel de los dos personajes y es fascinante, puedo entender los dos puntos de vista. No hay culpables, no hay malos ni buenos, son cosas del corazón y como bien dicen, el corazón es indomable. ¡ME ESTÁ ENCANTANDO!
Lo ha hecho, lo ha hecho. Es como quemar la última nave, aunque esas cosas no se saben nunca... El capítulo tiene dos partes, en la primera es Artemisa la que tiene la iniciativa, se planta en el bar de Agnes y consigue un primer golpe de efecto, indudablemente Agnes se queda totalmente descolocada, es más, es evidente que tiene miedo de lo que pueda pasar... una amante despechada puede ser siempre una caja de sorpresas, así que trata de conjurar el peligro citándola para después: un movimiento inteligente.
ResponderEliminarA partir de ahí se vuelven las tornas, y es Agnes quien lleva la iniciativa, y Artemisa la que va tiene que bailar al son que le tocan. Es indudable que Agnes tiene un poso de remordimiento, y que entre ellas hay aún cuentas pendientes, la pasión tal vez se ha apagado, pero los rescoldos siguen bien calientes, como suele decirse. Las palabras que se emplean yo creo que son siempre las mismas en este tipo de encuentros: siempre te voy a querer, perdona por lo que hice, tal vez no tomé la decisión correcta... cualquiera de las dos puede asumirlas como propias. Entre Artemisa y Agnes hay, además, la certeza de que la cosa no viene solo de ahora, sino que en vidas anteriores ya han estado también juntas, algo que lejos de servir para nada útil lo que hace es volver todo aún más confuso.
Pero lo que no puede ser no puede ser, y Agnes tiene muy claro que ahora es Lúa quien ocupa su corazón; Artemisa ha jugado una carta que parece la última, y se tiene que retirar a vivir una vida que para ella ahora parece carente de incentivos... sí, como pasaba en aquel sueño... para vivir sin Agnes mejor no vivir...
Es curioso cómo Lúa tiene su papel en esta historia, y eso sin estar nunca presente en ella salvo como referencia o alusiones, es un recurso literario muy sabio. En definitiva, se trata de un capítulo de los que te atrapa, porque imaginas lo que va a pasar pero al mismo tiempo parece que en cualquier momento todo puede pasar. Muy bien escrito y muy hermoso, como siempre.